Actos indirectos y en general poco serios:

La tradición literaria como pragmática intertextual

 

José Ángel García Landa

Universidad de Zaragoza

 

 

Quiero introducir el tema que da título a este trabajo estableciendo una relación entre algunos viejos conceptos de la crítica literaria (tradición, género, originalidad, alusión) con otros más recientes procedentes de la crítica estructuralista (intertextualidad, desfamiliarización) y de la pragmática lingüística (ilocución, acto de habla indirecto, principios y máximas pragmáticas). Una reflexión sobre las posibles relaciones entre ellos quizá aclare algunos aspectos de la relación lingüistica-literatura. Usaré como ejemplo un breve poema de Stephen Crane:

 

I WALKED IN A DESERT.
AND I CRIED:
"AH, GOD, TAKE ME FROM THIS PLACE!"
A VOICE SAID: "IT IS NO DESERT."
I CRIED: "WELL, BUT-
THE SAND, THE HEAT, THE VACANT HORIZON."
A VOICE SAID: "IT IS NO DESERT."

(The Black Riders, nº 42)

Podemos decir que Stephen Crane nos está contando una historia, pero, como dice la voz, no tenemos que tomar en serio que el poeta esté andando por un desierto; si lo hiciésemos seríamos malos lectores y peores lingüistas. Es frecuente que los lingüistas y los literatos no se tomen en serio unos a otros. Austin y Searle, los fundadores de la teoría de los actos de habla, arguyen que para discutir el sentido de cualquier acto de habla, en primer lugar habría que considerar si las palabras se pronuncian seriamente: según Austin, no vale si estamos bromeando, o escribiendo un poema (1980: 9). Searle separa el uso normal del lenguaje para hablar del mundo real de lo que llama "formas parásitas de discurso tales como la ficción, el actuar en el teatro, etc". Se concluye, quizá, que la literatura es una especie de broma lingüística, o cuando menos que es un uso poco serio del lenguaje. Sartre decía que el hombre es serio cuando se toma por un objeto: podríamos también preguntarnos si no estaremos confundiendo al lenguaje con un objeto si lo tomamos demasiado en serio. Estas ideas de Austin y Searle han sido criticadas desde las filas literarias. Creo, sin embargo, que a pesar de estos presupuestos poco prometedores, la teoría de los actos de habla puede clarificar en gran medida las relaciones entre lingüística y literatura. La distinción entre actos literales, actos indirectos y actos "no serios" es básica para una comprensión de cómo se estructuran y entienden los actos de habla, ya sea en la literatura o en otros usos del lenguaje. Pero veamos primero más en detalle algunos conceptos básicos de la pragmática y su utilidad para la teoría y la crítica literaria.

Para ser eficaz, un método de análisis lingüístico de un texto literario habrá de reunir al menos dos condiciones que no son satisfechas armónicamente por las gramáticas tradicionales y sí en cambio por la pragmática lingüística:

· El método deberá contemplar el estudio de unidades lingüísticas superiores a la oración.

· Deberá estudiar el uso efectivo del lenguaje, y no sólo describirlo como sistema abstracto, salvando de alguna manera la distancia entre lo que Saussure llamó la lengua y el habla.

Por ejemplo, la metáfora requiere para su explicitación una distinción entre el significado y el uso, y no una mera semántica de sistema: como dice Paul Ricur, no hay metáforas en el diccionario.

Los dos nuevos enfoques que hemos señalado, el textual y el contextual, convergen espontáneamente, puesto que el uso efectivo del lenguaje conlleva la formación de textos a través de la actuación lingüística.

Así, como cualquier otra actividad lingüística efectiva, la obra literaria no es una suma de oraciones descontextualizadas, sino un tipo de discurso, un uso del lenguaje en una situación concreta. Un estudio de las formas oracionales es claramente insuficiente para fundamentar una teoría lingüística de la literatura; necesitamos una lingüística textual y discursiva.

Un texto puede describirse como una estructura atemporal de relaciones coexistentes. Pero una aproximación más fructífera a la realidad textual será la que lo conciba en su dimensión temporal, como un proceso y no un objeto. Esta sería una primera acepción del término "discurso": el texto en tanto en cuanto es un discurrir de signos en el tiempo. Por otra parte, tampoco es posible estudiar la forma de un texto sin estudiar la función de esa forma, el empleo que se hace de las estructuras. Los primeros estudios de lingüística estructural solían descuidar este aspecto del lenguaje. Las famosas divisiones establecidas por Saussure entre lengua (langue) y habla (parole) y por Chomsky entre competencia y actuación (competence /performance) asignan a la lingüística ante todo el estudio del sistema lingüístico, no del uso lingüístico. Saussure, por ejemplo, no tiene en cuenta la existencia de formas regulares en sintagmas superiores a la oración. Y a medida que avanzamos hacia los sintagmas jerárquicamente superiores, la diferencia entre langue y parole se hace cada vez más difícil de delimitar. De ahí que aparezca en nuestros días una lingüística de la parole que sería paradójica para un saussuriano estricto, así como sería paradójica para la gramática transformacional clásica la idea de un teoría de la actuación.

La pragmalingüística, pues, intenta ligar el estudio del sistema al estudio del proceso lingüístico. La oración se contempla hoy como una estructura subordinada al texto, que es parte de un proceso contextualizado.

Es sabido que en semiótica se distinguen tres tipos de estudios. Los dos primeros han sido el objeto de estudio preferente de los lingüistas: son la sintaxis, la forma de los enunciados, las relaciones de unos signos con otros, y la semántica, que atiende a la significación de los enunciados, a las relaciones entre signos y conceptos. El tercer aspecto de la semiótica es la pragmática. La pragmática estudia el uso que se hace de los sistemas de signos en la comunicación, la relación entre los signos, los referentes y los usuarios. Tras muchos estudios estructuralistas que intentaban definir una estructura profunda sintáctica o semántica en oraciones y textos, hoy podríamos decir que la estructura profunda de un texto ha de ser formulada pragmáticamente, no sintáctica o semánticamente; es decir, un estudio lingüístico en profundidad ha de de contemplar el discurso en su funcionamiento contextual, en su uso, y no limitarse a hacer un estudio lingüístico abstractivo del mismo. Nuestra segunda acepción del término "discurso", que es la que queremos resaltar aquí, es la de uso de textos en una situación comunicativa determinada. Son competencia de una lingüística del discurso no sólo las estructuras de signos lingüísticos, sino también las modalidades de la enunciación y de la interpretación del lenguaje. Aquí señalo que habría que tener en cuenta las peculiaridades de la interpretación literaria: en general, a los clásicos se les pide que signifiquen mucho, todo lo posible sin contradecirnos. Si queremos que el poema de Crane sea un clásico, tendremos que comentarlo hasta que adquiera un sentido suficiente.

En el enfoque pragmático que esbozo, el estudio de las formas lingüísticas ha de integrarse con el estudio de la interacción discursiva: el análisis de la significación necesita proponer una base sistemática de formas intersubjetivas, estandarizadas, que sin embargo pueden ser modificadas en el acto comunicativo concreto. Ejemplo de estas formas son las estructuras sintácticas y semánticas, los tipos de enunciación o ilocuciones, las modalidades de actuación lingüística, los géneros lingüísticos o literarios. La palabra usada en contexto adquiere un sentido específico que debe ser deducido por los oyentes con lo que Bühler llama un "procedimiento detectivesco". Pensemos, por ejemplo, qué significa la palabra "desierto" en el poema de Crane: su sentido central podría buscarse en el diccionario, pero su sentido contextual debe ser interpretado y quizá negociado. También tenemos que interpretar quién habla en el poema -es Crane? Le contesta Dios? Se contesta él solo?

Los elementos de la comunicación lingüística que son objeto específico de los estudios pragmáticos son todos aquellos relacionados con el uso efectivo del lenguaje en una situación dada, todos aquellos necesarios para el estudio del lenguaje como texto o discurso: el enunciador, el receptor, la enunciación, los modelos de enunciado, los modelos de contexto, los principios supralingüísticos que rigen la interacción discursiva. La enunciación se refleja o inscribe en el texto producido por el hablante, pero sólo se inscribe de una manera parcial: hay trazas de ella, si consideramos el texto como un indicio del acto de habla. Para obtener el sentido de un acto de habla, sin embargo, necesitamos tanto el texto como las circunstancias concretas de su enunciación, incluyendo las convenciones particulares que puedan regir en cada género lingüístico o en cada época. La lingüística textual debe en última instancia converger con los principios generales de la hermenéutica. La teoría de los actos de habla desarrollada por los filósofos y lingüistas (Bühler, Wittgenstein, Austin, Searle, etc.) intenta sistematizar los principios de la enunciación, y resultará útil en una hermenéutica lingüística generalizada, un estudio lingüístico del discurso.

Dentro de lo que hemos llamado el nivel pragmático, el lenguaje puede analizarse a distintos niveles de abstracción. En palabras de Austin, podríamos decir que al hablar estamos realizando varios actos simultáneos: actos locucionarios (fonéticos, fáticos, réticos), ilocucionarios, perlocucionarios.

El acto locucionario consiste en que el hablante articula una forma lingüística en un contexto determinado dirigiéndose a un oyente. Por ejemplo, la misteriosa voz de nuestro poema pronuncia unas palabras: "It is no desert". Mediante ellas, transmite al oyente una serie de significados semánticamente codificados, una proposición: el sitio no es un desierto.

Mediante la realización del acto locucionario en un determinado contexto, el hablante realiza un acto ilocucionario, un determinado acto comunicativo socialmente reconocible, una acción intencional. Con ello la enunciación tiene un significado pragmático o fuerza ilocucionaria. Para que un acto ilocucionario se realice efectivamente deberá cumplir unas condiciones de felicidad que varían de un acto a otro y sirven para definirlos. Aquí, la voz, diciendo que el sitio no es un desierto, realiza un acto de habla que es una aserción, se compromete con la verdad del contenido proposicional. Pero además, a través de esa aserción, responde indirectamente a la petición del hablante, sugiriendo que es una petición injustificada.

· Acto perlocucionario: Mediante su acto ilocucionario, el hablante influye de alguna manera sobre el oyente, provoca una reacción en él (perlocución o efecto perlocucionario). En nuestro ejemplo, la voz desconcierta al viajero. Tal vez no fuera esa su intención perlocucionaria, no lo sabemos. La intención perlocucionaria de provocar un efecto no tiene por qué ser manifiesta para el oyente. Además, la intención perlocucionaria puede fracasar sin que ello afecte a la realización efectiva del acto ilocucionario.

La linguística tradicional, o la estructural descendiente de Saussure o Bloomfield, sólo se ocupaba del estudio de los actos locucionarios, y eso cuando no era despreciada la semántica como un elemento no sistematizable. Es decir, identificaba el estudio de la lengua con el estudio de los actos locucionarios, relegando los actos ilocucionarios al campo del habla. Según Searle, "un estudio adecuado de los actos de habla es un estudio de la langue" (1980: 27), y no de la parole. Esta formulación es demasiado radical, y no permite entender bien la flexibilidad contextual y la evolución constante a que están sometido el nivel ilocucionario del lenguaje-para empezar, nos vuelve a remitir de manera bastante sorprendente a unos conceptos, langue y parole, que quedan desbancados si se toma realmente en serio la teoría de los actos de habla. Strawson ha observado que no todos los actos ilocucionarios son convencionales en el mismo sentido: habría que hablar más bien de una gama de posibilidades entre el polo de la convencionalización ilocucionaria y el de la convencionalización meramente locucionaria. Por otra parte, la afirmación de Searle, como la distinción entre langue y parole, sólo tiene sentido en el marco de una gramática oracional, y es desbordada por la gramática textual. El estudio de la oración en tanto que acto locucionario sólo nos permite acceder a una parte de la significación; simplemente habremos interpretado el significado literal, el que está perfectamente codificado en la langue. La semántica se ocupa del significado primario de los signos, no de su sentido en situaciones concretas. El producto de un acto locucionario es una proposición de algún tipo; el del acto ilocucionario tiene que ser un movimiento comunicativo, una acción por parte del hablante, un acto de habla propiamente dicho. El acto ilocucionario es un acto socialmente codificado, aunque no necesariamente lingüísticamente codificado. La comunicación consiste en realizar actos ilocucionarios, no sólo actos locucionarios. La voz de nuestro poema, por ejemplo, no expresa una proposición abstracta y universalmente válida sobre el paisaje: informa, corrige y quizá reprende al viajero. Podemos decir que un acto ilocucionario se ha realizado cuando el hablante consigue que el oyente reconozca la intención que tiene el hablante de hacerle reconocer el acto ilocucionario que está realizando; es decir, cuando hay una identificación correcta de la fuerza ilocucionaria. Este reconocimiento se basa, según Bach y Harnish, en una premisa tácita de la comunicación: las creencias contextuales mutuas (mutual contextual beliefs). Para una comunicación efectiva, tanto hablante como oyente han de creer que su interlocutor cree que ambos comparten estas suposiciones (una visión del mundo mínimamente coincidente, un idiolecto semejante, una interpretación semejante acerca del hecho discursivo en el que están participando, etc.). Son conocimientos factuales que se suponen comunes; a ellos habría que añadir normas de accion discursiva que también se suponen comunes. Por supuesto, los conocimientos o modos de actuación que se toman como base común pueden ser cuestionados por uno de los interlocutores y redefinidos. Quizá uno de los motivos fundamentales del poema de Crane sea la manera en que se negocia lo que es el conocimiento común a los dos hablantes, el conocimiento que justifica las actitudes discursivas que adoptan: el caminante/víctima suplica, y su interlocutor no acepta ese presentarse como víctima, diciendo que se basa en presuposiciones incorrectas.

Hemos dicho que la cumplimentación del acto ilocucionario consiste en su reconocimiento como tal, en su identificación correcta por parte del oyente. Esta identificación no está ligada mecánicamente al significado (semántico) del acto locucionario (Bach y Harnish 1979: 10). De ahí la posibilidad de actos ilocucionarios directos o indirectos. La voz dice, directamente, que el sitio no es un desierto; indirectamente, da una respuesta a la petición del caminante. Un hablante puede basarse en conocimientos comunes con el oyente, en la capacidad de inferencia de éste, así como en los presupuestos normales de la interacción discursiva, para realizar un acto de habla utilizando (instrumental y superficialmente) la realización de otro acto de habla. Bach y Harnish definen así el acto de habla indirecto: "un acto ilocucionario que se realiza subordinadamente a otro acto ilocucionario, normalmente literal. Es indirecto en el sentido de que su realización está ligada a la realización del primer acto". En general, hay una presuposición de literalidad del acto ilocucionario siempre que las condiciones lingüísticas y contextuales así lo autoricen. Existe una cierta relación, aunque sea flexible, entre los actos locucionarios y los ilocucionarios: no podemos utilizar en cualquier circunstancia cualquier frase para transmitir el significado que deseamos.

La indirección continuada puede resultar en una estandarización de la fuerza ilocucionaria desviada. Es lo que sucede en frases como "¿Me pasas la sal?", que se interpretan directamente como una petición y no como una pregunta. Para su aplicación al estudio de la literatura, sin embargo, me interesa más concentrarme en los actos indirectos no estandarizados: los que activan realmente los procedimientos de inferencia del oyente, y requieren entrar activamente en el juego de la interpretación. También en la mesa puedo decir "Sal de esta mesa" a mi vecino, con lo cual puede irse, si es un literalista, o bien pasarme la sal, si no tenemos por qué reñir y le gusta la interpretación.

Si la lingüística siempre ha tenido problemas a la hora de tratar el fenómeno literario, la teoría de los actos de habla no es una excepción. La teoría de los actos de habla no es suficiente para un estudio de todos los fenómenos discursivos, al menos en sus primeras versiones, que se basan en una lingüística oracional. La oración es una abstracción útil para el análisis sintáctico o semántico, pero la concepción misma de una pragmática lleva a postular un nivel superior de análisis: el texto, y el texto contextualizado: el discurso. La unidad de análisis relevante para el estudio de la comunicación lingüística no es por tanto el texto concebido como un sistema abstracto de relaciones supraoracionales, sino la producción del texto en una situación determinada, la actuación discursiva. Y habrá que definir la aplicación precisa de estas nociones a la literatura, antes de apresurarnos a volver de golpe a posiciones intencionalistas o expresivas que fueron desplazadas por el formalismo y estructuralismo.

Muchos estudios que aplican la teoría de los actos de habla siguen teniendo dificultad para situar a la literatura, la narración o la ficción en sus esquemas. Al basarse muchas clasificaciones de actos de habla en actos oracionales, microestructurales, la mayoría no se proponen dar cuenta de la infinita variedad de modelos discursivos. También es frecuente que se aplique la teoría sólo a ciertos aspectos del fenómeno textual, cuando tiene consecuencias para el estudio de la producción, estructura e interpretación textual.

Ya he dicho que Austin y Searle son tristemente famosos entre los críticos por descartar la ficción o la poesía de sus análisis, arguyendo que son usos "no serios" del lenguaje. Su postura es por otra parte comprensible, pues Austin y Searle estaban desarrollando una teoría a un nivel de abstracción bastante determinado: los actos ilocucionarios simples y primitivos, cuando las obras literarias son actos complejos y derivados. La actuación discursiva está fuertemente condicionada por las relaciones que mantenga el hablante con el oyente y por la actitud de ambos hacia el mensaje. Para estudiar en detalle la pragmática del discurso hay que ir más allá de la lingüística; hay que adentrarse en una disciplina que haga uso de los textos. En abstracto sólo se pueden definir una serie de actos de habla nucleares e ideales, que no son actos efectivos sino instrumentos de descripción de la acción lingüística. La comunicación efectiva, y tanto más cuanto más complejos y macroscópico sea el acto de habla realizada, necesita el análisis concreto del contexto comunicativo y cultural ; cuanto más buscamos la especificidad, menos sentido tiene el intentar construir una taxonomía abstracta que detalle todos los tipos de acto de habla posibles. Podemos así concebir una separación entre actos de habla bien codificados, puntuales, a nivel microscópico; el hablante utiliza la oración como apoyo básico para realizarlos. Pero estos actos de habla oracionales se instrumentalizan en el nivel textual-discursivo; a nivel de discurso, no tenemos (únicamente) los actos de habla sencillos analizados y clasificados por Austin o Searle, sino actos de habla discursivos o macro-actos de habla. Los actos de habla discursivos suelen englobar una multitud de micro-actos de habla diferentes, guiados todos por la macroestructura discursiva que caracteriza al acto global como tal acto. Los tipos de actos globales pueden contemplarse como especificaciones o derivaciones de los tipos de actos de habla microestructurales o primitivos. Podemos definir entre ellos distintos niveles de complejidad y hablar así de actos discursivos primitivos, como "narrar", y derivados, como "escribir un poema, una novela". Estas distinciones pueden ser útiles a la hora de definir la naturaleza pragmática de los géneros lingüísticos y literarios, aunque habría que estudiar en cada caso el tipo de intencionalidad y de convenciones compartidas que se requieren. Los tipos genéricos básicos de la literatura, como relato, drama y lírica, sí parecen buenos candidatos para ser ilocuciones discursivas de nivel intermedio: si bien son complejas y derivadas, son reconocibles de modo casi universal, y están intencionalmente bien caracterizadas. El estudio pragmático de la literatura debe atender a la definición del hecho literario en tanto que es un determinado uso del lenguaje socialmente codificado. Las modalidades de la ficción y la narración deben estudiarse como tipos ilocucionarios particulares, que participan de la función poética del lenguaje. Esta función ya fue definida por Jakobson como una función autotélica: la justificación primordial del mensaje poético está en la experiencia poética en sí, no en la relación social hablante/oyente ni en la referencia directa a la realidad. Así pues, Crane realiza el acto de habla de escribir un poema, un acto "gratuito" o poético en su función primarial, aunque pueda tener otras funciones interactivas o ideológicas realizadas de modo colateral o indirecto.

El enfoque pragmático también nos ayuda a entender la estructura textual, que engloba dentro de sí multitud de fenómenos pragmáticos de diverso orden. Un acto de habla es en el contexto de una novela tan real como un acto de habla en la calle, pues se aplican los mismos principios interpretativos. Es decir, en el poema que analizamos hay que ver tanto los actos de habla que realiza el autor, adoptando una voz narrativa, como los actos de habla narrados (la conversación entre la voz y el viajero).

Por último, hay que atender al acto discursivo que realizamos nosotros como lectores o intérpretes del poema. El énfasis que pone la teoría de los actos de habla en la iniciativa ilocucionaria del hablante no permite a veces ver con claridad que también el receptor, especialmente en el caso de la literatura escrita, tiene un papel a la hora de determinar la modalidades del uso efectivo del lenguaje- algo que va más allá del uptake o compleción ilocucionaria de Austin.

En cuanto a la literatura en general, sería una de esas situaciones discursivas definidas contextual y culturalmente. Pratt (1977: 86) señala que las obras literarias, como cualquier otra actividad comunicativa, dependen del contexto, y que la misma literatura es un contexto discursivo. Está claro que aquí entendemos por contexto no una situación física sino una serie de convenciones de producción e interpretación del discurso. Los estudios literarios, por supuesto, han tenido siempre en cuenta esas convenciones propias aunque no siempre las asociasen con fenómenos lingüísticos más generales.

Pensemos, por ejemplo, en un concepto introducido por Austin: el acto perlocucionario. En el contexto de los estudios literarios, es obvio que una gran parte de la crítica literaria de todos los tiempos se ha preguntado por la finalidad de la literatura, ha discutido las emociones provocadas por las obras literarias, ha desarrollado teorías sobre cómo componer una obra con vistas a producir un determinado efecto sobre el público, y sobre cómo valorar este tipo de actuación lingüística. Es decir, se ha dedicado al estudio específico de los efectos perlocucionarios de la literatura. Esto nos lleva a la reflexión más general de que la crítica literaria siempre se ha ocupado del estudio de la pragmática de la comunicación literaria. Lo que es nuevo en los estudios contemporáneos es la voluntad de hallar unos principios comunes para sistematizar la acción discursiva, una sistematización que alcanzaría tanto a la literatura como a otros tipos de discurso. Podríamos pensar también en los principios de interacción personal o politeness analizados por Leech, y comprobar que una obra mala siempre se ha considerado algo impolite en literatura, una pérdida de tiempo para el público lector y una pérdida de imagen del autor cara al público. Estudios comparativos de este tipo descubrirían lo mucho que hay en común entre los fenómenos literarios y los no literarios.

Como una primera aproximación, podemos señalar las distintas constricciones pragmáticas que tienen diferentes tipos de discurso:

· la literatura frente a los discursos no literarios.

· la ficción frente a la no ficción.

· La narración frente a la descripción, las instrucciones, los actos de habla realizativos, etc.

· La comunicación escrita frente a la oral.

Un poema no es distinto de una factura sólo en tanto en cuanto es literatura, o lectura autotélica: el poema de Crane es además narrativo y ficticio (por ejemplo). Narratividad y ficcionalidad son rasgos discursivos que no son privativos de la literatura, y que adquieren funciones diferentes en otros contextos. La ficción está tan ligada a la literatura porque favorece la composición de textos autotélicos. La ficción no es, por cierto, un uso anómalo del lenguaje: es la otra cara de la referencialidad. Para referirse a la realidad, un signo tiene que evocarla en su ausencia- es decir, remitirnos a un mundo significado que emana del discurso. Así, el signo puede así puede utilizarse también en vacío, para producir efectos de referencia virtuales y un mundo de ficción. Si la literatura no es inmediatamente útil y la ficción es un uso poco serio del lenguaje, al menos debemos admitir que son usos complejos e interesantes, un auténtico laboratorio del sentido cuyo estudio sistemático es todavía un reto para la pragmalingüística.

Ya se sabe que es difícil definir la literatura como un género de actos de habla determinado. Para algunos teóricos la literatura es un contexto discursivo en el que las convenciones de los géneros literarios serían las condiciones de cumplimiento de los distintos actos de habla que se realizan. Aun esta noción limitada pone demasiado énfasis en la intencionalidad del autor. La literatura no es una ilocución si por ello entendemos un pacto intencional entre autor y lector. Más bien muestra cómo el concepto clásico de ilocución es un caso ideal que no siempre puede describir adecuadamente la práctica del uso del lenguaje. Podríamos definir la literatura en todo caso como un conjunto de estrategias ilocucionarias renegociadas por el lector. Hay, por supuesto, casos nítidos, probablemente los más abundantes: el autor que escribe "literatura" en un género dado y es leído efectivamente dentro de tales convenciones genéricas. Aquí la ficcionalidad literaria es una ilocución captada y cumplida. Pero el término "literatura" es célebre por la dificultad de su definición. La dificultad no proviene de una cualidad mágica o evanescente difícil de formular en un lenguaje lógico. Proviene de que el término tiene muchas acepciones; hay muchos usos diversos de textos que entran dentro de lo que entendemos por literatura. Si un crítico postestructuralista lee el poema de Crane, no lo lee con los mismos presupuestos, intenciones, objetivos, que un ideal lector inocente de finales del 19, o que uno de los reseñistas que consideraron los poemas de Crane "extravagantes" o "excéntricos". Aun en este caso, todos leen el poema como una invitación ilocucionaria a la "literatura", y esto nos da una idea de la vaguedad del término y la dificultad de darle una caracterización pragmática unívoca. El uso de textos escritos favorece especialmente la proliferación de actos de lectura diversos. Como decía Platón en su Fedro, las obras escritas circulan por todas partes y entre todo tipo de gente, entre los expertos y los que no se cuidan para nada de ellas, y los textos no saben a quién deberían dirigirse y a quién deberían evitar. Platón parece creer que esos textos dicen lo mismo a todo el mundo; sin embargo, sería más exacto decir que aunque las palabras sean las mismas el eco de las mismas es distinto, y la escritura conlleva por tanto una multiplicación de la significación: como diría Derrida, la significación intencional es diferida aquí. La consagración del texto como un texto canónico, recomendado, reverenciado y leído con expectativas de provecho por muchos lectores multiplica todavía la significación. Hoy leemos a Defoe como un escritor de novelas; en su época, este género no estaba definido, al carecer de la tradición clásica que ayuda a inaugurar el propio Defoe. Por tanto, sería también defendible describir esas supuestas novelas como libros de memorias, falsos (no ficticios) para nosotros y auténticos para muchos de los lectores de la época.

Si el usuario/lector crea el texto, como sostenía un tanto exageradamente Fish, lo hace en gran medida determinando qué acto de interpretación/comunicación se está realizando en la situación de lectura concreta. Deberíamos sin embargo contener el libre albedrío del lector señalando que la lectura también tiene lugar dentro de un contexto institucional y una tradición: leer en un aula, leer en una piscina, son juegos literarios distintos cuya definición no depende únicamente de cada lector individual, sino de muchas convenciones que rigen desde qué libro es más adecuado para cada sitio hasta qué tipo de atención o procesamiento requiere lo que se lee. También, por otra parte, la lectura del texto en el aula, o lectura "obligada" y "reverente", presupone la lectura puramente gratuita o "poco seria", y toma de ella la condición de su posibilidad.

Ante esta variedad de situaciones de lectura posibles, y dado que el espacio/tiempo es limitado, terminaré centrándome en una situación o tipo de relación pragmática muy importante en literatura: la relación intertextual entre una obra y la tradición con respecto a la cual intenta definirse.

Como he dicho antes, la literatura siempre ha resultado un objeto de estudio escurridizo para los lingüistas. Esto puede deberse en parte a la complejidad contextual e intertextual que suponen la enunciación y recepción literarias. Un texto clásico, por ejemplo, se recibe en un contexto determinado (una clase de literatura, pongamos) pero también en otro tipo de contexto que es la tradición literaria, que es al fin y al cabo una compleja red intertextual. La lectura informada del texto (y estamos tratando aquí sólo con un tipo específico de uso posible de la literatura) supone interpretar ese texto como un diálogo no sólo con el lector, sino también con la tradición temática o genérica a la que se remite. Este "remitirse" es en gran medida definido por el lector, pues las marcas del texto pueden ser inequívocas o todo lo contrario. Es decir, una lectura crítica de un texto supone establecer una malla de referencias intertextuales relevantes entre ese texto y otros muchos: relaciones que pueden ser un estudio de los motivos tradicionales incorporados, de esquemas arquetípicos, de la novedad o tradicionalidad de las imáges poéticas, de las técnicas narrativas, etc. A veces el propio autor, como hacía Pope, señala las conexiones intertextuales de su poema con la tradición. Así llegaba a hacer juegos intertextuales tan complejos como imitaciones de Horacio en el estilo de Swift, sin renunciar por ello a su propio estilo. Por lo general, sin embargo, las señales textuales que remiten a otras obras no son explícitas. Y las señales no agotan la intertextualidad, pues hay muchas otras conexiones intertextuales potenciales, no potenciales en el sentido de que estén previamente preparadas y enterradas para ser descubiertas por el crítico, sino en tanto en cuanto el sentido de un texto no es limitado y calculable a priori. Muchos críticos han dicho que la literatura trabaja esencialmente con lo no dicho, con la indirección y la lectura entre líneas. Esa lectura entre líneas (y entre líneas está lo no escrito, evidentemente) se produce porque el texto literario es un acto de habla intertextual. La relación de un texto literario innovador a su intertexto en la tradición es semejante a la que une un acto de habla indirecto a un acto de habla directo. Como el acto de habla indirecto, la intertextualidad presupone una estrategia compleja de procesamiento que incluye entre sus premisas el acto de habla literal, así como una hermenéutica contextual. El resultado de la interpretación, el acto de habla efectivamente realizado, no puede comprenderse aisladamente en sí mismo, en su literalidad. Ha de entenderse literariamente-es decir, lo contrario de literalmente. El lector de un texto literario no sólo busca establecer el significado de ese texto; también busca su sentido comparándolo con otros textos, hallando su diferencia específica o su parentesco disimulado; busca que ese texto le diga más de lo que le diría aislado, en sí mismo. Por ello las maniobras interpretativas que presuponen la indirección de la literatura, o que la establecen, son cruciales para la recepción de una obra como obra literaria. La densidad del sentido que el lector presupone y exige requiere activar inferencias, implicaciones, comparaciones soterradas, variaciones con respecto al canon, alusiones más o menos deliberadas, manipulaciones más o menos conscientes o inconscientes de tipos y arquetipos. Este juego de complicaciones tiene su manifestación más elaborada en la crítica literaria especializada (psicoanálisis, semiótica, desconstrucción...), pero posiblemente no es ajena a él ningún tipo de lectura literaria. Leer una obra como literatura es hacerla entrar en contacto con una tradición, entendida como una pragmática intertextual de escritura y de lectura, que multiplica el sentido del texto y termina de convertirlo en aquello que buscaba ser-literatura.

Volviendo intertextualmente al poema de Stephen Crane: su desierto tiene algo de bíblico; también la voz que habla al narrador. Este ha llamado a Dios, personaje bíblico, pero el poema no nos dice que sea Dios quien contesta, ni que la primera voz sea la misma que la segunda. Sí parece implicar el poema que lo que es un desierto para uno puede no serlo para otro, o que la aridez del terreno y lo vacío del horizonte dependen también del ojo que los mira. De una comparación entre este poema y las penalidades del pueblo de Dios en la Biblia podrían surgir interesantes paralelismos y diferencias: la fe y la providencia están más bien problematizadas en Crane, Dios es más inescrutable. Pero el poema en sí es menos desértico tras un recorrido intertextual por la Biblia. Muchos poemas de Crane son parábolas sobre el nihilismo, semejantes a las de Nietzsche en su Zarathustra. Encontramos aquí un doble nivel de indirección: la parábola en sí presupone un nivel de sentido oculto que invita a la interpretación: la parábola desviada remite además a un intertexto religioso para contrastar con él. La coincidencia de Crane y Nietzsche en elegir el género de la parábola para oponerlo a la tradición cristiana no es sólo formal: tiene implicaciones ideológicas. Otro recorrido distinto e igualmente relevante nos llevaría en dirección a Blake o a Dickinson, o bien a las traducciones de poesía oriental que favorecen el uso del verso libre a finales del siglo diecinueve.

T. S. Eliot concebía la tradición como un empíreo celestial de textos consagrados cuyo significado cambia sin embargo, estructuralmente, al añadírseles un texto nuevo. De manera más informal, Borges desarrolla esta idea en un ensayo sobre "Kafka y sus precursores", diciendo que la tradición que precede a un autor, sus precursores, sólo se hace visible, algo así como un efecto óptico en tres dimensiones, al aparecer esa obra que relaciona de manera innovadora lo que antes eran elementos inconexos: Kafka nos hace ver elementos kafkianos en autores anteriores (Hawthorne o Melville serían buenos ejemplos). Quizá podemos ir más allá y decir que esa red intertextual se constituye con el acto de lectura de Borges tanto como el acto de escritura de Kafka. Podemos terminar volviendo a Crane, ese otro ("precursor de") Kafka norteamericano, con una segunda pieza de ecos míticos y bíblicos. La utilizaré como una alegoría de que al entender la estructura, origen y naturaleza del objeto literario se establece una dialéctica entre su naturaleza objetiva y el acto interpretativo:

 

A MAN SAW A BALL OF GOLD IN THE SKY;
HE CLIMBED FOR IT.
AND EVENTUALLY HE ACHIEVED IT-
IT WAS CLAY.
 
NOW THIS IS THE STRANGE PART:
WHEN THE MAN WENT TO THE EARTH
AND LOOKED AGAIN,
LO, THERE WAS THE BALL OF GOLD.
NOW THIS IS THE STRANGE PART:
IT WAS A BALL OF GOLD.
AYE, BY THE HEAVENS, IT WAS A BALL OF GOLD.

(The Black Riders, nº 35)

 

De la posición del lector dependerá si un poema está hecho de arcilla o de oro, si brilla gracias quizá a su sustancia, quizá a la ficción, o a que adoptamos la distancia adecuada. O a que hemos vuelto nuestra mirada sobre él varias veces. Y para quienes creen que la literatura pierde su interés si la analizamos con teorías críticas, también nos ofrece el poema una respuesta. Pero hay que preguntarle.

 

 

Obras citadas

Albaladejo Mayordomo, Tomás. "La crítica lingüística". En Introducción a la crítica literaria actual. Ed. Pedro Aullón de Haro. Madrid: Playor, 1983. 141-207.

Aristóteles. Poética. Ed. y trad. Juan David García Bacca. 4ª ed. Caracas: Universidad Central de Venezuela, Ediciones de la Biblioteca,1982.

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Comunicación presentada en el VIII Seminario Susanne Hübner: "Pragmatic Approaches to (Inter-)Textuality". Universidad de Zaragoza, 29 nov.- 1 dic. 1995.

Edición electrónica: 2004.

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