José Ángel García Landa - Acción, Relato, Discurso: Estructura de la ficción narrativa
Índice
2.3. Relato

2.4. MODO DEL RELATO



Genette toma de la gramática el nombre de modo. De la misma manera que una forma verbal declarativa puede pertenecer al modo indicativo o al subjuntivo, también en el relato puede haber “diferencia de grado” en la declaración:

On peut en effet raconter plus ou moins ce qu’on raconte, et le raconter et le raconter selon tel ou tel point de vue; et c’est précisément cette capacité, et les modalités de son exercise, que vise notre catégorie du mode narratif. (“Discours” 183)

Así, Genette propone distinguir dos subdivisiones modales: la distancia (“raconter plus ou moins”) y la perspectiva (“selon tel ou tel point de vue”). Genette elabora su sistema a partir del de Todorov (“Catégories”), que denominaba aspect a lo que aquí llamaremos focalización: “différents types de perception, reconnaissables dans le récit”.  La “distancia” de Genette está incluida junto con la “voz” (Genette 74 ss) en la categoría que Todorov denomina mode. Deberemos recordar esta diferencia: el “modo” de Todorov se refiere casi exclusivamente a problemas del discurso, mientras que el de Genette es una categoría del relato.
    Posteriormente, Todorov ha enfocado la cuestión de otra manera, limitándose a presentar en forma de pares contrastados las categorías cuya combinación permitiría definir las distintas “visiones” (o “aspectos”, como los denominaba anteriormente) del relato (Poética 72). Todorov sigue a Genette, proponiendo una nueva definición de modo: “La categoría del modo concierne al grado de presencia de los acontecimientos evocados en el texto” (58; cf. “Catégories” 145). Examinaremos a continuación cada una de las dos categorías modales de Genette, intentando integrarlas con otros trabajos relativos a esta cuestión.






2.4.1. Distancia


2.4.1.1. Mostrar

La distancia se refiere al mayor o menor carácter dramático de la narración; una definición muy vaga que se irá haciendo más explícita a lo largo de este apartado. Genette nos remite origen de la teoría de los géneros, cuando Platón contrasta dos modos narrativos en los siguientes términos:

si el poeta no se ocultase nunca bajo la persona de otro, todo su poema y su narración [diégesis] serían simples y sin imitación (…). [H]ay una especie de narración que es opuesta a ésta. Es aquella en la que el poeta, suprimiendo todo lo que intercala por su cuenta en los discursos de aquellos a quienes hace hablar, sólo deja el diálogo (...). [E]n la poesía y en toda ficción hay tres clases de narraciones. la primera es imitativa y (...) pertenece a la tragedia y a la comedia. La segunda se hace en nombre del poeta, y la verás empleada en los ditirambos. La tercera es una mezcla de una y otra, y nos servimos de ella en la epopeya y en otras cosas. (República III, 102)

Podríamos esquematizar la teoría de los géneros y los modos en Platón en la figura que sigue.

 

(Figura nº 5)

La traducción de diégesis por “enunciación” puede parecer demasiado libre; sin embargo, es obvio que Platón se está refiriendo a un problema de enunciación, y que en este momento es indiferente para su razonamiento el que los contenidos de esa enunciación sean narrativos o no (cf. 3.2.2.3.2.2 infra). La traducción más corriente de haplé diégesis es “narración simple”; Genette propone traducir récit pur, “narración pura”. Esta preferencia no parece estar desligada del hecho de que inmediatamente reduzca el esquema de Platón a una oposición originaria entre diégesis y mimesis, suprimiendo haplé e ignorando la jerarquización de los términos así como su derivación de un concepto común, diégesis, que de género en Platón pasa a ser especie en Genette. Si contemplamos la mimesis como una enunciación superpuesta a otra (es el significado de la flecha de nuestro esquema que une “enunciación simple” a “enunciación imitativa”) en vez de verla como un cuerpo extraño ajeno a la haplé diégesis, preferiremos traducir haplé por “simple”, y no por “puro”. Genette está interpretando la teoría de Platón como algo que es accidentalmente, una observación sobre el mayor o menor realismo de los modos narrativos, en lugar de ver que lo realmente importante para Platón es que el discurso directo es una imitación en segundo grado, y por tanto potencialmente peligrosa, pues puede llevar a un hombre de bien a presentar en su imitación hechos indignos de su rango social y moral.
    Genette interpreta, a nuestro parecer erróneamente, que al hablar de “narración imitativa” Platón se está refiriendo a una imitación de la acción por parte del discurso narrativo. De hecho, Platón se refiere a la imitación que un enunciador (el poeta) hace de otro enunciador (el personaje).  Por supuesto, el personaje es un elemento de la acción, pero no todo en la acción son personajes. En todo caso, Genette sí está intentando determinar la mayor o menor “distancia” entre acción y discurso / relato, y encuentra conveniente establecer una primera oposición entre diégesis y mimesis: “Dans ces termes provisoirement adaptés, le “récit pur” sera tenu pour plus distant que l’imitation: il en dit moins, et de façon plus médiate” (“Discours” 184). Pasa de ahí a señalar la necesidad de tratar separadamente hasta qué punto es posible la mimesis en el relato de acontecimientos por una parte, y en el de palabras por otra. Señala que una mimesis entendida en el sentido de “manifestación inmediata” del objeto narrado es imposible: sólo tendremos distintos grados de diégesis, “à moins, bien sûr que l’objet signifié (narré) ne soit pas lui-même du langage”. 
    La diferenciación es correcta. Podemos colocar con Genette el límite de la mostración (showing ), la menor distancia entre acción y discurso, en la narración de palabras en discurso directo.  Esta mínima distancia se debe al hecho de que el material semiótico utilizado para transmitir el relato (el lenguaje) se encuentra también dentro de la acción, constituyendo un fragmento de ella que puede pasar a formar parte del discurso. Sólo la semejanza “natural” (en realidad, física) con la realidad designada parece ser una “mostración” aceptable para Genette (cf. Hernadi, Teoría 152). Esta postura tiene mucho en común con la teoría defendida en el siglo XVIII por Thomas Twining, para quien “la poesía dramática es la única forma poética imitativa, porque imita, mediante palabras, las palabras de los personajes” (Aguiar e Silva, Teoría 107). Genette ha llegado a hacer una formulación extrema y francamente exagerada de este principio:

la notion même d’imitation sur le plan de la lexis est un pur mirage, qui s’évanouit à mesure qu’on l’approche: le langage ne peut imiter parfaitement que du langage, ou plus précisément un discours ne peut imiter parfaitement qu’un discours parfaitement identique; bref, un discours ne peut imiter que lui-même. En tant que lexis, l’imitation directe est, exactement, une tautologie. (“Frontières” 155).

Debe quedar claro, sin embargo, que la relación de unas palabras citadas directamente en el discurso con sus referentes en la acción no es comprendida como una identidad, sino más bien como lo que es: la relación entre dos especímenes (tokens) de un mismo tipo (type).  Las palabras en discurso directo no son las palabras del personaje sin más: son las palabras del personaje citadas por el narrador. Las palabras propias del narrador son usadas por él, mientras que el discurso directo del personaje es más bien mencionado.  El narrador puede “repetir” literalmente las palabras del personaje, pero no puede evitar que el contexto de esas palabras se duplique: al contexto original (ficticio), se superpone el co-texto que las rodea, el discurso narrativo: las palabras requieren dos contextos diferentes para su interpretación (cf. 3.2.2.3.2.2 infra). Su presencia como discurso directo inserto en un texto narrativo, y no como los especímenes comunicativos “originales” altera irremisiblemente su naturaleza,  e impide que identifiquemos estos dos tipos de parlamentos como pretende Genette: el discurso directo no es “la chose même” (156): es otra cosa. Esa diferencia aún queda más clara si la narración nos indica que hemos de suponer que el narrador manipula de algún modo las palabras del personaje citadas: por ejemplo, traduciendo al propio idioma las palabras de un extranjero. Allí el discurso directo difícilmente representa “la cosa misma”. Llevada a sus últimas consecuencias, la teoría de Genette resulta en una oposición entre los fragmentos en discurso directo y el resto del discurso (cf. Bal, Narratologie 26-27).
    Sí podemos aceptar que el discurso directo es el fenómeno más próximo a una transcripción punto por punto de estructuras de la acción. Una narración será tanto más dramática cuanto mayor uso haga del discurso directo (Bal, Teoría 153). Pero si reducimos a esto el contraste dramatización / narración vamos a pasar algo por alto. Aunque el resto del relato no sea mimético en este sentido, hay que reconocer que lo es en otros sentidos. Deberemos analizar esos posibles elementos dramáticos del relato, que han sido señalados de manera más o menos sistemática por muchos teorizadores.
    Si reducimos lo “mostrable” al discurso directo y sostenemos que todo lo demás no es sino “decible”, ya no es en absoluto legítimo identificar la oposición entre mimesis y diégesis a la oposición entre telling y showing (o narration  / dramatization) utilizada por la crítica anglosajona a partir de James, Lubbock y Beach.  La exhortación de James (“dramatize! dramatize!”) va mucho más allá de una apología del discurso directo.  En Aristóteles o Platón, la noción de mimesis entendida al modo de Genette se restringiría al empleo o no del discurso directo.   Este tipo de “distancia” es ya un criterio valorativo para Platón y Aristóteles. Platón critica a Homero por su abundante uso del discurso directo, mientras que Aristóteles lo alaba por lo mismo. Según Aristóteles, la representación de acciones busca producir un efecto concreto, de manera semejante a los discursos de la retórica, pero se trata de una retórica del mostrar y no del decir. Lo que sí hay que representar en los géneros narrativos diciéndolo  es el sentido que no resultaría dramatizado por la simple retórica de las acciones:

Hay que tratar, evidentemente, las acciones según estas mismas ideas siempre que hayan de ser en efecto compasivas, tremefacientes, grandiosas o verosímiles; la diferencia está en que las acciones han de aparecer por sí mismas, sin instrucciones; mientras que los efectos de la palabra tienen que ser preparados por el orador y provenir del discurso mismo. Porque si no, ¿para qué serviría el que habla si su pensamiento apareciera por sí mismo, y no mediante sus palabras? (Poética, 1456 b)

    La discusión sobre el elemento dramático de la narración que surge en nuestro siglo tiene intenciones valorativas comparables, aunque basadas en presupuestos filosóficos completamente distintos, como también es distinto su concepto de mimesis, y de presentación “directa” o “dramática”. James, Lubbock, Beach y una infinidad de seguidores hasta bien entrada la segunda mitad del siglo propugnan la preponderancia de la representación, lo que podríamos llamar la “distancia cero”, sobre la narración: quizá convenga por ahora conservar sus términos, showing y telling (“mostrar” y “decir”).  Como Aristóteles, estos teorizadores afirman que la excelencia de la narración consiste en acercarse al género dramático, en dejar que la acción se desarrolle “por sí misma” ante el lector. El “autor”  debe abandonar la tiranía que ejercía sobre el mundo novelesco a la manera típica del siglo XIX y desaparecer de la escena, o al menos “hacerse transparente”, evitando orientar explícitamente el juicio del lector y romper la ilusión mimética de la narración. Para Lubbock,

the art of fiction does not begin until the novelist thinks of his story as a matter to be shown, to be so exhibited that it will tell itself (...). The thing has to look true, and that is all. It is not made to look true by simple statement. (62)

Lubbock analiza la práctica de James, y concluye que la presentación “directa” tan necesaria encuentra su forma ideal si se narran en tercera persona las experiencias, percepciones y pensamientos de un personaje dado, el reflector. Para que el procedimiento sea efectivo, la base de la obra ha de ser la escena, y no el resumen narrativo. Lo propiamente narrativo no se considera dramático: ya había aparecido esta actitud en el rechazo de las narraciones de mensajeros por parte de la teoría dramática a partir del romanticismo (ver por ejemplo Ingarden, Literary Work 321). Friedman (“Point of view” 153) aclara que por “escena” no debemos entender solamente el diálogo: lo realmente importante es la atención al detalle concreto en un marco espacio-temporal bien definido.  El comentario personal del “autor” está prohibido.
    Vemos cómo Lubbock y Friedman no entienden por “presentación directa” lo mismo que entendían Platón o Aristóteles por “enunciación imitativa” o mimética. Para los griegos, sólo el discurso directo era mimético punto por punto, presentación (casi) inmediata. Los críticos anglosajones afirman que el discurso puede dramatizar también acciones. El método será la presentación escénica (requiriendo, además de un tiempo del relato escénico, una determinada técnica de focalización) y la supresión del “autor”: la reducción al mínimo del elemento propiamente discursivo de la novela, diríamos nosotros. Como el drama, las novelas de la tradición jamesiana tienden a dividirse en bloques espacio-temporales bien definidos, y tiende a reducir el discurso a la transmisión de un relato.
    La reacción contra ciertas limitaciones de esta posición surge pronto. El libro de Käte Friedemann Die Rolle des Erzählers in der Epik defendía ya a principios de siglo los recursos propiamente narrativos frente a la “dramatización” propugnada por Spielhagen. El estudio de Friedemann es un importante punto de referencia para definir el concepto de narración dramática así como los efectos no dramáticos de la voz del narrador, que Friedemann contempla como centrales al género narrativo (3). Friedemann distingue también por ejemplo entre la caracterización “dramática” de un personaje en la narración y su caracterización en boca del narrador al margen de una situación específica (133) pero tiende en cualquier caso a señalar que el efecto dramático es sólo un efecto subordinado a un contexto global narrativo. Para Friedemann, se trata de técnicas de presentación distintas, recursos retóricos que consiguen efectos diferentes, y no necesariamente es más artístico lo más elaborado (144).
    Un reivindicación similar de lo narrativo, y una aportación comparable al repertorio conceptual de la narratología, realiza en el área anglosajona la Rhetoric of Fiction de Wayne C. Booth. Este arguye que la mediatización del relato es inevitable, y la desaparición del discurso del autor, ilusoria. La insuficiente distinción conceptual establecida por Lubbock (et al.) entre autor y narrador va ahora camino de convertirse en un serio malentendido.  En la solución que propone, Booth parece dispuesto a acabar con la enfermedad matando al enfermo, pues intenta refutar la validez de la oposición showing / telling mostrando la vaguedad de estos conceptos. Así, observa que una situación dramática no tiene por qué ser presentada de una manera dramática; hay, pues, dos sentidos de “dramático”:

• to show characters dramatically engaged with each other, motive clashing upon motive, the outcome depending upon the resolution of motives.

o bien

• to give the impression that the story is taking place by itself, with the characters existing in a dramatic relationship vis-à-vis the spectator, unmediated by a narrator and decipherable only through inferential matching of word to word and word to deed. (“Distance and Point-of-View” 185-186)

Un dramatismo de la acción frente a un dramatismo del discurso, por tanto. Refiriéndose a un texto de Fielding en el que el narrador relata una situación conflictiva y las reacciones que provoca en cada personaje, todo ello en un relato rápido y resumido, superficialmente neutro pero en realidad impregnado de ironía, Booth se pregunta si hay o no dramatismo en la presentación de esa escena. Concluye sorprendentemente que la ambigüedad de utilizar dramatic (o showing) en estos casos resta toda utilidad al concepto. Pero examinando el ejemplo puesto por Booth (Joseph Andrews, I.12) vemos que la insatisfacción de Booth se debe a que ninguna de las dos definiciones anteriores de dramatic capta el sentido preciso en el que esta escena es dramática. La primera es insuficiente, pues se trata de un dramatismo en el relato. La segunda parece demasiado exigente, pues en ese texto falta el detalle concreto y el punto de vista definido que exigían Lubbock y Friedman. Sin embargo, el “autor”, a pesar de su presencia hecha evidente por el uso del resumen, se limita a narrar, sin emitir juicios de valor explícitos. Naturalmente, se hallan implícitos, pero el lector extrae sus propias conclusiones a partir de la información que recibe sobre las acciones de los personajes. Los personajes no sólo son caracterizados mediante una descripción que les atribuya esta o aquella cualidad. También se manifiestan dramáticamente ante el lector cuando sus acciones nos son narradas. 
     La ambigüedad de los conceptos de showing y telling denunciada por Booth debe resolverse analizándolos más detenidamente. Booth prefiere desecharlos y recurrir al autor implícito como deus ex machina; el lector, según Booth, es “persuadido” por el autor implícito. Pero la principal característica del autor implícito es… que está implícito. La persuasión deberá ser el efecto combinado de todos los elementos de la estructura narrativa, entre ellos la narración directa y la dramatización.
    En la ficción, el relato también es dramático en el sentido en que utiliza el término Martínez Bonati (55-57). La frase narrativa de ficción es dramática en cuanto que, por la naturaleza misma de la situación narrativa, aceptamos este tipo de frases del narrador como creadoras del mundo ficticio de la acción. La condición de la ficción es este crédito dado al narrador, la identificación de un texto con un mundo. El mismo Genette (“Frontières” 160) reconoce que la dicción propia de la narración es la transitividad absoluta del texto, que da la ilusión de contarse a sí mismo, aunque observa que la introducción de elementos discursivos hace que “rara vez” se dé la forma pura.  Martínez Bonati niega que se pueda dar esa transitividad: aunque el texto pretendiese ser sólo signo que nos remita al relato, y nunca al narrador (como parece suceder, por ejemplo, en algunos relatos de Hemingway), siempre ofrecerá una información sobre la actividad de aquél en tanto que indicio. Este doble valor del lenguaje se ha subrayado con frecuencia desde la época romántica. Para Coleridge, “language is framed to convey not the object alone, but likewise the character, mood and intentions of the person who is representing it” (Biographia 263). La distinción de funciones expresivas y emotivas del lenguaje frente a la evidente función referencial es un lugar común de las teorías clásicas de la enunciación.  Otro elemento “dramático” proviene de esas funciones indiciales.
    Ya nos hemos referido a la distinción que hace Todorov (“Catégories” 145; Poética 68) entre el valor subjetivo y el objetivo de los enunciados, refiriéndose a la distinción establecida por Austin entre enunciados constativos (constative) y realizativos (performative).  Para Todorov, en la narración predomina el valor constativo u objetivo, pero en los diálogos y en las intrusiones del narrador predomina el valor realizativo o subjetivo. Podríamos concluir, quizá, que es la fuerza ilocucionaria, y no el significado de esos parlamentos lo que adquiere especial prominencia para el lector (3.1.1 infra). Son actos (de habla) realizados directamente ante nosotros, y mediante ellos el autor dramatiza al narrador o al personaje, haciendo que se nos revele de forma inmediata. Sin duda, Henry James se hubiera sorprendido de ver elevados a la categoría de elemento dramático de la novela a los intrusivos narradores de Dickens, Trollope o Thackeray, tan criticados por él como “undramatic”.
    Los actos de habla que aparecen directamente ante el lector son, pues, interpretados por éste según ciertas convenciones lingüísticas, discursivas o más generalmente sociales. Esta interpretación sería otro tipo de relación “dramática” hacia algo “directamente” dado.  Pero la misma actitud dramática, activa, interpretativa, puede darse respecto a algo no directamente dado, sino simbolizado, representado, como los parlamentos en discurso directo de los personajes o el tipo de presentación de actos que señalaba Booth en Fielding. Tanto los actos de habla presentados directamente como los actos (de habla o no) presentados indirectamente son elementos ofrecidos a la posible interpretación del lector. Genette niega la posibilidad de una mimesis de las acciones: acertadamente, si considerásemos que la identidad de materia entre el signo y su referente es condición necesaria para la mimesis. Pero es una condición demasiado estricta. El relato sí puede mimetizar la comprensión que en la vida real tenemos de los actos. El significado de un acto, sea o no de habla, no es constante, sino que se determina en la interacción de un código más o menos fijo y un contexto variable. Es, pues, contextual: un acto puede tener sentidos completamente distintos según la situación en la que se ejecute. Un autor puede así narrar actos realizados por los personajes en una escena especificando al máximo su significación en ese contexto determinado (su “fuerza”), o bien puede informarnos exclusivamente de su forma (en el caso de los actos de habla, de su aspecto locucionario) dejando que extraigamos el significado contextual a partir de nuestro conocimiento previo de la novela y de las reglas de actuación social.
    Al igual que otros muchos teorizadores,  Genette observa en el relato de palabras una gradación que va de la forma puramente mimética, el discurso directo, pasando por dos formas intermedias, el indirecto libre y el indirecto, hasta la forma menos mimética, el “discours narrativisé, c’est-à-dire, traité comme un événement parmi d’autres et assumé comme tel par le narrateur lui-même” (“Discours” 190). El acto de habla está en este último caso considerado sencillamente como acto, y como observa el mismo Genette, cabe aquí una gradación entre unas formas que hacen mención escueta del acto y otras más descriptivas, en las cuales “on pourrait sans aucun doute pousser plus loin la réduction du discours à l’événement” (191). Pues bien, una gradación similar a ésta es posible en la narración de acciones no verbales. Las acciones humanas tienen relevancia semiótica, son también un lenguaje, y como tal puede transmitir mensajes traducibles y resumibles. También aquí tenemos grados de mimesis y no sólo grados de diégesis como pretende Genette (186). Más bien, en cuanto admitimos la posibilidad de “grados”, parece inevitable relacionar de manera inversamente proporcional los dos conceptos: un grado de diégesis supone un grado complementario de mimesis.
    Si recapitulamos los factores ya expuestos que determinan la distancia narrativa, podemos proponer una serie de dicotomías que son distintas acepciones posibles, distintas manifestaciones de la distinción intuitiva entre presentación directa (showing, mimesis) y presentación indirecta (telling, diégesis). Las reproducimos en el cuadro que sigue:

            Mostración directa         /     Representación indirecta
         ______________________________________________________
        1. Discurso directo        /    Narración
        2. Escena            /    Resumen
        3. Narración con “reflector”    /    Narración sin “reflector”
         (personaje focalizador)            (narrador-focalizador)
        4. Descripción            /    Valoración
        5. Discurso             /    Relato
        6. Indicio            /    Signo
        7. Icono             /    Signo
        8. Especimen            /    Signo
        9. Fuerza ilocucionaria        /    Significado  (locucionario)   
        10. Significante            /    Significado
        11. Signo            /    Referente
(Cuadro nº 7)


Se observará que algunas de estas categorías (las definidas semióticamente) tienen una validez más amplia que las otras; de hecho, debería ser posible reducir toda oposición mimético / diegético a oposiciones de carácter semiótico como las de los pares 6-10. Así, el discurso es más directo que el relato en tanto en cuanto es su significante y en tanto en cuanto la fuerza ilocucionaria suele ser más evidente en los elementos puramente discursivos que en los narrativos (nos referimos a una revelación de la subjetividad del narrador). El carácter directo del diálogo y la escena puede asociarse a sus valores de especimen e icono, respectivamente. En tanto que especimen o icono, el texto narrativo muestra directamente el mundo narrado, pero con categorías como 5, 6 y 9 lo que se muestra directamente es la enunciación de ese mundo y su enunciador. A su vez, el valor mimético de las técnicas discursivas y la fuerza ilocucionaria podrían relacionarse con su carácter indicial.
    Como vemos, se halla aquí en juego toda la estructura textual: no podemos dar una definición simple de “distancia” si queremos ver cierta relación entre todos estos elementos que contribuyen a constituirla; sí podemos observar que convergen en la actividad interpretativa del lector, en el tipo de maniobras cognoscitivas requeridas por parte del receptor. El funcionamiento conjunto de todas estas categorías es muy complejo: tomemos por ejemplo la fuerza ilocucionaria. No debemos olvidar, al estudiarla, que hay al menos tres niveles básicos de enunciación en un texto narrativo: la enunciación real del autor (que incluye los procesos de composición y publicación así como el acto de lectura), la enunciación ficticia del narrador, y los parlamentos de los personajes. A la hora de valorar estas distintas enunciaciones, el lector sigue al menos tres códigos diferentes (cf. 3.1.4.2 infra). La fuerza ilocucionaria de las palabras de los personajes dramatiza la acción, pero las intervenciones del narrador que ayudan a perfilarla nos alejan de la inmediatez de esa acción al mostrarla como serie de palabras: es el discurso lo dramatizado en este caso. Así pues, unas partes de la estructura textual trabajan contra otras, y por tanto no es ilógico que en los pares parezcan invertirse las áreas respectivas de lo mostrado y lo representado. Además, estos recursos son susceptibles de ser remodelados en cada texto concreto, “reprogramados” en cierto modo por la dialéctica discursiva, resultando en una interpretación diferente a la que les corresponde en sí. Las palabras citadas en discurso directo pueden revelarse como falsos referentes, como mentiras, un largo discurso puede ser proferido en unos segundos por un personaje ficticio, etc.
    Tras comprobar cómo la ilusión de mimesis en el relato de acciones repercutía en la duración del discurso por una parte (dada la necesidad de escenas) y en la voz por otra (“ausencia” del narrador), Genette concluía que “le mode n’est ici que la résultante de traits qui ne lui appartiennent pas en propre” (“Discours” 187). Bal (Narratologie 26 ss) y Rimmon-Kenan (Narrative Fiction 141) proponen suprimir el concepto de distancia como categoría modal independiente, basándose en esta “impureza” de su definición. Creemos, sin embargo, que la distancia tiene un sentido definido como el resultado de la traducción de la acción en relato según unas u otras técnicas semióticas (mediante signos, iconos, etc.); la experiencia cognitiva resultante para el lector es autónoma, y su conexión con cuestiones como la de la temporalidad se percibe como accidental o secundaria.  La ausencia de mediación es algo que tiene mucho de ilusión, de efecto retórico. Muchas veces es la resultante de la constancia con que se mantiene una forma narrativa tanto como de sus cualidades intrínsecas. La mezcla de modos narrativos aumenta la sensación de mediación (cf. Bonheim 6).
    Podríamos definir la experiencia resultante de la dramatización como una forma de comunicación específicamente artística (y, en algunos aspectos, específicamente literaria o narrativa). Queremos decir con ello que se trata de una forma de comunicación no específicamente lingüística. No está codificada por el sistema del lenguaje, sino por el conjunto de códigos significativos utilizados por el lector, orquestados por el texto en tanto que sistema modelizador secundario (cf. Lotman 20). El lenguaje explícito de la obra no es sino un vehículo para la palabra silenciosa del “autor implícito” o del texto mismo.
    El lenguaje es la manera más económica de comunicar una experiencia, pero al precio de que deje de ser estrictamente hablando una experiencia, y pase a ser lenguaje. Esto puede suponer una devaluación: ya Longino señalaba que la auténtica sublimidad se expresaba a veces mejor mediante el silencio que mediante el lenguaje (Sobre lo sublime, cap. IX); para Mallarmé (“The Evolution of Literature” 689) nombrar es destruir el objeto artístico; éste debe ser revelado, descubierto, mostrado. Más recientemente, I. A. Richards (Principles 108 ss) formula tentativamente un principio general de la comunicación artística: lo que se puede transmitir de modo directo no debe transmitirse de modo indirecto. La gramática ha de ceder el sitio a la poética.
     Bruce F. Kawin (The Mind of the Novel 100) parafrasea así a Wittgenstein: “Language and logic amount to a point of view. A point of view cannot observe itself”. Esta situación se supera en dos direcciones: superponiendo un nuevo lenguaje, un metalenguaje tomado como punto de observación desde donde estudiar el lenguaje; o intentando reproducir la experiencia en una obra de arte. La reproducción puede ser más o menos ambiciosa, y el papel de lo mostrado más o menos decisivo para el proyecto de la obra. Varía desde la presencia de una ironía ocasional hasta el ahuecamiento de toda la estructura textual en un intento de expresar lo inexpresable. Kawin estudia este caso límite, en el que la novela pretende ser un acto de mostración de aquello mismo que queda más allá del lenguaje y que carece de sentido nombrar:

The ineffable is characterized by absolute presence, the effable by différance. It is not that the ineffable is an illegitimate concern but that language deals properly and only with what is not ultimately present. It is not that language fails to express the ineffable, but that the effable is the province of that failure which is language. (233)

En los textos que desafían este presupuesto (el Innombrable de Beckett es quizá el caso paradigmático), la distancia es mínima. El texto se repliega sobre sí mismo para arrastrar al lector al interior de su estructura, y hacerle personaje de un drama abismal de la escritura.


2.4.1.2. Decir

Descripción y narración son las formas del decir, instrumentalizadas en mayor o menor grado para proporcionar la experiencia de la dramatización. Al contrario de lo que sucedía con la dramatización de acontecimientos, se trata en este caso de recursos no específicamente literarios (aunque sus formas particulares sí puedan ser específicas de la literatura). Son técnicas expresivas del lenguaje utilitario tanto como del estético. Sus maneras de mostración están estrechamente ligadas a su carácter lingüístico, y por ello será más provechoso estudiarlos directamente como un fenómeno discursivo ( 3.2.2.3.1, 3.2.2.3.4 infra).





2.4.2. Perspectiva


2.4.2.1. Definición

En el terreno de la narración, definiremos provisionalmente la perspectiva (o focalización, cf. 2.4.2.3 infra) como el proceso de selección de acontecimientos que transforma la acción en relato. Atenderemos aquí a la naturaleza de los acontecimientos seleccionados (y no a su duración; cf. 2.2.2.1 supra) y sobre todo a la relación cognoscitiva que mantienen con ellos los diversos sujetos textuales (personajes y narrador). La acción es potencialmente infinita, inagotable. Es concebible como una masa de datos que han de ser elaborados para su transmisión narrativa: es impensable su comunicación directa y total. “Ist aber die Aussparung unumgänglich,” observa Weimann,” so ist bei Bewertung des Erzählten schon nicht mehr die Tatsache der Auswahl, sondern der Standpunkt bemerkenswert, von dem aus sie vorgenommen wird” (“Erzählerstandpunkt” 388). Por lo tanto, esta categoría nos remite a un nivel superior al del relato: la perspectiva puede estudiarse también como una estrategia discursiva. Y así, nos remitirá al estratega, al enunciador del discurso narrativo, en su doble aspecto de autor y narrador (cf. 3.2.1.2 infra). El personaje tiene su propia perspectiva sobre la acción, un pequeño modelo del mundo. De la misma manera la tiene el autor sobre la realidad que interpreta y transforma en un acto de imaginación. “However objective he strives to be, he looks out upon the world through the lens of his own personality” (Perry 247). Hoy, Fredric Jameson (The Political Unconscious) formula esta intuición en términos de ideología y actuación simbólica del autor sobre la realidad social. Sea cual sea la formulación que adoptemos, la cuestión del punto de vista es en última instancia un eco en la estructura textual del acto de visión (en ambos sentidos) y de perspectivización de la realidad en que tiene su fundamento la comunicación narrativa entre autor y lector.
    Hemos hablado antes del punto de vista a nivel de la acción. Utilizaremos ahora el término perspectiva más restringidamente para referirnos a un fenómeno semiótico del nivel del relato, la focalización. Cervellini, inspirándose en Bal, define a la focalización como la conjunción de tres actividades: visión, selección y presentación (43). Greimas y Courtés dan una definición más estrictamente semiótica (150): la focalización es “une procédure de débrayage actantiel”; es “la délégation faite par l’énonciateur à un sujet cognitif, appelé observateur, et son installation dans le discours narratif”. Greimas y Courtés diferencian la focalización, que requiere este personaje-observador, de la perspectiva:

A la différence du point de vue, qui nécessite la médiation d’un observateur, la perspective joue sur le rapport énonciateur / énonciataire, et relève des procédures de la textualisation.
    Fondée sur la structure polémique du discours narratif, la mise en perspective consiste, pour l’énonciateur, dans le choix qu’il est amené à faire dans l’organisation syntagmatique des programmes narratifs, compte tenu des contraintes de la linéarisation des structures narratives. Ainsi, par exemple, le récit d’un hold-up peut mettre en exergue le programme narratif du voleur ou celui du volé; de même, le récit proppien privilégie le programme du héros aux dépens de celui du traître. (274)

Aquí no estableceremos este tipo de distinción entre focalización y perspectiva. Esta acepción de “perspectiva” de Greimas y Courtés parece basarse en una interpretación defectuosa de la relación de orden entre el tiempo de la acción y el tiempo del discurso. De nuestro análisis de la temporalidad del relato (2.2 supra) se desprende que la linearidad del discurso no es ningún determinante para la transmisión de la significación narrativa; todo lo más puede servirle de apoyo icónico (cf. un error comparable en Hawthorn 61). Nuestra perspectiva se da necesariamente, pero su forma exacta es determinada por la estrategia del narrador, y no por un automatismo excluyente como el que parece sugerir la definición de Greimas y Courtés.
     Como hemos señalado anteriormente, la perspectiva del relato se basa en mayor o menor grado en la perspectiva inherente a la acción. Muchos teorizadores, sin llegar a proponer una definición sistemática de la perspectiva, resaltan la impresión vívida que resulta en la narración al incorporar detalles de la experiencia o percepción subjetiva de un personaje en el discurso del narrador.  Es importante definir las formas posibles en que la perspectiva de la acción, ligada a la percepción y la subjetividad de los personajes, puede manifestarse en el relato. 
     La perspectiva puede definirse de manera más o menos amplia, más o menos ambiciosa, ya sea restringiéndola al ámbito de una teoría de la narración literaria o intentando ampliarla al lenguaje en general, e incluso a otros medios semióticos. Es claro que existen fenómenos comparables en todo tipo de comunicación; cuanto mayores sean las afinidades entre ese medio y la narración literaria, más clara y detallada será la definición que se pueda dar a las técnicas de perspectivización que les sean comunes. Así, una teoría de la perspectiva teatral o fílmica tendría por una parte elementos comunes con la narrativa (p. ej., el papel del espectador implícito, los fragmentos de la acción seleccionados en el relato, etc.) y otros aspectos más próximos a la perspectiva icónica de la pintura.
    A este respecto vuelve a ser de primera importancia la diferenciación entre artes narrativas o no narrativas, artes espaciales y artes temporales (Lessing 148 ss). En las artes representativas se superponen al espacio o al tiempo físicos ocupados por el objeto artístico un espacio o tiempo significados, virtuales. Lessing señala que en virtud misma de la naturaleza de los signos utilizados, la literatura es un arte temporal: sus signos se ordenan en series sucesivas, y por ello es más apta que la pintura para representar series de acciones. Acepta que la arbitrariedad del signo literario le haría en principio susceptible de representar con igual adecuación acciones o cuerpos. Pero al igual que la simultaneidad de los signos pictóricos proporciona una percepción inmediata de la espacialidad, la sucesión de los signos representa de modo vívido la temporalidad de las acciones significadas. Hoy diríamos que aunque el mundo narrado es significado sígnicamente, su temporalidad puede ser significada icónicamente. Lessing añade que la manera más propia en que la literatura puede introducir un espacio representado es subordinándolo a una serie temporal: los objetos deben describirse ya asociados a una serie de sentimientos del poeta que los contempla (163) o en lo que puedan tener de temporal, por ejemplo, en el proceso de su fabricación o su utilización (170 ss). Podríamos añadir: o de su percepción. Philippe Hamon (“Qu’est-ce qu’une description?”) hace una observación semejante sobre el problema de la descripción de objetos: una descripción dinámica nos presenta al objeto bien a través de una actuación sobre él, bien a través de la observación que de él realiza un personaje.  La perspectiva es, en primer lugar, una forma de subjetivizar la experiencia del relato, de articular un argumento eficaz y motivarlo asociándolo a la experiencia y la percepción de un personaje. Es, pues, un importante recurso para crear la ilusión de verosimilitud, aún más, de naturalidad y espontaneidad en la forma artística, evitando la impresión de manipulación deliberada a manos del novelista. Ya en la época victoriana aparece la conciencia teórica de la perspectiva como una técnica de motivación realista.
    Creemos que pondría en peligro la claridad del concepto una interpretación demasiado amplia de la perspectiva, que la lleve más allá del nivel del relato para hacerla la clave de toda toma de postura en el texto (incluyendo, por ejemplo, el “punto de vista ideológico” de Uspenski en fragmentos puramente discursivos). Marjet Berendsen intenta aplicar el concepto de focalización en frases evaluativas, y llega incluso a afirmar que “the testimonial and ideological function clearly belong to the domain of focalization and not of narration”.  Nosotros veríamos más bien el uso de la focalización como una figura regida en principio por la narración, y restringiríamos su uso a las frases narrativas, a la transmisión del relato. Es una figura que puede presentarse a nivel microestructural (un matiz en una frase, una palabra) o macroestructual: puede invadir la totalidad del texto y alterar de manera radical la naturaleza y efectos de la acción para el lector. La percepción se convierte en una experiencia, casi en una nueva acción (cf. Booth, Rhetoric 340 ss). El modo de ver el objeto prima sobre el objeto en sí.  Esto es evidente de una manera inmediata en la misma definición de algún subgénero como la novela de misterio (cf. Sternberg 192 ss); en ella, el personaje deja de ser tema y deviene técnica. Algunos teorizadores (Todorov, Poética 106; Kawin 162) señalan cómo en casos extremos la narración focalizada se utiliza como un medio de aproximación a lo inefable de la experiencia vivida; la experiencia de la acción sustituye ventajosamente a la acción; podríamos decir que es el punto de vista el que crea el objeto.  Pero en general debemos evitar establecer correspondencias rígidas entre perspectiva y temática, o perspectiva e ideología (cf. Lotman 56). No se pueden identificar sin más una determinada técnica perspectivística y una posición filosófica ante la realidad: la fragmentación perspectivística puede ser tanto un instrumento de descripción de una realidad objetiva como la demostración de que toda realidad es subjetiva; es la diferencia de énfasis que dan a esta técnica Wilkie Collins en The Moonstone y Faulkner en As I Lay Dying.
    Parece útil la sistematización de los criterios que se siguen al establecer las clasificaciones de puntos de vista. El trabajo de Todorov (Poética 65 ss) va en este sentido. Propone las siguientes categorías:
• Presencia o ausencia de conocimiento sobre un determinado punto (cf. nuestra selección).
• Subjetividad u objetividad del conocimiento (cf. Todorov, “Catégories” 141 ss).
• Grado de ciencia, o capacidad para captar lo interior o únicamente lo exterior.  Aquí hablaremos de visión interna o externa.
• Unicidad o multiplicidad de los distintos tipos de focalización en relación a los personajes (cf. la jerarquización y funcionalidad de los personajes: definición de héroe, confidente, mensajero, observador, reflector, etc.)
•  Constancia o variabilidad de la perspectiva a lo largo del relato (cf. las “alteraciones” de Genette, “Discours” 211).
   
    Ricœur propone como definición del “punto de vista” “the orientation of the narrator’s attitude towards the characters and the characters’ attitudes toward one another” (Time and Narrative 2, 93). Para desarrollar esta definición se remite a los conceptos desarrollados por Uspensky en su Poética de la composición.  Esa orientacion es un complejo de fenómenos en diversos planos, que desborda el concepto más restringido de perspectiva que proponemos aquí, y que sin embargo tiene el mérito de atraer la atención sobre la incidencia de las cuestiones perspectivísticas sobre otros aspectos de la estructura de la obra. El plano más general o ideológico se refiere a la presencia en la obra de diversos universos culturales o concepciones del mundo. Este plano sólo nos concierne aquí en tanto en cuanto se manifiesta con recursos formales específicos, como por ejemplo un contraste temporal o una interferencia de voces. El plano fraseológico se refiere específicamente a las relaciones entre el discurso del narrador y el de los personajes. Este aspecto del “punto de vista”, que incluye la problemática de la narración representada, el estilo directo, indirecto libre, etc., lo estudiaremos como un problema de voz narrativa (3.2.2.3). Otros planos perspectivísticos distinguidos por Uspenski se refieren a la orientación espacial y temporal. La perspectiva no se restringe a un punto de vista fijo, sino que el narrador puede orientar su presentación de los acontecimientos con respecto a la situación de un personaje o proyectando un punto de referencia virtual.  Ya hemos hablado de conceptos perspectivísticos en su relación con la reestructuración temporal, las anacronías y el aspecto. Estudiaremos la focalización en más detalle en breve (2.4.2.3) y volveremos a encontrar aspectos de perspectivización temporal al hablar del tiempo de la narración (3.2.2.4 y 5). El uso de los tiempos verbales constituye para Uspenski otro plano del punto de vista. El uso del presente, el pasado o el futuro por parte del narrador se utiliza para adoptar la propia perpectiva o para marcar el paso a otro centro de orientación. Así un “mismo” momento de la acción puede presentarse perspectivísticamente como el pasado del narrador, el presente de un personaje, o como un pasado que en tiempo fue futuro. La orientación por medio de los deícticos obedece a una problemática semejante. Por último, lo que Uspensky llama plano “psicológico” del punto de vista, la oposición entre la presentación de hechos como fenómenos objetivos o subjetivos, es lo que aquí consideraremos el problema central de la perspectiva. Recordemos, pues, que la perspectivización tiene repercusiones en los diversos planos de la ideología, la estructuración temporal, la voz, etc., pero en lo que sigue nos centraremos en la articulación mutua de la objetividad del relato y las representaciones de la experiencia subjetiva que incorpora.


2.4.2.2. Perspectiva y gramática

M. A. K. Halliday (“Language Structure and Language Function”160) presenta un modelo lingüístico que distingue tres funciones llevadas a cabo por el lenguaje: ideacional, interpersonal y textual. Cada una de ellas se manifiesta en determinadas estructuras lingüísticas; respectivamente, el tema, el modo y la transitividad. Resulta tentador ver en cada una de estas estructuras el generador de cada uno de nuestros tres niveles de análisis: la acción sería la manifestación a nivel textual-narrativo de la temática, el relato de la estructura modal y el discurso de la transitividad.
    A nivel textual-narrativo, por lo tanto, la perspectiva estaría relacionada con la función interpersonal, al margen de su unión más evidente con la función textual, en tanto que va ligada a la voz. Halliday ve en la función interpersonal aquélla que define roles “sociales” (nosotros preferiríamos decir “comunicativos”). Es la que rige la manera en que las categorías gramaticales organizan el material lógico suministrado por la estructura de la transitividad. Se asiste así a una creación de sentido adicional, pero no un sentido “lógico”: “The notion ‘grammatical subject’ by itself is strange, since it implies a structural function whose only purpose is to define a structural function”. Pero resulta ser” a meaningful function in the clause, since it defines the communication role adopted by the speaker”. En la oposición posible entre roles sintácticos y roles lógicos o semánticos encontramos pues una primera estructura de perspectivización a nivel oracional. En caso de desfase entre los dos tipos de roles, las gramáticas suelen remitirnos a la voluntad del interlocutor de hacer recaer el énfasis sobre un elemento u otro de la oración. La voz pasiva es sin duda el fenómeno más institucionalizado o gramaticalizado en este sentido. En la construcción pasiva, no nos interesa resaltar el protagonismo del agente lógico, o lo desconocemos, o no es un elemento que entre en los esquemas presupositivos del hablante para esta frase. Por lo tanto, el objeto lógico pasa a ocupar el centro de atención, desempeñando el papel de sujeto gramatical: un papel que tanto cuantitativamente como lógicamente (y con toda probabilidad también genéticamente) va asociado en principio a la noción de agente lógico. La pasiva es así una forma sobredeterminada. Utiliza una forma vaciada pero todavía significante, y juega con dos tipos de relaciones sujeto/objeto. Otro ejemplo, menos institucionalizado éste en la gramática de las lenguas indoeuropeas y más tardíamente reconocido por los lingüistas, es el caso de la topicalización: los desfases producidos no ya entre los roles lógicos y sintácticos, sino entre los roles sintácticos y los posicionales.  El tópico puede asumir así la forma de un elemento sintácticamente independiente del resto de la frase: “Los acuerdos no es que haya todavía compromisos firmes...”, etc. El estudio de la topicalización sólo adquiere pleno sentido a nivel textual: sólo en un contexto concreto comprendemos por qué ciertos elementos son tópicos organizadores del discurso, cuáles se dan por supuestos y cuáles son información nueva que ha de introducirse en forma de rema o comento, asegurándole un mínimo de redundancia.
    A nivel textual, la perspectivización es una entre muchas otras estructuras de topicalización compleja. El personaje, el héroe, es por lo general un tópico organizador del relato, y las distintas estructuras narrativas y perspectivísticas pueden contemplarse como modalizaciones o sobredeterminaciones impuestas sobre la topicalización narrativa primitiva, centrada en el héroe. Un recurso como el uso de un personaje focalizador único por medio del cual nos presenta la historia de otro protagonista es un ejemplo claro de cómo un contenido básico puede modularse perspectivísticamente, “topicalizando” ciertos elementos de la acción que en una forma narrativa menos elaborada hubiesen ocupado un segundo lugar. Pero cualquier técnica narrativa sirve de ejemplo. No debemos olvidar que el lector no sólo trabaja con esquemas importados de la vida real o de la literatura que le llevan a decidir qué es lo narrativamente importante, sino también recurre a distintos esquemas de técnicas perspectivísticas y topicalizadoras. Géneros, subgéneros, normas intrínsecas establecidas por un texto determinado, son en este sentido otros tantos niveles de referencia más allá de los estudiados por la lingüística. No existe un repertorio fijo de estructuras de perspectivización que sea lingüísticamente determinable: cada texto modaliza a su manera la herencia del lenguaje, la de otros textos y la de la experiencia real.
    Hemos dicho anteriormente que la perspectiva que se manifiesta en el relato hunde sus raíces en fenómenos similares del nivel de la acción. Se trataría en esta interpretación del modelo de Halliday de las “frases de proceso mental” que distingue dentro de los tipos de frases según la transitividad. Son las frases que expresan percepción (see, look), reacción (like, please), actividad cognoscitiva (believe) o verbalización (say, speak). Añade Halliday:

What is perceived or felt or thought of may be a simple phenomenon (...) but it may also be what we might call a ‘metaphenomenon’: a fact or a report —a phenomenon that has already as it were been filtered through the medium of language. (“Language Structure”153)

Van Dijk (Texto 159) nos presenta una base gramatical semejante para el estudio de la perspectiva cuando relaciona el “mirar fuera” en la narración con un cambio de tópico de discurso. Lo mismo sucede con “pensar”, el predicado “creador de mundo” (Texto 160).
    El problema del punto de vista, de la perspectiva, está íntimamente ligado a dos cuestiones que son objeto de estudio tradicional de la lingüística: la temporalidad y la deixis (para la temporalidad cf. 2.2 supra). La deixis (en sentido amplio) representa una orientación espacio-temporal respecto de un punto que se toma como centro. Benveniste (“Subjectivité” 262) identifica ese punto con el hablante, y por tanto, con su posición espacio-temporal. Quizá esto sea así en un análisis lingüístico-filosófico del tema como el que está haciendo Benveniste, pero en un acercamiento práctico a los textos hemos de reconocer inmediatamente que la orientación deíctica no siempre se hace por referencia al “yo” hablante, ni siquiera en la lengua oral corriente. Más bien, el yo hablante es el origen y el centro no marcado de la deixis, pero es capaz de elaborar estrategias retóricas para delegarla en un foco secundario (cf. 3.2.1.2 infra). Debemos distinguir el aquí y ahora del yo hablante del aquí y ahora del foco orientador de la deixis, que puede o no coincidir con él. La primera formulación de esta cuestión, y ya a un nivel narrativo-textual, parece ser la de Bühler, con su estudio de los demostrativos (138 ss) y, sobre todo, de las transposiciones o cambios de punto de vista. En la narración, observa Bühler, hay otras orientaciones temporales al margen del “yo-aquí-ahora” del sujeto hablante:

en todas las narraciones épicas e históricas desempeñan un importante papel las trasposiciones bien ordenadas (...). Si un ámbito es mencionado primero mediante nombres propios, como “París, Revolución, Napoleón I”, o está dado como supuesto tácito, se producen en el decir las transposiciones a ese ámbito y de él a otros ámbitos de un modo casi tan inadvertido como las trasposiciones en los saltos de la cámara en el cine (...). Las trasposiciones son un segundo medio de desligamiento de las manifestaciones lingüísticas. (Bühler 547-548)

Del sistema de orientación del narrador pasamos al sistema de orientación del personaje. Veremos cómo una distinción semejante subyace a la distinción entre persona y perspectiva narrativas que se va desarrollando gradualmente en la crítica literaria durante este siglo. El foco orientador de la deixis en un texto narrativo puede ser el narrador, pero también el sujeto o el objeto de la focalización.  Un ejemplo lo suficientemente “lingüístico”: como observa Dorrit Cohn (“Narrated Monologue: Definition of a Fictional Style” 101), en algunas modalidades del estilo indirecto libre, los adverbios indicadores de lugar o tiempo parecen romper las reglas normales de concordancia con los verbos: una forma adverbial indicadora de inmediatez, y regida por el foco deíctico, coexiste con una forma verbal en pasado, regida por el aquí y ahora del narrador, o viceversa. Podemos encontrar en un contexto literario adecuado frases que según un enfoque lingüístico ajeno a la pragmática del discurso serían anómalas. Por ejemplo, “ayer llegará el correo” o “ahora no supo cómo reaccionar” requieren para su análisis una separación semejante entre dos focos orientadores de la deixis temporal.



2.4.2.3. Teorías de la perspectiva

Los antecedentes de lo que denominamos perspectiva narrativa no faltan desde la Antigüedad tanto en las observaciones sobre arte como en la tradición filosófica. Ya hemos mencionado el in medias res horaciano referido más bien a la selección de hechos que han de ser narrados que a su orden.  En el orden del pansamiento filosófico, podríamos mencionar la oposición de Platón a la perspectiva en el Sofista, oponiendo la “icástica”, o arte de la representación de la realidad a la “fantástica” o arte de la representación según la apariencia y la perspectiva (235d-236d). Pero pocos pensadores aparte de Platón pueden permitirse el lujo de hablar de las cosas como son y oponerlas con tanta seguridad a cómo aparecen. Con la nueva filosofía de la era moderna, el conocimiento se fragmenta y la noción de perspectiva adquiere un lugar preponderante en las teorías filosóficas. Pensemos, por ejemplo, en el perspectivismo metafísico de Leibniz y la doctrina de las mónadas:

Y como una misma ciudad contemplada desde diferentes lugares parece diferente por completo y se multiplica según las perspectivas, ocurre igualmente que, debido a la multitud infinita de sustancias simples, hay como otros tantos diferentes universos, que no son, empero, sino las perspectivas de uno solo, según los diferentes puntos de vista de cada Mónada. (Monadología § 57)

    En Kant encontramos la oposición entre un hipotético conocimiento “nouménico”, o conocimiento de una cosa en sí, y un conocimiento “fenoménico”, sometido a las formas puras de la experiencia que son el espacio y el tiempo. No conocemos la cosa misma, sino una parte del infinito número de sus manifestaciones posibles. Es decir, la experiencia humana, siendo fenoménica, es perspectivística. Tenemos un “punto de vista” sobre las cosas, y con frecuencia la existencia de ese punto de vista particular impide la adopción de puntos de vista alternativos. Las consecuencias de esta relativización del conocimiento fueron extraídas de muy diversas maneras por el positivismo o el pensamiento nietzscheano en el siglo XIX, o la fenomenología y el existencialismo en el XX.
    La teoría estética clásica, basada en una concepción mimética del objeto artístico, no podía ignorar el problema de la perspectiva. El análisis fenomenológico de las obras de arte resulta tener características muy especiales, dada la naturaleza semiótica del objeto artístico. Al ser éste (frecuentemente) una imitación, una representación de un fragmento de la realidad más o menos convencionalizada, consta de una estructura fenomenológica imitativa ya fijada, que es parte constituyente de la obra. Al mismo tiempo, la obra es un objeto físico, un fenómeno de por sí, sometido a las leyes generales de la percepción y la acción humana. Un cuadro puede estar mal iluminado, el “mensaje” de una novela puede parecernos simplista, etc. Se trata en estos casos de cuestiones de punto de vista en principio exteriores a la estructura de la obra (lo cual no quiere decir en absoluto que carezcan de interés para la teoría del arte). Un enfoque más restringido, y que conlleva un grado de abstracción, estudia la organización interna de la obra al margen de las circunstancias concretas de su composición o recepción. Pero aun en el marco de este enfoque “intrínseco” nos encontramos con una noción demasiado amplia y polisémica de perspectiva. Cada arte resulta tener condiciones de percepción y comprensión particulares; convenciones diferentes rigen a los diversos estilos y períodos. La escultura, por ejemplo, utiliza en grado mucho menor que la pintura la codificación de un punto de vista interno a la obra. La pintura se asemeja a la literatura en tanto en cuanto que produce la ilusion de una situación espacial dada respecto a los fenómenos representados. Si un texto era tradicionalmente comparado a una “pintura con palabras”, podemos reflexionar un momento sobre el punto de vista en pintura y extraer algunos paralelos posibles con la literatura. Para simplificar, nos limitaremos a la pintura clásica, la pintura perspectivista de la época moderna, que continúa con nosotros a pesar de los ataques de los cubistas, expresionistas, futuristas, y las abstracciones de todo género.
    Es en la teoría de la pintura donde el concepto de perspectiva alcanza tempranamente un desarrollo notable: así sucede en los escritos Leonardo y otros teorizadores sobre pintura del Renacimiento italiano. A fines de la Edad Media la representación pictórica deja de ser intemporal y abstracta para pasar a constituir una escena, un punto en el espacio y en el tiempo. Esto ya supone una perspectivización. La sucesión temporal está en principio ausente de la pintura, aunque haya un buen número de convenciones que la invitan a entrar por la puerta trasera. Pensemos, por ejemplo, en la convención que autoriza al pintor a representar en distintos planos de profundidad momentos sucesivos de la escena representada. No es éste el único sistema. Si tomamos como ejemplo el clásico motivo pictórico de la Última Cena, está claro que el espectador no intepreta este cuadro fuera de todo contexto: en las relaciones con el contexto, o más exactamente con el intertexto, se halla en este caso la narratividad. El espectador conoce la historia bíblica, y el cuadro remite así a toda una secuencia narrativa mediante la representación de un momento convencionalizado. Toda la temporalidad de esta secuencia se halla comprimida en el momento de la bendición del pan eucarístico. La actitud implícita del pintor hacia su tema se expresa, entre otras maneras, por su tratamiento de las convenciones narrativas. Si un pintor representase la Última Cena con todos los comensales comiendo a dos carrillos, no se trataría de una leve infracción de las reglas: sólo un momento de la acción es relevante para el simbolismo cristiano. De igual modo, el punto de vista físico sobre la escena a la vez se adapta a ella y la organiza. Observaremos que en las versiones convencionales de este tema pictórico, la disposición de los Apóstoles realza la figura central de Cristo, y que todos se hallan sentados al mismo lado de la mesa, para no bloquear la visión del espectador implícito. Un cambio de perspectiva significa un cambio de tema: Dalí pinta la Crucifixión vista desde arriba en El Cristo de San Juan, y Velázquez da la vuelta al tema del retrato real en Las Meninas, pintando la escena vista por los reyes que posan para su retrato. En la pintura clásica, el espacio se representa de una manera parcial, que representa la impresión que de él tenemos en la vida real. Sin embargo, se carga de significaciones adicionales, entre otras la del tiempo. El tiempo se somete al espacio en la pintura, al menos en lo que concierne a las estructuras primarias de la percepción. No se debe tanto a que se trate en el caso de la pintura de un arte visual, pues también lo son el cine o el comic mudos: lo determinante es que es un arte no temporal, ni esencialmente narrativo.
    El elemento narrativo no lo es todo en el comic, el cine o la literatura. Incluso hay géneros, como la lírica, en los que está bastante restringido. Pero en general es un principio de organizacion considerable, y es a menudo la base sobre la cual se construyen efectos de otro género (simbólicos, catárticos, etc.). Señalábamos una ambigüedad en el término “narrativo” tal como acabamos de utilizarlo: un sentido (amplio) de “narrativo” sería “que transmite un relato”; otro (restringido), “que es el producto de un narrador.” De hecho, el uso de “narrativo” en la primera acepción podría considerarse metonímico, porque la narración verbal de un narrador no es sino un medio entre otros de presentar un relato. El teatro no tiene narrador, pero es narrativo en tanto en cuanto nos cuenta una historia con un punto de vista implícito. Por cierto, no es correcto presentar la diferencia entre teatro y cine como la ausencia de un punto de vista en la escena. La elección misma de las escenas dramatizadas supone ya una perspectivización: no hay más que una diferencia (muy considerable) de articulacion semiológica y de movilidad del punto de vista entre el teatro y el cine.
    Para la aplicación del concepto de perspectiva a la literatura, hay que remontarse a algunos pensadores románticos y prerrománticos, desde Burke hasta Coleridge, con su nueva insistencia en el subjetivismo y el impresionismo. Proclaman que el estilo ha de surgir orgánicamente del contenido, y recrear para el lector la experiencia que se desea transmitir. La literatura deja de concebirse como una imitación y pasa a considerarse como expresión de estados de ánimo subjetivos. Ya no importa tanto comunicar un objeto “en sí” o una visión objetiva; se valoran más la percepción del objeto como fenómeno y la experiencia subjetiva que de él se tiene.
     En la segunda mitad del siglo XIX ya se encuentran usos de la expresión punto de vista en un sentido semiespecializado, aplicado a la narración. Por ejemplo, E. P. Whipple alaba en un artículo sobre Hard Times la elección del punto de vista desde el cual nos presenta Dickens la historia. No ha elegido, como hubiera hecho un autor francés, el punto de vista de la heroína, técnica comprensiva y corruptora a la vez, según manifiesta Whipple, probablemente pensando en Flaubert. En todo caso, está claro que este crítico no se refiere a la elección de una determinada voz narrativa, sino exclusivamente a la elección de determinados hechos de la acción para su narración, y quizá al sujeto no de la acción sino de la visión, de la percepción y la sensibilidad, ya sea la heroína u otro.
    La distinción teórica entre narración y perspectiva se remonta al menos a Henry James. En su prólogo a The Portrait of a Lady, James comenta su técnica de presentar la acción a través de la percepción y juicio de un personaje al que denomina “center of consciousness” (294); en el prólogo a The Wings of the Dove utiliza el término “reflector” (354 ss). Cada unidad deberá conservar esta coherencia de punto de vista, aunque James no excluye la variabilidad en distintas secciones de la novela (358). Puede haber varios “reflectores” a lo largo de una novela de James, que se organiza preferentemente en bloques dominados por uno de ellos. Para James, es el uso del punto de vista restringido de un personaje lo que da su concentración y fuerza a la última obra mencionada; y esta técnica está necesariamente ligada a la presentación escénica (355). Como se ve, la distinción entre narración y perspectiva ya está allí: el reflector de James es el focalizador de Bal. Booth observa que James formulaba su teoría de la narración con reflector presentando a éste como un perceptor agudo, discerniente y privilegiado,  aunque en la práctica muchos de sus reflectores son observadores limitados, defectuosos o confundidos, que deben ser leídos entre líneas por el lector (340 ss).
    La aportación esencial de James está en ver que la presentación de una percepción subjetiva no está necesariamente unida a la narración en primera persona; que lo fundamental es la situación con respecto a la acción (situación interna o externa) no del narrador, sino del focalizador, el center of consciousness. Esta distincion perspectivística de primera importancia aparece de manera más o menos clara en todos los enfoques posteriores, desde Lubbock hasta Uspenski, Bal (Narratologie 37 ss; Teoría 111), Lozano, Peña-Marín y Abril (135) o Rimmon-Kenan (74), pasando por Stanzel o Pouillon; Genette es quien la formula más explícitamente (“Discours” 203 ss). A veces, la distinción está implícita en los análisis prácticos, aunque las definiciones teóricas sean confusas.
    Las teorías de James sobre el punto de vista son continuadas en las primeras décadas de nuestro siglo por teorizadores como Beach, Lubbock o Friedman. En un principio, la discusión teórica sobre el tema iba generalmente unida al concepto más general de “punto de vista”, que se extendía por lo general hasta incluir la cuestión de la voz narrativa. Vernon Lee (“On Literary Construction”) distingue tres maneras de presentar a un personaje: desde el punto de vista de un “analytical, judicious author”, desde el punto de vista interno del mismo personaje y desde el exterior, “nobody’s point of view”.  Como se verá, es una clasificación harto vaga que engloba voz y perspectiva narrativa, sin diferenciarlas. Lubbock presenta una clasificación comparable de las diferentes “vistas” que pueden adoptarse sobre la acción, distinguiendo cuatro principales.  Estas pueden luego combinarse entre sí dando lugar a otras intermedias. Son la “view from outside” o “pure drama”, en la que la acción, que parece contarse a sí misma, es narrada tal como la vería un observador imaginario, excluyendo toda interioridad de los personajes;  el “panoramic survey”, o narración omnisciente en tercera persona: la visión del “dramatized narrator”, cuando el punto de vista ya es “interno a la novela” y esta es narrada en primera persona; y, por último, “view from the position of a character” o “dramatized mind”, la favorita de Lubbock, que corresponde a la narración con reflector de James (Lubbock 252; cf. Lintvelt 120). Teorías comparables se encuentran en la narratología alemana y entre los formalistas rusos.  Así, Friedemann describe fenómenos como la perspectiva subjetiva resaltando bien que se trata de un fenómeno relativo a la actividad mental, la percepción o la memoria de un personaje y diferenciándolos bien de la narración en primera persona (ver por ej. Friedemann 38). Brooks y Warren nos hablan de un foco narrativo  que puede ser o no interior a la acción; combinando este criterio con el criterio del conocimiento interno o externo de los personajes se obtiene una tipología básica de cuatro “puntos de vista” distintos:

The focus of narration has to do with who tells the story. We may make four basic distinctions: (1) a character may tell his own story in the first person; (2) a character may tell, in the first person, a story which he has observed; (3) the author may tell what happens in the pure objective sense—deeds, words, gestures—without going into the minds of the characters and without giving his own comment. These four types of narration may be called: (1) first-person, (2) first-person observer, (3) author-observer, and (4) omniscient author. Combinations of these methods are, of course, possible. (Brooks y Warren 684)

Como ha señalado Genette, sólo el criterio sobre el grado de conocimiento (interno / externo) se refiere a una distinción de perspectiva. Norman Friedman presenta una tipología de “puntos de vista” que también combina criterios de voz y de perspectiva. Distingue ocho tipos de situaciones narrativas en una línea que va desde editorial omniscience a camera mode, de una mayor a una menor intrusión del “autor” en el material narrado. Esta última variedad, el punto de vista de la cámara, es una persistente anacronía derivada de las antiguas teorías miméticas del arte, y más concretamente de su influyente versión decimonónica, el realismo naturalista. El mito de una reproducción no mediata de los fenómenos extraartísticos tiende a sobrevivir en las tempranas teorizaciones de las nuevas artes “mecánicas”, como la fotografía y el cine, o en los rechazos a la escritura vanguardista. A veces los críticos escépticos perciben ésta como un fragmento bruto de la realidad, no sometido a una elaboración artística.
     Como observa Genette (“Discours” 203 ss), muchos de los estudios clásicos de la primera mitad de nuestro siglo y buena parte de los demás hasta hoy confunden o delimitan insuficientemente dos conceptos narratológicos: “quién habla”, el concepto de narración, con el concepto de “quién ve”, o mejor aún (Nouveau discours 44), “quién percibe”, el concepto de perspectiva. Denuncia Genette los criterios ambiguos seguidos por Brooks y Warren, Friedman, Stanzel, Booth.  Así, las preguntas que dirige Friedman al texto narrativo son a veces vagas desde el punto de vista teórico. Habla de contar la historia desde una posición o ángulo, que puede estar situado arriba, en la periferia, en el centro, ser móvil... No queda del todo claro qué sentido debemos dar a esta lluvia de metáforas espaciales. Señala también, sin embargo, que debemos observar qué canales se utilizan para transmitir al lector los estados mentales de los personajes. Según Genette, el capítulo “Distance and point of view” de la Rhetoric of Fiction de Booth está dedicado por completo a cuestiones de voz. Booth presenta una cierta distinción entre narrador y focalizador, pero viciada por una terminología inadecuada.  Booth llama a los reflectores “narradores dramatizados” o “no reconocidos”:

The most important unacknowledged narrators in modern fiction are the third-person “centers of consciousness” through whom authors have filtered their narratives (...) they fill precisely the function of avowed narrators—though they can add intensities of their own. 

Ortega y Gasset también cae en la misma confusión al afirmar que “en literatura, el punto de vista es más bien un punto de hablada”.
    Sin embargo, algunos estudios descansan sobre distinciones más claras y siguen perfilando la distinción entre perspectiva y voz que subyacía a los comentarios de Whipple o James. Es de destacar la temprana aportación de Bernard Fehr (“Substitutionary Narration and Description: A Chapter in Stylistics”). En palabras de Helmut Bonheim,

Fehr saw that a character’s consciousness (…) may take the form of perception as well as thought (…). This third plane beyond speech and thought Fehr called “substitutionary perception”, a concept taken over by Hernadi and others. (Bonheim 50)

Fehr ve el fenómeno que llama erlebte Wahrnehmung, vision by proxy o narrated perception como un fenómeno paralelo a la erlebte Rede o estilo indirecto libre, pero en el plano de la percepción, y no el del lenguaje. Bonheim señala que ya se encuentra en esta distinción de Fehr el elemento básico para una distinción entre narración y punto de vista,

the implicit or explicit recognition that most of the information which a narrator conveys to the reader can also be loaded onto the vehicle of characters, who take over one of the jobs of conveying details of the fictional world. (69)

     Jean Pouillon presenta una clasificación de lo que él denomina las “visiones” del relato, o diversos modos de comprensión, de conocimiento de la acción y los personajes (Pouillon 60 ss):
• La visión “con” nos presenta al personaje elegido desde adentro. Su conducta no se ve imparcialmente, sino tal y como le aparece a él. Vemos a los otros personajes a través de él; los captamos como los correlatos de los sentimientos del personaje principal, sentimientos que son lo único que vemos directamente. No sólo eso, sino que el héroe mismo sólo es captado a partir del conocimiento que tiene de los otros.
• En la visión “por detrás”, el autor se separa de la experiencia del personaje para comprenderlo objetiva y directamente. Señala Pouillon que aquí el “foco de visión” no forma parte de la novela,  sino que se encuentra en el novelista que se mantiene a distancia de sus personajes. Lo psíquico se capta directamente, no se deduce a partir de los hechos o palabras; lo que se diga sobre un personaje nos remite directamente a ese personaje, y no a la comprensión del héroe. Para Pouillon, los personajes pierden vida y la novela se hace mecánica; la posición del autor es tiránica y supone un ventajismo inaceptable respecto del lector y los personajes.
• La visión “desde afuera” nos presenta puras exterioridades, pero éstas se interpretan como reveladoras del adentro, de la personalidad y psicología. Esta es al parecer la visión más correcta éticamente, y es favorecida por Pouillon. Señala que su funcionamiento es complejo, pues de por sí la exterioridad no significa nada, y debe ser interpretada remitiéndonos a la visión “por detrás” y la visión “con”.
    Según Pouillon, cada una de estas técnicas narrativas de la novela corresponde a una actitud psicológicamente real; es la manifestación en literatura de diferentes modos de conocimiento de la vida cotidiana (Pouillon 20, 33). La visión “con” corresponde a la conciencia inmediata, irreflexiva, que tenemos de nosotros mismos; la visión “por detrás” equivale al conocimiento reflexivo; la visión “desde afuera”, al conocimiento que tenemos de los otros. Esta clasificación de “visiones” en Pouillon también se refiere únicamente a la perspectiva, y no a la voz. Así, Pouillon observa que la visión “con” se da comúnmente en las novelas en primera persona; ello no obsta para que luego presente como modelo de visión “con” una novela en tercera persona, The Man of Property, de Galsworthy. Esta diferenciación teórica entre focalización variable y focalización restringida a un personaje está igualmente presente en la base de otro de los conceptos perspectivísticos más influyentes en el área francófona, el de restriction de champ de Georges Blin (Stendhal et les problèmes du roman). Un narrador en principio omnisciente “restringe” su visión en ocasiones a la de un personaje, por intereses narrativos, de suspense, etc. Señalemos que estas restricciones “arbitrarias” son consideradas inartísticas por diversos teorizadores de la primera mitad de nuestro siglo, que exigen una coherencia en el uso de la perspectiva, un juego de perspectivas motivado por la experiencia de los personajes.
    Todorov retoma con ligeros cambios la clasificación de Pouillon: sus “aspectos” del relato (las “visiones” de Pouillon) son “différents types de perception, reconnaissables dans le récit (...). Plus précisément, l’aspect reflète la relation entre un il (dans l’histoire) et un je (dans le discours), entre le personnage et le narrateur” (“Catégories” 141). Las tres modalidades de perspectiva definidas por Todorov son distintas relaciones entre el conocimiento del personaje y el del narrador: en la visión”por detrás”, el narrador sabe más que el personaje; en la visión “con” el narrador sabe lo mismo que el personaje, y en la visión “desde fuera” el narrador sabe menos que el personaje. Esta clasificación de Todorov es defectuosa por no distinguir entre lo que el narrador dice y lo que sabe. Lo que es relevante en una discusión de la perspectiva es ante todo lo que el narrador dice; pero un narrador puede saber y no decir; veremos ésto como una cuestión de voz.
    Genette plantea explícitamente el problema y distingue claramente (quizá es el primero) entre perspectiva y voz.  Parte de Pouillon y Todorov para establecer su tipología básica de perspectivas: relato no focalizado, relato con focalización interna o relato con focalización externa (correspondientes, respectivamente, a la “visión por detrás”, la “visión con” y la visión “desde afuera”).  Tanto Todorov como Genette señalan que estas visiones pueden superponerse o alternarse en una misma novela; un personaje es focalizado externamente en un principio, pero luego esta focalización se pierde, o se transforma en focalización interna; un segundo personaje es contemplado externamente mientras conocemos la interioridad del primero, etc.; ello no quita para que pueda hablarse de un tipo de perspectiva dominante en un relato:

On parlera alors de focalisation variable, d’omniscience avec des restrictions de champ partielles, etc. (...) je nommerai donc en général altérations ces infractions isolées, quand la cohérence d’ensemble demeure cependant assez forte pour que la notion de mode dominant reste pertinente. (Genette 211).

 Las infracciones realizadas al modo dominante pueden ir en el sentido de proporcionar más información de la esperable (paralepsis) o menos (paralipsis). Genette tiene el mérito de formular más claramente que los críticos anteriores la diferencia entre voz y perspectiva, pero no amplía sensiblemente el análisis de la perspectiva. Como Pouillon y Todorov, no ofrece una teoría general de la perspectiva, sino más bien una descripción (más limitada) del conocimiento relativo de personajes y narrador.
    Bal acepta la división entre voz y perspectiva, pero critica la tipología de Genette, creemos que con acierto. A su parecer, ésta es insostenible por basarse en dos criterios heterogéneos no diferenciados:

Il est vrai que, du premier au troisième type, la “science” du narrateur diminue, et la série est, dans ce sens, homogène. Mais cette différence ne concerne pas le point de vue ou la “focalisation”. Entre le récit non-focalisé et le récit a focalisation interne, la différence réside dans l´instance “qui voit”: le narrateur, qui, omniscient, voit plus que le personnage, ou, dans le deuxième type, le narrateur qui voit “avec” le personnage, autant que lui. Dans le deuxième type, le personnage “focalisé” voit, dans le troisième il ne voit pas, il est vu. Ce n´est pas cette fois une différence entre les instances “voyantes”, mais entre les objets de la vision.

Esta sistematización de la tipología de Genette la conduce a formular una teoría generalizada de la perspectiva narrativa.  Bal propone llevar aún más allá la separación establecida por Genette entre voz y perspectiva, estableciendo no sólo dos actividades distintas (narración y focalización) como constitutivas respectivamente del texto narrativo y el relato, sino también consecuentemente dos sujetos diferenciados que llevan a cabo tales actividades: el narrador (narrateur) y el focalizador (focalisateur); los objetos de esas actividades son lo narrado (narré) y lo focalizado (focalisé). Cada uno de estos sujetos productores tiene su receptor correspondiente: el lector explícito (o implícito) (lecteur explicite ou implicite) y el espectador implícito (spectateur implicite; Narratologie 31 ss.).  El focalizador no tiene por qué coincidir con el narrador. Puede ser invisible si el narrador lo es, o puede ceder la focalización a un personaje; Bal nos remite a los reflectores de James y a la restricción de campo de Blin. Los términos focalización interna y focalización externa de Genette se refieren no tanto al sujeto de la focalización como a su objeto, el focalizado; Bal prefiere hablar de focalizados perceptibles o imperceptibles (38). Sobre este punto habremos de tener en cuenta las observaciones de Pouillon (supra, 2.4.2.3) sobre lo relativo de la distinción entre exterioridad e interioridad.
    Paralelamente a las categorías de nivel narrativo descritas por Genette (cf. 3.2.1.4 infra) Bal define niveles de focalización (cf. 3.2.1.4 infra) y cambios de nivel de focalización (Narratologie 40 ss), introduciendo las siguientes nociones:
 •Focalización en segundo nivel (focalisation au deuxième niveau), por analogía con el discurso directo en la narración. El narrador-focalizador del primer nivel puede ceder la focalización a un personaje, que pasa a ser el focalizador. Esta concepción de Bal es un desarrollo de la “visión con” de Pouillon o la restriction de champ de Blin. Entre otras novedades, Bal deja abierta la posibilidad de ulteriores niveles de focalización (Narratologie 51; cf. 3.2.1.4 infra). Según Marjet Berendsen, “Generally there will be at most three focalisors operative when there is only one narrator. One comes across double embedded focalisors for example in a focalisor-character’s remembrances of another character’s ideas or words” (“Formal Criteria of Narrative Embedding” 84). Ya hemos señalado el peligro de desviar la interpretación de la focalización hacia lo conceptual o ideológico, alejándose de lo perceptivo. Sin embargo, creemos que son posibles varios cambios de nivel en el plano puramente perceptivo, incluso sin necesidad de recurrir a lo fantástico. Genette (Nouveau discours 51) niega que pueda haber cualquier tipo de transposición de nivel en la focalización. Creemos que comete aquí el mismo tipo de error que señalamos en su definición del discurso directo (2.4.1.1 supra): no parece ver cómo palabras o percepciones de un personaje nos llegan siempre a través de las palabras o percepciones del narrador, y se hallan por tanto a un segundo nivel.
•Connotador de enlace (connotateur de relais), por analogía con los verba dicendi que introducen el discurso directo. Se trata de verbos que indican actividad perceptiva.  Chatman señala que el verbo de percepción no es un requisito imprecindible para el cambio de nivel: “Once a verbal narrative has established a locus in a character’s mind, it may communicate his perceptual space without explicit perceptual verbs (just as it can render inner views without explicit cognitive verbs)” (Story and Discourse 103). Pero si ha habido un cambio de nivel y se desea mantener la impresión de ese cambio, deberán aparecer regularmente algún tipo de marcas que identifiquen al sujeto de la focalización.
 • Bal también identifica el fenómeno que denomina focalización transpuesta (focalisation transposée), por analogía con el estilo indirecto libre: 

Dans le discours transposé le narrateur assume la parole du personnage, auquel il adhère le plus étroitement possible sans effectuer un changement de niveau; dans la focalisation transposée le focalisateur emprunte la vue du personnage, sans pour autant lui céder la focalisation. (Narratologie 41).

Este fenómeno, al igual que la ambigüedad de nivel, es frecuente en las transiciones de un nivel de focalización a otro. 
    Por supuesto, todos estos fenómenos se pueden dar independientemente de que se den o no sus homólogos en el plano de la narración. Pero un cambio en el nivel de narración suele conllevar un cambio de focalizador.  En consecuencia, si un texto está compuesto por diversas narraciones autónomas, también habrá otros tantos focalizadores del primer nivel.    
    Los méritos de esta definición de la perspectiva son una mayor claridad y una explicación más económica de la estructura narrativa. Es en la teoría de Bal donde se hace completamente explícita la diferencia entre narración y focalización que venía haciéndose desde James. Las anteriores teorías de la narración explicaban insuficientemente el funcionamiento de la focalización, y para dar cuenta del sujeto de la focalización insistían ya en la actividad perceptiva del personaje (sin explicar que ese mismo personaje es a la vez objeto de la focalización del narrador), ya en la “percepción” del narrador, que se acercaría o alejaría de los personaje (con lo cual el papel activo de éstos es infravalorado).  Además de su coherencia conceptual, el modelo de Bal es más flexible, más útil para el análisis microestructural de los textos narrativos. Con lo focalizado se introduce un concepto mucho más amplio que otros enfoques de la perspectiva, que se limitan a considerar los personajes. La teoría de Bal permite así relacionar más estrechamente la caracterización y la descripción de ambientes. Otra ventaja: la categoría genettiana de relatos “no focalizados” admite ahora ser analizada y especificada hasta el infinito: no hay dos relatos iguales  (aunque, por otra parte, el modelo se presta fácilmente a la sistematización y el establecimiento de tipologías si es preciso).
    Genette (Nouveau discours 48) ve en la teoría de Bal “une volonté abusive de constituer la focalisation en instance narrative”, un peligro de personalizar al focalizador al margen de su manifestación en un narrador o en un personaje concreto. El focalizador (término este rechazado por Genette) no es sino un instrumento de selección,

un foyer situé, c’est à dire une sorte de goulet d’information qui n’en laisse passer que ce qu’autorise sa situation (...) En focalisation interne, ce foyer coïncide avec un personnage, qui devient alors le “sujet” fictif de toutes les perceptions, y compris celles qui le concernent lui-même comme objet: le récit peut alors nous dire tout ce que ce personnage perçoit et tout ce qu.’il pense (…) En focalisation externe, le foyer se trouve situé en un point de l’univers diégétique choisis par le narrateur, hors de tout personnage (Nouveau discours 49-50).

Realmente no vemos tanta diferencia entre la teoría de Genette y la de Bal en este punto. Obsérvese que la formulación de Genette deja lugar, tanto como la de Bal, a que el focalizador (llámesele si se quiere “foyer” o “goulet d’information” no coincida ni con el narrador ni con un personaje,  aunque precisamente parecía la intención de Genette negar esa posibilidad. Lo que sí se da en Bal es un cierto imperialismo de la noción de focalización, que parece querer transformarse en la clave de los demás niveles textuales. Bal afirma que utilizando su noción de la focalización, “[l]e ‘savoir’ du narrateur et du personnage, concept inopérant parce que purement métaphorique, peut (...) rester hors considération” (Narratologie 37). Esto es absurdo, pues como hemos señalado con anterioridad (1.2.3 supra) el saber del personaje (al igual que las demás categorías de descripción modal) es un concepto imprescindible para la comprensión del nivel de la acción. Lo mismo podemos decir del saber del narrador y el nivel del discurso. Obviamente, sólo hay dos saberes plenamente auténticos en juego en la comunicación literaria: el del autor y el del lector. Los demás son construcciones, representaciones, técnicas literarias, “voces” del autor (cf. Booth, Rhetoric 16 ss). Tienen, sin embargo, un papel estructural. Son saberes ficticios o virtuales, pero que deben ser reconocidos y tenidos en cuenta; no se pueden suprimir de un plumazo (cf. 3.2.1.3 infra). Se puede describir en cada momento de la acción el saber de cada personaje o del narrador, o bien la ambigüedad que se da en nuestra información sobre ese saber. Y si no existe el saber del personaje, difícilmente podría existir la focalización, que, como hemos mostrado, deriva del perspectivismo que ya se da al nivel de la acción. 
    Podemos hacer respecto de la focalización del sujeto una distinción semejante a la establecida por Todorov en la narración (“Catégories…” 140): la focalización no sólo nos informa sobre su objeto; es posible un conocimiento “dramático” del sujeto a través de su actividad perceptiva (cf. Bal, Narratologie 43). Sternberg observa que los “vessels of consciousness” o personajes focalizadores pueden ser más o menos conscientes de su actividad  pero que la mayoría de los focalizadores son semi-conscientes de su propia percepción. Como ha señalado D. Cohn en el caso del monólogo interior (Transparent Minds 77), “inconsciente” no significa “subconsciente”. Quizá sea más clara la terminología de Kuroda o Banfield (cits. en Berensen, “Formal Criteria” 86), que proponen una distinción entre la consciencia reflexiva y la no reflexiva de un personaje; en el caso de la consciencia no reflexiva, la atención del personaje no está activa y conscientemente dirigida a sus observaciones; presumiblemente, la primera permite un grado de independencia mayor del focalizador, una mayor cesión de atribuciones por parte del narrador. La focalización de la mente de un personaje puede recoger la totalidad de su actividad mental, o restringirse alternativamente a sus pensamientos o a sus percepciones. Podemos distinguir así diversos tipos de monólogo interior y pensamiento narrado. 
     Con respecto al saber del narrador (cf. Lintvelt 48), Bal parece caer en el error corriente de confundir otros dos conceptos: lo que el narrador sabe y lo que dice (cf. su distinción en Sternberg 281 ss). Su afirmación de que el análisis de la focalización hace superflua la figura del autor implícito (Narratologie 36) es asimismo exagerada e inexacta (3.3.1 infra). En cambio, es útil el concepto de narrador-focalizador introducido por Bal, y que sirve para mantener a la vez separadas y unidas a estas dos entidades cuando el relato no es orientado por la percepción de un personaje.  Puede haber diversos tipos de narrador-focalizador; un mismo tipo de estructura perspectivística adquiere un aspecto totalmente distinto, por ejemplo, en primera y en tercera persona. Por supuesto, un corolario de la distinción efectuada entre voz y perspectiva es que también en los relatos en primera persona se puede dar una distinción entre la actuación del “yo” en tanto que narrador y en tanto que focalizador.  Así, el capítulo primero de Great Expectations está narrado por Pip adulto, pero focalizado por Pip niño; los primeros capítulos de Watt  (de Beckett) están narrados por Sam, pero focalizados por Watt.
    Un problema perspectivístico especial plantea el narrador-focalizador “omnisciente”, blanco favorito de polémicas entre los críticos por su disposición a presentar los personajes ya hechos y determinados, a romper la ilusión dramática y a “contar” en lugar de “mostrar”.  Muchas definiciones de la “omnisciencia” del narrador  son confusas y no resisten un mínimo análisis. Acabamos de criticar este término (que no esta técnica), sobre todo porque se le suele utilizar sin prestar atención a la diferencia entre lo que el narrador sabe y lo que comunica al lector. En principio, el término parece que sólo se debería aplicar al narrador autorial (cf. 3.2.1.11 infra) que lo sabe todo sobre el mundo ficticio porque lo ha inventado él.  Pero si un narrador-autor es “omnisciente” pero poco “comunicativo”, la distinción no es tanto de perspectiva como de voz. Un narrador consciente de su actividad narrativa (que no tiene por qué ser un narrador-autor) puede hacer múltiples referencias a ella, o aprovecharse de conocimientos posteriores para organizar su narración presentando un importante grado de conocimiento de las motivaciones internas de los personajes que sólo están justificadas por la posterioridad del acto narrativo. Estos fenómenos tampoco son, estrictamente hablando, perspectivísticos, sino más bien discursivos. Otras características del “narrador omnisciente” no son ya de voz, sino de perspectiva: se trata, por ejemplo, de su capacidad de comunicarnos pensamientos, percepciones, etc., que ningún otro personaje conoce; la interioridad imperceptible de los personajes.  Ello no está necesariamente relacionado con la posición discursiva autorial que acabamos de mencionar. Tampoco tiene mucho que ver con la “omnipresencia”, o la capacidad del narrador-focalizador para presentarnos escenas que no están hiladas por la presencia de ningún personaje (Todorov, “Catégories”142). Esta capacidad suele también meterse en el cajón de sastre de la “omnisciencia” (Chatman, Story and Discourse 105). Hay que tener en cuenta, pues, que puede haber infinitas variedades de “narrador omnisciente”, y que sobre este punto hay que prestar especial atención a la diferencia entre voz y perspectiva.
    El último elemento de la teoría de la perspectiva es el espectador implícito, que queda un tanto desdibujado en la exposición de Bal.  El espectador implícito será para nosotros el lector en tanto en cuanto conoce el relato, es decir, en tanto en cuanto hace suya la actividad perceptiva de los sujetos de la focalización. A través de los focalizadores, el lector se instala en el texto; comparte su centro de orientación.  Podrá su experiencia corresponder a la de un personaje, pero si hay en el texto una fragmentación de puntos de vista también podrá el lector consitutirse en “un sujeto disperso compuesto de varios centros cuyas relaciones crean significados artísticos complementarios” (Lotman 322). El lector asume todos esos papeles; la perspectivización entera del texto está encaminada a que los asuma.  De este modo se da forma a la identificación del lector con unos u otros valores de la narración, y con unos u otros objetos de conocimiento y deseo narrativo. Por ejemplo, la narración tradicional suele asignar distintas posiciones perspectivísticas a los personajes masculinos y femeninos, tendiendo a identificar la posición masculina con la de sujeto no sólo de la acción, sino también de la percepción. Por contra, el objeto de la percepción o acción es muchas veces un personaje femenino. La mujer desempeña en muchos relatos el papel de obstáculo al progreso del argumento, o foco de contemplación que sitúa al espectador en una posicion voyeurista. La distinción entre sujeto y objeto de la focalización nos lleva hacia un análisis ideológico cuando estos roles perceptuales se distribuyen sistemáticamente según líneas de fuerza culturalmente determinadas. La relevancia de estas estructuras perspectivísticas para integrar los enfoques críticos formal e ideológico ha sido destacada por la crítica feminista y postestructuralista.  La perspectivización es un instrumento crucial del proceso narrativo entendido como comunicación no ya meramente de “contenidos” y de datos sobre la acción o los personajes, sino de formas de percepción, de (auto-)representación y de articulación del sujeto.


3. Discurso




Notas

         “Catégories” 141. Por supuesto, el aspect de Todorov no tiene nada que ver con el “aspecto” que hemos definido en el apartado anterior.
         O bien a la imitación de fenómenos auditivos que podríamos considerar pseudo-enunciaciones, como “el relincho de los caballos, el mugido de los toros, el murmullo de los ríos, del mar, del rayo” (República III, 104). Platón parece tener muy presente el principio señalado por Genette, que “la mimésis verbale ne peut être que mimésis du verbe” (“Discours” 185-186).
         “Discours” 185. Obsérvese la diferencia entre los intereses de la clasificación platónica y la de Genette. En Platón, es la haplé diégesis la manifestación más inmediata del objeto, y la mimesis supone una mediatización potencialmente engañosa.
         Vemos aquí una de las maneras en que la naturaleza del discurso condiciona las relaciones entre relato y acción. Este límite señalado por el discurso directo sólo es válido para la narración lingüística: obviamente, la cinematográfica o la pictórica tendrán límites diferentes. Según Bonheim (39) la escala de inmediatez en el discurso narrativo pasa del discurso directo a la narración, la descripción, el comentario y la metanarración (cf. 2.3.2, 2.4.1.1 infra).
         A esta relación se superpone, además, la de un signo con su referente. El hecho de que el especimen referente pueda ser ficticio, debido a una mentira en el discurso o al hecho más general de que la acción es ficticia no afecta aquí a la cuestión: el pacto narrativo implica la posibilidad de semejantes maniobras semióticas vacías de contenido referencial. Para la distinción type / token, debida a Peirce, véase por ej. J. Lyons (Semantics I, 1.4).
         Para la diferencia entre uso y mención, cf. J. Lyons (Semantics I, 1.2); para la relevancia de esta distinción al relato de palabras, cf. Lozano, Peña-Marín y Abril 147; John R. Searle, “Reiterating the Differences” 200-201.
         Cf. Van Overbeke 473; Ruthrof 61 ss; Lozano, Peña-Marín y Abril 149.
         Joseph Warren Beach, The Twentieth Century Novel: Studies in Technique (véase p. ej. el capítulo II, “Exit Author”, 12-24). Genette (“Discours” 184 ss) y su comentadora Rimmon-Kenan (Narrative Fiction 109) realizan esta identificación precipitada de showing / telling con mimesis / diegesis; también Segre (Principios 308). Helmut Bonheim señala la misma confusión en Chatman (Bonheim, The Narrative Modes 5 ss).
         Aunque, desde luego, no carece de relación con un uso peculiar del estilo directo en algún experimento de James, como The Awkward Age. Sobre esta novela véase el ensayo de Todorov en Poétique de la prose. La pasión de James por la narración “dramática” ya puede encontrarse anteriormente en Dickens (ver Miriam Allott, Novelists on the Novel 270), Stendhal (cf. Aguiar e Silva, Teoría 236) Diderot (Jacques le Fataliste et son maître 302) o Richardson (en Allott 258). Todos ellos alaban el “mostrar” sobre el “decir”.
         Sin embargo, entre los méritos que Aristóteles encuentra en Homero podría encontrarse implícita una noción de dramatización más compleja: la menor condensación de la epopeya homérica la hace superior (¿por permitir una mayor dramatización?) a obras como la Cipríada o la Pequeña Ilíada. Recordemos que Aristóteles favorece a la tragedia sobre la épica, y que recomienda al poeta no hablar en su propia voz, pues en cuanto lo hace deja de ser un artista imitativo.
         Susan Ringler (Narrators and narrative contexts in fiction; cit. por Genette, Nouveau discours 30) sostiene que los términos showing y telling no figuran en James, Lubbock ni Beach, sino que son introducidos probablemente por Wellek y Warren. Pero como contesta Genette, sí aparecen en críticos anteriores estos conceptos con palabras muy similares (cf. por ej. Lubbock, citado a continuación).
         Con el término “autor”, estos críticos suelen referirse a un narrador extradiegético, heterodiegético y fiable.
         Cf. la distinción que hace Stanzel (2.2.2.3 supra) entre dos acepciones del término “escena”.
         A pesar de introducir el valioso concepto de autor implícito (implied author), Booth confunde en numerosas ocasiones las atribuciones del autor y del narrador, así como las del narrador y el focalizador o “reflector”.
         Cf. Axel Olrik, “Epic Laws of Folk Narrative”, cit. en Hendricks 112; Tomashevski, “Thématique” 244.
         Cf. 3.2.1.2 infra.
         Bühler, 69 ss; Richards, Principles 210 ss, etc. Cf. 3.1.1 n. 16, 3.3.1.1 infra.
         Una distinción comparable, aunque más intuitiva, entre un conocimiento objetivo y otro subjetivo se puede encontrar en Pouillon (Temps 65 ss) o en Auerbach (Mimesis, cit. por Ruthrof, 93 ss), aunque Auerbach denomina “descripción objetiva” del hablante a la que obtenemos al interpretar el valor expresivo de sus enunciados. En cuanto a la teoría de Todorov, ganaría en precisión si se refiriese más bien a la distinción que se da, según el mismo Austin (145 ss) entre actos locucionarios (locutionary acts) y actos ilocucionarios (illocutionary acts), o entre significado (meaning) y fuerza ilocucionaria (illocutionary force).
         Obsérvese que esta distinción no coincide con la de Booth citada anteriormente. Lo “directamente” dado no tiene por qué ser dramático en el primer sentido señalado por Booth.
         Por. ej. Fowler (Linguistics and the Novel), Uspenski, Lanser… cf. 3.2.2.3.2 infra.
         El tiempo de la escena tiene un valor icónico superior al del resumen.
         Ello no impedirá que más adelante volvamos sobre conceptos como los actos de habla, el estilo directo, etc. en tanto que fenómenos propios del discurso (3.1.1, 3.2.2.3.2.2 infra, etc.).
     Así Friedemann (176, 180, 192), pero cf. también Aristóteles (al tratar conceptos como la anagnórisis), Longino (en su discusión del presente histórico), Lessing (al ligar la descripción a la acción de un personaje).
     Cf. la definición algo vaga de Bal: “Me referiré con el término focalización a las relaciones entre los elementos presentados y la concepción a través de la cual se presentan. La focalización será, por tanto, la relación entre la visión y lo que se ‘ve’, lo que se percibe” (Teoría 108). Todas las teorías de la narración emplean metáforas ópticas (punto de vista, perspectiva, focalización, cámara, reflectores, visión panorámica, restricción de campo, etc.), aunque el proceso de transposición que señalamos va mucho más allá de lo visual o de lo perceptivo. La desaparición del narrador de la novela como una personalidad identificable lleva a organizar la novela en torno a la experiencia de un personaje, de una manera casi instintiva. No creemos en absoluto que este hecho, señalado por tantos críticos de nuestro siglo, sea una mera falacia humanizadora o una construcción imaginaria debida a un horror vacui de los críticos, como parece insinuar Culler (Structuralist Poetics 201); cualquier análisis crítico de un texto narrativo mostrará claramente los fenómenos perspectivísticos que señalamos más abajo.
         Por “perspectiva icónica de la pintura” entendemos aquí no sólo la conocida acepción mimética del término (tal como es definido, por ejemplo, por Panofsky en La perspectiva como forma simbólica) sino también lo que Cervellini denomina “focalización” en la pintura, adaptando el término de Bal. Según Cervellini, este concepto permite interpretar muchos elementos de la pintura clásica no como realistas-miméticos, sino como autorreferenciales y orientadores de la percepción del lector y de la interpretación del cuadro. Tales son, por ejemplo, los famosos “personajes-comentadores” cuya función ya fue señalada por León Bautista Alberti (Cervellini 50 ss).
         Cf. también las observaciones de Genette (“Discours” 133 ss) sobre la descripción en Proust.
         Así, por ejemplo, Thomas Lister, escribiendo en la Edinburgh Review en 1832: algunos novelistas fracasan, dice “because they present to us objects as they are, rather than as they appear (...). Others, though they in part describe objects as they appear to the spectator, yet mix them confusedly with circumstances of which the eye could not have taken cognisance at all,—or could not have seen from the same point of view” (cit. en Victorian Criticism of the Novel, ed. Edwin M. Eigner y George J. Worth, 6).
         “The Teller and the Observer: Narration and focalization in narrative texts” 141-142.
         Esto nos haría pensar que el desarrollo continuo de técnicas perspectivísticas va ligado a un fenómeno más general que William Edinger (Samuel Johnson and Poetic Style xiii ss) caracteriza como el paso de una norma estética conceptual a una norma estética perceptiva. Edinger encuentra fenómenos asociados a este cambio ya a partir de la reacción cartesiana y empirista contra el aristotelismo tardío. Según Francisco Rico, ya en la técnica del Guzmán de Alfarache se evidencia que al narrador y protagonista “le interesa el punto de vista tanto o más que la propia vista” (La novela picaresca y el punto de vista 85). El libro de Rico es una excelente aproximación al tratamiento histórico de la perspectiva narrativa.
         Cf. las observaciones hechas sobre la mostración en el lenguaje, 2.4.1.1 supra.
         Cf. Pouillon 82 ss; o también los focalizados perceptibles e imperceptibles de Bal, Narratologie 41-42.
         También entraría bajo esta categoría la presentación de un punto de vista único o la fragmentación del relato según los puntos de vista de múltiples personajes.
         Todorov añade una última categoría, la “apreciación” o “evaluación” de los acontecimientos. A nuestro juicio, no tiene una relación esencial con la perspectiva tal como aquí la definimos.
    Lintvelt realiza un estudio metateórico de las tipologías de Lubbock, Friedman, Leibfried, Füger, Stanzel, etc., pero obtiene un abanico de categorías más reducido, y muchas de ellas, como señala Lintvelt, se refieren a la voz más bien que a la perspectiva. Por lo general, estos teorizadores atienden únicamente a la posición del centro de orientación dentro o fuera de la acción (perspectiva “interna” o “externa”) o a la naturaleza perceptible o imperceptible del focalizado (“profundidad” en Füger; “grado de ciencia” en Todorov). El criterio de la objetividad o subjetividad del conocimiento aparece en Stanzel bajo la forma relativamente borrosa de la oposición telling / showing.
    Lanser (150 ss) también realiza un análisis categorial comparable. Contempla las variables narrativas como ejes con dos categorías polares y muchos grados intermedios. Todas sus categorías relativas a la perspectiva (conocimiento limitado × omnisciencia, visión subjetiva × objetiva, visión interna × externa, focalización fija × variable, panorámica × limitada, etc.) pueden ser reducidas a las ya expuestas.
         Ver la exposición sobre Uspenski en Ricœur 94.
         Por supuesto, en una fase ulterior la estructura tópico / comento puede independizarse de la posicionalidad, añadiendo una capa más de perspectivización a la estructura de la frase.
         Cf. infra. Así, van Dijk (Text Grammars 84 ss) distingue tres tipos de indicación espacial y temporal en el texto: un primer locus, pragmático, que es el aquí y ahora de la enunciación, un segundo locus que es el foco de orientación temporal o espacial; por último, tenemos los indicadores temporales o espaciales de la estructura profunda de las frases.
         Si bien se trata de la selección efectuada por el autor y no por un personaje; 2.2.1 supra.
         Cf. Edinger 119 ss; passim; W. K. Wimsatt y Cleanth Brooks, Literary Criticism: A Short History, caps. XIV y XVII.
         Esto no es siempre cierto. En el prólogo a What Maisie Knew, James comenta el hecho de que el reflector, una niña, no entiende gran parte de lo que sucede a su alrededor, aunque la percepción que tiene de la acción permite al lector hacer sus propios juicios (que, de todos modos, están dirigidos por el narrador).
         Esta noción, “nobody’s point of view”, es problemática si se lleva a un extremo. Teorizadores como Friedman (que propone un “camera mode” en “Point of view”) parecen creer seriamente en la posibilidad de un relato puramente neutral, denotativo y objetivo, un relato de simples exterioridades. Pero Pouillon (95) considera que toda visión exterior es reveladora de una interioridad (y por tanto está ya condicionada). Como señala Lanser (210), “It is debatable whether any wholly external vision is even possible”; lo mismo opina Todorov (Poética 69).
         Cf. el análisis de la teoría de Lubbock realizado por Lintvelt (115-123).
         Comparable al “dramatic mode” de Friedman (“Point-of-view”) o a la visión “desde afuera” de Pouillon (infra). Cf. nota 16.
         Una definición parcial del reflector (o personaje focalizador) puede hallarse en Tomashevski: “el personaje es, frecuentemente, una especie de hilo conductor de la narración, o sea, en forma disimulada, el narrador mismo: el autor, aunque hablando en nombre propio, se esfuerza, al mismo tiempo, por referir solamente lo que su héroe podría contar” (Teoría 192). Se observará que la confusión terminológica entre autor, narrador y focalizador impide afirmar hasta qué punto existe un concepto claro de cada una de estas instancias. Lo mismo podríamos decir de Booth (Rhetoric) que, al igual que Tomashevski, llama al reflector “narrador disimulado”. La distinción hecha por Tomashevski entre relato subjetivo y objetivo parece basarse en una indistinción de voz narrativa y perspectiva. Una distinción semejante a la de Tomashevski se encuentra ya en el siglo XIX, en Friedrich Spielhagen (Beiträge zur Theorie und Technik des Romans 132 ss) o, en última instancia, en Lessing (Laocoonte, cap. XXI).
         Que ellos no distinguen de la perspectiva; cf. Genette, “Discours” 204.
         Véanse por ejemplo Thomas Beer, Stephen Crane 163-164, o Perry 251. Tanto Lanser como Lintvelt señalan la imposibilidad del camera mode de Friedman. Sin embargo, como señala Lanser, “Friedman’s system (at least with the deletion of the ‘camera’ mode and the addition of a ‘multiple-I’ category) remains a very useful ‘shorthand’ method for classifying texts according to macroscopic structures of point of view” (34).
         Lintvelt (107 ss) señala una confusión de criterios semejante en Lubbock.
         Rhetoric 153 ss; cf. también Sternberg 290 ss.
         Rhetoric 153. Para Booth, la focalización es ante todo una técnica para mistificar al lector, encerrándolo en la mente limitada de un personaje, ocultándole información o confundiéndole sobre las verdades fundamentales de la acción. Señala que la simpatía producida por la visión interna exclusiva a través de un personaje tiende a anular el juicio moral del lector sobre ese personaje; es la técnica de Jane Austen en Emma (Booth 249 ss). A este respecto, Stanzel observa que muchas veces los autores no son conscientes de ello, y obtienen un efecto no deseado (127). El correctivo necesario utilizado a veces por Jane Austen, señala Booth, es el juicio explícito del narrador sobre el personaje.
         “Prólogo-conversación con Fernando Vela”; cit. en García Berrio, Significado 259 n. 48). La lista de las confusiones entre voz y perspectiva sería interminable. A veces se trata de una simple vaguedad, pero otras veces conduce a absurdos evidentes. Oscar Tacca (Las voces de la novela 72) retoma las clasificaciones de Pouillon y Todorov (infra) y señala tres relaciones posibles entre el conocimiento del narrador y el del pesonaje: omnisciencia, equisciencia y deficiencia. Pero afirma que en la narración en primera persona sólo es posible la equisciencia, cuando el análisis de cualquier narración en primera persona demuestra todo lo contrario. El yo narrador siempre sabe más que su antiguo yo personaje.
         Nosotros diríamos, más bien, que el focalizador es externo a la acción.
         Así Friedemann (72).
         “Discours” 203 ss. Naturalmente, reconoce Genette (Nouveau discours 79 ss), voz y perspectiva van muy unidas en la realidad práctica de los textos; de ahí la utilidad de nociones sintéticas como la de “situación narrativa” debida a Stanzel. Bastantes estudiosos siguen un criterio tipológico, en lugar del analítico de Genette; pero evidentemente han de basar sus clasificaciones en categorías obtenidas analíticamente. Así, en la clasificación de Stanzel subyace una diferenciación entre voz y perspectiva. Un concepto como el de “centro de orientación del lector” (Stanzel, Theory 49 passim; cf. Lintvelt 144 ss) es perspectivístico, no narrativo. Stanzel diferencia la perspectiva interna que se da si el centro de orientación se encuentra en el interior de la acción de la perspectiva externa (cf. n. 6), y distingue así una tercera persona autorial de otra actorial; estos dos tipos, junto con la narración en primera persona, son la base de su tipología. Boris Uspenski (A Poetics of Composition 59ss, 84) sigue un criterio parecido al de Stanzel, pero distinguiendo dos tipos de orientación: la espacio-temporal y la psicológica. Otras tipologías semejantes son las de Füger o Lintvelt (cf. Lintvelt 140).
         Cf. Lintvelt 44. La expresión “relato no focalizado” ha sido criticada por recordar a absurdos perspectivísticos como el “camera mode” de Friedman (cf. 2.1 supra). Si adoptamos la noción de focalización de Bal (Narratologie), el concepto de relato no focalizado carece de sentido. Para Berendsen (“Teller” 184) se trata de unacontradictio in terminis; lo mismo opinamos nosotros. Según sus partidarios, la “focalización cero” sería la correspondiente al célebre “narrador omnisciente” (cf. 3.2.1.3 infra). Así, “relato no focalizado” sería sinónimo de “relato multifocalizado” (Genette, “Discours” 210), lo cual lleva a confusión. Otra acepción de “focalización cero”, totalmente opuesta, es propuesta por Segre (Principios 29): se daría en el caso de que el narrador no asumiese nunca la perspectiva de los personajes. Esto nos parece prácticamente inexistente; buena parte de la perspectivización del relato ya procede de la acción, aunque no asuma la forma completa de un cambio de nivel de focalización. Sin embargo, no querríamos desechar tajantemente su posibilidad. Stanzel (12 ss) observa que la descripción en la novela de los dos primeros tercios del XIX suele ser aperspectivística, y que sólo hacia finales de la época victoriana se hace general la descripción perspectivizada. Pero esto no es exacto: la perspectiva actorial se manifestaba ya de formas más soterradas en otros aspectos de la narración, como la selección de lo focalizado, la profundidad de focalización, etc.
         Narratologie 28. El análisis de Bal es sumamente clarificador. Recubre y sistematiza otras distinciones comparables pero más limitadas, como la de Fowler (Linguistics and the Novel 74 ss, 89 ss) que distingue la pura perspectiva visual, ocular, del grado de penetración en la mente del personaje; Lintvelt (48) relaciona este tipo de planteamiento con la distinción de Bal. Estudios posteriores a Bal, como los de Lintvelt, Lanser (137 ss) o Berendsen, aplican ventajosamente esta distinción entre sujeto y objeto de la focalización. El intento de Genette (Nouveau discours 48 ss) de desautorizarla es una sorprendente acumulación de despropósitos.
         Recordemos que Bal relaciona la perspectiva con la constitución del nivel intermedio de análisis del texto narrativo, el relato (récit); cf. el cuadro que ya hemos reproducido en un apartado anterior (2.1 supra).
         Ver el cuadro de Bal reproducido antes (2.1).  Sobre el “lector explícito o implícito” cf. 3.3 infra. La identificación de un sujeto y un objeto discernibles al margen del sujeto y objeto narrativos es un caso más del fenómeno señalado por Lotman: “puesto que el modelo artístico en su forma más general reproduce la imagen del mundo para una conciencia dada, es decir, modeliza la relación del individuo y del mundo (un caso particular: la relación entre el individuo sujeto de conocimiento y el mundo objeto del mismo) esa tendencia [la tendencia a establecer jerarquías de relaciones en el texto] tendrá un carácter de sujeto/objeto” (321).
         Cf. Halliday, 2.4.2.2 supra. Este papel mediador ya había sido observado en el caso de los verbos de visión por Anna Hatcher (“‘Voir’ as a Modern Novelistic Device” [Philological Quarterly 23 (1944) 354-374; cit. en D. Cohn,Transparent Minds 51). Berendsen (“Formal Criteria” 87) habla de “verbs of mental and physical perception, or clauses and phrases with a similar function”; la ambigüedad de nivel, como en el caso de la narración, también puede ser una señal de transición (143; cf. D. Cohn, nota siguiente).
         Cf. las observaciones de Genette sobre la descripción (Nouveau discours 25) y las de Lotman sobre la impresión de subjetividad en el cine (Lotman 334). La ambigüedad de nivel es algo perfectamente posible y frecuente, sobre todo en las transiciones. Como observa Berendsen, “we cannot always be sure of an imbedded focalisor’s realizing particular things. Such cases must be considered as instances of ambiguous or double focalization” (“Formal Criteria” 90). En la narración, un ambigüedad sobre quién sea el sujeto de la focalización contribuye a ligar fuertemente el relato al discurso. Es el caso que se da según Cohn (Transparent Minds 75) en el estilo que ella llama quoted monologue, es decir, la inserción de fragmentos de monólogo interior en una narración en tercera persona.
         Cf. la free indirect perception señalada por Chatman (Story and Discourse 204), que también señala su presencia en la narración cinematográfica. La traducción española de Bal (Teoría 118) utiliza la expresión “focalización libre indirecta”.
         Bal identifica la ambigüedad de nivel y la focalización transpuesta (Teoría 118), dos conceptos que no son idénticos y que a veces puede ser útil diferenciar.
         Según Berendsen, esto sería aplicable también a la intertextualidad: “I propose that existing texts quoted by the primary narrator focalisor are indeed imbedded and entail a shift in narrator-focalisor” (Berendsen, “Formal Criteria” 83). Cf. sin embargo 3.2.2.3.2.2 infra.
         Las teorías sobre la perspectiva de Stanzel (Theory 111) o Gullón (89-90) también pasan por alto la distinción entre sujeto y objeto de la focalización.
         “Tout changement de niveau constitue une figure. On découvrira, dans un récit particulier, prédominance d’un certain type de figure. Il y aura, par exemple, beaucoup ou peu de changements de niveau. Il y aura un grand nombre de changements de niveau narratif, ou relativement peu. Les changements de niveau de focalisation avantageront tel personnage. Un personnage-focalisé sera souvent imperceptible, un autre personnage-focalisé sera toujours perceptible. Ou, au contraire, les changements de niveau de focalisation seront distribués pêle-mêle parmi les personnages” (Narratologie 46-47).
         Esta posibilidad teórica, por abstrusa que parezca, puede darse de hecho en textos experimentales. Cf. la separación entre la voz narrativa y “el ojo” en Mal vu mal dit de Beckett (ver mi artículo “‘Unnullable Least’: la metaficción y el vacío en el Beckett de los 80”.
         Incluso para la “omnisciencia” se pueden encontrar ciertas bases en los modos de conocimiento presentes en la acción. Cf. Pouillon (supra); Todorov, “Catégories” 143.
         Los narradores de Beckett son un buen ejemplo de autoconsciencia narrativa (ver mi análisis en Samuel Beckett y la narración reflexiva).
         Genette, Nouveau discours 80. Laurence Bowling (“What is the Stream of Consciousness Technique?”, cit. en Chatman, Story and Discourse 187) distingue así el interior monologue, de naturaleza verbal, del stream-of-consciousness, que incluye tanto palabras como percepciones. El propio Chatman señala la posibilidad de un perceptual interior monologue, limitado a las percepciones del personaje. Cohn (Transparent Minds 234) también establece una distinción semejante. Cf. 3.2.2.3.3.2 infra.
         Para Lozano, Peña-Marín y Abril, el observador y el enunciador coinciden si no hay una diversificación de puntos de vista (134). Pero creemos que es más util mantener la diferenciación: aunque coincidan en un mismo sujeto, las actividades son distintas, y pueden incluso llevar a un desdoblamiento del sujeto en dos papeles diferentes: así, un enunciador que reconoce inventar su historia, y no tiene por tanto restricciones de motivación (cf. 3.2.2.1 infra) para restringir la perspectiva, puede hacerlo a pesar de todo, desdoblándose así en narrador y focalizador invisible.
         Pouillon 56-57; cf. Lintvelt 81 ss; Stanzel, Theory 99, 145; Bronzwaer, “Implied Author” 15; Cohn, Transparent Minds 167 ss; cf. 3.2.1.8 infra. Genette señala (Nouveau discours 80 ss) que puede darse asimismo el narrador “homodiegético neutro”, es decir, la narración en primera persona que no presenta pensamientos o percepciones del narrador (del narrador en tanto que personaje, claro está). Los ejemplos serían los relatos de Hammett o L’Etranger.
         Cf. James, “The Art of Fiction”; Lubbock; Jean-Paul Sartre, “M. François Mauriac et la liberté”; Pouillon, Tiempo 69 ss; Friedman, “Point of view”; Booth, Rhetoric 160 ss; Tacca 73 ss, etc. Por supuesto, en nuestra época esencialmente ecléctica todas esas polémicas modernistas han quedado atrás (cf. Booth, Rhetoric 60 ss; Lotman 322; Genette, “Discours” 211; Fowler, Linguistics and the Novel 90 ss; Stanzel, Theory 61).
         Genette, “Discours” 206, Nouveau discours 49; Raymonde Debray-Genette, “Du mode narratif dans les Trois Contes,” cit. por Lintvelt (47); Todorov, Poética 71.
         Genette rechaza el término “omnisciencia”: “l’auteur n’a rien à savoir, puisqu’il invente tout” (Nouveau discours 49). Efectivamente, pero términos como “omnisciencia” y “focalización” no se definen por relación a la actividad del autor, sino a la del narrador. Un narrador omnisciente es perfectamente concebible; un autor omnisciente no. Hay una relación comprensible entre voz y perspectiva; como señala Genette, “le narrateur hétérodiégétique n’est pas comptable de son information, l’omniscience fait partie de son contrat” (51). Pero ya se sabe que en el arte las leyes están ahí para romperlas; es absurdo negar, como hace Lintvelt (98) la posibilidad de omnisciencia y omnipresencia en la narración homodiegética actorial; deberíamos añadir que esta imposición se da solamente en la literatura realista.
         Así adquieren sentido términos en principio absurdos, como la selective omniscience de Friedman (“Point-of-view”) o la restricted omniscience de Robert Humphrey (Stream-of-Consciousness in the Modern Novel). Todorov (Poétique 70) propone restringir el término “narrador omnisciente” a aquel narrador que presenta la interioridad de todos los personajes. Quizá no haya ninguno.
         Naturalmente, no debemos limitarnos a interpretar literalmente el elemento visual que sugiere el término “espectador”. La percepción de imágenes visuales subliminales forma parte natural de la lectura de textos narrativos (cf. Richards, Principles 90; Lotman 270) pero es una sensación que sigue a una conceptualización.
         Para esta noción, cf. Bühler (169 ss); Stanzel, Theory 170 ss; Lintvelt 39 ss. El papel del receptor como espectador implícito es expuesto con bastante claridad por Bal (“Laughing Mice” 203).
         Cf. la definición de la perspectiva dada por Stanzel: “The opposition perspective (...) involves the control of the process of apperception which the reader performs in order to obtain a concrete perceptual image of the fictional reality” (Theory 111). El resto de la definición de Stanzel es defectuosa, pues no integra adecuadamente la focalización con este control efectuado sobre la apercepción del lector, cuando obviamente su relación es muy estrecha. Stanzel (48 ss) separa los conceptos de modo (narración + focalización) y perspectiva (la del lector, y a veces la del focalizador); creemos, como Cohn, que no tiene función práctica esta diferenciación; es mejor cortar por otro lado.
         Remitimos aquí a textos como “Visual Pleasure and Narrative Cinema”, de Laura Mulvey;  “The Subject of Narrative,” capítulo final de Telling Stories, de Steven Cohan y Linda Shires, los capítulos iniciales de Peter Brooks, Reading for the Plot, o “Desire in Narrative” de Teresa de Lauretis.


3. Discurso