Blasco Ibáñez publicó la novela
Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis en 1916, durante una estancia
en Francia tras sus aventuras argentinas. Alcanzó un éxito
imprevisto entre tantas otras novelas de la Primera Guerra Mundial. En
1921 The Illustrated London News la calificaba como el libro más
leído del mundo aparte de la Biblia. Convirtió a Blasco en
un autor de fama mundial y le hizo rico. Fue la adaptación al cine
la que le proporcionó 200.000 dólares: cobró 300 dólares
por los derechos de traducción, mientras que la traductora ganó
570.000. Según Blasco, "Yo ni siquiera había sospechado
el éxito de Los 4 jinetes. El año 16 yo estaba en
París. La gente me creía rico, pero la verdad es que vivia
con 1000 pts. al mes".
En la introducción recalca Blasco el carácter
de experiencia personal de algunas escenas del libro: así en el
episodio retrospectivo del buque, que era real, "no quise cambiar
ni desfigurar su nombre. Copias exactas del natural son también
los personajes alemanes que aparecen al principio de la novela". Tenía
éste un propósito documental, "fotográfico".
Pero no por eso es objetivo: cuenta qu el presidente Poincaré le
encargó que fuese al frente no como periodista sino como novelista;
a escribir "un libro que sirva a nuestra causa". Es, pues, una
novela abiertamente partidista. Blasco, un hombre de izquierdas políticamente,
aborrecía la ideología alemana, y nos presenta el conflicto
en su propia versión simplificada. Para él la guerra era
"de un lado, el indolente militarismo prusiano, la reacción,
la caverna, la fuerza bruta"; de otro lado, "la patria de los
Derechos del Hombre y de Victor Hugo, la Libertad, la Civilización".
En la novela, la guerra es la cabalgata de los cuatro jinetes, la Guerra,
el Hambre, la Peste y la Muerte, tal como aparecen en el grabado de Durero
(I.v). Los cuatro jinetes amenazan con instaurar el reino de la Bestia,
algo que Blasco ve como un fenómeno recurrente en la historia de
la humanidad, un retorno a la barbarie, representada en este caso por Alemania.
Blasco tuvo esta "visión" de los cuatro jinetes en París,
y hará decir a su portavoz Tchernoff que la bestia nunca muere,
todo lo más se oculta durante mucho tiempo (III.ii).
Blasco no combate en la guerra: se limita a observar.
Y en la novela predomina la observación sobre la acción;
no se nos relatan hazañas directamente, sino de oídas; las
escenas de combate son muy escasas y no son protagonizadas por los personajes
principales. El protagonista es allí el soldado anónimo,
de de uniforme, la colectividad, el país en armas. Más que
la acción militar interesa a Blasco la reacción de los personajes
de retaguardia ante el conflicto, la atmósfera de la guerra, que
está muy bien captada.
Esta inacción de los protagonistas viene ya de
su propia naturaleza: se trata de una familia argentina residente en Francia,
los Desnoyers, cuya historia se nos cuenta retrospectivamente en los capítulos
I.ii y I.iii (en una estructura temporal similar a la de Sangre y Arena).
El personaje principal es Julio Desnoyers. su padre Marcelo Desnoyers,
republicano nacido en Francia, había huído a Argentina en
la época del imperio, en 1870. Ahora, en 1914, Argentina es neutral
y los Desnoyers, en principio ajenos al conflicto que se desarrolla en
torno a ellos, se ven poco a poco ligados a la suerte de Francia por su
mismo origen francés y por los lazos que se han creado en este país.
La guerra divide a las familias argentinas Desnoyers y Hartrott, con miembros
de las cuales han contraído matrimonio las hermanas Luisa (casada
con Marcelo Desnoyers) y Elena (casada con Karl von Hartrott); ellas descienden
de la unión entre Madariaga y una india, La China. Las familias
Desnoyers y Hartrott proceden de Europa, de países rivales desde
la guerra del 70. Los cabezas de familia, Marcelo y Karl, trabajaban para
Madariaga, propietario de una inmensa hacienda en una Argentina medio salvaje.
Madariaga es un patriarca a la antigua, que puebla la hacienda con sus
propios hijos, a la vez que un hombre en estado natural fuera de la sociedad
(su apodo es "el centauro"). El nacionalismo no tiene sentido
en su mundo. Dice hablando a Desnoyers:
Fíjate, gabacho: yo soy español, tú
francés, Karl es alemán, mis niñas argentinas, el
cocinero ruso, su ayudante griego, el peón de cuadra inglés,
las chinas de la cocina unas son del país, otras gallegas o italianas,
y entre los peones hay de todas castas y leyes. ¡Y todos vivimos
en paz! En Europa tal vez nos habríamos golpeado a estas horas,
pero aquí todos amigos.
Madariaga desecha el nacionalismo, diciendo que la tierra
de un hombre está allí donde se hace rico y funda su familia.
Como corolario de la hermandad entre los hombres que comparten la tierra,
se produce la mezcla racial. Tanto los descendientes de Desnoyers como
los de Hartrott tendrán sangre india, y el indio encarna aquí
al ser natural. Madariaga desprecia a sus nietos rubios y quiere tener
uno moreno, "indio".
Pero tras la muerte de Madariaga, el "componente
social" vuelve a atraer a las familias a Europa, a Francia y a Alemania
respectivamente. El lujo y el afan de figurar mueven a las mujeres, y la
nostalgia a los hombres. Marcelo Desnoyers adquiere propiedades en Francia,
y Hartrott en Alemania.
En la familia Hartrott encontramos una empresa
destinada a explotar las conquistas del país, y dos vástagos,
primos de Julio Desnoyers: un militar, el capitán, y un teorizador,
el profesor. Las teorías racistas y belicistas de éste son
un exponente de la brutalidad de la ideología alemana: "la
guerra es un hecho necesario para la salud de la humanidad", arguye;
su visión de la historia es fascista, y ve en la Revolución
Francesa un triunfo celta que debe deshacerse. Hay aquí un control
sutil de la emoción por parte del autor, con una apariencia de presentación
objetiva. Nadie responde al primo alemán para rebatirle, pero el
lector se indigna. Argensola, nietzscheano individualista, es quien comprende
los móviles egoístas de Alemania, mientras Julio Desnoyers
duda.
Julio Desnoyers, hijo de Marcelo Desnoyers y Luisa, es
un individuo sin conciencia nacional. La posición de su padre le
ha permitido vivir como un nuevo rico. Su vida de pintor bohemio y bailarín
de tangos lo convierte en el corolario del individualismo, la pasión
y el egoísmo. Su hermana Chichi emparejará con René,
mientras Julio rivaliza por Margarita con Laurier. Margarita se nos presenta
inicialmente como un personaje superficial y egocéntrico.
Con el estallido de la guerra, los Desnoyers sufren diversas
influencias. Por una parte, Desnoyers desea proteger su propiedad. Ve la
brutalidad alemana, y sufre remordimientos por haber desertado en el año
70. La influencia de Madariaga se desvanece. Por otra parte, desaparece
la vida social y sexual que llevaba Julio antes de la guerra. La sociedad
se ha transformado:
el hombre refinado y de complicaciones espirituales se
ha hundido, quién sabe por cuántos años. Ahora sube
a la superficie como triunfador el hombre simple, de ideas limitadas pero
firmes, que sabe obedecer ... ya no estamos de moda.
Son las mujeres quienes ponen el baremo mediante el éxito
sexual: se pirran por los uniformes y los galones (así Chichi con
René). Margarita vuelve con Laurier sintiendo la llamada del deber.
En efecto, Blasco encuentra que a través de la vanidad de las mujeres
hacia los uniformes y los galones se está manifestando un sentimiento
más profundo: las mujeres están sintiendo la llamada del
deber igual que los hombres, pero su combate está en apoyarles,
estimularles y cuidarles, ideas éstas que se encarnan en la figura
de Margarita. Todas estas transformaciones llevarán a la muerte
de Julio. Por otra parte, al alistarse como soldado se reconcilia con su
familia, y su padre visita su estudio, emocionado. Para Julio la guerra
será un aprendizaje y una regeneración. Cuando es un oficial
herido, es admirado por todas partes. Chichí es feliz al fina aun
cuando René está herido y deforme.
En Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, la guerra
es una situación límite en la que hay que renunciar al amor,
a la familia, a la conciencia de clase misma, que era un móvil tan
fuerte en las primeras novelas de Blasco. Los obreros socialistas van a
la guerra cantando "La Marsellesa", y la encuentran de un igualitarismo
muy bello, "Todos con la mochila a la espalda y comiendo rancho".
Roberto, un obrero y antiguo antimilitarista, expone la postura del autor:
Vamos a batirnos por nuestra seguridad y al mismo tiempo
por la seguridad del mundo, por la vida de los pueblos débiles.
Si fuese una guerra de agresión, nos acordaríamos de nuestro
antimilitarismo. Pero es de defensa, y los gobernantes no tienen culpa
de ello. Nos vemos atacados y todos debemos marchar unidos.
El aspecto superficial de la envidia a los uniformes
y las medallas, la gloria militar, se rechaza al final ante la evidencia
de la muerte, pero permanece la convicción de que esa muerte nunca
es en vano.
Veíamos en La Barraca cómo la lucha
del individuo por sobrevivir frente a los intereses de la comunidad aparecía
como un empeño loable, aunque condenado al fracaso. La comunidad
también tenía su parte de razón, al imponer la solidaridad
para defender los derechos, aunque el individuo, Batiste, hubiese de sufrir.
En Los 4 Jinetes ha desaparecido el héroe
de las primeras novelas de Blasco, un hombre de voluntad indomable frente
a la adversidad de la naturaleza o a la sociedad que exige su eliminación.
Ahora esa misma colectividad ha cambiado; ya no se trata de la clase social,
sino de la nación. El mérito ya no se ve en la salvaguardia
del interés individual, que aparece aquí teñido de
egoísmo y mezquindad. Blasco cree que en esta situación límite
hay que saber renunciar al individualismo: la deserción no es lícita,
y si la patria lo pide hay que resignarse con alegría y convertirse
en carne de cañón. Quiere Blasco mostrar cómo en la
guerra, en el empeño de una colectividad por sobrevivir, se produce
un fenómeno intemporal por el cual todos los miembros del grupo
social se unen en un entusiasmo colectivo incomprensible en una época
de paz.
Las descripciones escalofriantes de campos de batalla
y escenas de conquista de Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis no
tienen un significado antibelicista. Para Blasco todos esos muertos se
dividen en dos categorías: los invasores y los defensores, las bestias
alemanas sedientas de sangre y los valientes mozos franceses. La matanza
no es insensata: lo es la ideología alemana que ha llevado a ella.
Blasco cae en el mismo racismo que denuncia al calificar a Alemania de
"pueblo de lacayos"-- aparentemente, todos los alemanes lo son,
en un arranque de maniqueísmo deliberado. Hasta el alemán
simpático, Blumhardt, fusila jóvenes y viola niñas.
Desnoyers evocará al final a los alemanes muertos con este pensamiento:
"Bien estás donde estás, pedante belicoso".
Todo en Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis se
ve a través de los personajes. No hay "intrusiones del autor",
aunque sí hay portavoces del autor, como Tchernoff, el carpintero
comunista, que es quien acaba "contestando" al profesor Hartrott;
también en III.iv la narración de Desnoyers pertenece prácticamente
al narrador. Pero todo lo que se ve, lo que se piensa, lo que se dice,
es atribuible a tal o cual personaje. En este sentido el estilo narrativo
de Blasco ha evolucionado desde La Barraca. Los principales focalizadores
son Julio Desnoyers, antes de ir al combate, presentándonos la inacción--
es él quien ve al consejero alemán como un perro de pelea,
o empuñando un sable invisible. La hipocresía de los alemanes
se nos presenta así a través de la focalización transpuesta
de Julio. También Marcelo actúa como focalizador, y hay otros
secundarios (como Argensola, focalizador fiable al principio pero luego
ya no de fiar para el lector; Lacour, durante la visita al frente en III.iii).
Pero sin embargo el mensaje es obvio, demasiado blanco y negro. La pretensión
de objetividad en el estilo narrativo queda malograda, porque Blasco no
crea personajes objetivos.
Diría Blasco de esta etapa: "los
cinco años de la última guerra los pasé en París
trabajando por Francia y sus aliados. Fui un soldado de la pluma".