Las reflexiones actuales sobre la interiorización de la interacción deben seguramente algo, o mucho, a Sigmund Freud. Hay precedentes muy notables, como Nietzsche, que formulan la constitución del sujeto mediante la interiorización, pero la teoría de Freud sobre la complejidad de la mente se basa en gran medida en la interiorización.
Para
Freud la consciencia es una estructura que se va generando a la vez
ontogenéticamente y filogenéticamente en un proceso de simbolización
gradual: comportamientos antes ligados a acciones van siendo
sustituidos o desplazados por símbolos. Reconocemos este razonamiento
en sus teorías de las fases eróticas del desarrollo, del narcisismo,
del fetichismo, de la génesis de la sexualidad... Y aquí hay un pasaje
en el que habla del desarrollo filogenético o histórico de la
consciencia mediante un proceso de simbolización
del comportamiento. Así se desarrolla el pensamiento a partir
de una represión de la acción, y su sustitución por un símbolo mental.
El texto viene de Totem y Tabú:
El sacrificio ritual del dios cristiano es un ejemplo altamente
simbolizado de este tipo de sacrificios rituales, ampliamente
estudiados por los años de Freud en el libro de J. G. Frazer La Rama Dorada.
Es
curioso que la última frase de esta cita de Freud es una parodia por
inversión del principio del Evangelio de Juan, "En el principio era el
Verbo". Para Freud, como materialista que es, el verbo es "la sombra
fonética" de la acción a la que se refiere. La misma frase la utiliza
León Trotsky poco después (¿habría leído Totem y Tabú?) para criticar el
idealismo de los formalistas rusos en sus teorías literarias. Trotsky
propone una teoría materialista de la literatura, y también dice eso,
que al contrario de lo que creen los discípulos de San Juan, o los
formalistas, "en el principio fue la Acción. Y la palabra siguió, como
su sombra fonética". ("La escuela formalista de poesía y el
marxismo", 1923, en Literatura i
revolutsiia, 1924).
La idea básica de la interiorización y
simbolización de la experiencia proviene ya, claro, del aristotelismo.
Podemos recordar el dictum
escolástico, nihil in intellectu
quod non prius in sensu, que contiene en germen ya la idea del
símbolo como desplazamiento de una acción o un objeto material, y del
mundo mental como algo que es generado mediante la interiorización de
estímulos sensoriales.
Obsérvese una curiosa paradoja o
ambigüedad (relativa a una relación retroprospectiva entre el
pensamiento y la acción, así como entre el símbolo y el concepto) en
este pasaje de Freud: cuando dice que en los hombres primitivos es "más
bien la acción la que es un sustituto del pensamiento", hay que
entender de otra manera esa sustitución—pues allí se está sustituyendo
algo que todavía no existe, ya que el pensamiento plenamente realizado
es precisamente aquello de lo que carecen, y que está sólo in fieri,
en la propia acción en tanto que modo de pensamiento simbólico
incipiente. El camino al pensamiento reflexivo es largo, y pasará por
el desarrollo de formas simbólicas basadas en la acción. Son
recomendables para seguir esta historia las reflexiones de René Girard
tanto sobre el desarrollo del simbolismo (y de los sacrificios
rituales) como sobre los intentos freudianos de teorizar estas
complejas cuestiones—pueden leerse en Des Choses cachées depuis la
fondation du monde.
Y
una última observación sobre las intuiciones de Freud, en este caso la
relativa a la importancia de la inhibición. Los estudios sobre
las neuronas espejo han mostrado la importancia de la inhibición a un
nivel neurológico realmente básico; la percepción misma que permite
comprender una acción en otro agente va unida a la inhibición del
reflejo repetitivo de esa acción, de modo que esa repetición se da
únicamente a un nivel mental, interiorizado, sin llegar a expresarse en
la acción física. Es así como, desde el origen mismo de nuestra
estructura perceptual, la interacción externa crea la experiencia
interna en la forma de una percepción, una interacción internalizada
que es también un pensamiento reflexivo incipiente.