Teoría paranoica de la observación mutua
José Angel García Landa
Llamo teoría paranoica de la observación mutua a la expuesta por Erving Goffman en Strategic Interaction
(1969). El primer ensayo, "Expression games", es muy muy típico de la
Guerra Fría, pues se basa en la tesis de que las acciones y estrategias
de los espías no son diferentes en naturaleza, sino únicamente en grado
o intensidad, de las que aplicamos constantemente en la vida cotidiana.
Los espías son como nosotros, porque nosotros somos como los espías.
Simulamos, observamos, ajustamos nuestro comportamiento calculando la
interpretación del otro, y construimos la superficie de la naturalidad
como algo que nos permita luego actuar con información previa, habiendo
preparado el terreno, y poder presentar así una espontaneidad
construida que nos permita una actuación redonda, llevando adelante
nuestro personaje con sprezzatura.
Así pues, la vida cotidiana es una especie de guerra fría, y nuestras
parejas, familiares, amigos y allegados son objeto de nuestra
infiltración—como nosotros lo somos de la suya. Naturalmente, esta
infiltración en lo más cercano lleva a una estructura de personalidad
marcada por dicha infiltración: para espiar a los demás
convincentemente debemos observarnos también nosotros, vernos desde
fuera, interiorizar la división sujeto/objeto, la observación
disimulada, y la actuación (con ensayos mentales previos) ante sí
mismo, antes de exteriorizarla convenientemente preparada ante los
demás.
Recomiendo leer el ensayo de Goffman junto con otra pieza paranoica,
también modélica de la Guerra Fría: el cuento de Donald Barthelme
"Game" de Unspeakable Practices, Unnatural Acts o Sixty Stories—donde
dos encargados de accionar simultáneamente el botón nuclear se
observan, cada uno armado, cada uno paranoico, sospechando los dos de
la cordura del otro, y simulando naturalidad y despreocupación.
Veamos todo esto más detenidamente.
El ensayo de Goffman estudia "la capacidad del individuo para adquirir,
revelar y ocultar información" (4, traduzco). Cuida bien Goffman de
distinguir la información de la comunicación.
La comunicación es transmisión intencional de información, pero el
sujeto exuda información interpretable, aparte de la comunicada—por su
manera de comunicar y por todo lo demás que hace o es. En especial cara
a cara, pero también por toda la pragmaestilística, ceremonial y
materialidad de la interacción, aun si ésta es por escrito.
Antes de emplear un término vago como "verdad" para caracterizar la
comunicación del sujeto, hay que determinar si nos referimos a algo que
el sujeto cree, o a algo que es cierto, o a algo que el sujeto cree y
que es cierto.
Pero aparte de la información comunicada están como decimos los
aspectos expresivos de la interacción: los gestos e información no
codificada que emplea el sujeto observado. La idea central del libro de
Goffman es que como resultado de la interacción y de la observación
mutua, estos gestos en principio no codificados pueden, primero,
interpretarse; luego, una vez el observado sabe que pueden
interpretarse, pueden codificarse y presentarse como una espontaneidad
construida; y tercero, esa construcción o gramaticalización puede a su
vez ser descubierta. El juego de codificación y descodificación puede
continuar (por ejemplo, estableciendo un segundo plano de comunicación
mutuamente entendible pero no confesada abiertamente), con
complicaciones sucesivas, tanto más complejas cuanto fino sea el
conocimiento que las partes observada y observadora tienen una de
otra—pero se vuelve todo esto cada vez más incierto, y la información
obtenida menos utilizable y más azarosa.
Aquí teoriza Goffman la interpretación "sintomática" (crítica o unfriendly) como estrategia de lectura del mensaje, tanto del contenido comunicado como de su periferia estilística:
Esto se extiende a todo tipo de información contextual no comunicada intencionalmente. Al leer al otro, no nos limitamos a recibir pasivamente su información, sino que interpretamos el contexto para obtener información suplementaria. Y esto lleva a que esa información suplementaria y originalmente no controlada se preste a ser controlada, primero por el sujeto observador, luego por el sujeto observado, para limitar la capacidad de observación del observador y obtener una ventaja en la situación interactiva:
Veremos que esta competencia o guerra de ingenios entre el
observador y el sujeto observado lleva a los dos a convertirse en
imágenes especulares (infinitamente especulares en potencia), ambos
observador y observado. El proceso de observación y de interpretación
de los signos obtenidos se transforma así en una lucha por obtener la
posición de topsight— el
dominio perspectivístico del panorama de la acción, disponiendo de la
información más fiable. Y, visto que la labor del sujeto observador no
es únicamente pasiva, sino también activa, fabricando
la realidad que ha de ser observada, se convierte este enfrentamiento
también en una lucha por el control de la realidad: ¿cuál de los dos
sujetos sabe qué es lo real, cuál sabe distinguir lo realmente
espontáneo de lo construido, de lo que se ha amañado o preparado para
que pase por natural? ¿Cuál construirá una realidad a la vez más
controlada y más aparentemente inocente? ("Tanta casualidad no puede ser casual"
canta Carmen París). Es un combate casi metafísico—habida cuenta sobre
todo de que el Otro al que nos enfrentamos es el Otro-en-nosotros, es
la interpretación que hacemos de lo que el Otro puede interpretar, tal
como lo entendemos desde nuestro punto de vista. Las posibilidades de
empatía crecen a la vez que las de competencia (tema para buenos
argumentos de espionaje)—y si el sujeto se construye mediante la
reflexión y la interiorización de la interacción, podemos decir que este tipo de distancias cortas son un espacio de primera categoría para el desarrollo de la experiencia subjetiva.
Aunque Goffman lo tenía a huevo para utilizar una analogía
heisenbergiana (por aquello de que la presencia del observador afecta a
la situación observada) se desentiende explícitamente de ello (p. 11) y
distingue entre la observación de seres inanimados, indiferentes a ser
observados, y la de seres animados, en los que la observación
desencadena una reacción. Pasa a clasificar los tipos de
movimiento interactivo posibles:
1) unwitting move, cuando la
actividad del objeto observado no va orientada al sujeto observador,
cuando es digamos "natural", iniciando así el juego (pero sin jugar).
2) naïve move, la
interpretación que hacemos de un objeto cuando damos por hecho que el
sujeto observado puede interpretarse tal como aparece, en sentido
literal digamos—que sus acciones son unwitting moves.
3) control move, cuando el
objeto (también sujeto observador) produce expresiones que considera
mejorarán su situación si son interpretadas como unwitting moves
por un observador crédulo: "The subject appreciates that his
environment will create an impression on the observer, and so attempts
to set the stage beforehand" (12).
Los movimientos de control se diversifican a su vez de modos
interesantes, dando lugar a las artes de "1) concealment or cover, 2)
accentuated revealment, and 3) misrepresentation" (14). Esto tiene
consecuencias interesantísimas en la complicación de la realidad que
produce: la realidad antes inocente pasa a ser algo calculado y
fabricado; se abre un segundo nivel de significación no literal y
compleja. Por otra parte, aunque Goffman no lo presenta en estos
términos, tiene esto una importante dimensión narrativa: la realidad se
narrativiza intensamente, con argumentos hipotéticos de detección y
ocultamiento, se llena de historias posibles que se materializarán o
no, y el futuro pasa a ser planificado desde el presente. Se siembran
las semillas de la acción futura que luego se hará pasar por
espontánea: toda una historia, vamos. Aquí se juntan predicción,
retroacción o retroprospección (desde la predicción) y una
intensa reflexividad empática. Goffman se refiere a G. H. Mead cuando
nos dice que "the subject turns on himself and from the point of view
of the observer perceives his own activity in order to exert control
over it" (12).
Este paso, aunque intensamente interactivo, no es propiamente comunicativo:
Otra dimensión narrativa del análisis de Goffman aparece en su
definición de las explicaciones y relatos: "The subject, in addition to
feigning and feinting, can provide the observer with ’accounts’ and
’explanations’ , these being verbal techniques for radically altering
the assessment that the observer would otherwise make" (16). Habría que
aclarar que el observador también construye (ha construido) una
estructuración narrativa de los hechos, y que la narración explícita
del sujeto observado es una contranarración,
una narración más en un concurso de narraciones o estructuras
narrativas que explican o interpretan la realidad de maneras diferentes.
Una vez establecido el movimiento 3.1 (covering move) puede abrirse paso al movimiento interactivo número 4: uncovering move, mediante
exámenes o revisiones. El juego de encubrimiento y descubrimiento puede
ser especialmente intenso en un contexto específico que sea bien
conocido tanto por el observador como por el observado (el
encubrimiento y descubrimiento de la ignorancia académica, entre
profesores y alumnos, es un ejemplo; otro serían los signos generados
por el hábito entre las parejas). Y tras el 4 viene el 5: counter-uncovering move, el paso final de complicación que Goffman considera útil distinguir en este análisis del maquiavelismo cotidiano.
Un elemento a tener en cuenta es que, habida cuenta de la observación
mutua y del deseo de cada uno de los actores de tener el dominio
informativo sobre la situación, un paso especialmente recomendable es simular que no se tiene ese dominio:
"The best advantage for the subject is to give the observer a false
sense of having an advantage—this being the very heart of the ’short
con’" (20). El sujeto se halla en posición especialmente favorable si
controla al controlador, si puede ofrecer un aspecto ya sea de
inatención descuidada, de la "naturalidad" de quien no se siente
observado. O, en una segunda fase, de incompetencia—
simulando torpes maniobras de ocultación que en realidad buscan
despistar al espía, que creerá haber desvelado las patéticas defensas
que el sujeto levanta contra la posibilidad de ser espiado. Son dos
fases similares (una naturalidad construida), una fingiendo ignorar al
observador, otra fingiendo que se le considera menos compentente en su
obtención de información de lo que en realidad se le considera. Claro
que si este juego se descubre se pasa rápidamente a un terreno
indeterminado en el que todo pasa a ser engañoso y toda apariencia es
potencialmente una construcción.
La realidad inocente peligra, con esto que Goffman llama la "corrupción
de la expresión". Una vez el sujeto se embarca en la simulación de
expresiones emocionales, descubre que toda señal espontánea puede ser
imitada y controlada para controlar así a quien la observe. Así la
expresión facial antes espontánea, los rasgos corporales que traicionan
la emoción interna, y que pueden ahora ser ensayados, etc. Los
espías internacionales pueden así construirse una identidad falsa con
abundancia de indicios "periféricos" que proporcionan lo que Barthes
llamaría un efecto de realidad. Pero la vigilancia se extiende rápidamente a otros terrenos y contextos:
Vamos, que estamos en terreno móvil continuamente: lo que hace
poco era incontestablemente natural puede hoy ser al menos en potencia
el teatro público de una monitorización universal.
Pero no hace falta llegar a refinamientos tecnológicos para que se
"corrompa la expresión". En la interacción ordinaria, tanto el
observador como el sujeto observado monitorizan la expresión de éste, y
evalúan lo que podría ser creíble como manifestación espontánea o como
fabricación—y el propio sujeto observado altera su expresión de acuerdo
con estas evaluaciones. Así por ejemplo con señales de atención tales
como la dirección de la mirada:
Mirando o no mirando a las piernas de las chicas, por ejemplo.
Es interesante este asunto de la dirección de la mirada si se tiene en
cuenta que en el ser humano es un dato eminentemente evaluable (por la
visibilidad de la posición relativa del iris y el blanco de los ojos)
si se compara con la mirada de otros animales. Es en efecto un
instrumento interactivo de primer orden—tanto la mirada de reojo como
su interpretación y su control. Sugiere Goffman que si bien es
esperable un cierto control sobre la expresividad, el control completo
es imposible: "subjects cannot be counted on to maintain complete
strategic control over their expressive behavior" (33)—y de allí que
sea útil estudiarlo, y necesario aventurar interpretaciones siempre
inciertas en cuanto a los límites de ese control.
Es difícil sobrevalorar la importancia semiótica de estos fenómenos:
signos espontáneos que se captan primero en un proceso de interacción,
y que luego pasan a fabricarse, una vez esa captación es captada a su
vez—todo un ejercicio de atención a la semiosis de la realidad, "an
intentional shifting into the explicit focus of attention of what is
ordinarily obligatorily disattended" (35). Este ejercicio de atención
también lleva a desarrollar una perspectiva holística sobre el sujeto,
visto que la riqueza de información viene precisamente de la
multiplicidad potencial del individuo, irreducible a una sola dimensión
comunicativa, o a un solo papel interaccional. La actuación es guiada
en principio por el interés predominante de un individuo, pero los
individuos son multidimensionales, no tienen un único interés—su papel
en cuanto actores en una determinada línea de acción no es sino uno de
sus posibles avatares. Las líneas de acción y los sujetos no coinciden.
De allí que distintos sujetos puedan formar equipo para un objetivo
determinado, o que un mismo sujeto se vea dividido en sus distintos
aspectos o roles, el que está comprometido con el objetivo, y otros
yoes que tienen intereses divergentes:
Otra complicación interactiva de esta fragilidad o borrosidad del sujeto es que estas debilidades pueden volverse un inconveniente para el propio observador. Así por ejemplo, las confesiones obtenidas bajo tortura no resultan informativamente fiables, y de hecho son desacreditadas en los sistemas judiciales modernos. Y esta misma debilidad conocida puede ser reciclada, reutilizada y utilizada por el sujeto como una baza en el juego, de manera calculada (41). Nos cuenta Goffman historias fascinantes de espionaje: de bandos que ocultan información a sus propios miembros a los que saben vigilados, para así poder manipular mejor al enemigo que así interpretará su ignorancia, o su fe en la información amañada, como auténtica y no fingida. Espías, y agentes dobles, y triples y cuádruples, cuyas maniobras son cada vez más ambiguas y azarosas. (La película de Martin Scorsese Infiltrados (The Departed) ofrece buenos ejemplos de estos problemas y peripecias).
Y va Goffman clasificando distintos tipos de limitaciones impuestas al juego de la expresión: factores físicos, conocimiento especializado, características de la naturaleza humana, y normas sociales. Por ejemplo, ésta muy interiorizada, que nos indica que no hay que mentir y que se asegura de que de hecho no lo hagamos:
Todos llevamos un polígrafo incorporado. Pero ahí ya entra el
juego entre las partes sobre si se quiere interpretar realmente, o si
se sabe hacerlo, o sobre si es meramente suficiente para esa
interacción en concreto una verbalización de la verdad oficial, sea lo
que sea lo que trasluzca de los mensajes expresivos del sujeto. De esto
hay mucho en política, donde se lanzan mensajes de todo tipo a
distintos niveles. Como señala Goffman, aun habiendo reglas del juego,
éstas pueden seguirse, o no seguirse, y eso por una variedad de
motivos, tanto buenos como malos.
En la sección sobre propiedades estratégicas del juego, Goffman diferencia entre los movimientos interactivos reales y los virtuales o tácitos.
Esto se debe al hecho de que, visto que la acción va a dar lugar a una
respuesta, esta respuesta se anticipa y modifica ya la acción antes de
que ésta se produzca (G. H. Mead)—podríamos decir que la acción humana
es inherentemente dialéctica, o dialógica, en este sentido. O, por
decirlo de otra manera, que como toda acción va a ser respondida, ya
viene ajustada a esa hipotética respuesta, ya la incorpora por
adelantado (y es a la vez una respuesta a esa respuesta, y quizá a la
reacción subsiguiente del interlocutor). Toda acción es ya interacción,
por lo mismo que toda palabra (como decía Bajtín) es diálogo implícito,
y viene ya modulada de antemano por las presuposiciones del
interlocutor (o más bien por lo que presuponemos que son sus
presuposiciones).
Es decir, que la realidad está interpenetrada de realidades
posibles, de ficción y de historias que no llegan a materializarse pero
que rodean como virtualidades y potencialidades lo que en efecto
sucede—sin contar con que están constantemente sometidas a reescritura.
Incluye la realidad todas esas irrealidades, es más, está conformada
por ellas. La interacción maquiavélica supone, pues, toda una
narratividad implícita, o una hermenéutica de la acción estratégica del
sujeto. Respondemos por anticipado a a una acción del contrario que no
se ha producido, y que de hecho no se producirá, precisamente debido a
nuestra respuesta. Podría parecer un mundo de acciones fantasmales,
pero es el mundo en el que vivimos la vie quotidienne, un mundo de cálculo, estrategia, y control de la expresión.
La realidad, sin embargo, se resiente, cómo no. Y nos entra una
paranoia de la autenticidad. Podemos dudar de si lo que se nos ofrece
es inocente y literal, o si es un fingimiento mal intencionado, o si es
una "inocencia" construida, un estudiado ajuste a las expectativas
destinado a facilitar la interacción. Observa Goffman que una coartada
demasiado perfecta, una representación demasiado buena, puede inducir
sospechas de ser lo contrario de verdadera. Y que tampoco son fiables
en cualquier caso sus versiones imperfectas—todo depende de la
situación. Hay criterios para distinguir la autenticidad, sí: por
ejemplo, el entramado irrepetible de detalles—pero nunca son válidos
los mismos criterios siempre y en todo lugar. Esto es como el arte de la guerra de Sun Tzu:
Y es que tratándose de un juego de a la vez identificación y competencia con el contrario, se instala una relación perniciosa que impide la estabilización del sentido:
Y no hay solución buena: ni pensar que el adversario es más ciego, y que ya estamos un paso por delante de él, ni pensar que es tan vivo como nosotros, pues podemos utilizar estrategias hiperrefinadas que podrían ser incluso contraproducentes al ser ignorados nuestros esfuerzos por un adversario mucho menos hermeneuta y más directo que nosotros (fools rush in where angels fear to tread...). Y así nos instalamos en la paranoia hermenéutica, en terreno violentamente oscilante e incierto:
El juego de la interacción lleva a que la mera posibilidad de ser observado por un vigilante convierta al sujeto (ya) en vigilante él mismo, inaugurando el ciclo maquiavélico de las apariencias circunstanciales y su construcción cuidadosa. El mismo comportamiento "inocente" se vuelve, cuando hay consciencia de ser vigilado, en una actuación teatral (no de otro modo pasamos ante los controles policiales).
Así pues, la realidad tal como la experimentamos es activamente construida por anticipado—y adquiere así una naturaleza dramática, y narrativa—pues
contamos con que nuestra interpretación de nuestro papel será observada
y evaluada según un plan que prevemos lo mejor posible. El futuro se
construye por anticipado, y se prepara desde ahora (plantándola por
adelantado) la mejor salida a las alternativas que los demás nos puedan
presentar. Desde el momento en que el sujeto observado puede reciclar
el contexto y modelarlo por anticipado para que produzca el efecto
deseado, abriéndonos salidas alternativas, y haciendo lo posible por
que juege a nuestro favor, dentro de lo posible, la conjunción
irrepetible de circunstancias. Esta conjunción va creando
espontáneamente nuevos contextos que en parte pueden haber sido
amañados por adelantado, y en parte ofrecen material para futuras
manipulaciones. Esta cuestión de la preparación por adelantado del
futuro me interesa especialmente por lo que desvela sobre la naturaleza retroactiva del presente—la
interpenetración mucho mayor de lo que solemos creer entre presente,
pasado y futuro (o sea, la articulación del tiempo propiamente humano,
que es una construcción a la vez intensamente semiotizada, e
interactiva).
Pasa Goffman a estudiar situaciones interactivas de tres sujetos: uno
que prepara una situación para que un tercero interprete en ella las
acciones de un segundo—el ejemplo clásico es lo que los americanos
llaman framing, el plantar
pruebas incriminatorias contra alguien, pruebas del tipo exacto que un
tercero o una autoridad va a apreciar como irrefutables. (De ahí al
sentido más goffmaniano de framing
entendido como construcción interaccional de la realidad no hay sino un
paso). Otro caso de paranoias en tríos y en grupos se da en el caso de
los viejos amigos, cuando cada cual va sabiendo (y diciendo a unos sí y
a otros no) cosas de los demás que no deberían saberse, o revelarse.
Esto lleva a que sea un alivio librarse de estas relaciones, o a echar
en falta los tiempos iniciales donde todo el mundo tenía menos
información utilizable.
En fin, que nuestra identidad pública, como la de los espías, siempre
es una construcción parcialmente ficticia y frágil, sujeta a
revelaciones, desenmascaramientos, exposición de contradicciones y de
actitudes incompatibles. Es otro aspecto de lo que Goffman llamaba
"rostro" en su famoso ensayo "On Face-work". Le echamos rostro,
queramos o no. Y no sólo somos espías, sino que vivimos rodeados de
ellos:
Al parecer Goffman era un observador con algo que ganar, y como
tal era temido por sus colegas y allegados—aun cuando únicamente
estuviese reuniendo datos y ejemplos para su teoría.