George Herbert Mead

La filosofía del presente

Traducción de
 José Ángel García Landa
(Universidad de Zaragoza)

Capítulo I: El presente como lugar de ubicación de la realidad
Capítulo II: Emergencia e identidad
Capítulo III: La naturaleza social del presente
Capítulo IV: Las implicaciones del sujeto
Ensayos suplementarios

Capítulo II

EMERGENCIA E IDENTIDAD


He hablado del presente como asiento de la realidad porque su carácter de presente ilumina la naturaleza de la realidad. El pasado y el futuro que aparecen en el presente pueden considerarse meros umbrales de un trocito diminuto de una extensión sin límites cuya realidad metafísica reduce el presente a la categoría de elemento despreciable que se aproxima al mundo en un instante dado. Esta concepción de la realidad como un rollo de pergamino infinito que se va desenrollando a ratos ante nuestra visión intermitente tiene otra variante en la imagen de la realidad como un continuo cuatridimensional de espacio-tiempo, de acontecimientos e intervalos, para siempre determinado por su propia geometría, y en el que nos aventuramos con nuestros propios marcos de referencia subjetivos, recibiendo impresiones momentáneas cuyo carácter de presente es una función de nuestra mente y no de ninguna sección de los acontecimientos ordenados en el universo. He sugerido que un enfoque semejante sobre la realidad no responde a la técnica y método científicos por medio de los cuales buscamos desvelar el universo. El procedimiento científico se sujeta a ese condicionamiento necesario de lo que tiene lugar por parte de lo que ha tenido lugar, que se sigue del mismo transcurrir. En las relaciones espacio-temporales, es decir, en el movimiento, este condicionamiento puede alcanzar la certidumbre de la deducción, aunque incluso en este caso nos enfrentamos a la posibilidad de que nuestras conclusiones a menudo puedan basarse en resultados estadísticos que suponen una negación de la determinación final que buscamos. Hay datos para pensar que el propio esfuerzo por refinar la técnica hacia una precisión absoluta acaba derrotándose a sí mismo. Y luego está la otra rama de este determinismo del transcurrir a la que nos referimos con la etiqueta de probabilidad. Sea cual sea nuestra doctrina sobre la probabilidad, suponemos que la ocurrencia de acontecimientos previos lleva consigo una probabilidad relativa a la naturaleza de los acontecimientos posteriores, aun cuando esta probabilidad se pueda calcular sólo con una teoría del azar. La base de esta determinación del futuro por parte del pasado se encuentra en el hecho de que está teniendo lugar algo que tiene una extensión temporal—que la realidad no se puede reducir a instantes—y que las fases anteriores deben ser condiciones de las fases posteriores. La empresa de la ciencia es averiguar que es lo que está sucediendo.

Además, el estudio del transcurrir conlleva descubrir acontecimientos. Estos no pueden ser simplemente partes del transcurrir. Estos acontecimientos tienen siempre una naturaleza única y singular. El tiempo sólo puede surgir mediante la ordenación del transcurrir a cargo de esos acontecimientos únicos y singulares. El científico encuentra tales acontecimientos en sus observaciones y experimentos. La relación de cualquier acontecimiento con las condiciones bajo las cuales se da es lo que denominamos relación de causa. La relación del acontecimiento a las condiciones que lo preceden inaugura al punto una historia, y el carácter único y singular del acontecimiento hace que esa historia sea relativa a ese acontecimiento. El transcurrir condicionante y la aparición del acontecimiento único y singular dan lugar pues al pasado y al futuro tal y como aparecen en un presente. Todo el pasado está en el presente en tanto que ese pasado es la naturaleza condicionante del transcurrir, y todo el futuro surge a partir del presente en la forma de los acontecimientos únicos que finalmente resultan. Desentrañar este pasado existente en el presente y sobre esa base hacer previsión del futuro es la tarea de la ciencia. El método es el de la ideación.

He indicado que en la forma viva encontramos una cosa individual que se mantiene a sí misma mediante la determinación mutua de la forma y de su entorno. El mundo circundante está relacionado con la planta o el animal a través de su sensibilidad y respuesta de modo tal que el proceso vital continúa. Frente al animal, el mundo es un mundo de alimento, cobijo, protección o sus contrarios. Frente  a la cosa inanimada el entorno no exhibe caracteres que respondan a una acción ejercida por la cosa por el hecho de ser lo que es. Un pedrusco es una cosa definida con su propia masa y forma, pero sus relaciones con las cosas que lo rodean no dan lugar a cualidades en ellas que a través de los contactos, peso o inercia del pedrusco, conserven el pedrusco. El pedrusco no tiene entorno en el sentido en el que el animal tiene entorno.(i). El trasfondo del objeto inanimado es el de la conservación—en nuestra formulación actual, la conservación de la energía. Ninguna transformación afecta a la realidad del sistema físico. Hemos reducido la materia y la masa, en términos de las cuales se formulaba antes esta proposición, a energía, pero el rasgo esencial de la doctrina ha sido que la realidad no se encuentra en la forma—pues puede haber transformación incesante—sino en la materia, masa o energía. Así pues, aun cuando haya existido una historia de un cuerpo estelar, que puede trazarse como una serie causal, la ciencia capta la realidad de la estrella sólo en la medida en que la concibe como energía, que  no se ve afectada, aunque la forma del cuerpo se vuelva un sistema binario o planetario. La forma en concreto de un cuerpo inanimado es irrelevante para "lo que es". Para tales cuerpos el entorno es tan inesencial como el objeto. (ii).

Las plantas y animales, empero, presentan a la ciencia objetos cuyos caracteres esenciales no se encuentran en lo que sufre transformación, sino en el proceso mismo y en las formas que el objeto asume durante ese proceso. Dado que el proceso conlleva la interacción del animal o planta con los objetos circundantes, es evidente que el proceso de la vida confiere características al entorno de modo tan real como lo hace a la planta o al animal. Sin embargo, las plantas y animales son objetos físicos, además de objetos vivientes. En tanto que objetos físicos su realidad puede reducirse a aquello, sea lo que sea, que está sufriendo una transformación, y sus formas se vuelven inesenciales. En tanto que tales entran en el ámbito de competencias del físico y del químico. El proceso vital ha de desaparecer en la reducción de estos procesos a expresiones de energía. La introducción de una fuerza vital no resolvería en absoluto la cuestión: si pudiese hallarse, se vería sujeta inevitablemente a la misma reducción.

La diferencia entre el físico y el biólogo se halla evidentemente en los objetivos contemplados por sus respectivas ciencias, en las realidades que buscan. Y su proceder responde a sus objetivos. El del científico físico es la reducción, y el del biólogo es la producción. El biólogo no puede investigar hasta que tenga un proceso vital en marcha. Debe, no obstante, tener los medios físicos para este proceso, y debe por tanto ser un físico además de un biólogo. Si reduce la realidad del proceso vital a los medios que está usando, se convierte en un mecanicista. Si el proceso vital se le aparece como una realidad que ha emergido del mundo físico, y su estudio se refiere a las condiciones bajo las que ésta se mantiene, es un teleólogo. Estas dos actitudes entran en conflicto sólo si, por una parte, le niega realidad al proceso porque puede reducir a energía los objetos que participan en él, y se niega así a reconocer que el proceso que investiga es una realidad que ha surgido; o si, por otra parte, formula los objetos físicos y químicos que entran en el proceso únicamente en términos del proceso mismo, convirtiéndolos en adjetivos o cualidades aristotélicas. Si haciendo esto adopta la postura de que todos los constituyentes de las cosas son en realidad potencias de la cosa que implican su preexistencia, entonces el biólogo se vuelve un aristotélico o, en un ambiente moderno, un idealista de los "tipos"; y, si es coherente, abandona el campo de la investigación científica, y niega además la posibilidad de la emergencia.

Lo que deseaba enfatizar con esta referencia a la emergencia de la vida es que confiere al mundo características no menos auténticas de las que confiere a los seres vivos. Este hecho se reconoce con el término entorno. Tendemos a usar este término de forma fenomenalista, para situar la realidad del entorno en su reducción física a la masa o la energía, y a admitir una significación real a la relación del animal con lo que lo rodea únicamente en la medida en que ésta se pueda formular en términos físicos y químicos. La realidad del alimento, por ejemplo, se encuentra entonces en los átomos y electrones y protones de los que está compuesto, y su carácter nutritivo es una mera concesión a nuestro interés en un grupo aislado de acontecimientos que tienen lugar en nuestra proximidad. Como he indicado, no podemos mantener esta actitud sin negarle a la vida una realidad fundamental. Si la vida es una realidad, su operación en la forma y el entorno debe conferir sus características en todo su ámbito de operación. Si un animal digiere, debe existir un alimento que el animal digiere. Otro modo de presentar la situación sería en términos del contraste existente entre las condiciones de lo que tiene lugar, y el acontecimiento condicionado. Presupone también la distinción entre cosas y acontecimientos. El acontecimiento transitorio se solidifica en cosa al volverse en el presente la condición fijada para sucesos posteriores. La buena digestión, la salud, y la vida misma son condiciones para las diversas actividades contenidas en el futuro, y en tanto que tales se encuentran entre nuestras posesiones más preciadas. Son, de modo particular, esos contenidos a los que se adhieren diversas característifas o accidentes. En otras palabras, tienden a volverse sustancias, concretadas por el hecho de que, habiéndose dado, su naturaleza condicionante, sea la que sea, queda fijada. Así el futuro está continuamente calificando el pasado en el presente.

La distinción que he indicado más arriba entre reducción y producción se corresponde con la que hay entre nuestras actitudes al pasado y al futuro respectivamente. El pasado lo reducimos a condiciones fiables, y todo el rico contexto del futuro en cuanto tiene lugar, si ha de ser comprensible y utilizable, debe incorporarse al irse tejiendo a esta red con la que podemos contar. Así, constantemente surgen nuevas cosas, cuya novedad al ocurrir se desgasta para adaptarse a la fiabilidad de lo que se vuelve familiar. Pero la cosa es ante todo el objeto físico de la experiencia del contacto. Encontramos aquí la relación fundamental entre el futuro y el pasado en el presente. La experiencia a distancia es la promesa de la experiencia de contacto. El algo que podemos agarrar es la sustancia a la cual pertenecen las cualidades del sonido, el color, el sabor y el olor. En el mundo perceptual inmediato, lo que podemos manipular es la realidad con la cual hay que someter a prueba lo que se ve y lo que se oye, si hemos de evitar las ilusiones y alucinaciones. El desarrollo de los receptores a distancia con su aparato interno, el encéfalo, ha dotado a los animales superiores de un futuro que sólo podía hacerse efectivo en la proporción en que se extiende hacia atrás, hacia el pasado en el cual las experiencias de contacto que prometían o amenazaban la vista o el sonido se hacían específicas merced a los ajustes finos de la mano en la manipulación.

La ventaja específica de la mecánica newtoniana se debía a la estrecha correlación de su concepto fundamental de masa con el peso y el volumen de la experiencia de contacto. Siempre nos ha resultado fácil imaginarnos la subdivisión de los objetos perceptuales en partículas de masa, y traducir la inercia, la fuerza y el momento a términos del esfuerzo que requieren las experiencias de contacto. En la teoría mecánica las condiciones fiables a las cuales la ciencia ha reducido el pasado se han hecho inherentes a la partícula de masa, y la partícula de masa podía contemplarse como un refinamiento de la cosa física del mundo perceptual. Es esta correlación especial de la cosa física en la ciencia con la cosa de la percepción lo que le ha proporcionado su éxito al llamado materialismo de esta teoría. En grado no pequeño, es a esta correlación a la que debemos atribuir nuestra tendencia instintiva a adscribir la realidad de la vida a los cambios físicos y químicos de las cosas inanimadas. El aristotélico no encontraba dificultad alguna en reconocer la vida como una naturaleza que podía ser propia de las cosas, pues no tenía una imaginación formada científicamente que pudiese exhibirle objetos físicos subperceptuales llevando a cabo los procesos de la vida. Demócrito propuso esta última hipótesis, aunque sin su verificación experimental. Deseo, sin embargo, insistir en que la falacia esencial de este materialismo no se halla tanto en la suposición de que las últimas cosas físicas tengan masa (puesto que la masa ya ha desaparecido en energía) cuanto en la suposición de que es posible dar una explicación exhaustiva de cualquier acontecimiento que tenga lugar, en términos de las condiciones en que tiene lugar. No diré que no podamos concebir un transcurrir en el que no sucede nada, pero sí me atrevo a decir que cada uno de los acontecimientos que hacen posible distinguir el transcurrir debe tener un carácter único que no se pueda reducir a las condiciones bajo las cuales tiene lugar el acontecimiento. El intento de reducirlo de ese modo lleva no tanto al materialismo como a ecuaciones idénticas y a un bloque inmutable de realidad parmenídea. Si esto es cierto, no hay, por supuesto, nada extraño en la emergencia de la vida o de la así llamada consciencia. Pueden haber tenido más transcendencia que otros acontecimientos únicos, pero otros acontecimientos han sido igual de únicos que ellos y han estado igualmente involucrados en el proceso de la realidad.

El rasgo llamativo de la aparición de la vida es que el proceso que constituye la realidad de un ser vivo es tal que se extiende más allá de la forma misma, e involucra para su expresión al mundo en el seno del cual vive esta forma. La realidad del proceso pertenece así al mundo en su relación con el ser vivo. A esto nos referimos con los términos forma y entorno. Es una expresión de la relatividad en términos de la vida. El mundo es evidentemente un asunto distinto para la planta y para el animal, y diferente para diferentes especies de plantas y de animales. Tienen diferentes entornos. Que podamos reducir todos éstos al mundo físico de las condiciones en las cuales puede tener lugar la vida, que es el ámbito en el que tienen lugar los llamados procesos puramente físicos, no elimina estos diversos entornos en tanto que aspectos de la realidad.

La teoría de la relavidad ahora connota una relación similar entre cualquier objeto móvil o grupo de objetos que se muevan con la misma velocidad y en el mismo sentido, y el resto del mundo en el seno del cual se mueve este conjunto unánime (1). Las características espaciales, temporales y energéticas de los objetos varían con la velocidad de su movimiento en relación al mundo que se halla en reposo con respecto a este conjunto unánime móvil. Pero, a diferencia de la forma viviente y de su entorno, el conjunto unánime que se halla en movimiento puede contemplarse como si estuviese en reposo, mientras que su entorno se contemplará entonces como si se moviese con la misma velocidad y en sentido opuesto. El efecto de la relatividad entonces es llevar más lejos todavía lo que he denominado la reducción de la la ciencia física; puesto que si la misma realidad puede aparecer indistintamente como el movimiento de un conjunto con respecto a otro que se halla en reposo, o como el movimiento del segunto conjunto con respecto al primero, que se halla ahora en reposo, es evidente que el carácter temporal de los objetos en reposo, su permanencia o transcurso, debe equipararse de algún modo con el carácter temporal de los mismos objetos en movimiento. La trayectoria de puntos de la primera situación se vuelve equivalente a la translación en la segunda situación. (iii). Pasamos inevitablemente a un continuo en el cual el tiempo se convierte en una dimensión. Lo que era movimiento se ha transformado en el intervalo entre acontecimientos del espacio-tiempo, que, contemplados desde diferentes puntos de referencia, pueden estar ya en reposo, ya en movimiento. Una manera más simple aunque más tosca de decir esto es que la realidad del movimiento no se encuentra en el cambio, sino en las posiciones relativas de las cosas, consideradas como acontecimientos, en relación unas a otras.
   
En el mundo newtoniano un espacio semejante a una caja, concebible como lleno de un éter inmóvil, cuya estructura era irrelevante para con el tiempo, era el entorno absoluto de todo cambio, es decir, para las ciencias físicas, de todo movimiento. El nuevo espacio-tiempo absoluto no es entorno de nada, pues nada está sucediendo allí. Sólo hay los acontecimientos situados a intervalos unos de otros. Hay una geometría ordenada de este continuo, y la materia puede traducirse a esta geometría en términos de curvatura.

Aquí ha sucedido algo más que la desaparición del espacio y tiempo absolutos. Estos ya habían desaparecido con la llegada de una teoría relacional del espacio y del tiempo. Desde el punto de vista de una teoría relacional es tan imposible obtener evidencia sobre un movimiento absoluto como imposible es desde el punto de vista de la relatividad. Lo que pretendía demostrar el experimento de Michelson-Morley no era el movimiento absoluto de la Tierra por el espacio, sino su movimiento a través del éter inmóvil que se aceptaba como el medio para la luz. Pero un nuevo problema surgió cuando Einstein probó que , desde cualquier sistema de medidas que pudiera establecerse, la medida de distancias y de tiempos en un sistema en movimiento desde el punto de vista de un sistema en reposo daría un resultado diferente del que se obtendría si la medición tenía lugar en el sistema en movimiento. La unidad de medida en el sistema en movimiento sería más corta y el tiempo medido sería más largo. Y esto se compadecía con las transformaciones que según averiguó Lorentz eran necesarias si habían de hacerse invariantes las ecuaciones electromagnéticas de Maxwell. Había la misma variación en los valores del espacio, tiempo y energía; y aparecía el valor constante de la luz, que asumía Einstein para su medición por medio de señales. Y esta especulación concurrente por parte del físico y del matemático explicaba de modo preciso el resultado negativo del experimento de Michelson-Morley. Ateniéndose a esta nueva hipótesis, no sólo se mostró que no tenía sentido alguno buscar pruebas de un movimiento absoluto, sino también se mostró que el proceso de medición, cuando implicaba objetos en movimiento, resultaba ser altamente complejo, y requería una matemática más compleja y el genio de Einstein, quien mostró que los resultados aceptados de la matemática newtoniana eran sólo una primera aproximación a formulaciones más exactas. Así, la reducción de las condiciones en el seno de las cuales se realizan las mediciones de la ciencia exacta se ha llevado más allá de la estructura del espacio y del tiempo que hasta ahora se había presupuesto. Y lo mismo sucede con la materia. Las dos actitudes con respecto a la materia que se hallan tras nuestra percepción y nuestro pensamiento quedan indicadas en las dos definiciones que dio Newton de la masa—como cantidad de materia, o como la medida de la inercia. La primera no es susceptible de usarse científicamente, ya que presupone una determinación de la densidad (iv); pero indica una actitud mental dominante, la presuposición de algo que tiene una naturaleza en sí mismo, que puede captarse con independencia de las relaciones que establece con otros objetos. La inercia se puede captar sólo a través de las relaciones de un cuerpo con otros. El intento de definir la masa en términos de inercia resulta circular—la masa se define en términos de fuerza y la fuerza en términos de masa. Es necesario presuponer un sistema para definir los objetos que constituyen el sistema. Pero el concepto de una cosa física como simplemente algo que ocupa un determinado volumen, aun cuando no proporcionaba una cantidad determinable de materia, al menos parecía ofrecer a la mente los objetos a partir de los cuales había de construirse el sistema. Nos encontramos con la misma concepción en el hipotético cuerpo Alfa que se sugería como situado más allá del campo gravitacional, y que proporcionaba una entidad física fija a partir de la cual se podría orientar el universo físico. Si ahora formulamos el "qué es" de un cuerpo en términos de energía, estamos presuponiendo allí un sistema con anticipación a los objetos que constituyen el sistema. Hemos llevado nuestra formulación de las condiciones que determinan la naturaleza de los objetos más allá del objeto perceptual, y más allá del objeto subperceptual de la doctrina newtoniana que se fundía tan fácilmente con la experiencia perceptual. Y hemos perdido la noción de entorno, comparable al del espacio newtoniano y a las partículas masivas newtonianas, en el seno del cual los asuntos del universo físico puedan tener lugar. Pues un continuo espacio-temporal no proporciona tal entorno. Es un mundo metafísico de cosas en sí, a las cuales se puede uno referir con los instrumentos matemáticos que nos vemos obligados a usar, pero no nos proporciona un entorno.  Le faltan las características que un organismo confiere a un entorno mediante su relación con él; y tiene una naturaleza de la cual han surgido tanto el organismo como el entorno, y que puede por tanto contemplarse como independiente de ellos. El mundo de las ciencias físicas y químicas proporciona las condiciones de la vida y el ambiente en el seno del cual ésta puede vivirse. Evidentemente un mundo que se halla más allá de la experiencia posible no puede ser el entorno de la experiencia. (v).

Tampoco podemos contemplar a dos conjuntos unánimes que se mueven uno con respecto a otro como si se estableciera entre ellos una relación de forma y entorno, aunque el movimiento de un conjunto confiera al otro una cierta estructuración debida a tal movimiento. El hecho de que tanto uno como otro conjunto puedan considerarse en movimiento, al menos en la medida en que afecta a este cambio de estructura, haría inadecuada esa concepción de forma y entorno. Lo que buscamos en un entorno es una formulación del mundo a partir del cual ha surgido lo emergente, y por consiguiente las condiciones bajo las cuales ha de existir lo emergente, aunque esta emergencia haya dado lugar a un mundo diferente mediante su aparición. La materia newtoniana en un espacio newtoniano proporcionaba un entorno original en el seno del cual tenía lugar todo cambio, y Alexander presentó el espacio y el tiempo como un entorno tal del cual emergían la materia, las cualidades, la vida, la mente y la deidad. Su filosofía era la de una evolución emergente, tal como la presentó el biólogo Morgan. (2) Tenía el sentido histórico que correspondía a la época de la evolución. La relatividad no pertenece a esa época. Sus reducciones más profundas de las condiciones exactas de la existencia no abren ninguna puerta hacia el pasado. El intento temprano de darle una formulación metafísica elimina el cambio. Reduce el tiempo a una dimensión pareja a las del espacio, y sustituye a la historia por la geometría. Whitehead, en efecto, se propuso conservar el movimiento y el cambio en el seno de un universo relativista. Querría conservar los diferentes sistemas temporales como perspectivas en la naturaleza, pero no veo que haya evitado la rigidez de la geometría del continuo espacio-temporal, ni tampoco veo de qué modo puede abrir la puerta a lo contingente el ingreso de objetos eternos sobre unos acontecimientos así determinados.
 
Pero no son estos derivados metafísicos de primera hora lo que me interesa. Lo que resalta en la teoría física relativista es que la reducción de las condiciones del cambio, o en este caso del movimiento, se ha retrotraído hasta tal punto que el mismo cambio o movimiento desaparece. Y tampoco alcanzamos una situación a partir de la cual surja el cambio—excepto en la medida en que edifiquemos una dimensión metafísica que no puede ser un entorno en el seno del cual tiene lugar el cambio. Por el contrario, el espacio-tiempo se convierte en una realidad de la cual el cambio es un reflejo subjetivo. Lo mismo sucede si nos proponemos retrotraer una teoría de la energía, entendida como el "qué es" del objeto físico, hasta las situacions en las cuales surgen los objetos que, en tanto que tales, constituyen los sistemas en el seno de los cuales se puede medir la energía. Ostwald propuso una doctrina así—es decir, sentó la energía como una entidad metafísica que como tal no entra en el ámbito de las cosas físicas—una entidad que puede constituir un objeto previamente a los sistemas en los que pueda participar. La masa entendida como cantidad de materia suponía una concepción tal, aunque no estaba sometida a una definición exacta. Aun con todo, podía concebirse como el volumen ocupado, que se exhibía en la la resistencia de la inercia, y así podía conceptualizarse como algo presupuesto por el sistema de las cosas. Pero una energía que puede adoptar diversas formas a la vez que sigue siendo la misma pierde este valor empírico. Puede presentarse en un objeto sólo en la medida en que exista ya allí un sistema de ese tipo. Debe haber un sistema electromagnético a mano para presentar un electrón. Presentar un cuerpo cuyo contenido se reduce a energía por adelantado con respecto al sistema, es plantear una dimensión metafísica que no entra en el ámbito en el cual operan las hipótesis del científico. Esto no ofrece dificultad alguna en tanto que las hipótesis se ocupen de situaciones en las que los sistemas ya se encuentran allí. El "qué es" del objeto puede definirse en términos del sistema. Pero la conceptualización de la energía como naturaleza de la cosa física no nos proporciona un entorno en el seno del cual podamos edificar el sistema. Tanto el concepto de la relatividad como el de la energía como naturaleza de la cosa física indican que hemos llevado nuestra técnica de medición exacta y nuestro análisis hasta más allá del punto de la historicidad; es decir, no podemos retrotraernos a un comienzo lógico como el que presentaba Alexander en su filosofía tan abarcadora de la emergencia o de la evolución, o si lo hacemos debemos situarlo en alguna dimensión metafísica que trasciende al pensamiento científico.

El hecho más llamativo es que estas dos fases de lo que he llamado la reducción del condicionamiento del transcurrir—las condiciones de la medición de lo que se mueve desde el punto de vista de lo que se halla en reposo—y las implicaciones de aceptar la energía como el "qué es" del objeto físico—me refiero a las transformaciones de Larmor y Lorentz en tanto que condiciones de invariancia de las ecuaciones de Maxwell—hayan llegado a la misma conclusión casi a la vez. El efecto fue suprimir suprimir del trasfondo del pensamiento científico un espacio y un tiempo independientes en el seno de los cuales se pudiese edificar un universo físico, y una materia que pudiera pensarse con independencia lógica de los sistemas de las cosas que se edificaban con ella. Este trasfondo de historicidad desapareció con la relatividad y con la teoría electromagnética de la materia. Para Newton, el espacio era la vestimenta de Dios, y los átomos masivos eran las piedras de construcción preexistentes con las que estaba edificado el mundo. La influencia de concepciones tales como un espacio absoluto y partículas masivas condujo a la búsqueda de la realidad en una serie causal que se remontaba a unas entidades últimas que eran las condiciones exactamente mensurables de la realidad presente. No era en absoluto necesario que semejante comienzo absoluto implícito hubiese de estar presupuesto de modo definido en el pensamiento, pero los conceptos llevaban consigo un esquema mental que encontraba la realidad en las condiciones que, una vez desplegadas, constituyen el pasado absoluto. La desaparición de un espacio absoluto y la relegación de la masa en favor de una concepción más general de la energía enfatizan el papel de los hallazgos científicos presentes como prueba y asiento de la realidad. ¿Se adecá la hipótesis de las condiciones causales precedentes con los datos de la observación y del laboratorio? En tanto que cumpla esta función, su consonancia con la imagen ordenada de un proceso mecánico carece de importancia. Cualquier hipótesis, por ejemplo una teoría ondulatoria de la materia, es bienvenida. Su prueba se halla en su funcionamiento. La orientación de la mente científica hacia su realidad se halla desvinculada del pasado, hacia un presente que que lleva consigo la puesta a prueba de los descubrimientos específicos.

Y sin embargo no podemos dejar de construir historias: de hecho se vuelven más fascinantes. Compárese por ejemplo lo apasionante de las historias de los cuerpos estelares de Eddington o de Jeans con la monotonía de una estructura mecánica newtoniana, o con las hipótesis kantianas o laplaceanas. Pero no son ya definitivas. Esperamos que cambien ante nuevos problemas y con los nuevos descubrimientos, y nos quedaríamos muy decepcionados si no lo hiciesen. Tampoco esperamos que se vuelvan más consistentes internamente como si se tratase del desciframiento de un oscuro manuscrito. En el procedimiento científico ya no hay nada que entre en conflicto con la noción de nuevos pasados que surgen junto con los acontecimientos emergentes. (vi).



Capítulo III
LA NATURALEZA SOCIAL DEL PRESENTE



Traducción  de José Ángel García Landa


Notas de la edición original 

(1). Este término [consentient, 'unánime', 'congruente'], junto con gran parte de la exposición que sigue, está tomado de Whitehead, Principles of Natural Knowledge, 2ª ed. capítulo 3.

(2). Cf. Alexander, Espacio, Tiempo y Deidad, Libro III, y Lloyd Morgan, Evolución emergente, capítulo 1.





Notas del traductor


(i)
Hay que suponer que Mead hace abstracción de la mente (filosófica o meramente humana) que toma en consideración el pedrusco. Podríamos decir que el pedrusco, en tanto que es pensable como un pedrusco y no algo fuera del discurso y la ideación (o sea, el pedrusco del pedrusco propiamente considerado), es ya un objeto del entorno humano. Lo mismo se aplicaría a cualquier ser "no vivo" pero capaz de "actuar" sobre el entorno: un robot, pongamos.

(ii) No podemos seguir aquí a Mead. Un objeto inanimado en sus transformaciones físicas también se vuelve para la ciencia distintos objetos, aun cuando estén ligados por la continuidad narrativo-causal que hace de ellos uno solo en otro tipo de consideración. Para algunos tipos de estudio científico será relevante la continuidad del objeto; para otros, su transformación y sus diversas formas también son objeto de estudio científico. Todo lo cual es una cuestión por supuesto muy diferente del hecho de que ese objeto no sea objeto "para sí", como diría Sartre.

(iii)
Trayectoria de puntos: traduzco así point-track. Se refiere aquí Mead a conceptos matemáticos de punto, espacio y acontecimiento con la terminología de Whitehead. Para una definición precisa, ver Whitehead, Reflections on Man and Nature, http://mysite.pratt.edu/~arch543p/readings/Whitehead.html

(iv) Pero ¿no es precisamente una expresión eminentemente utilizable de esta "densidad" lo que se logró con la medición del número atómico y el peso atómico de los elementos, y el establecimiento de la tabla periódica? Quizá Mead esté pensando en la física contemporánea a Newton.

(v) Obsérvese otra circularidad paradójica que aparece en este punto.  El continuo espacio-temporal más allá de la experiencia humana sí aparece en un entorno: el entorno humano del lenguaje, el discurso científico-matemático y las representaciones especializadas. Pero señala más allá de ese entorno, haciendo abstracción de las características que lo convierten en tal. En cierto sentido, este universo atemporal einsteiniano sólo "existe" en el seno de unas teorías; en otro sentido, nuestra realidad (incluyendo esas teorías) existe en el seno de ese universo.

(vi) Un corolario que parecería exigir este razonamiento es la necesidad de una perspectiva complementaria sobre la realidad física tal y como es construida por la ciencia: mostrando esos universos e historias de la materia y el cosmos como un epifenómeno, por así decirlo, de la historia de la ciencia. No sólo es el pasado del universo el que se reescribe con la nueva física, sino que también se reescribe la historia de la ciencia como disciplina—relegando por ejemplo las teorías newtonianas de la física y el universo a la vez que se reubica a Newton en lo que Foucault llamaría una determinada episteme. Este tipo de razonamiento enlazaría con el argumento de T. S. Kuhn en The Structure of Scientific Revolutions. (2ª ed: Chicago: University of Chicago Press, 1970). Esta perspectiva complementaria subordina, por así decirlo, las historias de la física, tan lejanas a veces de la experiencia humana intuitiva, a la historia más inmediatamente humana y cultural de las disciplinas de conocimiento, comunidades científicas, instituciones académicas, y en general a la cuestión de la legitimación y contextualización de los modelos de conocimiento, ya sea teórico o aplicado.


Capítulo III
LA NATURALEZA SOCIAL DEL PRESENTE