SOMOS SIETE MIL MILLONES
José Angel GARCÍA LANDA
Somos Siete Mil Millones...
... Únete a nosotros. Nos
anuncian que hoy, hoy treinta y
uno de octubre de dos mil once,
llega el planeta Tierra a siete mil millones de habitantes, en
crecimiento continuo y de momento imparable. Por... suerte, digamos.
Sólo grandes catástrofes lo pararán, mayores que las que ya hay, quiero
decir—con epidemias, tsunamis, volcanes, hambrunas, guerras, crisis y
abortos masivos e industrializados. De momento, seguimos creciendo felizmente,
como los gusanos en un queso, hasta que el agotamiento de los recursos
nos reduzca a proporciones más adecuadas a lo que serán las
circunstancias. En un queso agusanado, si hay muchos gusanos, pronto
habrá muchos más. Y enseguida muchos más—hasta que de repente no
queda ninguno, o muy pocos, cuando se ha agotado el queso.
Pobres de los que vivan en esas circunstancias—pobres de los que ya
están viviendo en ellas, porque el futuro no llega de golpe, como no se
va de golpe el pasado. Para viajar al pasado, para viajar al futuro
(quién dice que no existen las máquinas del tiempo, se llaman coches y
aviones) basta con ir al lugar adecuado, a Los Angeles, a México, a
Lagos.
No hace tanto, la última vez que se habló de este tema, quizá,
cuando
me mudé a esta casa—éramos sólo seis mil millones. Y aún me acuerdo
como si fuera ayer, que cuando era yo adolescente, éramos cuatro mil
millones. Y tres mil
cuando yo nací.

Los crecimientos continuos se nos presentan como una situación estable,
controlada y normal. No lo son. Alfred Bartlett ha llamado a esta
ilusión o falacia mental el secreto matemático mejor
guardado del siglo XX.
Nos hemos acostumbrado a vivir con un crecimiento exponencial. Cuando
está claro cuál es el final de ese camino—todos los gráficos lo
enseñan, esos que muestran los índices de las ordenadas escalando
súbitamente a medida que las abscisas se acercan al año dos mil y se
adentran en nuestro siglo. ¿Les sugiere algo este gráfico? Aquí habla más al
respecto Bartlett: "Aritmética,población y energía"—una
conferencia que es imprescindible para poner estas cuestiones en
perspectiva.
Oigan un dato que repiten estos días. En el año 2050, la
población se habrá duplicado. Las tierras de cultivo, sin embargo, sólo
habrán aumentado un cinco por ciento. ¿Sería posible alimentar
adecuadamente a esa población con esas tierras? Posible, quizá, con
muchas condicionantes. ¿Se hará? Lo dudo mucho.
Termino ahora de apuntar cuatro notas sobre el libro de Fred Spier, El lugar del hombre en el cosmos. Tras
narrar el origen de la vida y el crecimiento de la especie humana, se
pregunta Spier por nuestras perspectivas de futuro, y más en concreto por
la sostenibilidad de nuestra civilización globalizada. Uno de los
últimos compases del libro habla sobre...
La disponibilidad de recursos
materiales y energéticos.
Siguiendo su razonamiento, nuestro futuro como especie será más
o menos largo y próspero (o breve y terrible) según la disponibilidad
de recursos, y sobre todo de energía: al estar muchos recursos
dispersos y ser de difícil utilización, de no tener energía barata para
extraerlos y aprovecharlos, "se sigue que la disponibilidad de energía
guarda una muy estrecha relación con la disponibilidad de otros
recursos" (414).
Spier, a quien algunos podrán considerar pesimista, peca para mí de
optimismo casi descabellado en algunos aspectos. Por ejemplo,
argumenta, y con razón, que "una de nuestras necesidades primordiales pasa por
mantener controladas las cifras demográficas humanas"—o de lo contrario
caeremos en una profunda crisis (y no hablamos de que quiebre algún
banco, no, o de que recorten las pensiones, sino de cosas espantosas).
"Por fortuna", dice Spier, "el crecimiento demográfico global parece
estar manteniéndose de forma espontánea en niveles estables, y da la
impresión de que dicho fenómeno está ligado con el creciente proceso de
urbanización" (414-15).
—¡Pero de qué está hablando!— como
diría Bartlett,
What's he
talking about?!!!
Mil millones de habitantes más en estos diez años, y llama a esto ¡"un
nivel estable"! — Es un caso ejemplar del espejismo a que aludía Bartlett,
la confusión entre un crecimiento
sostenido y la estabilidad. No,
la población no es estable en su
crecimiento,
porque el crecimiento no es estabilidad, en absoluto, y menos a estas
alturas de la película. Me temo que el crecimiento exponencial de la
población frente a los recursos va a pillar a más de uno por sorpresa,
incluido a mí que escribo estas líneas. Y yo pensando en releer a
Malthus, a estas alturas.
Si los desincentivos urbanos al crecimiento a los que alude Spier han de
funcionar, no será antes de que el mundo esté tan superpoblado como
Ciudad de México. Un panorama nada envidiable, en el que
lamentablemente habrán de vivir nuestros nietos, si no nuestros hijos.
Es como para aconsejarles que no tengan hijos, como nos lo
aconsejábamos nosotros en tiempos, viendo el futuro tan dudoso como hoy
lo vemos. Pues que nos sigamos equivocando—qué más se puede pedir.
Los humanos sobrevivirán (algunos) de una manera u otra, eso sí. Los propios
humanos son un recurso energético y material explotable, como bien se ha
venido demostrando en cien mil años de historia. La explotación de los
recursos naturales siempre ha pasado en el caso de los humanos por un
filtro humano: por la explotación del hombre por el hombre, o de la
mujer por el hombre—y en el futuro, tanto más lo hará. No nos preocupemos por
el planeta—el planeta sobrevivirá, y posiblemente la vida en una forma
u otra. Con extinciones masivas de especies, eso sí. Incluso
en circunstancias espantosas,
sobrevivirán también humanos durante mucho tiempo. Lo que no
sobrevivirá, sino que se transformará enormemente, como viene
haciéndolo sin cesar, es nuestro mundo globalizado y nuestra cultura
actual. Para Spier,
"la
interrogante decisiva parece ser la que gira en torno a la cantidad de
energía de la que podamos disponer para construir el volumen de
complejidad que necesitamos, manteniendo al mismo tiempo la entropía
dentro de unos márgenes deseables" (415).
A lo cual cabe matizar, dos preguntas que no son evidentes de por si. ¿Qué es deseable? ¿Qué necesitamos? —O,
quizá, una tercera, ¿qué es
soportable, pujando a la baja, entre la oferta de condiciones y la demanda de vida? Son
límites que algunos ya exploran, terrenos baldíos de la experiencia
humana que serán cada vez más frecuentados, siquiera sea por que cada
vez habrá más gente apretándose para ocupar ese espacio.
Aun contando (de modo optimista) con la posibilidad de descubrimientos
de recursos energéticos insospechados (pero reléase la fábula de las
botellas de bacterias de Bartlett), Spier considea altamente
preocupante la actual dependencia de recursos energéticos no
renovables, los combustibles fósiles. Estamos, quizá ("quizá", dice) en
el principio del fin. No son buenas las perspectivas para lograr
reactores de fusión nuclear viables. Pero no nos detendremos en el
impulso de quemar todo el combustible fósil, hasta que no sea a la fuerza:
"será
difícil inciar una transición que nos lleve a utilizar fuentes de
energía renovable mientras los combustibles fósiles sigan resultando
asequibles, ya que el actual régimen económico impulsa la
competitividad" (417)
El candidato de Spier para la renovación energética es la energía
solar, aunque augura unos problemas asociados a su desarrollo—quizá no
los más obvios. Lo que a mí me parece es más bien que la actual energía solar va
a caballo de la energía de los combustibles fósiles, que son los que
impulsan nuestra sociedad avanzada. No sabemos si llegaremos a tiempo a
la cita con la energía solar—quién llegará, quiero decir, y cómo. Puede
leerse al respecto la curiosa novela Solar,
de Ian McEwan. No sabemos qué va a pasar con la producción industrial
cuando deje de ser viable el actual régimen de transportes. Desde
luego, como señala Spier, habrá que potenciar lo local—pero no sabemos
cómo de difícil va a ser la transición de un régimen a otro.
"Será
preciso diseñar y producir un gran número de nuevas formas de
complejidad construida. Todo esto significa que el futuro de los
ingenieros presenta unos visos excepcionalmente halagüeños" (420).
Hay formas de complejidad cultural energéticamente costosas van a verse
seriamente afectadas, en especial transporte por avión y coche. Pero
también la agricultura moderna industrial, que depende de las máquinas.
Spier considera que "El mantenimiento de la actual complejidad
electrónica global es probablemnte menos costoso, y por consiguiente es
posible que se vea expuesto a una reducción menor" (421)—ójala, y seguiremos retransmitiendo. Pero, si se
transforman la agricultura, y el transporte, la industria ha de cambiar,
de maneras inimaginables. O únicamente imaginables en un registro cyberpunk, me temo.
El agotamiento de los recursos clave
y el aumento de la entropía
No es sólo el agotamiento del petróleo lo que amenaza a la
agricultura industrializada. También el agotamiento de los fosfatos,
señalado por Spier como un recurso en disminución y que será
insustituible—hoy va a parar al mar, se vuelve inutilizable allí, y habrá que
economizarlo. Otros procesos entrópicos están en curso: los gases
causantes del efecto invernadero, la pérdida de la biodiversidad debida
a la urbanización, la tala masiva de bosques y la agricultura
industrial, la proliferación de desechos industriales y basuras... Si
ha de haber una transicón a un régimen sostenible a largo plazo, el desarrollo de una
energía renovable será crucial, y no sabemos cómo podrá usarse para
contener estos procesos entrópicos. Todo parece apuntar a la necesidad
de una transformación radical en los hábitos humanos de consumo de
energía, pero también de organización social, de consumo y de
alimentación. Esta transformación alcanza más allá de los seres
humanos, pues implica a una buena parte de la biosfera controlada por
ellos e implicada en sus procesos de producción y sus sistemas de
organización. La transición a un régimen de energía renovable y de
población estable habrá de producirse—y habría de ser pronto...
... Pero
estamos muy lejos de que se produzca esa transición. Hemos pasado
varias niveles de alarma de gravedad creciente (esto no lo dice Spier
sino yo) y sin embargo no nos detendremos hasta haber comprometido
seriamente, qué digo comprometido, abocado a la destrucción, cualquier
tipo de régimen económico semejante a los que hemos conocido en el
pasado. El futuro será distinto, quizá bonito para algunos, pero el
futuro de la mayoría de la humanidad futura no nos parece envidiable,
visto desde aquí. Aunque hay ambientes para todos los gustos.
Una reflexión de orden general sobre el pasado, y sobre el futuro. No hemos
estado en ellos, y sin embargo, a vista de pájaro, podemos verlos desde
aquí. La complejidad actual es producto de una larguísima etapa de
formación, sistemas complejos acumulándose sobre sistemas más simples,
desde un origen absolutamente simple—y el futuro verá el decrecimiento
de la complejidad, a más corto o a más largo plazo. Esto sucederá, y
sobre eso hay pocas dudas. Lo que desconcemos es si estamos en una fase
relativamente temprana, o relativamente tardía, de la historia de los
sistemas complejos. Todo es evolución, panta reï, como
decía Heráclito, todo fluye. No hay ningún sistema que de por sí sea estable, sólo
estabilidad aparente o parcial, o ciclos como vueltas de peonza que se
repiten, cada vuelta aparentemente como la anterior, pero en realidad
distinta, mientras la peonza va perdiendo energía. No hay sistemas
estables, ni desarrollos sostenibles.
Herbert Spencer, en First Principles, ya habló de
los procesos complejos de equilibración
relativa, o estabilidad, y de su disolución a más largo plazo. Hay que
decir que Spencer ve el crecimiento de la población humana con relativa
poca preocupación; como Spier, parece creer que se equilibrará (aunque
igual su altura olímpica es demasiado remota para observar los procesos
por los cuales ésto se lleve a cabo):
"Evidentemente,
este progreso industrial tiene su límite, lo que el Dr. Mill ha llamado
'el estado estacionario'. Cuando la población se haya hecho densa en
todas las partes habitables del mundo; cuando los recursos de todas las
regiones hayan sido completamente explorados; y cuando todas las artes
productivas no admitan mejoras ulteriores; entonces habrá de resultar
un equilibrio casi completo, tanto entre la fertilidad y mortalidad de
cada sociedad, y entre sus actividades productoras y consumidoras. Cada
sociedad no exhibirá sino desviaciones menores de su número medio, y el
ritmo de sus funciones industriales continuará de un día a otro con
perturbaciones comparativamente insignificantes" (First Principles 459).
—Esto sucederá cuando nos hayamos comido todo el queso que son los
combustibles fósiles. De qué viviremos, no se dice. De la luz del sol. Y los cataclismos posibles de la adaptación a este
régimen, no los menciona Spencer.
Desde
este punto del mundo
vemos lo que es el mundo, vemos su pasado remoto y su futuro lejano,
dentro de los límites que nos son dados. A esa escala, casi parece
ocioso preguntar cuánto tiempo tenemos, y sin embargo es una cuestión
que no puede sino preocuparnos. Y cuánto tendrán nuestros
descendientes, y qué es lo que les va a tocar vivir.

¿Emigrarán los seres humanos a otros
planetas?
La respuesta, en breve, es no.
Mucho la matiza Spier, hasta extremos casi ridículos, especulando con
la posibilidad improbable de un viaje interestelar que (en cualquier
caso) seguiría dejando en la Tierra a la totalidad de la especie humana
en bloque, y que no resolvería nada sino una precaria continuidad de
algunas tradiciones culturales. Ni eso, habría que decir. Un puñado de
astronautas no podrían, ni con auxilio informático, mantener una
compleja tradición cultural, que depende de una amplia población y una
extensa organización social. Serían a la vez los últimos hombres y los
nuevos primitivos, antes de su muerte fría que sería más temprana que tardía.
Pero no sucederá, ni siquiera ese epílogo de la
historia. No
disponemos de la tecnología y de la energía necesaria para impulsar ese
viaje, y con toda seguridad nunca dispondremos de ellas. No
habrá naves interestelares, pues sólo el derroche industrial del siglo
XX ha hecho posibles nuestras diminutas incursiones en el vecindario
extraterrestre. Para recorrer el futuro precario, la Tierra es nuestra
única nave espacial, y el destino de una hipotética nave o flotilla
interestelar no haría sino remedar, en versión abreviada y a modo de
farsa tecnológica, un grotesco théâtre
de la cruauté,
la tragedia de la historia humana. Las dejaremos esas naves para el
cine, compensación imaginaria, y ya tenemos en cualquier caso las
Historias Futuras de Olaf Stapledon y otros
a modo de consuelo. Pronto tendremos otros asuntos que resolver, y
otros futuros más apremiantes. He de decir que Spier también concluye,
con lúgubre parquedad, que esos sueños de la razón no son sino sueños
de la imaginación: "en la actualidad, no se dan las circunstancias
Goldilocks necesarias para la realización de viajes espaciales a largas
distancias" (427).
Los viajes a las estrellas son una fantasía de la era industrial, del
mismo modo que el Más Allá era una fantasía de la era de la
servidumbre. Huímos a los cielos—pero sólo en la imaginación. Muchos no
lo han entendido aún.
Unas palabras para concluir
La conclusión de Spier es un interrogante—¿seremos capaces de
desarrollar un régimen sostenible, no para la eternidad, pues el ser
humano está abocado a la extinción, sino durante un tiempo
razonablemente largo? ¿Un régimen en el que sea posible mantener la
complejidad cultural alcanzada o al menos gran parte de ella?
Para eso tendremos que hacer algo que no hemos hecho. A saber,
remodelar, culturalmente, nuestros hábitos despilfarradores de consumo,
que probablemente vienen (y aquí Spier parece concurrir con los
sociobiólogos evolucionistas) de un desfase cultural. Somos
depredadores de la sabana
(es nuestro origen) trasladados a otro entorno, pero seguimos
comportándonos de manera depredadora—refinados, eso sí, nuestros
hábitos depredadores y convertidos en una compleja estructura de
trabajo y explotación a nivel mundial.
"es
posible que los seres humanos estén genéticamente programados
para extraer una mayor cantidad de materia y energía de la que precisan
para asegurar su supervivencia y su reproducción. De ser esto
efectivamente cierto, ¿habrá que pensar que los seres humanos tienden
genéticamente a rebasar las circunstancias Goldilocks que delimitan su
exsitencia en el planeta Tierra? Si así fuera, ¿habrá esperanza de
poder domeñar este instinto biológico con ayuda de la cultura? ¿Cuáles
son las circunstancias sociales que podrían favorecer este tipo de
conducta? (428)
Puesto así, la pregunta de si lograremos cambiar(nos) o no, es ociosa, o
retórica, o nos embarca en un razonamiento dialéctico.
No cambiaremos,
no nos cambiaremos, a menos que las circunstancias nos cambien y nos
fuercen a cambiarnos, y no será bonito de ver. El pasado es una larga
historia de brutalidad y horrores, que también tiene muchos elementos
de sweetness and light.
Probablemente también lo será el futuro—en gran parte de él no nos
reconoceríamos, como no nos reconoceríamos a gusto en nuestros
ancestros no tan remotos. Queda por ver si es tan largo como el pasado,
el futuro éste incierto y no muy agradable. Entretanto, seguimos
quemando la sabana, como si fuese la Tierra plana, "inmersos en una
forma de sociedad que por lo general prima los resultados a corto
plazo, ya sea en el ámbito económico o en el político" (429). La
sabana parece muy plana, e inacabable. Pero la
Tierra es redonda, decía mi padre, y avanzando tras la hoguera,
pronto nos encontraremos con tierra quemada por
delante.
Concluye Spier su libro, sobre la complejidad y la sostenibilidad:
"Sea
como fuere, espero haber dejado claro que el principio centrado en el
estudio pormenorizado de los efectos que tiene el hecho de que los
flujos de energía, al recorrer la materia en el marco de unos
determinados límites Goldilocks, conduzcan tanto al aumento como al
declive de la complejidad a todos los niveles, no sólo venga a
simplificar muy notablemente nuestra comprensión del pasado remoto,
sino que ayude a esclarecer las cuestiones clave a que habrá de
enfrentarse la humanidad en un futuro inmediato". (430)
Pero no hace falta
esperar a que llegue el futuro, para verlo, como
decíamos antes—nosotros, y Radio Futura (en "Enamorado
de la moda juvenil") —"el futuro ya
está aquí".
—oOo—