Narración,
Identidad, Interacción—Relectura
José
Ángel García Landa
(Universidad de Zaragoza)
Este
título ha cambiado varias veces desde que comencé
a
redactar el trabajo. A menudo descubrimos lo que queríamos
decir únicamente cuando lo hemos dicho—o
descubrimos
quiénes somos sólo al ver lo que hemos hecho.
También sobre esto versa este trabajo. Examinaré
la
naturaleza configurativa del discurso, haciendo converger varios temas
diferenciados: (1) la relectura, (2) la narración, (3) la
identidad y (4) la interacción. A ellos se refiere el
título. También intenta realizar una
configuración
preliminar de estos términos uniéndolos
parcialmente en
una frase un tanto problemática, algo así como
"relectura
de las relaciones entre narración, identidad e
interacción (y relectura)".
Podríamos intentar una integración inicial de
estos términos dispares mediante comparaciones tentativas o
síntesis parciales, viendo primero los conceptos a que alude
el
título por pares, unos en términos de otros. Por
ejemplo,
empezando por "identidad" y "narración", y
seguidamente
"relectura" y "narración", examinando la
narración como
una forma de relectura.
Identidad y narración
Identidad
y narración son términos consonantes desde una
perspectiva que partiendo de Heidegger sostenga la
articulación
del Ser por medio del lenguaje. De hecho podríamos
remontarnos
hasta Parménides, si consideramos que tiene relevancia para
el
tema que tratamos una identificación todavía
más
general del Ser y el pensamiento.
Pero uno puede perder
fácilmente el hilo
estableciendo relaciones tan generales, especialmente cuando su
relevancia para la cuestión de la narración y la
identidad (que es nuestro objeto) está únicamente
implícita. Prefiero remitirme, por tanto, a una
línea de
pensamiento con la que congenio más, y que creo proporciona
una
referencia clásica más inmediatamente relevante
para
fundamentar la relación entre la identidad personal y la
narración. Se trata de la idea de Hume al efecto de que
nuestra
noción de identidad personal se constituye mediante nuestras
asociaciones de ideas, como un efecto de la memoria. Las estructuras
narrativas, aunque no son explícitamente mencionadas por
Hume,
son ciertamente un instrumento básico para establecer
asociaciones entre recuerdos y proporcionar un sentimiento de la propia
identidad. El análisis que hace Hume de la identidad
personal
empieza con una reflexión más general sobre los
conceptos
de identidad y diversidad:
Tenemos
una idea
diferenciada de un objeto, que permanece invariable e ininterrumpida a
lo largo de una variación de tiempo que supongamos: y a esta
idea la llamamos la de identidad
o mismidad.
Tenemos también una idea diferenciada de varios objetos
diferentes que existen en sucesión
y están conectados entre sí mediante una
relación
estrecha: y esto a una visión exacta le proporciona una
noción tan perfecta de la diversidad
como si no hubiese ningún tipo de relación entre
los
objetos. Pero aunque estas dos ideas, la de identidad y la de una
sucesión de objetos relacionados, sean en sí
mismas
perfectamente distintas, e incluso contrarias, sin embargo es cierto
que en nuestra manera corriente de pensar se confunden generalmente una
con la otra. (Hume 1896: 253; traducción mía).
Si se acepta el diagnóstico de Hume, se verá
fácilmente que una narración que conecta una
diversidad
de acontecimientos conducirá fácilmente a generar
un
objeto ideal (por ejemplo, un acontecimiento histórico) cuya
identidad será producida por la configuración
narrativa.
Porque "nuestra propensión a confundir identidad con
relación es tan grande, que somos dados a imaginarnos algo
desconocido y misterioso que conecta a las partes, al margen de su
relación" (1896: 254). Tanto las narraciones como las
identidades personales parecen estar entre los ejemplos más
claros de este principio general que describe la generación
de
objetos ideales—aunque se cuestione el principio en
sí en tanto que base para describir la generación
de todo tipo
de objetos ideales.
Todos
los objetos a los que adscribimos una identidad, sin observar en ellos
invariabilidad y falta de interrupción, consisten en una
sucesión de objetos relacionados. (1896: 255)
La identidad que adscribimos, como de costumbre en Hume, depende al
menos tanto del hábito como de la experiencia directa:
ciertamente, "donde al fin se observa que los cambios se vuelven
considerables, tenemos reparos en adscribir identidad a objetos tan
distintos" (1896: 257). Pero si la identidad se crea mediante el
"avance ininterrumpido del pensamiento" (1896: 256)—entonces
cualquier interrupción del pensamiento también
interrumpirá la adscripción no
problemática de
identidad. Por tanto, podríamos añadir, el debate
sobre
identidades que cuestione las ideas recibidas y los hábitos
mentales puede producir una seria conmoción en los medios
corrientemente utilizados para transmitir identidades—o
para constituirlas.
Otro aspecto interesante de la concepción de Hume es que la
identidad es adscrita por el observador; no es inherente a las cosas
asociadas en sí mismas (1896: 260). Y de hecho, la identidad
personal parece requerir para Hume una dimensión reflexiva,
ya
que es adscrita mediante la auto-observación del sujeto, en
su
capacidad reflexiva,
no
mediante la conexión espontánea de ideas en la
mente. La
identidad se cimenta con la repetición, con la
duplicación semiótica, ya sea en forma de
reflexión, o en forma de memoria:
el recuerdo no sólo descubre la identidad, sino que
también contribuye a sus producción, al producir
la
relación de parecido entre las percepciones. . . . Como
únicamente la memoria nos da a conocer la continuidad y
extensión de esta sucesión de percepciones, ha de
considerarse, sobre todo por esa razón, la fuente de origen
de
la identidad personal. (Hume 1896: 261)
El
concepto fluido del yo que asoma la cabeza en esta
concepción de
Hume encuentra una formulación decididamente moderna en la
obra
de Nietzsche. Para Nietzsche, el yo no es una sustancia, sino un
devenir, una construcción, que se vuelve sobre sí
mismo
para conocerse y rehacerse indirectamente mediante signos y
símbolos de auto-interpretación (Polkinghorne
1988: 154).
Menos espectacularmente quizá que en Niezsche, el yo moderno
tal
como es teorizado por los existencialistas y por las ciencias sociales
hermenéuticas siguiendo a Heidegger y a Paul Ricoeur es un
yo
que tiene una dimensión narrativa como ingrediente esencial.
Citando a Donald Polkinghorne,
los
seres humanos existen en tres dimensiones: la dimensión
material, la dimensión orgánica, y la
dimensión
del significado. La dimensión del significado se estructura
de
acuerdo con formas lingüísticas, y una de las
formas
más importantes para crear sentido en la existencia humana
es la
narración. (Polkinghorne 1988: 183)
Desde el punto de vista de la psicología
hermenéutica, el
yo es un producto de la acción y de la
representación, y
las narraciones del yo son un principio de representación y
estructuración de primer orden. En este sentido la realidad
está entretejida con ficciones narrativas. El
análisis
que hace Ricœur de las configuraciones temporales en Tiempo y narración,
de la interpenetración que se da entre historia y
ficción
en cualquier representación narrativa, es quizá
la
intervención teórica contemporánea de
mayor calado
desarrollando esta línea de pensamiento.
En
Narrative and the Self,
Anthony Paul Kerby observa que las implicaciones de la
hermenéutica narrativa son igualmente relevantes para la
historiografía, la teoría literaria y la
psicología:
Las
historias que
contamos sobre nosotros mismos están determinadas no
sólo
por la manera en que somos narrados por otras personas, sino
también por nuestros lenguajes y por los géneros
narrativos heredados de nuestras tradiciones. (Kerby 1991: 6)
La autonarración es una actividad interpretativa: el
significado
del pasado del sujeto se reconfigura en el presente: "nuestras
narraciones conscientes inevitablemente reconfiguran y
añaden
incrementos al nivel prenarrativo de la experiencia" (Kerby 9). Para
pensadores como Alasdair MacIntyre y Hannah Arendt, la
autocomprensión conlleva la estructuración
argumental de
las experiencias propias: somos "animales narradores" (MacIntyre 1981,
cit. en Kerby 1991: 12). Según comenté al
discutir la
teoría de Hume, hay una relación entre el acceso
a la
memoria y la estructuración argumental (cf.
también Kerby
28). La estructuración narrativa de los recuerdos genera
nuestra
comprensión del pasado. El pasado no tiene un significado
determinado, ya que no podemos evitar "la historicidad de nuestra
mirada y de nuestros intereses". Para Kerby, "nuestro discurso sobre la
identidad es constitutivo de la identidad, no se refiere a un sujeto
ontológicamente previo. . . . El sentido de una vida puede
comprenderse adecuadamente sólo mediante un marco narrativo,
un
relato" (Kerby 31, 33). La distancia de la que hablan los analistas de
la novela entre el yo personaje, sujeto de la experiencia, y el yo
narrador, es esencial también para el estudio de la
subjetividad
en general (Kerby 38).
La narración es un instrumento cognitivo que transmite
articulaciones sociales de la identidad. Cada acto de
comunicación implica en mayor o menor medida un acto de
interpretación y de reconfiguración. Los esquemas
narrativos, por tanto, son comunicados, pero también son
transformados en el curso de su aplicación a casos
concretos.
Esto se da tanto más cuando las narraciones son
auto-reflexivas,
deliberadamente experimentales. Si la narración es una
configuración de tiempo y sentido, las configuraciones
complejas
como las que desarrollan las narraciones artísticas son
modelos
y prototipos esenciales para el desarrollo de una
comunicación
social creativa.
"Narración" y
"Relectura"
La narración puede considerarse como una
modalidad de la
relectura. No tanto desde el punto de vista del receptor, a quien
normalmente se informa mediante la narración de algo nuevo
para
él, sino más bien desde el punto de vista del
narrador,
que ya "conoce la historia" pero ha de darle una nueva
configuración cada vez que la cuenta. La narratividad tiene
muchas dimensiones, pero la
capacidad de repetición, de re-narración, es
ciertamente una de ellas. Cuanto más repetible, tanto
más
narrativa es una historia; tanto más claros están
los
protocolos narrativos. Por ejemplo, en lo relativo a la
narración conversacional, los protocolos narrativos
están
poco presentes en las narraciones que sólo se
efectúan
una vez (por ejemplo, cuando relato a mi esposa lo que he hecho por la
mañana en la oficina), pero se vuelven más
definidos en
las narraciones que han adquirido una identidad—por ejemplo,
y
todavía en el nivel de la conversación,
anécdotas
"célebres" que los conocidos se recuerdan unos a otros e
incitan
a recontar, pero también, por supuerto, en las narraciones
que
han adquirido importancia cultural: narraciones con títulos,
escritas y publicadas (que desarrollan convenciones narrativas
propias), mitos, novelas, películas... La
ficción, por
supuesto, no puede considerarse una "relectura" de acontecimientos en
sentido literal, pero sus protocolos comunicativos derivan de los de
las narraciones que son una relectura de acontecimientos, y
además toda ficción recicla esquemas narrativos
existentes, arquetipos, personajes que responden a una
tipología.
La lectura en sí misma
contiene
elementos de relectura, ya que requiere un momento retrospectivo de
revisión y de reconfiguración del pasado: no hay
una
línea nítida de demarcación entre
lectura y
relectura. Como observa Wolfgang Iser,
durante
el proceso de relectura, hay un
entretejerse activo de anticipación y
retrospección, que
en una segunda lectura puede convertirse en una especie de
retrospección por anticipado. (1974: 282;
traducción
mía)
La relectura es un fenómeno complejo en el que pueden
diferenciarse varias dimensiones. Por ejemplo, la relectura inherente a
la linealidad del lenguaje (que vuelve sobre la pura secuencia de
sonidos, letras, palabras o frases para estructurarlos y
reinterpretarlos a la luz de los signos que los han seguido en la
cadena hablada o escrita). También, la relectura de esquemas
discursivos y retóricos, o esa otra dimensión de
relectura que es consecuencia de la reconfiguración operada
por
estructuras narrativas.
Sostiene David Galef que "la relectura hace resaltar algunos aspectos
del texto y otros los amortigua" (1998: 21, traducción
mía). Lo mismo podría decirse en lo referente a
otras
formas de duplicación semiológica, como la
adaptación de una novela en una película, o la
interpretación crítica: en cada caso hay
pérdidas
y ganancias, y algunas cuestiones desaparecen con la
transformación de un texto en otro. Y lo mismo se aplica
también a la configuración narrativa considerada
como
relectura: intensifica algunos aspectos de la serie prenarrativa de
acontecimientos, y amortigua otros. La narración en tanto
que
lectura de acontecimientos está inherentemente abierta a
respuestas conflictivas cuando los acontecimientos a que se refiere son
factuales y del dominio público, como en el caso de las
narraciones históricas. El conflicto sobre la lectura o
representación narrativa se da incluso en torno a aquellos
acontecimientos ficticios que en cierto sentido son, podría
decirse, propiedad e invención personal del autor: el
conflicto
puede surgir, sin embargo, ya que se basan en arquetipos, esquemas
valorativos y presuposiciones que existen con anterioridad, tipos de
carácter, modelos argumentales, etc. El conflicto en torno a
la
configuración narrativa es, por tanto, una modalidad
prominente
de interacción narrativa. (Por suerte también hay
otras).
Si la narración es
en cierto
sentido una relectura, entonces releer (literalmente) una
narración es siempre ya una duplicación de una
relectura
inicial. Algunas narraciones reconocen esto, y crean efectos de
relectura en su primera lectura: por ejemplo Les Faux Monnayeurs
de Gide, paradigma de muchas ficciones reflexivas (cf. Galef 1998: 28).
Al hacer esto, llevan el proceso de relectura implícita un
paso
más allá. La repetición, por tanto,
conduce tanto
a la diferenciación como a la identidad; no puede haber
repetición exacta, sino únicamente una identidad
convencional, para determinados propósitos, entre dos
fenómenos semióticos distintos.
Naturalmente, podríamos llevar al extremo este principio, y
negar en absoluto la posibilidad de identidad. Por ejemplo, si nuestra
visión retrospectiva como relectores modifica la segunda
lectura
(ya que esta vez conocemos el final de la historia), ya no estamos
leyendo "lo mismo", así que paradójicamente la
relectura
lleva a la negación de la relectura en sentido estricto (ver
Birkets 1998). Pero se aprecia rápidamente que para la
mayoría de las finalidades prácticas necesitamos
un grado
de abstracción que nos permita hablar tanto de identidad
como de
diferencia en los fenómenos que analizamos.
Cuando la narración se hace literatura, la densidad de la
significación procedente de la relectura se hace mayor.La
literatura (en el sentido de "algo que se escribe como literatura, o
para que se vuelva literatura") es un tipo de escritura que aspira a
ser releída. La literatura (en el sentido de
"clásicos
consagrados, obras canónicas") es aquello que ya ha sido releído
por una tradición cultural. Nos llega ya evaluada, lista
para su
uso en la interacción comunicativa—y a ella van
adheridos
muchos intertextos y muchas duplicaciones semióticas
potencialmente útiles (lecturas, crítica,
alusiones...).
Hay muchas individualidades y contextos con los que podemos elegir
interactuar mediante el vehículo que nos proporciona un
clásico.
"Lectura" e "interacción"
Antes de adentrarnos en el tema
apuntado, tomemos
dos términos más de nuestro título
para ver la
manera en que se interseccionan, o interactúan: "lectura" e
"interacción". La lectura debería
conceptualizarse como
interacción, o incluyendo la interacción entre
sus
componentes, con roles textualizados para los receptores,
según
teorizaron Walker Gibson, Wayne Booth o Wolfgang Iser, con sus diversos
conceptos de lectores de pega ("mock readers"), autores
implícitos o lectores implícitos, respectivamente.
El énfasis de los teóricos de la literatura en la
interacción textual debería entenderse
conjuntamente con
otros desarrollos paralelos en el estudio de la interacción
conversacional, o del uso del lenguaje en general. Los
lingüistas
del texto y analistas del discurso también han enfatizado
los
protocolos colaborativos que hacen posible la comunicación
textual. Michael Hoey, por ejemplo, arguye que
[l]os escritores se
anticipan a
nuestras necesidades presentando la información en el orden
en
que la necesitamos y en el que la hemos recibido en el pasado, y
nosotros por nuestra parte tenemos expectativas conformadas por nuestra
confianza en que el escritor va a anticiparse a nuestras necesidades.
(Hoey 2000: 49, traducción mía)
Un texto es una interfaz de interacción en la que autor y
lector
se reúnen para un encuentro comunicativo que ha sido
diseñado por los autores, pero que es iniciado por los
lectores,
y se desarrolla en un marco de entendimiento común que
podría describirse en términos generales con las
máximas de Grice sobre la cooperación
comunicativa
("Sé relevante", "sé ordenado", "no digas cosas
sobre las
que no tienes evidencia suficiente", etc. —ver Grice 1989).
Además,
Además de ser
un lugar de
interacción entre autor y lector, un texto
también puede
ser el lugar en el que un escritor registra interacciones anteriores, o
representa de modo ficticio interacciones que invocan uno o
más
participantes además del escritor y lector mismos. (Hoey
2000:
186-87, trad. mía)
Así,
el texto es el lugar donde interactúan una multiplicidad de
intenciones (cf. Sell 2000: 202).
Los patrones interactivos descritos por Hoey se desarrollan sin embargo
a lo largo de las líneas calculadas y diseñadas
por un
autor. Otras teorías de pragmática
lingüística ofrecen una noción
más flexible y
abierta de significado
en interacción. Para Jenny Thomas,
el significado no es algo
inherente a
las palabras en sí mismas, ni es producido por el hablante
solo,
ni por el oyente solo. La producción del significado es un
proceso dinámico, que comprende la negociación
del
significado entre el hablante y el oyente, el contexto de
enunciación (físico, social y
lingüístico) y
el potencial de significado de un enunciado. (Thomas 1995: 22)
¿Cuál es el papel de la pragmática en
la lingüística? Según Thomas,
la pragmática
se ocupa de las
cuestiones que no se tratan en otras áreas de la
lingüística, como la asignación de
sentido en un
contexto—significado del enunciado y fuerza
pragmática—los actos de habla, la implicatura, la
indirección y la negociación del significado
entre
hablante y oyente. (Thomas 1995: 184)
Se observa fácilmente que hay aquí un continuo
entre
pragmática y teoría literaria—tan
pronto como
caemos en la cuenta que la pragmática no se aplica
únicamente a la interacción cara a cara, y
sustituimos
"hablante" y "oyente" por "escritor" y "lector" en el fragmento que
acabamos de citar. Esto hace surgir el problema de los
múltiples
contextos de la comunicación escrita. Podemos tomar en
consideración el contexto del autor, el contexto del lector,
y
el contexto implícito de la comunicación
literaria en el
que pueden entrar en contacto. Pero la relación entre estos
contextos no está predeterminada.
Quizá estas cuestiones puedan enfocarse de manera
útil
por vía del terreno común que comparten con las
propuestas del interaccionismo simbólico en otras ciencias
sociales. Hay importantes coincidencias metodológicas entre
los
planteamientos de George Herbert Mead, Herbert Blumer y Erving Goffman,
y los desarrollos contemporáneos de la pragmática
literaria que derivan de la obra de Bajtín (1981, 1986),
así como con la crítica de la
lingüística
formalista que efectúa la lingüística
integracionalista.
Según el interaccionismo simbólico, el estudio de
la
interacción social ha de tener en cuenta la globalidad de la
interacción de los actores, y no meramente los rasgos de la
acción preseleccionados por un modelo estructural: "la
interacción social es una interacción entre
actores y no
entre factores a ellos imputados" (Blumer 1986: 8). Este planteamiento
de los interaccionalistas simbólicos recuerda a la
"descripción espesa" (thick
description) de
los fenómenos sociales concretos abogada por Geertz (1973),
así como la descripción del uso del lenguaje, en
tanto
que anclado en un proceso comunicativo más amplio, que
realizan
los integracionalistas.
En
virtud de la interacción simbólica, la vida de
los grupos
humanos es necesariamente un proceso formativo y no una mera arena para
la expresión de factores preexistentes. (Blumer 1986: 10)
Los signos dirigidos al propio emisor, la comunicación
reflexiva
y las autorrepresentaciones del sujeto son parte de un proceso
permanente de auto-interacción (1986: 13). La
estructuración narrativa puede interpretarse como uno de
estos
signos dirigidos al propio emisor (aunque no se encuentran en Blumer
referencias ni a la narración ni se halla en él
vocabulario hermenéutico).
Los esquemas de acción preestablecidos no gobiernan las
acciones futuras:
La acción
conjunta repetitiva y
estable deriva de un proceso intepretativo tanto como el desarrollo por
vez primera de un nuevo tipo de acción conjunta (. . . ). Es
el
proceso social de la vida del grupo el que crea y mantiene las reglas,
no las reglas las que crean y mantienen la vida del grupo. (Blumer
1986: 18-19)
El interaccionismo simbólico niega la fijeza de la realidad
del
mundo empírico: "la realidad del mundo empírico
aparece
en el el 'aquí y ahora' y es continuamente refundida al
lograrse
nuevos descubrimientos" (Blumer 1986: 23, trad. mía). El
énfasis que pone
Blumer en la interpretación casa bien con una perspectiva
hermenéutica sobre las ciencias sociales. Hay
aquí, como
ya hemos apuntado, interesantes puntos de contacto con la
lingüística integracional, en el sentido de que la
situación significativa completa no está
predeterminada
por cualesquiera códigos preexistentes que se hayan tomado
en
consideración. La crítica de Blumer a los modelos
formalistas en el análisis social tiene mucho en
común
con el rechazo de los integracionalistas a las "reglas" preexistentes
que supuestamente gobiernan la actividad
lingüística.
Los
estudios pragmáticos más influyentes hoy
también han tenido que prescindir de reglas en favor de
principios comunicativos más flexibles tales como la
relevancia. En el uso del lenguaje tanto hablantes como oyentes tienen
en cuenta el carácter abierto de la interacción.
Por ejemplo, la fuerza intencionada de una enunciación (si
es una pregunta, una solicitud, etc.) puede dejarse indeterminada por
parte del hablante o por parte de la respuesta interpretativa que le da
el oyente: "puede ser que ambos interlocutores tengan
interés en que la fuerza de la enunciación sea
negociable" (Thomas 1995: 195, trad. mía). Lo
mismo puede aplicarse, por cierto, a las prácticas
literarias. Cuando Defoe publicó Robinson Crusoe
como un relato en primera persona, su naturaleza factual o ficcional
quedaba abierta para que la negociasen sus lectores.
El habla en
general, según Thomas, "no es simplemente una
reflexión del
contexto físico o social, ni de la relación entre
los roles de los dos
hablantes"; antes bien, su uso es creativo y dinámico; se
emplea tanto
para establecer como para cambiar la naturaleza de la
relación entre
los interlocutores y la naturaleza de la actividad en la que
están
participando. El lenguaje puede usarse para "romper el marco"
o recontextualizar el encuentro interactivo que está
teniendo lugar, redefiniendo aspectos del contexto
el contexto
no puede considerarse únicamente como algo dado, algo
impuesto desde fuera. Los participantes, mediante su uso del lenguaje,
también contribuyen a hacer y a cambiar su contexto. (Thomas
1995: 194, trad. mía)
Lo
cual se hace, en parte, mediante la reinterpretación que hacen
sobre cuál es el contexto relevante, y su comunicación
mutua de esta reinterpretación.
"Interacción", "Identidad" y "Relectura": Lectura resistente
La narración es, entre otras cosas, un
drama de identidades, en el cual el autor y el lector
interactúan de manera compleja, a través de una
interacción simbolizada entre diversos sujetos textuales:
autores y lectores implícitos, narradores y narratarios,
personajes. El lector es invitado, a veces mediante una compleja
retórica de alocución a narratarios ficticios, a adoptar
una identidad propuesta por la narración—a comportarse
como el lector implícito. La posición del lector
implícito es, pues, el lugar provisIonal para la
instalación del lector en el intercambio discursivo—en
tanto que lector, no en tanto
que interlocutor plenamente autorizado. Desde el momento en que el
lector se convierte en alguien más, en escritor, en
crítico, etc., se plantea la elección entre dos
alternativas: o bien seguir siendo un lector ideal que simpatiza con el
texto, o bien delimitar una actitud fuera de los cálculos del
texto, volviéndose un lector resistente.
La lectura resistente conlleva delimitar la posición
ideológica del lector frente al texto. La lectura resistente
encuentra su espacio de expresión más propio en la
escritura crítica: en realidad deberíamos hablar de crítica resistente o de escritura resistente. La
lectura de por sí estimula la participación, la
aceptación temporal de los presupuestos del texto (excepto en el
caso de textos provocativos u ofensivos). Sólo la escritura tras la relectura invita a las modalidades más sutiles de análisis ideológico y de respuesta crítica considerada.
Podemos ahora
reexaminar desde esta perspectiva el concepto de configuración
narrativa desarrollado por teorizadores como Mink
y Ricœur. Ambos insistieron en que la narración tiene una
dimensión retrospectiva o aun retroactiva, haciendo resaltar un
esquema interpretativo en los acontecimientos de la historia o de la
experiencia personal. Así lo expresa Polkinghorne:
La
actividad del argumento consiste en extraer una estructura a partir de
una sucesión, y supone un tipo de razonamiento que va y viene
desde los acontecimientos hasta el argumento hasta que se da forma a un
argumento que a la vez respeta los acontecimientos y los comprende en
un todo. Hasta la "más humilde" de las narraciones es
siempre más que una serie cronológica de acontecimientos:
es la recopilación de los acontecimientos para formar una
historia con sentido. (Polkinghorne 1988: 131, trad. mía)
La perspectiva hermenéutica, que considera a la narración
un modo particular de conocimiento, ha resultado en una
revalorización del concepto de argumento. Para Paul
Ricœur, "el argumento puede aislarse de los juicios acerca de la referencia y contenido de una historia, y puede verse en lugar de eso como el sentido
de una narración" (Polkinghorne 1988: 131). Naturalmente , el
argumento de una narración es "el sentido" propuesto por la propia narración.
El ojo de un lector resistente, de un crítico crítico o
"disonante" con el texto, puede detectar la violencia que se ha usado
con los acontecimientos para configurar el argumento. Este es el
tipo de razonamiento que emplean aquellas tendencias de la
hermenéutica narrativa que denuncian la "distorsión
retrospectiva" (hindsight bias)
y las ilusiones perspectivísticas que se imponen mediante la
forma narrativa, como por ejemplo la ilusión de fatalidad o la
imposición artificial de esquemas interpretativos
trágicos o cómicos sobre la experiencia (Bernstein 1994,
Morson 1994).
La narración tiene una fuerza configuracional retrospectiva que
puede llegar a ser incluso una especie de retroacción, ya que
los acontecimientos pasados son "generados" en tanto que tales por las
perspectivas actuales, y reciben la clase de identidad ideal que
describía Hume. Lo que deberíamos enfatizar aquí
es que la observación o valoración de una
narración supone un nuevo tipo de reconfiguración,
especialmente cuando la narración es recontextualizada
críticamente.
Se genera un nuevo argumento, uno que incluye al observador o lector.
Una de las principales tareas de la crítica (incluso de la
crítica hermenéutica "consonante" con la ideología
del texto) es hacer explícito lo que estaba implícito.
Pero esto implica también transformar, interpretar, desplazar el
énfasis, apropiarse del sentido, dar una nueva
configuración a acontecimientos y relaciones.
Las ideas preconcebidas, la tradición o el dogmatismo pueden
imponer una clausura narrativa predeterminada, una configuración
narrativa estándar, a las narraciones imaginativas o factuales.
Pero, arguye Kerby,
con frecuencia la clausura queda
desmentida por el subtexto efectivo de la acción (el nivel
prenarrativo); un subtexto que exhibe divergencias y contradicciones
que no son retomadas en la empresa narrativa explícita. La
autocomprensión va a la par con el encuentro con la alteridad,
con una empatía imaginativa hacia el otro que a su vez revela o
desarrolla nuevas posibilidades para uno mismo. (Kerby 1991: 63-64,
trad. mía)
El análisis de semejantes fracturas textuales, o el retorno de
los elementos marginales reprimidos, ha sido una tarea primordial de
los desconstructivistas y de otros críticos
post-estructuralistas. Lo que es interesante en la formulación
de Kerby es la manera en que señala a las dimensiones
interactivas y constructivas del yo que tienen tales posiciones
críticas.
La complejidad configurativa de una narración es evaluada
retroactivamente, en especial a través de la relectura y de la
crítica, que es una forma de interacción textual. El
componente retroactivo es esencial tanto para la narración como
forma cognitiva como para la crítica en las valoraciones que
hace del significado cultural de las narraciones. Nuevas formas de
complejidad, nuevas relaciones, se van descubriendo constantemente en
textos aparentemente simples o bien conocidos, sobre los cuales
aparentemente se había dicho ya todo, una vez se
recontextualizan en un nuevo marco teórico de análisis o
un nuevo paradigma crítico.
La reconfiguración crítica de un texto tiene
consecuencias para la evaluación de aquellas configuraciones que
habían sido aceptadas sobre la base de una comunidad definida en
el marco del propio texto (Gee 1999). La crítica, de modo
más claro que otras modalidades menos activas de
interacción textual, genera una dinámica de
confrontación o disensión, opuesta a una mera comunidad
comunicativa. Una disociación que se produce al releer y al
oír como intruso y sin ser invitado, overhearing,
un discurso dirigido a otro interlocutor, un interlocutor ideal. Es una
disociación que, como todas las duplicaciones semióticas,
produce significado. La experiencia de la lectura crítica nos
hace recorrer el círculo hermenéutico consistente en
distanciarnos del yo invocado en el texto. La idea tan de sentido
común de que un texto hay que leerlo primero para captar su
sentido global y luego releerlo para obtener una comprensión
mejor, podría quizá recibir una formulación
alternativa (también demasiado nítida, claro): que un
texto habría de recibir primero una lectura consonante y
colaboradora, y que la relectura habría de ser la ocasión
para una lectura resistente, asumiendo una distancia crítica que
habría de definir nuestra posición cara a nuestros
interlocutores en el marco del encuentro comunicativo concreto de que
se trate (con interlocutores me refiero no sólo al autor del
texto, sino también a lectores anteriores del texto y a los
receptores de nuestro propio discurso). Kerby ha propuesto una
"Sistematización del yo en términos de un juego de
posiciones semióticas—de sujetos hablantes, hablados e
implícitos" (1991: 64, trad. mía). A esta
concepción deberíamos añadir una dimensión
interaccional y crítica, ya que todos estos aspectos del sujeto
son representaciones comunicativas, y están por tanto sujetas en
cada caso concreto a un proceso dialógico de
reconfiguración y reevaluación.
"Verdad" e "interpretación"
Podríamos acercarnos a la cuestión
de la verdad en las interpretaciones críticas por vía de
un problema relacionado: la cuestión de la verdad en la
autonarración, tal como es formulada por Kerby:
Esta cuestión
guía nuestra investigación actual: hasta qué punto
puede considerarse la verdad de una autonarración como una
cuestión de adecuación pragmática y creativa,
más bien que como una correspondencia a la manera en que las
cosas fueron o son en realidad? (Kerby 1991: 83, trad. mía)
Existe en esta formulación un problema de circularidad, en el
sentido de que la expresion "en realidad" tal como es usada aquí por Kerby
es un concepto metafísico, y no interaccional. La manera en que las cosas fueron o son en realidad—¿para quién? Es
decir, una vez reconocemos que el observador también está
situado nos vemos abocados a la definición de la verdad como una
cuestión de adecuación pragmática.
El significado de nuestros actos intenta alcanzar esa adecuación
en términos de dos clases de motivos: motivos "porque" y motivos
"para" (según la terminología de Schutz).
El significado de nuestros actos, sin
embargo, en tanto que se trata en términos de motivos "porque" y
motivos "para", es un producto de configuraciones argumentales
retrospectivas y prospectivas que se basan en el pasado prenarrativo, y
lo reconfiguran a la luz de las actuales necesidades de coherencia y de
sentido. Aquí una vez más encontramos la
dialéctica de lo prenarrativo y la narración, una
dialéctica que es, por tomar prestada una frase útil de
Merleau-Ponty, una dialéctica de adecuación creativa. (Kerby 1991: 83-84, trad. mía)
Merleau-Ponty
sostuvo un debate contra la noción tradicional de la verdad como
algo previo a la experiencia, y en favor de una noción de verdad
constituida mediante la experiencia y la expresión—una
noción que, de nuevo, está emparentada con los
planteamientos del interaccionismo simbólico.
Merleau-Ponty
propuso que "la verdad" no es un propiedad natural del mundo en
sí, sino que la consciencia descubre la verdad en contacto con
el mundo. La verdad es inseparable de la operación expresiva que
la dice; no precede a la reflexión sino que es su resultado. Es
decir, la verdad es una creación en el marco del discurso que se
presenta a sí misma como adecuada. (Polkinghorne 30)
Es ésta una concepción
próxima sin duda a las de William James (1909) o George Herbert
Mead (1929). Al igual que Roland Barthes, mejor que hablar de
"realismo", hablaba de "efectos de realidad" creados por una
determinada retórica, podemos así hablar,
desde los planteamientos de una teoría interaccionalista
simbólica del significado, de "efectos de verdad" que se
producen localmente, en encuentros comunicativos concretos (por
ejemplo, aquí). Esta noción podría relacionarse
también con otras concepciones anti-metafísicas bien
conocidas. La interacción y el debate crítico en
contextos específicamente situados también parecen
centrales para la posición polémica de Richard Rorty
cuando sostiene que "mantener una conversación" podría
ser un objetivo suficiente para la filosofía (1979: 378).
Naturalmente, esa conversación debería incluir a
determinados interlocutores, si aspira a ser relevante.
Desde el punto de vista de la hermenéutica narrativa,
La verdad de nuestras narraciones no
reside en su correspondencia al significado previo de la experiencia
prenarrativa; más bien, la narración es el significado de la experiencia prenarrativa.
La adecuación de la narración, por tanto, no puede
medirse frente al significado de la experiencia prenarrativa, sino,
hablando con propiedad, únicamente frente a interpretaciones
alternativas de esa experiencia. (Kerby 1991: 84, trad. mía)
Parece evidente que la experiencia prenarrativa mencionada no
será vivida por otros de la misma manera en que es experimentada
por el narrador. Las diferencias de intereses, de proyectos, de
ideología, resultarán en un debate entre narraciones o
entre interpretaciones de esas narraciones. La exposición de
Kerby que acabo de citar no enfatiza el papel de la alteridad
en el debate narrativo: de los otros, y de otras intenciones y
proyectos, que resultarán en la crítica resistente o
crítica crítica a la que nos hemos referido, más
allá del impulso hermenéutico hacia la comprensión.
El lenguaje poético tiene el potencial de subvertir las
categorías ordinarias, hablando desde una posición
prenarrativa y presubjetivizada (tal como es teorizado, por ejemplo,
por Kristeva—ver Kerby 85). El psicoanálisis
también utiliza la dinámica narrativa de modo creativo,
"superando intepretaciones de nosotros mismos previas y posiblemente
bien asentadas. Esta es también una razón por la cual la
literatura, en sus mejores manifestaciones, es a la vez turbadora y
liberadora" (Kerby 86). Si los críticos son conscientes de estas
potencialidades, también deberían ser conscientes del
potencial creativo de su propio discurso, que es, como la propia
literatura creativa, un encuentro crítico con la
alteridad—una historia en curso.
(Ahora relee este artículo, otro artículo).
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Goffman,
Bruner, Blumer. Con algunos toques de narratología
literaria,
especialmente de Walker Gibson, Wayne Booth y Wolfgang Iser.
Sin
embargo, Hume también enfatiza, posiblemente como una
objeción a Locke, que la memoria no produce
enteramente
nuestra identidad, ya que la extendemos más allá
de
nuestra memoria (1896: 262). Y pasa a enfatizar la importancia del
hábito y de las ideas recibidas.
Esto trae a la mente la boutade
de Anatole France, a saber, que la crítica es
sólo una
forma elaborada de autobiografía: "Para hablar con franqueza
total, el crítico debería decir: 'Caballeros, voy
a
hablar de mí mismo sobre el tema de Shakespeare, o Racine, o
Pascal, o Goethe, temas que me brindan una hermosa oportunidad'" (France
1971: 671). Hay que admitir que el crítico puede tratar sobre
su
propia persona por la vía indirecta de tratar de la
interpretación a
cuenta de Rousseau, o de Poe, sobre "la cinta robada", o sobre "Excusas
(Confesiones)"—por
referirme a un caso célebre. Basta
con tirar de la cinta, y se halla que "nos proporciona un evento
textual de interés exegético innegable:
la
yuxtaposición de dos textos confesionales unidos entre
sí
por una repetición explícita, la
confesión, por
así decirlo, de una confesión" (Paul de Man 1979:
279,
traducción mía). Las
extrañas excusas que da Paul de
Man a la mentira de Rousseau son la ocultación de una
ocultación in
plain view... casi, casi, la confesión de una
confesión.
A esto se une un interés por la comunicación
gestual y
corporal que está presente también en G. H. Mead
(Blumer
1986: 9) y naturalmente también en Goffman.
___________
Este artículo apareció en versión inglesa con el título "Rereading(,)
Narrative(,) Identity(,) and Interaction" en el volumen colectivo Interculturalism: Between Identity and Diversity, ed.
Beatriz Penas
Ibáñez y M. Carmen López Sáenz (Berna: Peter Lang, 2006, 207-26); y en
versión española con el título "Narración, Identidad, Interacción:
Relectura" en Paradojas de la interculturalidad: Filosofía, lenguaje y discurso, ed. M. Carmen López Sáenz y Beatriz Penas Ibáñez. (Madrid: Biblioteca Nueva, 2008, 183-202).