George Herbert Mead

La filosofía del presente

Traducción (en curso) de
 José Ángel García Landa
(Universidad de Zaragoza)


La filosofía del presente:
Capítulo I: El presente como lugar de ubicación de la realidad
Capítulo II: Emergencia e identidad
Capítulo III: La naturaleza social del presente
Capítulo IV: Las implicaciones del sujeto

Ensayos suplementarios




ENSAYOS SUPLEMENTARIOS


I. El realismo empírico
II. La cosa física
III. Los objetos científicos y la experiencia
IV. La realidad objetiva de las perspectivas
V. La génesis del yo y el control social





I. El realismo empírico

En cualquier acto de conocimiento hay dos puntos de incidencia: la deducción de lo que ha de ocurrir en la experiencia si la idea que tenemos es verdadera, y la reconstrucción del mundo que conlleva la aceptación de la idea. Así, en la teoría de la relatividad, el cálculo de las posiciones aparentes de las estrellas próximas al borde del sol eclipsado y la consonancia de los cálculos de la teoría con la revolución de la órbita de Mercurio son ilustraciones de lo primero. La teoría de Einstein de un espacio-tiempo curvo o la tesis de Whitehead acerca de la intersección de sistemas temporales es ilustración de lo segundo. Dejando de lado errores de observación, las llamadas pruebas experimentales siguen siendo datos en cualquier teoría alternativa, mientras que el mundo reconstruido que surge de la teoría nunca es definitivo por derecho propio. Una nueva teoría reconsturirá éste del mismo modo que ha reconstruido a su predecesor.

Es interesante observar que esta diferencia en cuanto al valor definitivo de los datos y de las teorías bajo las cuales se organizan los datos y a partir de la cuales obtienen nuevos sentidos no se debe a un grado superior de competencia al llegar a ellos. Cuanto más competentemente se aíslen y se observen los datos, más probable es que sigan siendo elementos asegurados en la formulación y en la solución de problemas posteriores; pero la perfección lógica de una teoría y la amplitud de su aplicabilidad no tienen relación con la probabilidad de que sobreviva al enfrentarse a nuevos problemas. Esto queda claro en la actitud de los físicos de hoy día con respecto a la mecánica newtoniana. De hecho la perfección misma y la amplitud de una hipótesis hacen que disminuya su valor de supervivencia frente a problemas fundamentales. Los científicos se encuentran en posesión de una masa de datos fiables que continúa creciendo, mientras que la naturaleza misma de su empresa investigadora requiere una reinterpretación constante del mundo en el seno del cual tiene lugar esa investigación.

¿Qué efecto tiene esto sobre el realismo del científico, sobre su certeza de que hay un mundo inteligible allí frente a su investigación? Un fenomenista como Mach encuentra su realidad en los datos, y está dispuesto, o debería estarlo, a reconocer nuevas uniformidades entre ellos sin sentir que ha cambiado su campo de realidad. Puede contemplar las cosas y el mundo hecho de cosas como meros ordenamientos convenientes y subjetivos de datos que pueden redistribuirse sin afectar a la única realidad que es competencia de la ciencia. Pero nuestros científicos costructivos no son fenomenalistas. Einstein condena el fenomenismo (1), y entre teorizadores como Eddington, Weyl, Minkowski o Whitehead no encontramos a ningún fenomenista. Los técnicos como Rutherford, Bohr, Sommerfeld, Planck o Schroeder pueden formular sus hallazgos únicamente en términos de cosas y de un mundo de cosas, por muy alejadas que se hallen de la experiencia perceptual.

Los datos son elementos aislados en un mundo de cosas. Su aislamiento queda superado en el nuevo mundo de la hipótesis del científico, y es en éste mundo en el que se encuentra la realidad que él va buscando. No puede quedarse con los datos sin más en su avance cognitivo. Estos pertenecen a una fase de la investigación que viene antes de la obtención del conocimiento. Por inseguro que esté de su logro, el impulso del científico no queda satisfecho hasta que los datos han asumido la forma de cosas en algún tipo de todo ordenado. Estas cosas pueden estar más allá de nuestra experiencia perceptual, y puede que se ubiquen en una intuición matemática o lógica que pertenezca únicamente al experto; pero es un mundo hecho de objetos, y no de datos, al que su hipótesis le da al menos una realidad provisional que no les correspondería en tanto que meros datos. (i).

Un rasgo adicional de la realidad del científico es su independencia del observador. Esto lo ejemplifica de modo llamativo, en la teoría de la relatividad, la geometría del espacio-tiempo. Un absoluto independiente de todos los marcos de referencia de todos los observadores era un objetivo inevitable para efectuar una crítica fundamental de las experiencias espacial y temporal brindadas por el sentido común. Por muy dispuesto que haya estado el científico a reconocer la perspectividad de toda percepción, nunca se ha visto infectado por los escepticismos que de tal reconocimiento han surgido en las teorías filosóficas. Ha reconocido de manera mucho más apropiada que el profano los obstáculos insuperables que defienden el mundo cognoscible de cualquier comprensión total por parte de su ciencia; pero nunca ha relegado el objeto de su conocimiento a las creaciones de su propia percepción y pensamiento. Siempre ha dado por supuesta la existencia de algo independiente de su percepción, y del pensamiento del que se ocupa su investigación. Es esta independencia la que da sello de validez a su experimento. Pero esta realidad independiente de la percepción y del pensamiento del observador no se presenta en los datos de la ciencia como separada del mundo al que pertenecen esos datos. Estos datos son experiencias perceptuales, aisladas por el problema en el que aparecen, y que ocurren en condiciones tan exigentes que podemos contar con que se repitan no sólo en la experiencia del científico, sino también, en condiciones similares, en la otros. En ningún caso se identificaría la realidad independiente con la medición refinada de puntos en una placa fotográfica, ni con las observaciones de un astrónomo, en la medida en que éstas contradigan la teoría vigente. Son estas últimas las que constituyen los datos de la ciencia. La realidad independiente pertenece o bien al mundo en la medida en que no se ve afectado por el problema, o a un mundo reestructurado. Las observaciones son indicaciones de la necesidad de reestructurar y son pruebas de la legitimidad de una hipótesis mediante la cual se lleve a cabo esa reestructuración; pero en forma de datos no pueden pertenecer a un mundo reestructurado. Un mundo tal es un sistema de cosas inteligibles cuyos significados han eliminado el carácter aislado de los datos, y quizá hayan llevado su significación más allá del ámbito de la experiencia perceptual en la que se daban.

Nos vemos devueltos así a la realidad inteligible que es la presuposición fundamental de la empresa del científico. Ya me he referido al sentido que tiene la inteligibilidad de la realidad en la búsqueda de sentido por parte del científico. Se halla en la posibilidad de deducir, a partir de las condiciones determinantes de los acontecimientos tal como se dan la experiencia, cuál ha de ser la naturaleza de dichos acontecimientos. Hay, por tanto, dos presuposiciones implicadas en esta inteligibilidad: (1) que los acontecimientos en su transcurrir están determinados, aunque el grado de su determinación no queda fijado por esta presuposición; y, (2) que en la medida en que se den las condiciones determinantes, también estará dada la naturaleza de los acontecimientos subsiguientes. Hay, sin embargo, una diferencia entre el sentido en que vienen dadas las condiciones determinantes y el sentido en que vienen dados los acontecimientos subsiguientes. El primer sentido se refiere a la dimensión temporal de la experiencia. Pero mientras que hay en todo transcurrir una determinación—en fraseología abstracta, la permanencia de relaciones—también está la falta de determinación de lo que ocurre. Siempre hay una diferencia cualitativa en el transcurrir, además de una identidad de relaciones que se extiendan a lo largo y ancho del transcurrir. El "qué" que está ocurriendo viene dado en el aspecto relacional únicamente. Ahí yace la racionalidad de toda la experiencia, y la fuente del simbolismo. Es aquí también donde encontramos la distinción fundamental entre las fases objetivas y subjetivas de la experiencia. La permanencia de relaciones es objetiva. El "qué" cualitativo anticipado que tendrá lugar es subjetivo. Se ubica en la mente. Aquí encontramos el segundo sentido en que algo viene dado—el que se refiere a los acontecimientos posteriores. En la medida en que las relaciones del transcurrir estén allí en la experiencia pasan en su identidad a acontecimientos posteriores, pero el "qué" que ocurrirá sólo está presente simbólicamente. Y el "qué" indeterminado conlleva siempre la posiblidad de una situación nueva con un nuevo complejo de relaciones. El carácter dado de los acontecimientos posteriores es, pues, la extensión de la estructura de relaciones que se halla en la experiencia, en la que el acontecimiento puede definirse únicamente en su valor relacional, aunque podamos predecir imaginativamente con diversos grados de probabilidad cuál será su carácter cualitativo. La inteligibilidad del mundo se halla en esta estructura de relaciones que se encuentran allí en la experiencia, y en la posibilidad de seguirlas más allá del entorno presente hacia un futuro, en la medida en que este futuro se halla determinado. Los datos son aquellos elementos emergentes que no se ajustan a la estructura de relaciones aceptada, y que se vuelven nodos de los que surge una nueva estructura de relaciones. Quedan así aislados, aunque se ubiquen en un mundo que no se ha visto totalmente descolocado. Son interesantes en tanto que están aislados; y mientras son definidos en términos de las relaciones objetivas que no se ven afectadas, han de presentarse en términos de su oposición a los sentidos anteriormente aceptados. Un elemento a relacionar que se halla colgando en el aire, en ausencia de la estructura de relaciones a la que pertenece, se nos da en un tipo de experiencia que puede incorporar tanto su inherencia a un mundo que está allí, como el hecho de que contradiga determinadas características de ese mundo. (2)  Un ejemplo de este tipo de experiencia son los hallazgos de Michelson-Morley. Los anillos de interferencia permanecían sin cambios, ya fuese que las ondas de luz viajasen con el movimento de la Tierra, o en ángulo recto respecto de él. Los movimientos estaban allí sin más, en un mundo de mediciones exactas que era la condición de cualquier experminento. Pero resultaban flagrantemente opuestos a la presuposición de que estas ondas viajaan en un éter no afectado por ese movimiento, éter que según la doctrina de la física entonces en vigor ocupaba el espacio newtoniano. La presencia incuestionable de esos anillos allí, en conflicto inesperado con la naturaleza del mundo espacial al que habían pertenecido, expresa la inedependencia de los datos respecto de determinados rasgos de esa experiencia, en la medida en que se hallen en conflicto con estos descubrimientos.

Hay una vieja disputa entre el racionalismo y el empirismo que no se puede curar en tanto que uno y otro pretendan contar toda la historia de la realidad. Tampoco es posible que se repartan la narración. Cuando el relato lo cuenta el racionalismo, el objetivo es una identidad parmenídea; cuando lo cuenta el empiricismo, la realidad desaparece en las arenas de lo fenoménico. Pero de hecho la contingencia presupone un orden universal y necesario que se ha transgredido, y sólo llegamos a la ley universal cuando hemos triunfado sobre las excepciones. El empirismo presenta el problema siempre recurrente, con su hecho duro y recalcitrante; el racionalismo, la teoría verificada en la cual desaparece. Por ejemplo, la interpretación de las cosas como acontecimientos hace que "las cosas" desaparezcan en la geometría de un espacio-tiempo que es la edición moderna del racionalismo de Descartes. Ni el espacio-tiempo de Minkowski, ni las intersecciones entre un número infinito de sistemas temporales con ingresión de objetos eternos, propuestas por Whitehead, le abren la puerta a realidad alguna en los descubrimientos perceptuales de la ciencia de investigación. Para la ciencia de investigación, los descubrimientos perceptuales son parte de un mundo cuya seguridad incuestionada es la base sobre la que se asienta el caso excepcional del que surge el problema, y sobre la que se asienta la fiabilidad de la verificación experimental de la hipótesis subsiguiente; sin embargo, han perdido el sentido que le había pertenecido a ese mundo pero que ha sido anulado ahora por el caso excepcional. El mundo era implícitamente racional hasta el advenimiento del problema. Es racional de nuevo una vez se ha resuelto el problema. Los hechos recalcitrantes del caso excepcional en la observación y en el experimento tienen una realidad independiente de esa racionalidad. Decir que su realidad se halla en la fe de que el mundo es sin embargo racional, sería tanto como sustituir por un estado emocional el dato inmediato que se afirma a sí mismo frente a un orden racional, y que concebiblemente podría mantenerse así incluso en un universo irracional.  Para el método y la actitud del científico es esencial aceptar sus descubrimientos precisamente en tanto que contravienen lo que había sido su significado, y en tanto que algo real independientemente de cuál seal la teoría que se proponga para explicarlos. De otro modo no tendrían poder probatorio. Casos tales, con los problemas que les son inherentes, constituyen la contingencia del mundo del científico. Son impredecibles en la naturaleza del caso, y en la naturaleza del caso son reales a pesar de su no-racionalidad. Es cierto también que toda hipótesis consistente descarta toda excepción futura a su uniformidad, o más bien es que quedaría demolida por cualquier caso excepcional. Por tanto el hecho de que no se abra ninguna puerta a la contingencia no resulta ser un argumento válido contra la geometría del espacio-tiempo. Ninguna doctrina formalmente racional puede incluir en su seno el hecho repugnante.  Pero sería muy distinto proporcionar una explicación de la realidad tal que no tenga lugar para la autoridad de nuevos descubrimientos científicos. El científico que da la bienvenida a los hechos que no se ajustan a su teoría ha de tener en su doctrina un lugar para la experiencia en el seno de la cual puedan aparecer esos hechos. Ni tampoco podemos explicar el hecho que repugna, el hecho emergente, relegándolo a una experiencia que sea sin más la de una mente que ha cometido un error o ha estado engañada, y que ahora lo corrige con una explicación verdadera o al menos más verdadera de la realidad. El hecho repugnante es sin duda un fenómeno emergente; sin embargo, ha sido costumbre situar su novedad esencial en una experiencia mental, y negársela al mundo cuya experiencia corresponde a esa mente. Así, la radiación procedente de los objetos negros presentaba hechos repugnantes para la formulación de la luz en términos de un proceso ondulatorio. Es de suponer que se hallará una hipótesis en la que esta repugnancia desaparecerá. Entre tanto, no cuestionamos los hechos, una vez han se han sometido a prueba mediante las técnicas aceptadas. Estos se reducen en última instanca a lecturas de un indicador, pero tendemos a pasar por alto que las lecturas de un indicador suponen un aparato técnico muy complejo y extenso, junto con la ubicación física de este aparato técnico—todo el mundo perceptual que no está implicado en la teoría de la radiación—y que los hechos son sólo partes de ese mundo perceptual. En ese mundo las lecturas del indicador son fenómenos emergentes. Desde el punto de vista del científico, ese mundo no es mental. ¿Es mental la emergencia de los cuantos? El einsteniano ha de responder "sí" a esta pregunta. No puede haber novedad en la geometría de una extensión en la que el tiempo es simplemente una dimensión. En nuestros diferentes marcos de referencia nos topamos con acontecimientos, y toda la impresión de novedad es cosa del aventurero. Whitehead sí localiza la perspectiva del organismo en el seno del mundo con el que trata el científico, y se propone abrirle la puerta a la contingencia por la vía de configuraciones alternativas de objetos eternos que puedan efectuar una ingresión en la perspectiva, o por medio de intersecciones particulares de sistemas temporales que dependen del acontecimiento de percepción. Pero esta separación lógica establecida entre el acontecimiento—lo que sucede—y las características del acontecimiento—lo "qué es" que tiene lugar no tiene ningún reflejo en el objeto del científico. El "qué es el objeto" refleja sus características al darse éste. Si hay contingencia en la selección de objetos eternos, esa contingencia sin duda se da en el acontecimiento. No sólo etimológicamente, sino también lógicamente, la contingencia va unida a la ocurrencia. Y sin embargo, desde el punto de vista de la doctrina de Whitehead el acontecimiento está tan inalterablemente localizado en el espacio-tiempo como lo está en la doctrina einsteiniana.

El fenómeno emergente del científico aparece en su observación del hecho que repugna. De modo incuestionable, en su experiencia ha ocurrido algo novedoso, y su experiencia se da en el mundo. Está pues interesado en establecer como un hecho que lo que es novedoso en su experiencia también está firmemente inserto en un mundo perceptual incuestionado. En la medida en que sea novedoso—por ej., en la medida en que la radiación del cuerpo negro no se conforma con la teoría ondulatoria de la radiación—el hecho nuevo existe sólo como el hallazgo experimental del científico, como su experiencia perceptual, y él debe asegurarse de que cualquier otra persona, en circunstancias semejantes, vaya a tener la misma experiencia perceptual. La realidad de esta experiencia suya, y de otros que lleven a cabo el mismo experimento, en oposición a los sentidos aceptados en ese momento, es la piedra angular de la ciencia experimental. El hecho novedoso no es una mera sensación del científico, ni ningún estado mental, sino algo que está sucediendo a cosas que son reales. Por la manera en que repugna a determinada caracterización estructural del mundo, surge sólo en la experiencia de este, ese y aquel individuo; pero estas experiencias han de pertenecer sin duda a un mundo objetivo incuestionado. Es importante reconocer que este mundo no está compuesto por esas experiencias individuales. Ellas tienen lugar en ese mundo. Si estuviese constituido por tales experiencias individuales, perdería toda su realidad; cuando, de hecho, es un tribunal de última instancia—no hay teoría científica que no busque su decisión, y no hay teoría que no pueda comparecer ante él. Es perfectamente concebible que puedan surgir hechos que repugnen a la actual teoría de la relatividad, y la ciencia investigadora anticipa que así sucederá.

Es costumbre interpretar la independencia de los datos como una afirmación metafísica de un mundo real independiente de toda observación y especulación. En la metodología del científico esto no viene implicado necesariamente. Porque la afirmación metafísica se refiere a una realidad que es definitiva, mientras que el procedimiento y método del cientfício no contemplan tal carácter definitivo. Por el contrario, contemplan una reconstrucción continua frente a los acontecimientos que surgen con novedad incesante. El método y técnica del científico son los de la investigación. A menos que su predisposición metafísical lo lelve a identificar el incuestionable estar allí de los datos con la naturaleza definitiva de un mundo metafísicamente independiente de toda experiencia, no puede descubrir este carácter definitivo en los datos; puesto que la forma misma de éstos se dirige hacia una teoría que los libere del su carácter de datos y los funda con las cosas. Es sólo en la identidad de la relación al pasar donde puede encontrar un carácter que pudiera pertenecer a semejante mundo definitivo. Pero como ha señalado Meyerson (3), semejante reflejo de la realidad en las identidades que busca el método científico conduce sólo a un sólido parmenídeo.

Es posible, por supuesto, acercarse al problema desde el punto de vista de esta estructura relacional. La matermática moderna y la lógica relacional son ejemplos destacados de este enfoque. El primer paso se dio en el Renacimiento, al liberar de las formas de la intuicion perceptiva las relaciones numéricas de los elementos geométricos. La Geometría Analítica de Descartes no sól oabrió la puerta a un poderoso instrumento de análisis, sino que también liberó el contenido cualitativo de un objeto observado de la estructura de sentido común de las cosas. El análisis científico quedó libre entonces para atacar los problemas de la física y de la química con los instrumentos de moléculas y átomos, que podían definirse en términos de las ecuaciones de la mecánica. La justificación de las construcciones hipotéticas así posibilitadas podía hallarse en las deducciones lógicas de la teoría cuando éstas se veían sometidas a la prueba del experimento. Fue el análisis matemático el que liberó a la mente moderna de la metafísica aristotélica, dando a los hombre objetos nuevos que pudiesen definirse con exactitud en términos de estructuras relacionales, y luego sometiendo esas estructuras a la prueba de la observación, mediante la deducción de sus consecuencias. La profunda distinción entre los elementos atómicos del pensamiento antiguo y los del moderno se halla en la definición exacta que le da la ciencia moderna a sus últimos elementos en términos de la explicación matemática de las proporciones a las que han de someterse, y de los cambios que han de sufrir. Una ciencia aristotélica no podía dar definición alguna de los elementos de las cosas, sólo de la naturaleza de las cosas tal como se presentan a la experiencia. No había método abierto al investigador, a no ser el de la metafísica de la potencia y el acto. Los elementos podían concebirse sólo en términos de aquello en lo que habían de convertirse. En el átomo de Demócrito, el peso era una cualidad última que  se concebía como causea del movimiento y de los cambios en el movimiento; pero la causa no tenía nda en común con el efecto. No era posible utilizar el análisis del movimiento en velocidades, aceleraciones y deceleraciones y seguidamente definir el peso—el carácter dominante del átomo—en términos de esos elementos determinables del movimiento. El peso era una caracterización, y los cambios que producía eran otras caracterizaciones. Una no podía definirse en térmninos de las otros.

Pero cuando pudo definirse la masa en términos de inercia y esto en términos de la tendencia de un cuerpo a permanecer en un estado de reposo o de movimiento y en términos de la naturaleza del movimiento en el que se halla, se volvió posible utilizar la descripción matemática del movimiento para definir tanto el cuerpo como cualquier parte de él que este análisis hiciera accesible al pensamiento y a la experimentación. No es sólo que surgiese un nuevo conjunto de conceptos para definir las cosas, sino que también las situaciones que surgían del análisis matemático llevaban en sí formulaciones relacionales de los objetos. Tanto lo inadecuado de la doctrina cartesiana como el llamativo éxito de la mecánica newtoniana enfatizaron la importancia de los nuevos objetos físicos que habían surgido de una dinámica matemática. Su indiferencia a la naturaleza teleológica de las cosas en la experiencia humana los hacía particularmente útiles para dar forma a medios que sirviesen a fines humanos. La mecánica newtoniana le dio al hombre un control sobre la naturleza partiendo de una fuente con la que no había soñado Bacon.

Igualmente importante o más fue la la prueba experimental que le ofrecía al científico la deducción exacta de consecuencias a partir de la hipótesis matemáticamente formulada. Aquí había por fin una mathesis que en lugar de retirarse a un mundo platónico de formas regresaba a un mundo perceptual que podía someterse a medición exacta, y encontraba aquí un apoyo definitivo. Y una y otra vez el desarrollo de la teoría matemática ha proporcionado la estructura en el seno de la cual podían definirse nuevos objetos. La especulación de Einstein sobre las relaciones del movimiento con la medición y sus unidades es anterior al momento en que se dio cuenta de que los descubrimientos de Michelson-Morley y las transformaciones de Lorentz presentaban los datos para la teoría de la relatividad. Los cuantos, por otra parte, presentan descubrimientos perceptuales definidos en términos de la teoría actual, pero que sin embargo la contradicen. Puede enfocarse el problema desde ambos lados: desde el punto de vista de la experiencia particular que entra en controversia con la teoría, o desde el de la teoría relacional desarrollada que ofrece nuevos objetos a la investigación científica.

Si preguntamos, entonces, cuál es el valor lógico o cognitivo del realismo del científico, recibimos dos respuestas diferentes. Una surge de su actitud al busvar la solución de los problemas de los que se ocupa su investigaciónl La otra aparece en su interpretación metafísica de esta actitud. En la primera vemos que la presuposición del científico de la independencia del mundo en el que se hallan los datos de la ciencia y los objetos revelados por una teoría probada, independencia frente a la observación y especulación del científico, se refiere siempre al mundo en tanto que no se ve involucrado en el problema que ocupa al científico, y en la medida en que ese mundo se revela en observaciones e hipótesis científicamente competentes, no disputadas y probadas. Su aceptación de un mundo real independiente de sus procesos de conocimiento no se basa en el carácter definitivo de los descubrimientos científicos, ni en lo referente a los datos de la ciencia ni en lo referente a sus teorías lógicamente consistentes y experimentalmente probadas. Aunque los datos de la ciencia, cuando están rigurosamente comprobados, tienen una vida mucho más larga que las teorías en la historia de la ciencia, siempre es posible que se vean sometidos a revisión. Esta concebible carencia de carácter definitivo no afecta, sin embargo, a la independencia de los datos respecto de la observacióin y el pensamiento en el campo de investigación. El mundo al que pertenecen los datos es indepediente de la percepción y del pensamiento que no los habían reconocido, y cualquier revisión concebible de esos datos se encontrará sencillamente en otro mundo de descubrimientos científicos. El cientíico no tiene manera de presentar la impermanencia de sus datos a no ser en términos de mejora en la técnica, y lo mismo es cierto de los objetos en los cuales desaparecen los datos cuando una teoría ha sido probada y aceptada. Son independientes únicamente de la percepción y del pensamiento de un mundo cuyos ojos estaban todavía cerrados a ellos.

Las teorías relativistas, elaboradas y altamente abstrusas, tienen el carácter definitivo de cualquier deducción consistente; pero su carácter definitivo en la historia de la ciencia depende, en primer lugar, de su competencia a la hora de formular la realidad independiente; y en segundo lugar, de su éxito a la hora de predecir acontecimientos posteriores. Y el mismo científico espera que esta doctrina se reconstruya igual que se han reconstruido otras doctrinas científicas. Confía en que cualquier teoría posterior asimilará en su estructura relacional los datos de la ciencia actual—en la medida en que estos resistan la prueba de la repetición y de las mejoras técnicas—así como la estructura lógica de las teorías actuales, al igual que la relatividad ha asimilado la estructura lógica de la mecánica clásica; pero ni la actitud ni el método del científico investigador prevé que la doctrina sea definitivamente válida. Lo que es necesario enfatizar es que la independencia de la realidad no implica en modo alguno un carácter definitivo.

Hemos visto que esta realidad independiente, que es parte esencial del aparato conceptual del científico, se manifiesta en dos puntos. Primero, en el dato científico es una experiencia acreditada que contradice las interpretaciones y sentidos que hasta ese momento han tenido su lugar en el mundo en el que hemos estado viviendo; por ejemplo, los reflejos de las radiaciones de los cuerpos oscuros en el problema cuántico. O bien es un objeto nuevo, relacionalmente definido, un "objeto conceptual" por así llamarlo, en la medida en que pueden darse pruebas experimentales de su existencia; por ejemplo, el electrón, tal como lo pone en evidencia el experimento de la gota de aceite de Millikan, o la partícula alfa en las fotografías de Rutherford. Aquí nos encontramos con una realidad que está efectivamente allí, sobre sus propios pies, a pesar de los significados y teorías aceptadas que la contradicen. O, en segundo lugar, es la realidad de una nueva teoría justificada por implicaciones lógicas incuestionadas, y apoyada por observaciones y experimentos que cumplen sus propias profecías. La punta de lanza de la independencia va así siempre dirigida a objetos o ideas que pertenecen a la misma experiencia en el seno de la cual ha aparecido el dato científico, o la nueva teoría.

En las perspectivas de la experiencia perceptual cotidiana atribuimos directamente o inferencialmente a un objeto distante—sobre todo un objeto visual—las dimensiones que asume o asumiría en un campo de distancia habitual y en la experiencia de contacto. La "realidad" de un objeto visual es lo que uno puede verse a sí mismo manejar. La estructura visual es dominante, y hasta los valores de contacto se organizan en un espacio visual; pero el espacio visual de las proximidades imediatas del individuo, en el seno del cual han desaparecido las perspectivas perceptuales, se ubica en una estructura expacial uniform que coincide con la estructura general de la experiencia de contacto. La experiencia de contacto es la "materia" del sentiddo común, pues es el objeivo de esa experiencia mediata en la que se encuentran todos los objetos físicos, que se adelantan a las consumaciones de la acción fisiológica y que sirven, entre los organismos que pueden efectuar manipulaciones, como implementos de la consumación final. Pero la estructura espacial sigue siendo visual debido a la mayor finura y exactitud de la visión. Toda la experiencia visual distante es simbólica, en el sentido de Berkeley, pero simboliza no las puras dimensiones de contacto, sino esas dimensiones exactas que se organizan en el campo visual de nuestro radio de manipulación. La realidad perceptual última, sin embargo, siempre presupone un contacto manipulativo efectivo o posible, es decir, presupone la materia.

La conducta del organismo individual no implica necesariamente nada más que una organización eficaz de estímulos distantes en términos de respuestas manipulativas bajo control del campo visual. Es decir, puede tener lugar una conducta apropiada en relacion a un objeto distante sin que aparezcan objetos físicos en la experiencia del organismo. Pues un objeto físico en la experiencia no es sólo un estímulo espacialmente distante al que respondemos. Es una cosa que actúa o puede actuar sobre nosotros. Esta experiencia de interacción sin duda la tenemos en primer término con las presiones situadas en las cosas que tocamos y manipulamos. La condición de la experiencia puede hallarse en la presión de las manos o de otras partes diferentes del cuerpo una contra otr; pero la acción que efectúa sobre nosotros una cosa desde su interior es una característica fundamental que no puede explicarse de esta manera.

Lo que acabamos de decir tiene dos contextos posibles diferenciados: el del problema epistemológico, y el del desarrollo desde la conducta inmadura del infante hasta la de la comunidad a la que pertenece. El epistemólogo da por sentado que toda experiencia perceptiva va acompañada de consciencia, es decir, que toda ella contiene una referencia cognitiva a algo que no es ella misma, y este problema se halla en el intento de identificar esta referencia cognitiva, la referencia a un mundo exterior a la experiencia del individuo, con la cognición del individuo, cognición que alcanza su objetivo en la expriencia. El epistemólogo parte, por tanto, de la experiencia inmediata del individuo e intenta llegar, por vía de esta referencia cognitiva, a un mundo exterior a la experiencia del individuo. El biólogo y el estudioso de la psicogénesis, sin embargo, parten del mundo al que entra el individuo, y emprenden la tarea de mostrar cómo este mundo da forma a la experiencia individual, y cómo el individuo le da nueva forma a él.  El científico, por supuesto, trabaja en el entorno del biólogo y del psicólogo. En su investigación ha de comenzar con un problema que se ubique en un mundo incuestionado de observación y de experimentación. Su problema ha arrojado duda sobre determinados aspectos de este mundo, pero los datos científicos se fundan en lo que no se ha visto cuestionado. En la medida en la la experiencia perceptual del individuo sea inadecuada—sea no objetiva—ha de ser posible analizar en ella qué aspectos no se hallan cuestionados y pueden ser sometidos a prueba mediante observaciones y experimentos competentes. Estas observaciones y experimentos implican un mundo perceptual que se halla fuera del área problemática. Para el científico, el problema del conocimiento no surge hasta que aparece la excepción, o hasta que el desarrollo lógico de la estructura del mundo hace aparecer en él objetos nuevos que exigen una reconstrucción.

Pero mientras que el científico debe observar, medir y experimentar en un mundo perceptual, las hipótesis de los últimos años, apoyadas y confirmadas por las pruebas experimentales, han llevado a la construcción de objetos científicos que han invadido el campo del objeto perceptual, y parecen haber convertido esos objetos, sobre los cuales y entre los cuales lleva a cabo sus mediciones más exactas, en un problema que su doctrina científica no puede ignorar.

Según la doctrina de la mecánica clásica, las experiencias perceptuales del peso y del esfuerzo tenían correlación directa con la masa y con la fuerza. Y eran continuos que de hecho o en la imaginación podían subdividirse indefinidamente. Del espacio visual-táctil de lo que he denominado el área manipulatoria, podían abstraerse el aquí y el allá, la derecha y la izquierda, y el arriba y el abajo del espacio perceptual, y todavía quedaba un medio continuo, cuyos sistemas de coordenadas podían someterse a cambios arbitrarios de posición sin afectar a la validez de las layes mecánicas cuando éstas se aplicaban a sistemas de cuerpos relacionados a coordenadas diferentes. El espacio absoluto newtoniano no llevaba consigo incongruencia alguna cuando el el físico realizaba sus observaciones y llevaba a cabo sus experimentos en su mundo perceptual. El sistema de coordenadas usado por el científico podía sustituirse por cualquier otro sin que se viese afectado el valor de sus deducciones. La imaginación, por tanto, llevaba a cabo indefinidamente lo que el microscopio lograba dentro de sus estrechos límites. Presentaba como perceptual lo que se encontraba más allá del alcance de la percepción, sin implicar que lo que presentaba fuese algo más que una parte fraccionaria de lo perceptual. Los físicos podían construir modelos de sus hipótesis que no eran sino una anatomía más detallada del mundo perceptual.

Pero con las teorías del electromagnetismo llegó un análisis que conducía a elementos que ya no podían ser partes fraccionarias de las cosas perceptuales. Lord Kelvin intentó aferrrarse a ellas, y afirmó que no podía comprender una hipótesis que no pudiese presentar en forma de modelo. Pero la falta de invarianza en las ecuaciones de Maxwell, las transformaciones de larmor y Lorentz que consiguieron vencer esta dificultad, y la interpretación de Einstein de las transformaciones de Lorentz, fueron a las traseras de la estructura misma del percepto. La cosa perceptual separa espacio y tiempo. Es lo que es a pesar del tiempo. Y si está sujeta a la decadencia temporal, es función de la ciencia llegar hasta los elementos permanentes que persisten. Los átomos imperecederos de Newton poseían contenidos de masa que eran irrelevantes para el tiempo. En el mundo perceptual, las cosas físicas son las condiciones previas de los acontecimientos. En el mundo electromagnético, los elementos últimos de las cosas físicas son los acontecimientos, porque el tiempo se ha convertido en una característica esencial de sus contenidos. Las velocidades determinan la masa y las dimensiones. El resultado, como ya hemos visto, es un espacio-tiempo en el seno del cual se sigue geométricamente la trayectoria de los acontecimientos, y que absorberá en sus configuraciones geométricas no sólo la energía inercial y gravitatoria, sino también el electromagnetismo, si se cumple hasta el final el programa que ha presentado Einstein, tras su éxito inicial al tratar con la gravedad.

El científico se encuentra, por tanto, en un mundo perceptual en el que puede realizar observaciones cuidadosamente ingeniadas y mediciones refinadas, cuya realidad no cuestiona frente al problema que le ocupa la atención. Lo que sí cuestiona son los objetos de ese mundo en los que han surgido contradicciones o discrepancias. La abstracción de esas características cuestionables le deja todavía con objetos perceptuales que constituyen sus datos científicos, que además se convertirán en la prueba de cualquie hipótesis que pueda proponer como solución a su problema. Lo que constituye para él la realidad independiente, la realidad que es independiente de cualquier hipótesis, es el dato científico del mundo al cual pertenece. En la medida en que reconoce que puede surgir un problema en cualquier aspecto de la experiencia, esos datos puede decirse que son independientes de cualquier objeto o de cualquier estructura de objetos; pero el problema en cuestión ha de surgir en un mundo que presentará sus propios datos científicos incuestionados. Dicho de otro modo, el científico nunca se enfrenta al mundo en su conjunto. Debe dejar de ser científico y volverse filósofo antes de que el llamado problema epistemológico pueda ser un problema para él.

En el campo de la mecánica clásica el propio espacio y tiempo del científico, sometidos a abstracción, podían concebirse imaginativamente como infinitamente divisbles. Eran continuos cuyas partes fraccionarias constituían los todos de este espacio y tiempo perceptuales abstraídos. Además, aparecían en la experiencia perceptual no sólo volúmenes que eran continuos susceptinles de tales divisiones, sino también contenidos de presión y de ressitencia que eran también continuos capaces de subdivisiones semejantes, y que se correlacionaban con el concepto físico de masa, como cantidad de materia o también como inercia. Estas experiencias de contacto ocupan una posición crítica en la percepción, ya que presentan en el ámbito del área manipulativa lo que se simboliza en la experiencia a distancia. Constituyen la "materia" del objeto físico prometida por nuestras experiencias a distancia. Los objetos que observa el científico, y el aparato técnico que maneja y con el que hace sus mediciones más refinadas, están sujetos a esta prueba de la realidad perceptual. La experiencia de contacto ha de corresponder a la experiencia visual si los objetos y su mundo están allí. La correlación estrecha de la masa y del movimiento con la materia de la experiencia perceptual, y la correlación estrecha de los continuos del espacio y tiempo de la ciencia física con los que se han abstraído de la experiencia perceptual, hacían posible que el científico presentase los objetos científicos de la mecánica clásica en el ámbito perceptual de sus propios datos científicos, sin fricciones ni incongruencias.

Ya me he referido a la profunda revolución que se produjo en la concepción del objeto físico como resultado de las teorías del electromagnetismo y de la relatividad. El objeto perceptual ha de estar allí para poder persistir. El objeto perceptual no puede ser un acontecimiento. Los acontecimientos del mundo perceptual presuponen cosas físicas que tienen ubicaciones, y contenidos materiales que son irrelevantes para el tiempo. (ii) En la estructura del mundo perceptual el espacio y el tiempo están inevitablemente separados. Un mundo de espacio-tiempo ocupado por acontecimientos ya nos congruente con el mundo perceptual, y la única correlación entre los dos es como esquemas lógicos. El mundo de los hallazgos experimentales del científico no puede pertenecer al mundo al cual se refieren.

Y hay otra fase revolucionaria en esta teoría física tan moderna. Mientras que toda nuestra experiencia a distancia—predominantemente el mundo de la visión—señala a una realidad de contacto, aunque ésta se sitúa y se ordena en una estructura en la cual el ojo y la mano se controlan recíprocamente; el univeros de la relatividad es enteramente visual, construido por el mecanismo de las señales de luz. Estas señales, dirigidas inmediatamente hacia las cosas físicas, se reflejan de un conjunto consentiente a otro, de modo que su realidad nunca se halla en ninguna cosa en reposo o en movimiento, sino antes bien en fórmulas de transformación que permitan traducir una estructura distante a la otra; mientras que el espacio-tiempo último al que se refieren es una textura que se halla tan atrapada en su propia curvatura que estos símbolos de distancia sólo pueden simbolizar la lógica de la simbolización. Es como si la posibilidad de formular cualquier conjunto de significados en términos de cualquier otro conjunto de significados se usase para reducir todos los sentidos al mecanismo de la traducción. La materia transferida a la experiencia a distancia se convierte tan sólo en una curvatura del espacio-tiempo.

Ya he apuntado ese carácter de la cosa física que se exhibe en su actuación sobre nosotros y sobre otras cosas físicas desde dentro de sí, desde su interior. Este carácter no aparece en la descripción de las cosas físicas que da el científico. La descripción que da de la inercia como la tendencia de un cuerpo a permanecer en el estado de reposo o de movimiento en el que se encuentra, y la de la fuerza como aquello que causa un estado tal, se hace siempre en términos de velocidades, aceleraciones, deceleraciones, y de sus ratios respectivas. Nunca trata con el interior de un cuerpo, sino sólo con el exterior que revela el análisis del cuerpo. (iii)

Se da por sentado que las cosas involucradas en la observación del científico, y el aparato de su laboratorio y de su experimento no son parte del campo incierto de su problema, y que tienen un a realidad independiente de la solución del problema. De otro modo jamás podría resolverse el problema. Por ejemplo, las observaciones efectivas de la posición de las estrellas en los negativos en torno al sol eclipsado, y el aparato mediante el cual estas posiciones se midieron con alto grado de exactitud, tenían incuestionablemente una realidad para el científico y dependía de ella para efectuar su valoración de la hipótesis de Einstein. La realidad última del científico se halla en estas observaciones y experimentos cuidadosamente diseñados, y las cosas que se hallan presentes en estas observaciones y experimentos no caen en duda—al menos hasta que surja un nuevo problema que pueda afectar a estas mismas cosas y a la experiencia que de ellas tiene el científico. Entonces, sin embargo, se acercará al nuevo problema con un conjunto de observaciones y de experimentos diseñados con el mismo cuidado, y con las cosas incuestionadas que van aparejadas con ellos.

También es cierto que en el otro extremo de su empresa, una vez se ha asegurado de la viabilidad de su hipótesis, y la ha formulado quizá con el carácter definitivo de la geometría de un espacio-tiempo de Minkowski, este carácter definitivo formal no tiene lugar alguno en su actitud científica. Está tan dispuesto a descubrir un problema en el seno de este sistema como en cualquier otro lugar del universo. El carácter definitivo usado en el lenguaje de la formulación tiene justificación lógica, es decir, es una afirmación de que la hipótesis se ha puesto se ha puesto en relación consistente con todos los demás descubirmientos pertinentes del mundo tal como existe para nosotros. Por el momento responde a las exigencias de lo que llamamos los hechos, como por ejemplo lo hizo la mecánica newtoniana durante dos siglos. Tanto el entorno factual de su problema como el desenlace exitoso de su investigación tienen en el mundo del científico una realidad que le pertenece al presente, sin el menor prejuicio relativo a su realidad en un presente posterior. Es sólo cuando filosofa cuando se convierte en un problema la relación recíproca de estos presentes. No es y no puede ser un problema científico, puesto que no podría ni formularse ni resolverse mediante un método experimental.

Si recurrimos a la realidad de los datos en el procedimiento del científico, reconocemos que, como ya he observado, los datos tienen en cierto sentido un periodo más largo que los objetos en términos de los cuales se han establecido. En el caso de las fotografías de las posiciones de las estrellas cerca del borde del sol eclipsado, estas posiciones se establecen en términos de los cambios de las estructuras químicas de la placa. La naturaleza de esas estructuras químicas, y lo que sucede cuando se exponen a la luz, probablemente cambiará con el desarrollo de la ciencia física, pero las posiciones relativas de esas manchas en la placa seguirán sin verse afectadas por la naturaleza diferente de la placa en tanto que objeto. Del mismo modo, se pueden seguir las posiciones relativas de las estrellas y de los planetas en los informes de observaciones de los astrólogos mesopotámicos, y en los catálogos de los astrónomos de la antigua Grecia, en las observaciones registradas por Tycho Brahe, y en las de los astrónomos copernicanos. Los objetos que veían esos diversos observadores del cielo eran profundamente diferentes, pero es posible identificar en todos esos registros las mismas posiciones relativas. Sería un error, sin embargo, suponer que el científico no podía observar sino posiciones relativas, o que en el el mundo de realidad mediante el cual somete a prueba las hipótesis tales abstracciones puedan tener una existencia independiente. Son abstracciones realizadas a partir de las cosas, y tienen realidad únicamente en la concreción de esas cosas. El científico puede tener incertidumbre, o no, sobre la naturaleza de las estrellas, pero si se resolviese su incertidumbre, las estrellas serían objetos de su mundo perceptual cuays posiciones registraría, aunque las estrellas seguramente tendrán otra naturaleza para astrónomos posteriores. Además, incluso en medio de su incertidumbre estará observando necesariamente objetos perceptuales incuestionados: puntos de luz distantes y placas fotográficas. No se puede construir un mundo a partir de datos científicos que se hayan abstraído del mundo en el que surge el problema. Es cierto también que al someter a prueba la conssitencia lógica de su teoría el científico remite su problema de nuevo, al menos supuestamente, a la estructura de esos objetos perceptuales a los que no afecta su problema, pero si tales objetos se hallan fuera del problema, cualquier inconsistencia que se dé trabaja contra la teoría, no contra la realidad de los objetos.

Ahora bien, lo importante de este carácter del método del científico es, como hace tiempo que ha insistido el profesor Dewey, que le proceso de conocimiento se situá dentro de la experiencia, y que los así llamados perceptos que no han caido bajo la duda que el conocimiento intenta resolver están simplemente allí, y no se ven afectados por ninguna caracterización cognitiva. No somos conscientes de los objetos que nos rodean, excepto en la medida en que intentemos asegurarnos de su existencia, de sus cualidades y de sus significados; aunque cualquier objeto puede caer bajo sospecha y convertirse así en un objeto seguro de conocimiento. Debemos ser capaces, a efectos lógicos y metodológicos, de describir las cosas que estan ahí sin más en términos de lo que efectivamente descubrimos en nuestras aventuras cognitivas.

No expondré detalladamente el análisis de la cognición del profesor Dewey, ya que no es probable que mejore su propia explicación, ni que lo haga más convincente para aquellos a los que no ha convencido. Me gustaría, sin embargo, enfatizar un rasgo de esta experiencia que llamamos la percepción incluso cuando se aplica a lo que está allí sin más aparte de cualquier actitud de atención consciente por parte de los que llamamos perceptores. Este rasogo es el del carácter distante de todos nuestros objetos de percepción. Como ya he indicado, este tipo de experiencia está dominado por la cabeza y por su herencia neural. La cosa física ha surgido en la experiencia mediante el control directo de nuestra conducta hacia ella en la medida en que la relacionan con nuestro organismo los sentidos de acción a distancia alojados en la cabeza, cuando esta relación a través de los sentidos de acción distante pide por adelantado y controla las reacciones manipulatorias al objeto distante que buscamos o que evitamos. El objeto perceptual responde a un acto comprimido, y si tenemos dudas sobre la realidad de lo que vemos u oímos, debemos llevar a cabo el acto hasta el extremo del contacto efectivo. El Tomás que duda puede convencerse sólo con su mano. Incluso la ilusión táctil puede disiparse únicamente mediante otros contactos. Al mundo que se extiende más allá de nuestra área de manipulación, se le hace caer con gran facilidad en el campo cognitivo, especialmente en sus aspectos perspectivísticos, aunque esto afecta únicamente a determinados rasgos de ese mundo. Siempre hay ahí un mundo de realidad perceptual que sirve de base para nuestra investigación. Es fácil, por tanto, para el psicólogo y para el epistemólogo con su perra gorda generalizar esta actitud y generalizar la atención consciente a todo tipo de experiencia perceptual. La respuesta que darle se halla viendo dónde se ubica su duda, y la manera en que él la resuelve.

Naturalmente no podemos ir más allá de la experiencia inmediata de manejar o de ver un objeto. Pero sí podemos formular las condiciones bajo las cuales el objeto de nuestra manipulación o de nuestra visión se encuentra allí. Estas condiciones incluyen no sólo la estructura del mundo físico en el que se encuentran los objetos, sino también el organismo que se relaciona con él y con ellos. En este sentido podemos seguir la luz reflejada mientras viaja a la retina y el paso de la excitación nerviosa mientras viaja por el nervio óptico a las regiones centrales; y del mismo modo podemos hacer un seguimiento de la excitación de los nervios que pasan desde la piel, los músculos y las articulaciones cuando manipulamos el objeto.

Pero es evidente que este análisis tiene lugar en un mundo de cosas que no son analizadas de esta manera; porque los ojbetos que nos rodean son objetos unitarios, no simples sumas de las partes en las que los descompondría el análisis. Y son lo que son en relación a unos organismos cuyo entorno constituyen. Cuando reducimos una cosa a partes hemos destruido la cosa que había allí. Ya no es una mesa, o un árbol, o un animal. E incluso si en virtud de algún proceso esas partes se fundiesen entre sí y se volviesen las cosas que eran, sigue siendo cierto que no serían las cosas que eran en este entorno de este organismo, si dejaron de ser partes de este entorno. Nos referimos a estas diferencias como los significados que esas cosas tienen en relación a los organismos. Pero aun así, esos significados les pertenecen a las cosas, y son tan objetivos como los caracteres de las cosas que les pertecen en los entornos de otros organismos. Los caracteres sensoriales son en gran medida los mismos para organismos dotados con aparatos de percepción sensorial parecidos, aunque siempre habrá diferencias en esos caracteres debidas a diferencias en estos aparatos y en las condiciones en las que las cosas entran en relación con los sentidos de los diversos organismos. Otras características, tales como el carácter nutritivo para un animal que puede digerir y asimilar ciertas cosas, la peligrosidad o la protección, surgen igualmente como rasgos objetivos cuando los objetos entran en relaciones con determinados organismos, y asumen esos significados. Tales características emergen evidentemente con el desarrollo de los organismos, y surgen en su experiencia cambiante.

La ciencia se propone aislar las condiciones bajo las cuales surgen o han surgido estas cosas nuevas. Abstrae de las peculiaridades de la experiencia particular y busca lo que hay en común entre el mayor número posible de experiencias. Llega así a cosas que bajo las suposiciones del análisis tienen una realidad común al margen de de la experiencia particular en el seno de la cual existían los objetos analizados. Llegamos así a cosas que pertenecen a cualquier experiencia posible hasta los límites de nuestros poderes de generalización. Surge la cuestión de si lo que responde a estas generalizaciones de máxima amplitud se escapa a la experiencia, y a los caracteres y significados que le pertenecen a la experiencia. ¿Podemos llegar con el pensamiento a lo que es independiente de la situación en la que tiene lugar el pensamiento? Hago la pregunta no desde el punto de vista del metafísico y del lógico, que empiezan con un aparato de pensamiento y una cognición que son condiciones previas de la experiencia en el seno de la cual aparecen; sino desde el punto de vista de una ciencia que se propone seguir el desarrollo del pensamiento a partir de los tipos más inferiores de comportamiento. Si planteamos de entrada una mente que tiene un poder inherente de entrar en relación cognitiva con objetos que están sencillamente allí para su atención consciente y su pensamiento, esta mnete puede que sea capaz de identificar cosas independientes de las experiencias de los organismos que de alguna manera han llegado a tener mentes como esa. O podemos trasferir, con los idealistas, todos los entornos a la mente misma. Pero si la mente es sencillamente un carácter emergente de determinados organismos en lo que llamamos sus respuestas inteligentes a su entorno, la mente nunca puede trascender el entorno en el que opera. Ni puede ir más allá de toda experiencia posible por la vía de generalizar todas las experiencias posibles; puesto que ha de realizar su pensamiento en el seno de alguna experiencia, y los significados que surgen de la relación entre el organismo dotado de mente y su entorno han de pertenecer al objeto de su percepción y a su pensamiento más amplio. Puede sostenerse que la evolución emergente no puede negar la posibilidad de que emerja la mente de un realista, y que tenga precisamente esa capacidad de entrar en relaciones cognitivas con objetos; la respuesta, sin embargo, se hallará en la historia natural de la mente y en el estudio de las operaciones mentales. (iv)












Notas de la edición original 

(1). Cf. Meyerson, "La Déduction Relativiste", págs. 61-62.
(2)  Para un comentario mucho más extenso, ver el ensayo del Sr. Mead sobre "El método científico y el pensador individual", en "La Inteligencia Creadora", p. 176 ss.
(3) "Identidad y realidad," p. 231.







Notas del traductor


(i)
La actividad del científico aparece aquí como la de un configurador de estructuras de datos: los datos adquieren su sentido una vez se articulan en el seno de una teoría o argumentación. Recordemos el análisis de Paul Ricœur, comentando la Poética de Aristóteles, sobre el poder de configuración del argumento con respecto a los meros acontecimientos. La actividad del científico, como la del poeta aristotélico, es una actividad configuradora, semiótica, estructuradora—en este sentido, poética. Aunque Mead no utilice este lenguaje como analogía, su concepción sí tiene mucho en común con la hermenéutica de Ricœur.

(ii) La expresión es extraña,  "material contents that are irrelevant to time"—Parecería significar más bien que "el tiempo es irrelevante para estos contenidos materiales", pero en sustancia la frase no tiene sentido y sólo puede entenderse como referida a un tipo de descripción de los objetos que hace abstracción del tiempo. Excusamos decir que no hay objetos ni acontecimientos en la eternidad, que todos están en el tiempo, y que objetos y acontecimientos tienen una ubicación no sólo espacial sino temporal, y una duración (en realidad, desde un punto de vista de la gran historia o evolución cósmica, los objetos si son acontecimientos). Un modelo descriptivo dado puede hacer abstracción del tiempo, pero no es muy consistente que Mead elija decir precisamente en este punto que los acontecimientos del mundo físico perceptible son "irrelevantes para el tiempo"—whatever that means. La frase que sigue a ésta, si bien se entiende en contexto (espacio y tiempo son dimensiones distintas) también se presta a una interpretación absurda, pues aunque no percibimos un espacio-tiempo einsteiniano, puede con la misma razón sostenerse que espacio y tiempo están inevitablemente unidos en la experiencia perceptual del mundo. Puede argüirse del mismo modo que el concebir los objetos del mundo sensorial como acontecimientos es en parte una cuestión de perspectiva o de marcos de referencia, y que no es tan ajena a la experiencia a escala humana la concepción de los objetos del mundo, aun los más "sólidos", como transitorios, momentáneos y evanescentes.

(iii) No se concibe bien en qué sentido se refiere Mead a un "interior" de los cuerpos ajeno a la descripción científica. Lo que dice no se aplica, desde luego, al "interior" literal y geométrico (de un ser vivo, de una piedra, de un planeta, etc.)—pues la ciencia desde luego sí se ocupa del estudio de tales interiores. Y un interior "metafísico" parece ajeno al planteamiento de Mead en este punto. No entendemos a qué tipo de "acción a distancia" no mensurable se está refiriendo Mead—¡desde luego no es a la gravedad!

(iv) Viene Mead a sostener en este último párrafo una filosofía que trabaje en conjunción con la ciencia de la biología evolutiva y la psicología cognitiva—una filosofía que no pretenda mantener su propio instrumental (el sujeto pensante y las ideas con las que trabaja) al margen de su propia investigación, que ha de incluir una génesis de la capacidad de pensamiento y de los distintos objetos de pensamiento. No se trata de defender necesariamente un naturalismo estrecho, pues los objetos de pensamiento habrán de incluir la propia historia de la filosofía y los sistemas elaborados por otras mentes. Pero sí supone una atención consciente de la filosofía a la materialidad y contextualidad ecológica, por así decirlo, del pensamiento. Por poner un ejemplo, la vía emprendida por Heidegger parece seguir exactamente la receta contraria a los consejos de Mead, y las llamadas heideggerianas a una crítica de la metafísica se siguen haciendo desde una posición metafísica deliberadamente encastillada en una perspectiva que no va a indagar en determinadas direcciones de "lo que significa pensar". Si la metafísica ha de superar su tradición, sería más bien con una filosofía materialista como la propuesta por Mead. La vía derrideana, su crítica a la voluntad de trascendencia inmaterial de la filosofía, parecería responder más a la línea de investigación que propone Mead.