Joseph Brodsky I

Intervención en la Sorbona

Conviene, en todo caso, estudiar filosofía después de los cincuenta. Y más, si cabe, edificar modelos de una sociedad. Antes debemos aprender a cocinar un caldo y a freír, no digo ya a pescar, pescado, hacer un café como es debido.
De lo contrario, las leyes éticas huelen a cinturón paterno o bien a traducción del alemán. Hay que aprender primero a perder las cosas, más que a adquirirlas, odiarse más que a un tirano, apartar años enteros la mitad de tu exigua paga para la habitación, y luego razonar sobre la victoria final de la justicia. Que llega siempre con retraso, por lo menos al cabo de un cuarto de siglo.

Conviene estudiar la obra de un filósofo por el tamiz de la experiencia, con gafas (que de hecho es lo mismo), cuando las letras se derriten, o cuando una señora en cueros sobre una sábana arrugada de nuevo os parece una foto o la reproducción del cuadro de un pintor. El verdadero amor a la sabiduría no pide ser correspondido y desemboca no en boda a modo de ladrillo editado en Göttingen, sino en una imposible actitud hacia uno mismo, en el color de la vergüenza, a veces, en una elegía.
(Suena el tranvía en algún lugar, los ojos se te pegan, regresan entre coplas los soldados del burdel, llueve y es lo único que os recuerda a Hegel).
La verdad es que la verdad no existe. Más ello no os libra de toda responsabilidad, sino justo al revés. La ética no es más que el mismo vacío que llena, constantemente casi, la conducta humana; no es más, si les parece, que el propio cosmos. Los dioses no aman la bondad por su cara bonita, sino porque, de no existir el bien, ellos no existirían. Así que, a su vez, también los dioses llenan el vacío. Y con afán tal vez aún más sistemático que el nuestro, pues con nosotros más vale no contar. Aunque somos mucho más de lo que nunca fuimos, y no estamos en Grecia: nos pierden las nubes bajas, y la lluvia, como ya se ha dicho.
Hay que estudiar filosofía cuando ésta no nos hace falta. Cuando adivináis ya que los asientos de vuestro comedor y la Vía Láctea están relacionados de modo más estrecho que los efectos y las causas, más que vosotros mismos con vuestros familiares. Que sillas y estrellas tienen en común su cualidad de insensibles, su inhumanidad. ¡Y eso es algo que une con más fuerza que la propia sangre, que cópula alguna! Naturalmente, no es bueno pretender asemejarse a las cosas. Pero, por otra parte, cuando enfermáis no tenéis por qué curaros, tampoco temblor por cómo os veáis. 
Esto es lo que la gente sabe después de los cincuenta. Y es la razón por la que, al verse en el espejo, mezcla metafísica y estética.