Como en otras
películas de plagas y catástrofes, tras el
apoteosis de la tormenta viene la calma. Ya me avisaban que iba a ser
un tanto parecida a A Ciegas, de Fernando Meirelles,
sobre la novela de Saramago—ésa que va sobre una plaga de ceguera
contagiosa, y así es. Pero ésta de Soderbergh es más realista, más "documental" como decía, y menos alegórica sobre la
naturaleza humana, sin que por ello deje de verse claramente ésta en cada
personaje. Es también la película más esperanzadora que otra memorable historia de
catástrofe universal vista hace poco,
La
carretera (dir. John Hillcoat, 2009; basada en la novela de Cormac McCarthy).
Pero muestra Contagio cómo
en la reacción colectiva a una catástrofe hay de
todo—hay colaboración, organización, pero también caos, y hay aprovechados, estafadores y parásitos, y hay
lucha por la vida.
Tras la rápida difusión del virus y de la alarma por las redes sociales globalizadas, sigue el
colapso de la sociedad, el homo homini lupus—en este caso lobo solitario, "No hables con nadie, no toques a nadie,
apártate de los demás"— y
vemos una visión pasajera del derrumbamiento de la civilización.
Aquí no
llega a haber un colapso de todas las instituciones, como en La Carretera, o en Soy
Leyenda, o, pongamos, en Earth
Abides,
memorable novela de George R. Stewart sobre otra plaga universal. Es
que hay tantas historias sobre este tema... Desde The Last Man de Mary Shelley, y aun
antes, en la tradición de los relatos sobre pestes ya en Homero o en Tucídides. Bien, aquí
las autoridades siguen
firmes y controlan el desorden, y distribuyen la vacuna, y acaban con
la plaga. Realmente esperanzador. Esperemos.
Siendo interesante la narración del control, también lo es la del
desorden y el caos. Cómo se filtran rumores, unos ciertos y otros falsos,
por Internet y las redes sociales—es el contagio número dos
de la película, y podríamos decir que es su especialidad, lo que añaade ésta a
otras películas sobre plagas y epidemias. Es una película hipermediática—como suele
ser el caso ahora con las de acción; hay grabaciones y pantallas por todas partes,
seguimiento del pasado en vídeos, modelos en ordenador del virus, mapas
electrónicos en tiempo real de la extensión de la plaga, boletines,
comunicados... y también hay blogs, y Facebook, y Twitter, y redes
sociales tanto online como offline.
Uno de los hilos
argumentales tiene
que ver con el filtrado de información confidencial a través de las
redes sociales, y del caos a que da lugar, con alarma pública,
vandalismo, pánico generalizado. Otra línea argumental tiene que ver con un bloguero
supuestamente "auténtico", un whistleblower que denuncia las manipulaciones de las
autoridades y la prensa, aunque en realidad busca lucrarse promoviendo
un remedio que no es sino un placebo. Aquí salen mal parados los
blogueros, y vemos la cara de este trendsetter
julay
en carteles como los que salieron de Julian Assange y su Wikileaks (o
como los de Obama, el presidente de Facebook), con el lema "Prophet / Profit". Mala
imagen les sacan aquí a los gurús de la red.
Una
película muy
informática, en suma, que combina de manera excelente los temas de la
información viral y de los virus en sí, el contagio de la enfermedad y
el del pánico y rumores y desinformaciones. Son cosas que pasan, y más
que
pasarán, si los profetas no se equivocan. ("If the Bible is right, the world will explode", nos dice otro influencer, Bob Dylan, en "Things Have Changed").
La multiplicación exponencial de la población que acaba por llevar al caos es un motivo
especialmente
característico de estos tiempos (pre-)apocalípticos que llevamos viviendo,
sumidos ya en pleno milenio de la incertidumbre, y atrapados en una red
de dependencias e interconexiones globales.
Viendo de nuevo Titanic el otro día, en modo alegórico, también se veía allí una buena dosis de hasta qué punto Occidente (el mundo de hoy, vamos) es un barco autocontenido dirigido hacia ni se sabe hacia qué oscuros icebergs. Ofrece Contagio, como Titanic, una perspectiva desengañada sobre la ignorancia en que seguimos, a la generalidad del personal me refiero, hasta segundos antes de que nos llegue la catástrofe—cuando ya se ha desatado ésta y sigue su curso inevitable, cuando ya están los virus circulando de boca en boca, y las bodegas inundándose, cuando ya está la botella a punto de reventar de bacterias— y nosotros seguimos bailando con la orquesta, mientras aún suena la música.