1. ACCIÓN
1.1. El concepto y su historia
1.1.1. Los niveles de análisis del texto literario: la acción
La labor de las definiciones no es proporcionar una esencia ideal del objeto definido, sino permitirnos un acceso a este objeto por la vía de otras áreas de la actividad humana, otras disciplinas de estudio. La definición tiene, por tanto, mucho en común con la traducción. Definiendo establecemos, siquiera sea implícitamente, un tipo determinado de acercamiento al objeto, una demarcación del área de discurso en la que nos situamos. La definición misma que demos de narración establecerá ya una división en niveles de análisis que nos interesará desarrollar. Definamos, pues, la narración como la representación semiótica de una serie de acontecimientos. Esta definición, como los cientos de definiciones semejantes que encontramos en las diversas teorías literarias, nos remite a dos niveles de análisis: la serie de acontecimientos y su representación semiótica. Podemos someter el texto narrativo, pues, a una doble consideración: en cuanto artefacto semiótico, texto o discurso y en cuanto acción, serie de acontecimientos que podemos aislar de ese texto mediante un proceso abstractivo. Resultará útil en el análisis de la narración establecer distinciones conceptuales claras sobre el nivel de abstracción al que se está considerando el texto narrativo. Dos conceptos centrales en este sentido son, pues, los de acción y discurso narrativo. Aún añadiremos el concepto de relato (1), habida cuenta de que el discurso narrativo desborda la acción, no se limita a transmitir la acción. En una definición provisional diremos que la acción consiste en la serie de acontecimientos narrados, y que el discurso narrativo es el proceso semiótico que elabora o transmite la narración (por ejemplo, el uso de un texto lingüístico). El relato es el terreno común entre ambos: la acción tal como aparece en el discurso.
El relato es la representación de la acción en tanto en cuanto ésta es transmitida narrativamente, y el discurso narrativo (hay, claro está, muchos otros tipos de discurso) es la representación del relato. También podemos considerar al discurso narrativo la estructura superficial del relato, y a éste la estructura superficial de la acción narrada. Inversamente, un relato es la estructura profunda de un discurso narrativo, y una acción es la estructura profunda de un relato. Los términos “estructura profunda” y “estructura superficial” han de entenderse aquí en el sentido más amplio posible, sin considerarlos otra cosa que términos operativos en una descripción semiótica. Denominaremos transformación al conjunto de operaciones que nos permiten pasar de una estructura superficial a una profunda o inversamente. (2).
El primer nivel que estudiaremos será la acción, término éste cuyo significado iremos delimitando gradualmente. A grandes rasgos, podemos dar una primera definición en los términos de la poética fenomenológica: la acción es un aspecto del estrato fenoménico mundo presente en la obra narrativa, el nivel correspondiente a la dimensión representativa-referencial del lenguaje de la obra. (3). Es importante señalar las diferencias y también las semejanzas entre este estrato de la obra literaria y el mundo real. No toda la labor corresponde a la literatura o al lector a la hora de elaborar el material de la experiencia. La literatura trabaja sobre un material ya configurado por las estrategias cognoscitivas con las que interpretamos la realidad. Así, cuando se hace alusión a un nivel “no semiótico” del texto narrativo, constituido por los fenómenos del mundo narrado (4) hay que añadir que esos hechos no deben entenderse como hechos brutos, sino como hechos institucionales, hechos potencialmente significativos y con una relevancia social—fenómenos semióticos, por tanto. Con el estudio de la acción estamos buscando técnicas de descripción de acciones que sean aptas para los estudios literarios. Por tanto, las “acciones” serán en realidad conceptos de acciones, extraídos metalingüísticamente de los textos en cuestión, una vez tenida en cuenta la “segunda articulación” que supone la estructuración semiótica ya presente en nuestra concepción del mundo real.
Cada nivel descriptivo (acción, relato, discurso) será un objeto semiótico resultado de una abstracción más o menos generalizada. Será la misma descripción la que determine cuál es exactamente la abstracción que se ha realizado. Las operaciones abstractivas pueden teóricamente establecer tantos niveles de análisis como se desee; las reglas de acuerdo con las cuales se realiza la abstracción sobre un nivel dado son las reglas de transformación que constituyen el nivel siguiente. (5). Para el estudio del nivel de la acción consideramos al discurso narrativo sólo en tanto en cuanto representa un mundo narrado, unos personajes y acontecimientos, al margen de su verbalización o de su reestructuración narrativa. Es por el contrario esta reestructuración la que nos ocupará al estudiar el nivel del relato.
Sobre la noción de transformación
que hemos expuesto, quizá no esté de más
señalar que la entendemos en el sentido más general
posible en semiótica, según la definición de A. J.
Greimas y J. Courtés:
On peut entendre par transformation,
de manière très générale, la
corrélation (ou son établissement) entre deux ou
plusieurs objets sémiotiques: phrases, segments textuels,
discours, systèmes sémiotiques, etc. (Greimas y
Courtés 399)
Es decir, podemos hablar de los niveles superficiales como transformación de los niveles profundos o viceversa: por ejemplo, para dar cuenta del proceso de recepción de la narrativa puede interesarnos describir la acción como el resultado de una transformación que el lector aplica al relato. Más generalmente, entendemos esta correlación transformacional como una correlación descriptiva, metalingüística. Precisemos que no es el modelo de transformación de Chomsky (Syntactic Structures ; Aspects of the Theory of Syntax), también presentado a veces como metalingüístico, el que estamos proponiendo. Se trataría en todo caso de un modelo más próximo al de la semántica generativa, aunque en todo rigor habríamos de hablar más bien de pragmática generativa, una pragmática que daría cuenta no sólo de la producción y estructura de los textos, sino también de la actividad interpretativa que los toma como objeto. Para nuestros propósitos inmediatos es suficiente esta interpretación metalingüística, poco ambiciosa, de las transformaciones. La misma interpretación se puede aplicar a los interrogantes sobre la naturaleza fenoménica de los niveles de la acción, el discurso o el relato. Veremos que es tanto la naturaleza del objeto de estudio como la naturaleza de la actividad crítica la que nos lleva a esta concepción, y no un rechazo a las aplicaciones prácticas de la teoría. Al contrario: en ocasiones quizá nuestra teoría parezca rebasar las competencias de la poética narrativa en cuanto a los fenómenos estudiados. Si es así, esos excursos se harán como un apoyo más a la teoría, aunque no consideremos que la relevancia de ésta en el campo de la narratología esté inevitablemente vinculada a su capacidad explicativa en otras áreas. Así pues, las observaciones que hagamos sobre otros géneros o artes distintos de la prosa narrativa literaria (discursos no artísticos, teatro, poesía, cine, pintura), sobre psicología o lingüística no deben entenderse como pronunciamientos categóricos sobre cómo deben enfocarse tales cuestiones, sino como sugerencias de analogías útiles y, en todo caso, ejemplos que nos ayuden a delimitar mejor nuestro objetivo principal, que es el estudio del relato. Quede claro asimismo que estamos estudiando las articulaciones del sistema narrativo en cuanto tal, en un acercamiento “estructuralista” si así se le quiere llamar. Nociones como la de motivo o tradición nos interesarán no en lo que aporten de contenido concreto, sino sólo en cuanto que contribuyen (a varios niveles y de modos distintos) a la sintagmática del texto. Por ejemplo, de la crítica temática nos interesará la pura definición de motivo o tema, y no los repertorios de motivos o temas, sus relaciones con arquetipos o traumas psíquicos, o el problema de las variantes culturales de esos motivos o temas.
La acción en el sentido que intentamos definir no está necesariamente vinculada a la literatura. De hecho, como veremos, el mismo concepto de relato, situado a un nivel superior, más específico, no es privativo de la narratología literaria u oral (pudiendo concebirse narratologías fílmica, pictórica, de la historieta, etc., que utilicen un concepto de relato comparable al que se da en la narratología literaria). Con mayor razón, pues, la acción, estructura profunda del relato, podrá subyacer en un nivel mayor de generalidad a distintos relatos / estructuras superficiales, e incluso a estructuras superficiales que no sean relatos.
Más
adelante veremos tanto ejemplos de estas afirmaciones como limitaciones
y precisiones a ellas. Pero en la primera parte de este capítulo
daremos un breve repaso a las teorías de la narración
previas a la irrupción del estructuralismo. Como veremos, la
mayor parte del trabajo estructuralista en este sentido ha consistido
en desarrollar y sistematizar un tipo de análisis que se
inaugura con la Poética
de Aristóteles. Con esta obra enlazan los diversos formalismos de la primera mitad del siglo XX.
1.1.2. Origen aristotélico de los conceptos
de acción y relato
Históricamente, el punto de partida para el tipo de estudio que realizamos se encuentra en la Poética de Aristóteles. Allí aparecen por primera vez nociones como la de argumento como elemento constitutivo (junto a otros) de una obra, relación entre carácter y acción, definiciones de las partes de la acción, clasificación de las acciones en unitarias, episódicas, simples, complejas, únicas y dobles, etc. Aristóteles ya emplea una terminología técnica para permitir una comprensión unitaria de fenómenos diversos; así ve cómo unos elementos u otros se utilizan de manera diferente en los distintos géneros o artes. Sus comentaristas en siglos posteriores no mejoraron sensiblemente el enfoque original de Aristóteles, y en lo que toca al tema que nos ocupa hay que esperar al siglo XX y a los formalistas rusos para encontrar pronunciamientos teóricos comparables a la Poética en el terreno de la narratología. Por tanto, partiremos provisionalmente, y un poco a título de homenaje, de los conceptos aristotélicos, para modificarlos después con las aportaciones de la poética de nuestro siglo. (6).
Aristóteles desarrolla en los cuatro primeros capítulos de la Poética una teoría de la imitación (mimesis),
pues considera que es ésta la base común a todo
género de actividad artística (y quizá humana),
incluyendo a la literatura. Es tentador reformular la teoría de
Aristóteles en dirección a la semiótica actual,
estableciendo la equivalencia
imitación = significación.
Sería, efectivamente, tratar con mucha ligereza la noción
aristotélica. Pero la inconmensurabilidad de nuestro sistema
conceptual y el de Aristóteles sólo puede postularse en
una de las dos direcciones históricas. Nuestros conceptos deben
ser capaces de analizar a los de Aristóteles, pues de lo
contrario habríamos de renunciar no sólo a establecer una
equivalencia entre nuestros sistemas de análisis del relato,
sino también a traducirlo y leerlo. Es inevitable reducir a
Aristóteles a nuestras categorías de pensamiento al
discutir su teoría; eso no quiere decir que tengamos que
establecer identidades de concepto donde no las veamos. Reconocemos,
pues, un elemento de
significación en la
“imitación” aristotélica, una
significación no propiamente lingüística, sino
más general, semiótica. Veamos un ejemplo :
La epopeya,
y aun esotra obra poética que es la tragedia, la comedia lo
mismo que la poesía ditirámbica y las más de las
obras para flauta y cítara, da la suerte que todas ellas son, en
conjunto, reproducciones por imitación, que se
diferencian unas de otras de tres maneras: 1) O por imitar con medios
genéricamente diversos; 2) O por imitar objetos diversos; 3) O
por imitar objetos no de igual manera sino de diversa de la que son. (Poética 1447 a)
Vemos que las
“imitaciones” nos remiten a un objeto de modo parecido a un
signo que nos remite a un referente. Quizá haya que dar a esta
relación semiótica un carácter un tanto general, y
suponer que para Aristóteles serían miméticos
tanto el signo de Saussure como la tríada símbolo, icono
e indicio de Peirce. (7). Conservaremos el término original mimesis para referirnos a esta noción
aristotélica de semiosis, por lo demás muy intuitiva e
inmediata. En otros lugares, Aristóteles se acerca aún
más a una noción moderna de representación
semiótica, cuando intenta reducir el placer estético a
una especie de gozo intelectual de la imagen:
[T]odos se complacen en las reproducciones imitativas.
E indicios
de esto hallamos en la práctica; cosas hay que, vistas, nos
desagradan, pero nos agrada contemplar sus representaciones y tanto
más cuando más exactas sean. Por ejemplo: las formas de
las más despreciables fieras y las de muertos. (Poética 1448 b)
Puesto que
aprender es agradable y admirar también, es preciso
también que sean agradables cosas tales como lo imitativo;
así la pintura y estatuaria, y la poesía, y todo lo que
está bien imitado, aun cuando lo imitado no sea placentero, pues
no es el goce sobre ello mismo, sino que hay un razonamiento de que
esto es aquello, de manera que resulta que se aprende algo. (Retórica 1371 b)
Hay que resaltar, a pesar del énfasis de estos textos en la exactitud mimética, que la “imitación” hace algo, no es una simple repetición de su objeto; el significado de configuración es un aspecto esencial de la noción de mimesis aristotélica. (8). Al valor de re-presentación de algo preexistente, el sentido quizá más corriente de mimesis o “imitación” lo llama Ricœur mimesis 1, y lo distingue de la noción de mimesis como configuración, estructuración, una mimesis 2 creativa.
Aristóteles
ha establecido una clasificación de las distintas artes y
géneros literarios según los tres criterios apuntados: el
medio, los objetos y el modo de la imitación. Los aplica
jerárquicamente: con el primero distingue a la poesía de
las demás artes, pues imita por medio de palabras y no por medio
de imágenes o gestos. (9). El segundo criterio no sirve para diferenciar unas artes de otras, sino
para establecer géneros dentro de cada arte, según el
objeto representado. Es curioso que Aristóteles sólo
considere en su discusión de los objetos de imitación lo
que él llama “hombres en acción [práttontes]”
(Poética 1448 a), restringiendo así su discusión de la poesía a lo que llamaremos “géneros con acción”, o narrativos en el sentido amplio del término. (10). como la épica o la comedia, y descuidando los “géneros sin acción” como la lírica. La mimesis
puede ser de personas inferiores, iguales o superiores a nosotros.
Aristóteles pone ejemplos de esta triple jerarquía en
pintura. En literatura, opone sobre todo la tragedia y la epopeya,
cuyos personajes son superiores, a la comedia y la sátira, que
tratan objetos bajos y personajes risibles. El tercer criterio de
Aristóteles, el modo de la imitación, es ya privativo de
la literatura (o “poesía”). Sirve para completar la
división en géneros y para distinguir “modos”
diferentes dentro de cada género, como sucede en el caso de la
epopeya. Este criterio ya había sido utilizado de manera algo
diferente por Platón en el libro III de la República.
Allí Platón distinguía la narración simple
empleada en los ditirambos, en los que el poeta “habla en su propio nombre”, de la imitativa que
se da en la tragedia, al hablar el poeta “fingiendo” que
hablan los personajes. Hay asimismo una narración compuesta de
ambas en el caso de la epopeya, cuando el poeta habla ya en su propio
nombre, ya por boca de los personajes. Platón piensa aquí
fundamentalmente en el estilo directo contraponiéndolo a la
narración (cf. infra, 2.4.1.1). Aristóteles modifica un poco esta clasificación. (11).
Pero sobre todo invierte la valoración platónica de cada
modo: mientras Platón deplora el modo imitativo,
Aristóteles coloca a la tragedia, género imitativo puro,
en la cumbre de la poesía, y alaba a Homero por el uso frecuente
que hace de la narración imitativa. Aristóteles define
sistemáticamente los parecidos y diferencias que hay entre la
tragedia y la epopeya:
Convienen,
por tanto, epopeya y tragedia, en ser, mediante métrica,
reproducción imitativa de esforzados, diferenciándose en
que aquélla se sirve de métrica uniforme y de estilo
narrativo. (Poética
1449 b)
En cuanto a
los elementos constitutivos, algunos son los mismos; otros, peculiares
a la tragedia (...) porque todo lo que hay en los poemas épicos
lo hay en la tragedia, pero no todo lo de la tragedia es de hallar en
la epopeya. (1449 b)
En cuanto a
la imitación narrativa y en métrica es evidentemente
preciso, como en las tragedias, componer las tramas o argumentos
dramáticamente y alrededor de una acción unitaria,
íntegra y completa, con principio, medio y final, para que,
siendo, a semejanza de un viviente, un todo, produzca su peculiar
deleite. (1459 a)
El “argumento” (mythos) es sólo una de las seis “partes cualitativas” de una tragedia. Las demás son los caracteres, el pensamiento, la dicción, la música y el espectáculo (1449 b). Nos detendremos en este concepto de mythos, pues de él parte la noción de relato que intentamos definir. (12). Cada una de las seis “partes cualitativas” es en cierto modo un nivel de análisis, una consideracion de un determinado aspecto de la tragedia. Así, Aristóteles puede considerar el “agente” haciendo abstracción del carácter (VI, 1449 b), una concepción que allana el camino a las posteriores concepciones de Forster o Greimas. También puede considerar la tragedia como texto lingüístico, haciendo abstracción de los elementos representativos o texto visual (1462 a). Como se verá, estamos presuponiendo que muchos elementos del análisis aristotélico de la tragedia son extensibles, ya por analogía o por implicación lógica, a una teoría general de las formas narrativas. (13).
Entendiendo que hablar de la tragedia de modo global correspondería en nuestro modelo al análisis del discurso, de un tipo especial de discurso literario, veamos cómo concibe Aristóteles las relaciones entre acción y relato.
Aristóteles sólo habla de mythos
al tratar de la tragedia y la comedia o sus correspondientes en el
género narrativo, la epopeya y el poema satírico del tipo
del desaparecido Margites atribuido a Homero. No lo aplica a
los géneros poéticos breves como los himnos o las
sátiras. Es sabido que en su definición de la tragedia
Aristóteles valora la acción, el movimiento narrativo, a
expensas del carácter y el elemento descriptivo de la obra (1450
a). Donde a veces se ha querido ver una norma prescriptiva nosotros
vemos más bien una consecuencia directa del enfoque
ontológico y filogenético de Aristóteles: la
tragedia es un arte narrativo, y por tanto lo más propio de la
tragedia es aquéllo que aporta en tanto que estructura
más compleja y evolucionada, aquéllo que no comparte con
artes estáticas o descriptivas: la transformación
narrativa producida en la acción
y el relato, o, en los términos de la Poética, en el
mythos. Veamos más de cerca la definición de mythos
:
la trama o argumento es precisamente la reproducción imitativa de las acciones; llamo, pues,
trama o argumento [mythos] a la peculiar disposición de las acciones [pragmata]. (1450 a)
Es preciso,
pues, que, a la manera como en los demás casos de
repreducción por imitación, la unidad de la
imitación resulta de la unidad del objeto, parecidamente en el
caso de la trama o intriga [mythos]: por ser reproducción imitativa de una acción [praxis], debe ser la acción una e íntegra, y los actos parciales [pragmata] estar unidos de modo que cualquiera de ellos que se quite o se mude de lugar se cuartee y descomponga el todo (...). (1451 a)
el poeta ha
de serlo más bien de tramas o argumentos que de métricas,
que es poeta en cuanto y por cuanto reproductor por imitación, e
imita precisamente acciones [práxeis]. (1451 b)
Es interesante ver cómo apunta aquí una diferenciación de distintos niveles compositivos de la obra. El mythos ocuparía un lugar intermedio entre la acción (14) y el nivel propiamente textual o poiema (por ejemplo, una tragedia). La problemática relativa exclusivamente a la superficie textual viene representada en la Poética por los capítulos sobre dicción, métrica y retórica. Derivando de esta distinción se encuentra en Aristóteles una diferenciación entre el tiempo y el espacio de la representación, del mythos, y los de la praxis representada: se trata de las indicaciones en las que se basarán los tratadistas del Renacimiento (Robortello, Escalígero, Castelvetro, etc.) para establecer las unidades de tiempo y espacio dramáticos. Así, en lo relativo al tiempo, distingue entre la duración relativa a los acontecimientos, cuya medida es la memoria del espectador, y la duración de la representación, cronometrable con reloj (VII, 1450 b). Asimismo distingue entre la tragedia, que por su carácter dramático debe representar una praxis confinada espacial y temporalmente, y la epopeya, que no tiene tales límites (V, 1449 b; XXIV, 1459 b). (15).
Como veremos más adelante, la triple distinción entre praxis, mythos y poiema es utilizada implícitamente por un gran número de estudiosos de la literatura, pero rara vez se le ha intentado dar una formulación teórica precisa. Relacionaremos estos tres niveles aristotélicos con lo que en nuestra terminología serán la acción, el relato y el discurso.
Correspondencias semejantes se han señalado con anterioridad. O. B. Hardison identifica acciones y mythos con el par story
/ plot frecuente en la crítica anglonorteamericana. (16). Meir Sternberg (Expositional Modes and Temporal Ordering in Fiction 307) señala estos conceptos aristotélicos como antecedentes de la pareja formalista fabula / siuzhet. Para Chatman la estructura descrita por Aristóteles es aún más compleja:
For Aristotle, the imitation of actions in the real world, praxis, was seen as forming an argument, lógos, from which were selected (and possibly rearranged) the units that formed the plot, mythos. (Story and Discourse
19)
Pero quizá estemos haciendo una lectura demasiado generosa de Aristóteles. El texto de la Poética está lleno de dificultades. Incluso si inferimos de las palabras de Aristóteles la triple división que hemos indicado, hay que reconocer que no aparece de modo tan explícito como la división en partes “cualitativas” o la posterior en partes “cuantitativas” o secuenciales de la tragedia. Cabe además arguir que Aristóteles sí establece esa división, pero que la entiende no “verticalmente” como hemos descrito, sino sólo genéticamente, es decir, no como estructuras semióticas coexistentes en la obra, sino como fases en la composición de la misma. Es cierto que estos dos sentidos están intrínsecamente relacionados: debe haber acciones realizadas en la vida antes de que puedan imitarse en el arte, y de ahí sigue un cierto carácter filogenético de la estratificación fenomenológica de la obra. No debemos presentar una interpretación unilateral, dejando que se pierdan esos diversos sentidos posibles, y atribuir así al texto original lo que es más bien una interpretación y desarrollo del mismo. (17).
También es un riesgo establecer correspondencias demasiado estrechas entre estos tres niveles narrativos (praxis, mythos y lexis) y las fases de composición de un discurso distinguidas por la retórica clásica, inventio, dispositio y elocutio. (18). El empleo de estos términos fuera del contexto para el cual se acuñaron, la oratoria, será necesariamente vago, analógico o sólo parcialmente equivalente.
Hemos visto, pues, que existe en la composición de la obra un nivel previo al mythos, el de la acción (praxis) de la cual ese mythos es imitación. Nos centraremos ahora en la noción de praxis en la Poética, para pasar luego a nociones semejantes (relativas a la acción) en otros teorizadores, y a la manera de llegar a una formulación clara del lugar de este concepto en la teoría de la narración.
Aristóteles no habla de la praxis como si se tratase de una creación o producción del poeta. El verbo poieo está reservado a la elaboración de la obra y en ella del mythos como “imitación” (mimesis) de una praxis aparentemente
ya dada. Esto no significa que el poeta deba trabajar sobre hechos de
una veracidad estricta; es famosa la distinción de
Aristóteles entre poesía e historia:
De lo dicho
resulta claro no ser función del poeta el contar las cosas como
sucedieron sino cual desearíamos hubieran sucedido, y tratar lo
posible según verosimilitud o según necesidad. (1451 a)
Si la
acción es inventada por el poeta, deberá ser
verosímil, y, por tanto, asemejarse a las acciones reales.
Aristóteles aún va más allá, al desligar
los requisitos de verosimilitud de una correspondencia estricta con la
realidad:
En general:
lo imposible ha de considerarse en relación a la poesía,
a lo mejor, a la opinión corriente. En relación a la
poesía: es de preferir imposible creíble a posible
increíble. Tal vez sea imposible el que haya hombres tales como
Zeuxis los pintó, pero los pintó mejores, que es preciso
que el modelo supere lo real. La opinión común
también puede justificar lo irracional; aparte de que no siempre
lo irracional lo es en verdad, que es verosímil pasen cosas
contra lo verosímil mismo. (1461 b)
Aparte de los
problemas de verosimilitud, hay criterios formales a la hora de decidir
si una acción es adecuada o no para ser “imitada” en
el mythos de una obra. Aristóteles define así la manera en que la praxis
ha de constituir un todo unitario:
los actos
parciales deben estar unidos de modo que cualquiera de ellos que se
quite o se mude de lugar se cuartee y descomponga el todo, porque lo
que puede estar o no estar en el todo, sin que en nada se eche de ver,
no es parte del todo. (1451 a)
Seguimos viendo cierta ambigüedad en la naturaleza de la praxis.
Por una parte es algo que se imita; luego, es algo presente en la
naturaleza, previo al arte. El hecho de que la mayoría de las
tragedias griegas estén basadas en narraciones míticas
tradicionales puede explicar en parte semejante planteamiento. Por otra
parte, vemos que la praxis
es algo seleccionado por el poeta, si no inventado, previamente
a la elaboración del mythos.
Una acción unitaria, ¿será creación del
poeta o será una cierta manera de contemplar las acciones reales
(es decir, considerándolas sólo en lo que tienen de
unitario)? ¿No se trata en cualquier caso de una
elaboración? Aristóteles no se pronuncia con claridad
sobre esta cuestión: sólo podemos hacer inferencias sobre
cómo se relacionan entre sí la realidad, la praxis unitaria y el mythos. (19).
Esta relación aún podrá parecer más
problemática si consideramos el párrafo siguiente:
En cuanto a los asuntos, estén ya hechos o hágaselos uno, es preciso trazarse el plan general y despues pasar a episodios y desarrollos.
Y voy a decir la manera de dar esa general mirada a las cosas, tomando por ejemplo el de Ifigenia. En el momento de ser sacrificada una cierta doncella, se les desaparece misteriosamente a los sacrificadores; es transportada a otro país en donde es de ley sacrificar a los extranjeros en honor de la Diosa, y tal es el cargo sacerdotal que se le da. Al cabo de un tiempo llega el hermano de la sacerdotisa—el hecho de que el Dios le mandara ir allá, por qué causa y para qué fines, cae fuera de la trama—. Llegado, pues, y preso el hermano, y en el punto mismo ya de ir a ser sacrificado, se da a conocer—sea como lo hace Eurípides o como Polyidos, diciendo, y es verosímil, que "no sólo su hermana tenía que ser sacrificada sino él también", y de aquí le vino la salvación.
(...) Y una
vez dados, después de esto, los nombres a los personajes, toca a
su vez a los episodios, viendo la manera de que sean
apropiados—como en el caso de Orestes: la locura, ocasión
de su captura y su salvación mediante la purificación.
(1455 b)
Si interpretamos la mimesis exclusivamente como un proceso que el poeta realiza sobre una acción preexistente para producir el argumento, nos encontramos con contradicciones insalvables. ¿Cómo conciliar la necesidad de mimetizar las acciones no ya con el hecho de que éstas sean ficticias, sino con la posibilidad (o necesidad) de elaborar una primera versión del mythos sin haber decidido la naturaleza exacta de las acciones a las que se pretende “imitar”? ¿O debemos entender que la “forma básica” de la historia es lo que antes hemos llamado praxis? Se trata de dos cosas muy distintas. En nuestra terminología, la Ifigenia de Eurípides y la de Polyido tendrían una estructura profunda común en un sentido (la “forma básica” del mythos, el argumento, o mejor aún, el esquema de la acción) y dos estructuras profundas diferentes en otro sentido (sus respectivas acciones), además de presentar dos estructuras superficiales (textos o discursos) diferentes.
Más adelante veremos algunas versiones modernas de esos dos acercamientos al nivel de las acciones. En cuanto a la mimesis, parece que tenemos que invertir radicalmente la interpretación anterior, o al menos señalar que, entre los varios significados que según decíamos abarca este término, el sentido más interesante en el que lo usa Aristóteles parte del receptor, es decir, sigue un camino inverso al que hemos contemplado hasta ahora. No se trata ahora de que el poeta trabaje sobre unas acciones para elaborar el mythos ; lo que sucede es que el poeta, por medio del mythos, “hace creer” al lector o espectador que determinadas acciones tienen lugar, o, mejor dicho, le (re)presenta determinadas acciones. En el concepto aristotélico de mimesis, entre el objeto representado y la obra está escondido un tercero: el receptor. (20). Las acciones pueden existir o no en el mundo real (cf. Martínez Bonati 71-74), pero existen necesariamente en la mente del lector de Homero o del espectador de Eurípides. Queda este nivel de la acción, por tanto, deslindado de la realidad física para convertirse en algo conceptual. Ahora se entiende mejor cómo puede una acción cumplir los requisitos de coherencia que exige Aristóteles. El poeta no elabora (poiéo) la acción: elabora el mythos. El mythos imita la acción, lo cual quiere decir que ésta emana de él como emanan de cualquier obra de arte plástica los objetos representados, por un proceso que para Aristóteles es natural en la comprensión humana (Poética, cap. IV).
Hemos visto cómo en un momento dado amenaza confundirse la acción en cuanto modelo de la imitación de un poeta con una “primera versión” sin especificar del argumento. Vista así, la acción no sería desde luego la historia que lee el lector en todos sus detalles. (21). Se trata allí de un esquema, un resumen de la acción. Varias obras, como veíamos en el caso de las dos Ifigenias, se podrían quizás resumir de la misma manera. Parece lógico llevar el razonamiento más allá y preguntarse si a un nivel de abstracción suficiente no podrá encontrarse un esquema común a todas las obras pertenecientes a un género dado, precisamente por el hecho de pertenecer a ese género. Se trata de buscar la acción propia de un determinado género, o de variedades dentro de lo que consideremos un mismo género. Algo así se encuentra en las definiciones aristotélicas de la acción trágica. (22). Así, por ejemplo, tras afirmar que lo específico de la tragedia no son los caracteres o sus discursos sino el argumento y el entramado de la acción, Aristóteles define elementos de la acción como la peripecia, la anagnórisis o el patetismo (Poética 1452). (23). La definición más general que encontramos de una acción, una historia digna de ser contada, se encuentra en fórmulas como “paso de la desgracia a la dicha o de la dicha a la desgracia” (1451 a) o “cambio de fortuna” (1452 a). Pensemos en las definiciones de la narratividad que se hacen hoy, por ejemplo la de Toolan: “an event, bringing a change of state, is the most fundamental requirement in narrative”, o la de Ricœur, que extiende la universalidad los elementos aristotélicos de peripecia y anagnórisis. (24).
Una
última cuestión, antes de pasar a la crítica de
nuestro siglo, sobre el concepto de acción en
Aristóteles. Ya hemos visto que exige de ésta una
perfecta coherencia e interdependencia de las partes.
¿Qué sucede en las obras en las que no existe tal
coherencia, como en muchas epopeyas menores? ¿Habrá una
acción mal construida, o varias acciones? Aristóteles
distingue dos casos. En el capítulo XXIII de la Poética, hablando de la Cipríada y de la Pequeña Ilíada,
utiliza la expresión “acción compuesta de muchas
partes”; es lo que antes ha llamado acción
episódica. En el capítulo XIII, hablando de la
Odisea, se refiere a otro tipo de combinación de las acciones. Es la acción doble :
El segundo
grado de perfección en la estructura, que algunos colocan en el
primero, es la que tiene una doble trama, como la Odisea, y termina de una manera opuesta para los personajes buenos y para los malos. (1453 a)
Entendido así, el concepto de “acción una y completa” cambia. No es tanto la integración total del conjunto de la obra como cada una de las unidades “formales” o “cambios de fortuna” que se suceden o entrecruzan en el argumento. En Aristóteles se encuentra la raíz lejana del estudio de la acción realizado por la moderna crítica formalista y estructuralista; muchos de sus conceptos siguen siendo utilizados de manera bastante próxima a la original. (25). En la definición de totalidad o unidad que aplica Aristóteles a la acción (1450 b) podemos ver tanto las virtudes como los defectos de posteriores enfoques formalistas.
Quizá estos enfoques hayan enfatizado más el elemento de concordancia o unidad presente en la poética que el concepto complementario e igualmente necesario de discordancia. (26). La conexión entre los elementos del relato no debe ser obvia, pues entonces no sería necesario un relato para exponerla. Es crucial que esa conexión o concordancia sea algo que surge, algo que se llega a conocer; el proceso narrativo es necesariamente un proceso de intelección secuenciada, temporalizada. La concordancia o unidad final que crea un resultado estéticamente satisfactorio ha de construirse sobre la base de una discordancia, y quizá haya aquí un elemento de proporción inversa: a mayor la discordancia inicial de los elementos narrativos, tanto más lograda estará la concordancia obtenida por la clausura narrativa. En este sentido la congruencia construida narrativamente se asemeja a la obtenida en otras maniobras semióticas, como la metáfora o la alegoría, que también establecen una congruencia entre materiales inicialmente dispersos. Subrayemos, con Ricœur, que en el concepto aristotélico de mythos hay un fuerte componente cognoscitivo: la estructura narrativa es algo que guía la intelección del receptor hacia una mayor inteligibilidad de la acción. Para Aristóteles, según la lúcida lectura de Ricœur, elaborar un argumento a partir de una serie de acciones es transformar lo casual en causal o inteligible; es extraer lo universal a partir de lo singular, lo verosímil de lo contingente o episódico (Ricœur, Tiempo y acción 1, 41).
Hemos visto cómo en la concepción de Aristóteles se planteaban, de manera más o menos explícita, los siguientes problemas relativos a la acción y el relato de la misma:
• El problema de la ontología de la obra y sus niveles de representación. Una obra poética narrativa (drama o epopeya) es un artefacto mimético con al menos dos planos ontológicos: por una parte es un objeto de la acción del poeta y su público; por otra nos remite miméticamente a otro plano de realidad, un mundo representado en el que tiene lugar la acción narrada.
• El problema de la esencia de lo narrativo. En Aristóteles, el problema de la esencia de la tragedia en tanto que arte narrativa. La respuesta es que el elemento central y definitorio en este sentido es la presencia de la acción en tanto que transformación narrativa.
• La diferentes características estructurales de géneros narrativos distintos (por ejemplo, la tragedia frente a la epopeya).
• La pertenencia o no de la acción a la obra de arte. Para Aristóteles, sólo el mythos es parte integrante de la obra de arte. La praxis sólo está presente en la obra en tanto en cuanto es “imitada” por el mythos.
• La diferencia entre el espacio y el tiempo de la praxis y del mythos.
• La situación de la acción en el mundo extraliterario como algo ofrecido a la capacidad imitativa (re-presentativa) del poeta, y el camino inverso: la acción como algo presentado al receptor de la obra, algo que no tiene por qué tener un referente real.
• La necesidad de una coherencia estructural en la acción.
• La posibilidad de “imitar” un mismo objeto a través de medios y modos diferentes.
• El carácter optativo de la acción como objeto a “imitar” en poesía; la existencia de obras sin acción. No toda la poesía es narrativa, en este sentido amplio.
• La posibilidad de elaborar mythoi (argumentos, acciones) que sean a la vez distintos y el mismo, por diferir en la forma específica de algunos acontecimientos pero mantener los más importantes o sustituirlos por otros que desempeñan su misma función.
• El resumen de las obras, o de los acontecimientos principales de la acción, como plan de trabajo utilizado por el poeta para su elaboración posterior con episodios concretos.
• La división de las acciones en simples y complejas.
• La noción de acción básica como “cambio de fortuna”, y la consiguiente ambigüedad del término cuando se usa en obras con varios “cambios de fortuna”, como sucede en las obras de acción doble o en las episódicas.
• Asimismo, Aristóteles introduce en el análisis de la acción conceptos como la complicación y el desenlace, el punto de inflexión de la acción, etc.
Obras tan fundamentales e influyentes como la de Freytag sobre la estructura dramática (27) o los trabajos narratológicos pioneros de Henry James y Käte Friedemann elaboran elementos ya apuntados en la Poética. En la medida en que la acción es
un elemento común entre el drama y la narración verbal,
los conceptos y técnicas de análisis del drama
desarrollados por la tradición aristotélica
(exposición, clímax de la acción, etc.) son
utilizables igualmente en el estudio de la novela u otros tipos de
narración verbal. (28). Muchas
de las aportaciones de la tradición aristotélica son
replanteadas en la teoría de la prosa de los formalistas rusos,
cuyos trabajos son la fuente directa de los conceptos utilizados por la
narratología actual.
1.1.3. Modelos de la acción en el formalismo ruso:
el par fabula / siuzhet
Ni la
terminología utilizada en la teoría de la
narración formalista ni los conceptos que subyacen a ella son
homogéneos en todos los representantes de esta corriente. No
podemos hablar, pues, del “formalismo ruso” más que
a un cierto nivel de generalidad; será más conveniente
presentar las concepciones de los formalistas rusos por separado. Una
primera línea de división es especialmente clara: la que
hay entre Vladimir Propp y otros estudiosos del relato como Shklovski,
Tomashevski y Tynianov que mantuvieron estrechas relaciones en los
círculos propiamente formalistas (OPOIAZ, Círculo
Lingüístico de Moscú).
1.1.3.1. Propp
La obra de Vladimir Propp La morfología del cuento difiere de las obras de otros formalistas por la tradición en la que se inserta, la finalidad a la que sirve y por el mismo objeto de su estudio.
Propp no estudia el arte, sino el folklore. Como veremos, la misma naturaleza de los cuentos populares hace poco relevantes ciertos problemas que se plantean Shklovski o Eïjenbaum en sus teorías sobre el arte como procedimiento para desautomatizar la percepción, teorías que a su vez están influenciadas por el material de estudio preferido de estos autores, la vanguardia artística con la que tenían contacto directo. Tal situación ya nos hace sospechar una posible complementariedad en sus teorías, que a veces parecen contradictorias. El cuento es tradicional, anónimo y popular. El estudio de Propp hace resaltar su uniformidad, y no precisamente la originalidad o la ruptura de esquemas.
El tipo de secuencia identificado por Propp es en común a muchas otras narraciones que no forman parte de su corpus. Consiste básicamente en un estado inicial estable que se ve alterado por un desequilibrio, carencia o agresión. Un héroe se revela como el llamado a solucionar dicha carencia, mediante un viaje más allá de los límites del mundo de la comunidad, que le lleva a cumplir una misión excepcional, como es apoderarse de un objeto mágico, enfrentándose a enemigos y recibiendo el apoyo de aliados. El héroe regresa triunfante al mundo de su comunidad y alcanza una posición de relevancia (la corona, pongamos) o la integración social (matrimonio, etc.). Esta estructura arquetípica ha sido estudiada desde otros puntos de vista por la crítica mítica y antropológica. En The Hero with a Thousand Faces Joseph Cambell realiza un estudio con muchos puntos de contacto con el de Propp, aunque su intención y lenguaje crítico son polarmente opuestos. Campbell describe el monomito que subyace a religiones, mitologías y folklore en todo tipo de culturas tradicionales: es una estructura similar a la descrita por Propp. Como han señalado numerosos estudiosos, estas estructuras míticas rigen todavía en gran medida la estructura de las formas narrativas modernas. (29). Su relevancia no está en cuestión; el peligro está más bien en limitar la estructura narrativa al tipo de estructura perceptible con esta metodología. Con frecuencia, la problemática propia del relato y del discurso desaparece y hay una concentración exclusiva en estructuras de acción.
La finalidad
del estudio de Propp no es proporcionar un método universalmente
aplicable al estudio del género narrativo. Se ciñe a un
subgénero muy específico, el cuento maravilloso del
folklore, par proporcionar un método de análisis formal que pueda servir de base a un estudio antropológico.
Esa es la razón por la que ha elegido un género
folklórico. Resulta de ello que la metodología
está doblemente condicionada:
mientras no
exista un estudio morfológico correcto, no puede haber un buen
estudio histórico. Si no sabemos descomponer un cuento
según sus partes constitutivas, no podemos establecer
comparación alguna que resulte justificada. Y si no podemos
hacer comparaciones, ¿cómo podremos proyectar alguna luz,
por ejemplo, sobre las relaciones indio-egipcias, o sobre las
relaciones de la fábula griega con la fábula india? Si no
sabemos comparar dos cuentos entre sí, ¿cómo
estudiar los lazos existentes entre el cuento y la religión,
cómo comparar los cuentos y los mitos? (Propp, Morfología 28-29)
Propp no crea un método para un estudio morfológico exhaustivo. Su método sólo es capaz de estudiar aquellos elementos del cuento fantástico que serán relevantes para un estudio comparativo. Observemos que muchos aspectos de lo que en Aristóteles se llama praxis o mythos no son relevantes en el estudio de Propp: en general, no lo serán todos aquellos elementos de la obra que la caractericen como individuo, y no como género.
La tradición crítica en la que se inscribe Propp es, por tanto, más específica que la de los otros formalistas. Es la tradición de la literatura comparada, en la que aún resuenan ecos de su relación original con la gramática comparada de la época romántica y sus intentos de reconstruir un hipotético origen común de la civilización indoeuropea. Propp se remite a las recopilaciones de cuentos realizadas por los Grimm, Afanassiev, Bolte y Polivka, y otros estudiosos; considera que los instrumentos conceptuales normalmente utilizados para la sistematización del material por Bédier, Veselovski, Wundt, Aarne o Volkov son acientíficos y poco prácticos. No dan cuenta de la unidad fundamental de los cuentos maravillosos. Wundt, Aarne y Volkov intentan clasificar los cuentos por temas (“los inocentes perseguidos”, “el héroe simple de espíritu”, etc.). Pero entendido así el tema, muchos temas pueden entrecruzarse en un cuento. Nunca llegaremos a una clasificación coherente, científica (Morfología 15-24). Observemos que el criterio para el establecimiento de tales temas es de orden exclusivamente paradigmático: tal o cual tema se da en tal cuento y en tal otro, y por tanto ambos pertenecen a la misma clase. Estas vagas unidades eran las que habían sido utilizadas por los comparatistas, desde los Grimm hasta Aarne, en su búsqueda de fuentes, influencias o elementos comunes (Antonio García Berrio, Significado actual del formalismo ruso 207).
El planteamiento de Bédier en Les Fabliaux
es algo diferente. En palabras de Propp,
fue el
primero en reconocer que existe en el cuento una cierta relación
entre sus valores constantes y sus valores variables. Bédier
intentó expresar eso de forma esquemática. Llamó elementos a los valores constantes, esenciales, los designó con la letra griega omega (w).
Los demás valores, que son variables, los designó por
medio de letras latinas. De suerte que el esquema de un cuento es w + a + b + c, el de otro w + a + b + c + n, el de otro más w
+ l + m + n, etcétera. Pero esta idea fundamental exacta choca
con la imposibilidad de definir exactamente esa omega. Sigue sin
explicar qué representan, de hecho, objetivamente, los elementos
de Bédier. (Morfología 26)
La importancia de la intuición de Bédier reside en el hecho de que es obviamente imposible identificar ese elemento constante con un tema o motivo tal como hemos visto que los entendían los comparatistas. Propp llevará esa intuición a una formulación coherente.
El trabajo de
Veselovski es también un importante paso intermedio entre las
primeras concepciones comparatistas y las de Propp. Consiste en una
mejor definición de motivo
y de tema : estas nociones son diferenciadas y relacionadas jerárquicamente:
Una serie de motivos es un tema (siuzhet).
El motivo se desarrolla como tema. (...) Por motivo entiendo la unidad
más simple de la narración (...). El motivo se
señala por su esquematismo elemental e imaginado: los elementos
de mitología y de cuento que presentamos más adelante son
así: no pueden descomponerse más. (30).
Todavía hoy muchos antropólogos no proppianos encuentran práctico el uso de los motivos entendidos al modo de Veselovski (véase Segre, Principios 347 ss.); también se encuentran, más raramente, en las teorías estructuralistas de la narración. (31). Pueden ser instrumentos teóricos útiles en ciertas descripciones. (32).
Propp basa su
crítica a Veselovski en el hecho de que los motivos presentados
por éste (por ej., “la hermosa joven se va de casa”;
“Iván lucha contra el dragón”, etc.) no le
parecen simples e indescomponibles :
En los casos
citados, encontramos valores constantes y valores variables. Lo que
cambia, son los nombres (y al mismo tiempo los atributos) de los
personajes; lo que no cambia son sus acciones, o sus funciones. Se
puede sacar la conclusión de que el cuento atribuye a menudo las
mismas acciones a personajes diferentes. Esto es lo que nos permite
estudiar el cuento a partir de las funciones de los personajes.
(Morfología 32)
Propp resume así los resultados de su estudio del cuento fantástico ruso:
Por función, entendemos la acción de un personaje desde el punto de vista de su significación en el desarrollo de la intriga (...)
1. Los elementos constantes, permanentes, del cuento son las funciones de los personajes, sean cuales fueren estos personajes y sea cual sea la manera en que se cumplen esas funciones. Las funciones son las partes constitutivas fundamentales del cuento.
2. El número de funciones que incluye el cuento maravilloso es limitado. (...)
3. La sucesión de las funciones es siempre idéntica. (...)
4. Todos los cuentos maravillosos pertenecen al mismo tipo en lo que concierne a su estructura. (Morfología 33-35)
En este análisis es crucial la naturaleza estructural (morfológica, diría Propp) de los elementos narrativos. Una función tiene sentido por relación al conjunto; el desarrollo de la narración no es un tiempo uniforme y acumulativo, sino un tiempo ordenado, configurado con respecto a una lógica de la acción; la temporalidad narrativa es para Propp un fenómeno estructural y configurativo, en el que es el sentido total el que gobierna el de las secciones. (33).
Resulta evidente, aunque Propp nunca lo aclare explícitamente, que las funciones no son acciones puntuales de los personajes tal y como pueden ser expresadas por los verbos de las oraciones que componen el cuento. Las funciones son una abstracción realizada sobre esas acciones (cf. Barthes, “Introduction” 7). Propp descuida aquí sus definiciones engañado por las características peculiares de su objeto de estudio: los dos niveles que señalamos (acciones concretas / abstracción realizada sobre ellas) están separados en el cuento maravilloso por un espacio muy pequeño. Pero es evidente que en otros géneros literarios las diferencias pueden ser mayores. En el ejemplo aristotélico de las dos Ifigenias, relativo a un asunto semejante, diríamos que la función de la anagnórisis es la misma en la Ifigenia de Eurípides y en la de Polyido, aunque la acción (acontecimiento) que la materializa sea diferente en cada obra. La serie de funciones será un resumen de la acción del cuento, y no la acción misma. La falta de claridad sobre este punto lleva a Propp a dar definiciones insuficientes, en las que si bien el nivel de las funciones queda bien explicitado, el nivel de las acciones concretas realizadas en el mundo narrado (acción), el relato y el discurso narrativo se mezclan en un todo difuso:Todo el
contenido de un cuento puede enunciarse en frases cortas, del tipo de
éstas: los padres parten hacia el bosque, prohíben a sus
hijos salir fuera, el dragón rapta a una doncella,
etcétera. Todos los predicados reflejan la estructura del cuento y todos los sujetos, complementos,
y las demás partes de la oración definen el argumento.
Dicho de otra manera: la misma composición puede servir de base
para diferentes asuntos. (Morfología 131)
Estas frases cortas, similares a los “motivos” de Veselovski, no son las que componen el cuento tal y como llega al folklorista. Son, como bien dice Propp, “el contenido”; son el resultado de una abstracción y, por tanto, parte de un metalenguaje (cf. Segre, Principios 210). Por tanto, es un poco engañoso deducir de la uniformidad de esas acciones en diversos cuentos confrontada a la variabilidad de sujetos y complementos una bipartición en dos niveles como la que hace Propp en estructura (de funciones) y argumento, o composición y asunto, como se les llama en la cita anterior, donde asunto traduce el término ruso siuzhet. La formulación nos hace creer que esta división emana por naturaleza del mismo cuento, cuando en realidad sólo es el resultado de una imprecisión en el metalenguaje utilizado por Propp. Bien es cierto que el análisis mismo de Propp no resulta muy afectado por esta limitación conceptual, pues Propp no se ocupa prácticamente más que del nivel de las funciones. (34). Pero queda claro que la división establecida en la cita anterior es insuficiente para captar las articulaciones propias del relato y del discurso, y se limita a la mera variación tipológica en el nivel de la acción (una huella metodológica más de los presupuestos y fines de Propp). Lo que Propp llama un argumento o un asunto no analiza un nivel de configuración superior nivel de la acción; sólo proyecta la secuencia de acciones de un cuento sobre un esquema general, o genérico, la secuencia global de funciones posibles. El método de Propp y Propp mismo son absolutamente insensibles a las distorsiones impuestas en la serie de acontecimientos de la acción por la temporalidad característica del relato (véanse, por ej., los argumentos utilizados para rebatir en este punto a Shklovski, en Morfología 34).
Propp renuncia, por tanto, a elaborar una noción de argumento que pueda ser de aplicabilidad general: “Admitimos que puede haber otras definiciones de la noción de argumento, pero la que damos es adecuada para los cuentos maravillosos” (Morfología 131). Lo mismo sucede con su caracterización de las funciones: resultan ser de difícil transposición a géneros distintos del cuento maravilloso.
Podemos resumir rápidamente algunos otros resultados de la teoría de Propp. En primer lugar, como buen formalista, encuentra una organización formal, o mejor aún, funcional, allí donde se había tendido a ver “contenido” más o menos inanalizable. Propp suscribiría las palabras de Zhirmunski, “In literary art, the elements of so-called content have no independent structure and are not exempt from the general laws of esthetic structure” (cit. por Victor Erlich, Russian Formalism 185)—si incluyésemos las narraciones folklóricas en el “arte literario”. (35).
Es importante
asimismo ver que Propp establece la divisibilidad del cuento en
estructura y argumento (aunque no quede claro en qué sentido se
encuentran a niveles fenoménicos diferentes en un cuento dado),
y la de estructura (funcional) en una serie de funciones claramente
definidas y numeradas. No se trata de tres niveles diferentes, sino de
un nivel fenoménico y dos niveles morfológicos. La
“estructura” de un cuento de Propp sólo es visible
por referencia a la generalidad de los cuentos maravillosos, no es un
nivel de análisis discernible en un cuento aislado. La
diferencia entre la función de Propp y el motivo
de Tomashevski es más profunda de lo que puede parecer a primera vista. Según Cesare Segre,
no es
sólo diferencia entre menor y mayor grado de generalidad, sino
que es también diferencia entre definición exacta, no
sistemática, relativa a un solo texto, y definición en
relación con el conjunto del corpus, (...) sistemática. (Principios 210. Cf. también 302)
Como consecuencia sin duda de las características del género estudiado, a Propp le resulta posible llevar a un límite extremo la definición aristotélica de la acción como una estructura. (36). Propp especifica los contenidos de esa estructura (del género considerado globalmente, no de un cuento): las 31 funciones y las siete “esferas de acción” de los personajes (agresor, donante, auxiliar, princesa y su padre, mandatario, héroe, falso héroe), comparables a lo que Greimas llamará “actantes”. Ricœur observa que Propp distribuye sus funciones entre los personajes de una manera que ya hace pensar en la génesis mutua entre desarrollo del personaje y el desarrollo del relato (Time and Narrative 2, 37).
Como Aristóteles, Propp se enfrenta con el problema de la posible existencia de diversas estructuras parciales, a las que llamará secuencias, en una misma obra. De modo semejante a Aristóteles, que pasa a ampliar su teoría proponiendo diversos enlaces de acciones completas (en obras de trama única o doble por una parte, y episódicas o no episódicas por otra), Propp desarrolla (Morfología 107-111) diversos tipos de enlaces de secuencias. Como veíamos insinuarse en la Poética, la serie de acciones o secuencias se vuelve por ello mismo un instrumento de análisis más preciso, pero también más alejado de la problemática de los niveles de superficie (relato, discurso).
De modo rudimentario o implícito (como sucede en la Poética de Aristóteles con el asunto de la acción resumida) Propp asocia la serie de funciones a un esquema mental disponible para el autor a la hora de componer un cuento (Morfología 129-130).
Aparte de la
caracterización del personaje que pueda hacerse en cuanto a la
función que desempeña, y que es el objetivo más
inmediato de Propp (como lo era de Aristóteles), Propp apunta la
posibilidad de un estudio de aquellos atributos de los personajes no
necesariamente relacionados con su funcionalidad. Lo mismo se
podría hacer con los demás elementos que se han dejado de
lado en el estudio, como la manifestación concreta que adoptan
las funciones:
El
héroe encuentra un obstáculo y venciéndole
encuentra el medio para llegar a su fin. Desde este punto de vista es
absolutamente indiferente saber lo que es la tarea en sí misma.
En efecto, una gran parte de estas tareas no deben ser consideradas
más que como las partes constitutivas de una determinada
estructura literaria. Pero en relación con las formas
fundamentales de las tareas, se puede observar que tienen un fin
particular y oculto. (...) El análisis de los atributos permite
una interpretación
científica del cuento. Desde
el punto de vista histórico, esto significa que el cuento
maravilloso en su base morfológica es un mito. (Morfología 104)
Existe el peligro de malinterpretar el estudio de Propp si se pretende aplicarlo como método hermenéutico para el análisis de la novela o el cuento moderno. Ya desde antiguo, la novela es una perversión del mito y una problematización del discurso social presupuesto en ella (véase por ej. Julia Kristeva, Le texte du roman). La novela difiere del cuento popular no sólo en su extensión, sino en el conjunto de su estructura, incluyendo en este concepto la manera en que toma posición frente a la ideología social. La novela como género problematiza los esquemas narrativos propios del cuento folklórico y del mito, a la vez que los utiliza. Este hecho es especialmente llamativo en la novela de nuestro siglo. En una novela como Molloy, de Samuel Beckett, encontramos una estructura que parece prestarse al análisis funcional de Propp. En la primera parte, el vagabundo Molloy parte en busca de su madre y pasa por diversas peripecias en las cuales podríamos reconocer diversas funciones del esquema de Propp. En la segunda parte, el detective Moran recibe una orden de partir en busca de Molloy. Los temas de la carencia y el viaje del héroe son por tanto un elemento tradicional, mítico-folklórico, presente en esta novela. Pero son elementos utilizados como un ingrediente más en el juego textual: no nos dan de por sí la clave de la obra. Y, por supuesto, aparecen parodiados. Nunca están claras las razones que tiene Molloy para ir a ver a su madre (ni siquiera sabemos si su madre es realmente su madre). Su viaje será increíblemente lento y tortuoso, sin dirección fija. Molloy pasa de la bicicleta a las muletas, y de las muletas a la reptación. Y el viaje termina en un interrogante. Una desviación comparable se da en la historia de Moran. En ambos casos el elemento del fracaso en la empresa arquetípica va unido simbólicamente a su “fracaso” en tanto que textos convencionales, a la frustración del lector que pretende reducirlos a esquemas familiares y al fracaso metafísico que es el núcleo temático de la obra de Beckett en su conjunto. (37).
En
conclusión, discernir estructuras folklóricas y
míticas en la narración actual tiene perfecto sentido,
pues se hallan de manera más o menos evidente en la base de
textos modernos muy elaborados—pero no acaba ahí la tarea
del crítico. El análisis de Propp facilita en gran medida
la identificación de ciertas estructuras folklóricas; en
modo alguno nos da, sin embargo, la clave constructiva del texto en el
cual hemos identificado una estructura semejante. De modo más
general, podríamos decir que los análisis formalistas no
han de confundirse con la interpretación crítica, pues
son más específicos y menos ambiciosos. No son una
interpretación empobrecida o limitada, sino una actividad
distinta de la interpretación. Son instrumentos necesarios pero
no suficientes para el crítico; normalmente, una
interpretación mínimamente relevante ha de ir mucho
más allá de la identificación de ciertos patrones
formales en un texto.
1.1.3.2. Shklovski
Si por las razones ya expuestas la teoría de Vladimir Propp presenta peculiaridades que obligan a separarla de la del resto de los formalistas, sería un error creer que las ideas de Shklovski, Tomashevski, Eïjenbaum o Tynianov sobre la estructura de la narración son algo más que parcialmente unitarias. Es verdad que todos utilizan el par fabula / siuzhet como el instrumento conceptual básico en su teoría de la prosa, pero estos términos no tienen el mismo significado o función ni la misma relación en cada uno de los autores.
Erlich presenta así la génesis de estos dos conceptos en Shklovski y Eïjenbaum:
According to
Sklovskij and Ejxenbaum, “plot”, which is usually
considered a part of “content” is as much “an element
of form as rime”. In what was clearly an application to the
problems of narrative fiction of the dynamic dichotomy between
“device” and “materials”, the Formalists
differentiated between “fable” (fabula) and
“plot” (sjuzet). In Opojaz parlance the “fable”
stood for the basic story stuff, the sum-total of events to be related
in the work of fiction, in a word, the “material for narrative
construction” (...). (Erlich 240)
Para el Shklovski de los años 20 del que habla Erlich, la acción
no es un elemento artístico, sino un material previo que
requiere la intervención del artista, y su organización
en un siuzhet para transformarse en obra de arte. En palabras del propio Shklovski:
El concepto de
siuzhet se confunde demasiado a menudo con la descripción de los sucesos, con lo que propongo llamar convencionalmente fábula. En realidad, la fábula no es sino el material para la configuración del siuzhet. (Cit. en Emil Volek, Metaestructuralismo 130)
Son en gran mediada las distorsiones temporales las que determinan la elaboración artística de la fabula para un Shklovski un tanto dado a generalizaciones epatantes:
Chklovski
(...) croyait pertinent pour la structure de l’œuvre le
fait que le dénouement soit placé avant le nœud de
l’intrigue; mais non le fait que le héros accomplisse tel
acte au lieu de tel autre. (Tzvetan Todorov, “Les
catégories du récit littéraire” 127)
Pero no son esas distorsiones cronológicas la única diferencia entre fabula y siuzhet. El siuzhet
no es exactamente una estructura de incidentes para Shklovski, sino
más bien el resultado de todos los recursos empleados para
narrar la fabula. Con esta interpretación, el siuzhet engloba no sólo el mythos aristotélico, sino también la
lexis, tanto el relato como el discurso;
pasa a identificarse con la obra entendida como elaboración artística. Una noción de siuzhet
muy distinta, pues, a la empleada por Veselovski. Pero Shklovski no
utiliza el término de manera coherente, como señala
acertadamente Emil Volek:
el concepto de
siuzhet ha conservado para sí cierta ambivalencia: en su forma adjetivada, los términos “con siuzhet / sin siuzhet” (siuzhetny / bessiuzhetny) designan en Shklovski la prosa o el género literario que tienen o que carecen de “historia” (story,
récit, Geschichte), es decir, conservan el significado del concepto dado por Veselovski. (Volek 130)
De hecho no se puede encontrar a lo largo de los trabajos de Shklovski un concepto uniforme de fabula y siuzhet.
Veamos dos pronunciamientos tardíos de Shklovski sobre el tema.
El primero parece moderar el alcance de la definición de siuzhet, pues está ausente el nivel verbal; el segundo niega la utilidad de la separación fabula /
siuzhet :
En mis
viejos trabajos hacía distinción entre los
“acontecimientos de la obra” y “argumento de la
obra”. El argumento [siuzhet] no es el suceso que tiene
lugar en el relato o novela. El argumento es una construcción
que, recurriendo a sucesos, personajes y paisajes, comprimiendo el
tiempo, extendiéndolo o trasponiéndolo, crea como
resultado cierto fenómeno perceptible, vivido tal como el autor
lo desea. (La cuerda del arco: sobre la disimilitud de lo símil 84)
Il est
impossible et inutile de séparer la partie
événementielle de son agencement compositionnel, car il
s’agit toujours de la même chose: la connaissance du
phénomène. (O judozhestvennoï proze ; cit. en Todorov, “Catégories” 127)
Observemos, por último, que si bien Shklovski es quien instaura la pareja fabula
/ siuzhet como una “oposición binaria
de términos correlacionados y funcionalmente
diferenciados” (Volek 130) no queda claro en sus definiciones si
se trata de un par que funcione como tal en la comprensión
efectiva de un texto. La fabula no parece ser en modo alguno
interesante para el lector en la teoría de Shklovski. Es un
simple material previo ofrecido al artista; una parte del proceso de
producción de la obra, y no parte de la obra misma. Todo el arte
está en el siuzhet, y no en la acción conjunta de éste y la
fabula :
El siuzhet no es una llave, sino una ganzúa. Los esquemas de siuzhet corresponden sólo muy aproximadamente al material de la vida práctica que configuran. El siuzhet desfigura el material ya por el simple hecho de elegirlo. (38).
En términos de Ricœur, diríamos que Shklovsi está más interesado en la mimesis 2 que en la mimesis 1, y que no considera el papel de la fabula
en la mimesis 3. La
concepción de Shklovski está menos próxima de las
posteriores teorías formalistas que de formulaciones
organicistas más clásicas y generales, como la
oposición que establece A. C. Bradley entre el tema u objeto del
poema previo a la actuación del poeta (subject matter) y el poema elaborado, en el que la significacion ya no es diferenciable de la forma. (39).
1.1.3.3. Tomashevski
La teoría narratológica más completa y coherente elaborada por el formalismo ruso se encuentra en el apartado “Temática” de la Teoría de la literatura de Boris Tomashevski. Nos ocuparemos por el momento de su concepto de siuzhet, muy diferente del de Shklovski, aunque superficialmente Tomashevski adopte la terminología de Shklovski al oponer fabula a siuzhet. (40).
Tomashevski comienza definiendo el “tema” de una obra (siuzhet en ruso; la
traducción “tema” puede llevar a confusión, y
sería preferible traducir “composición” o
“estructura” en algunos casos). Es una unidad compuesta de
pequeños elementos temáticos, dispuestos en una
relación determinada:
En la
disposición de estos elementos temáticos, se observan dos
tipos principales: 1) un nexo causal-temporal liga el material
temático; 2) los hechos son narrados como simultáneos, o
en una diversa sucesión de los temas, sin un nexo causal
interno. En el primer caso, tenemos obras con
fábula (cuentos, novelas, poemas épicos); en el segundo, obras sin fábula, “descriptivas” (poesía descriptiva y “didáctica”, lírica, “viajes”(...). (Teoría
182)
Observemos que Tomashevski ha desplazado de una manera casi previsible el sentido que tenía el término fabula en Shklovski. Veselovski llamó siuzhet a la sucesión de motivos en la obra en cuanto que constituían una organización; Shklovski introdujo el término fabula para designar el material no literario previo a esa organización; pero al querer diferenciar las obras que narran acciones temporal y causalmente ordenadas de las que no las narran, se veía forzado a hacer un uso ambiguo de la palabra siuzhet. Tomashevski parece resolver el problema distinguiendo dos niveles de organización, uno de los cuales ya está presente en lo que Shklovski había considerado como material no organizado, la fabula. Comparando con los términos aristotélicos, diríamos que si el siuzhet de una obra narrativa ( » mythos) se presenta como un todo organizado, parte de esa organización ya está presente en la fabula ( » praxis) de la cual deriva (por mimesis). (41).
Volveremos más adelante sobre el concepto de siuzhet en Tomashevski, para concentrarnos ahora sólo en su definición de fabula
:
El tema de la obra con fábula
constituye un sistema más o menos unitario de hechos, derivados
el uno del otro, y recíprocamente relacionados. Es precisamente
el conjunto de los acontecimientos en sus recíprocas relaciones
internas a lo que nosotros llamamos fábula. (Teoría 183)
Hay que señalar que si bien para Tomashevski la fabula es un todo ordenado, eso no quiere decir que sea una construcción exclusivamente artística. Un hecho real puede servir como fabula (Teoría 186) y difícilmente se podrá decir que es producto de la labor del autor. Queda clara así (como, de hecho, estaba ya en Aristóteles) la diferencia entre coherencia estructural de la acción y construcción artística. Es sólo el siuzhet lo que es el elemento enteramente artístico.
Como
sucedía en las obras de Aristóteles y Propp, se advierte
en Tomashevski una ligera ambigüedad en lo referente a la
extensión que debe darse al concepto de fabula. ¿Constituyen la fabula todos los acontecimientos de la obra, o sólo los que presentan una unión necesaria entre sí? (cf. Poética, cap. XVII; Propp, Morfología 129 ss.). Tomashevski divide primero la obra en motivos : la definición “El tema de una parte indivisible de la obra se llama
motivo” (Teoría
185) recuerda a Veselovski. Pero los motivos de Tomashevski no sirven
para establecer comparaciones temáticas con otras obras, sino
para delimitar las mínimas unidades de sentido dentro de una
misma obra, unidades que Tomashevski identifica con las oraciones:
“cada frase tiene su motivo” (185). Veamos cómo se llega a la ambigüedad que decíamos:
Los motivos de una obra pueden ser heterogéneos. Basta parafrasear la fábula de una obra para comprender inmediatamente qué es lo que se puede eliminar sin destruir el nexo causal entre los hechos. Los motivos que no se pueden omitir se llaman ligados
; los que pueden eliminarse sin perjudicar a la integridad de la
relación causal-temporal de los hechos que se denominan, en
cambio, libres. Para la fábula, tienen importancia solamente los motivos ligados;
en la trama, en cambio, son, a veces, precisamente los motivos libres
(las “digresiones”) los que desempeñan una
función dominante, que determina la estructura de la obra. (Teoría 186-187)
Los motivos ligados se conservarán en el resumen (¿fabula?) de la obra; la serie de motivos ligados es comparable (no idéntica) a la serie de funciones de Propp o al argumento resumido en Aristóteles (Poética 1455 b). (42). Tomashevski corre el peligro de que su concepto de fabula se vuelva ambiguo, porque en otra acepción del término tienen importancia para la
fabula todos los motivos, y no solamente los motivos ligados. Si creemos que la fabula
es “un conjunto de motivos en su lógica relación
causal-temporal, mientras que la trama es el conjunto de los mismos
motivos, en la sucesión y en la relación en la que se
presentan en la obra” (Tomashevski, Teoría
186), y a la vez queremos introducir una jerarquía en la
importancia de los motivos, como parece deseable, tendremos que admitir
que trabajamos con dos conceptos distintos: una acepción de fabula es la reconstrucción de la totalidad de la acción efectuada por un lector a través del siuzhet ; otra es la serie de motivos ligados, y aún podríamos añadir otra acepción básica, la de fabula como serie de motivos ligados y dinámicos. (43). Se podrían ir sumando distinciones de este tipo más o menos relevantes (cf. por ej. Forster, 1.1.4.1. infra), pero de hecho sólo hay dos acepciones claramente diferenciables: o bien consideramos todas
las acciones, o bien dejamos abierta la posibilidad de infinitos
resúmenes de la obra según consideremos a los motivos
más o menos importantes: “su grado de importancia,
desde el punto de vista de la fábula, puede establecerse comparando un resumen conciso de la fábula con uno más pormenorizado” (Tomashevski,
Teoría
188). En cualquier caso, está implícita en Tomashevski la
naturaleza metalingüística de los motivos, aunque los
relacione uno a uno con las frases del texto. Para Cesare Segre (Principios 113) tanto fabula como siuzhet
se entienden en el formalismo ruso como paráfrasis de la obra.
No creemos que sea esto exactamente lo que querían decir los
formalistas, ni tampoco la manera en que se debe plantear hoy la
cuestión. Fabula
y siuzhet son formulables lingüísticamente sólo como paráfrasis del texto (cf. Segre, Principios 107), pero no son en sí paráfrasis, ni textos
: son estructuras semióticas abstractas. Idénticamente,
los motivos sólo se pueden extraer del texto
metalingüísticamente, porque son unidades culturales, no
lingüísticas. Es esta ambigüedad o insuficiente
diferenciación entre lo lingüístico y lo no
linguístico (44) la que impedirá la clarificación de los conceptos de fabula y siuzhet en el formalismo ruso, siendo en parte causante de las distorsiones que señala Emil Volek:
Fábula y siuzhet
serían al mismo tiempo ontológicamente discretos, pero
estarían genéticamente enlazados. La fábula,
existente “antes” y “después” de la
obra, sería, a fin de cuentas, innnecesaria para esta
última. No sorprende entonces que los formalistas mismo se
dedicasen casi exclusivamente a la investigación del siuzhet
y de las leyes de su construcción (con excepción de Vladimir Propp, que trabajaba sobre los siuzhets
en el sentido de Veselovski) y que tratasen la fábula como un
mero instrumento más bien didáctico del análisis
de la construcción de aquél. (Volek 132)
Recordemos, sin embargo, que lo que se da en Tomashevski es más bien una ambigüedad que una interpretación claramente limitada del papel de la fabula. No queda claro hasta qué punto la considera un elemento activo en la comprensión de la obra por parte del lector, y en ocasiones queda abierto el camino para leer en Tomashevski un concepto de la relación fabula / siuzhet similar al expuesto por el propio Volek (ver 1.1.3.5 infra). Teniendo en cuenta estas matizaciones, podemos pasar a ver el método de descripción de la fabula según Tomashevski.
Tomashevski hace esa descripción en dos pasos, que se corresponden con un estudio sincrónico y uno diacrónico, respectivamente, aunque Tomashevski no utilice estos términos:
• Sincrónicamente, la fabula es una situación, definida por Tomashevski como un complejo de relaciones y proyectos :
Las relaciones recíprocas entre los personajes, en cada momento preciso, constituyen la situación. (...) La situación típica es la de las relaciones contrastantes, en la que cada uno de los personajes quiere modificar de manera distinta la situación existente. (Teoría 183)
• Es
también posible, incluso necesaria, la presencia de situaciones
sin conflicto, pues, diacrónicamente, “el desarrollo de la
fábula puede definirse, en general, como el paso de una situación a la otra” (Teoría
183). Tomashevski especifica, como lo hacía Propp a su manera,
cómo es posible interpretar de una manera concreta la
definición aristotélica, completamente abstracta, de
principio, medio y final del argumento (45) relacionando estas nociones con los personajes y las relaciones que mantienen entre sí:
El
desarrollo de la intriga (…) conduce a la eliminación de
los contrastes o a la creación de otros nuevos. Por lo general,
al final de la fábula, tenemos una situación en
la que todos los contrastes se resuelven y los intereses se concilian.
Mientras una situación que contiene contrastes pone en
movimiento la fábula, porque entre dos principios en
lucha uno debe prevalecer y es imposible que coexistan mucho tiempo,
una situación en la que se hayan superado los contrastes, en
cambio, no da lugar a ulterior movimiento, ni suscita expectativas: por
ello, esta situación se encuentra al final, y se llama desenlace. (Teoría 183)
De manera semejante, Tomashevski llama exordio
a la situación inicial de equilibrio en la que no han
intervenido aún los motivos dinámicos que lo
romperán, y Spannung al punto culminante de la tensión:
En la estructura dialéctica más sencilla de la fábula, la tesis está constituída por el exordio, la antítesis por la Spannung, la síntesis por el desenlace. (Teoría 185)
El exordio determina, en general, todo el curso de lafábula,
y la intriga se reduce a la variación de los motivos que
determinan el contraste fundamental, introducido por el exordio. Estas
variaciones reciben el nombre de
peripecias (paso de una situación a otra). (Teoría
184)
Vemos que la
filiación del formalismo ruso es a veces abiertamente
aristotélica (cf. el capítulo XVIII de la Poética para las nociones de nudo y desenlace). El término peripecia es sin embargo mucho más general que en Aristóteles (46);
aquí tenemos abierta la posibilidad de utilizarlo como
instrumento para analizar los contrastes entre los motivos de
diferentes partes de la obra. Observemos igualmente el “contraste
fundamental” que se menciona, y que tendrá descendencia.
Iuri Lotman (Estructura del texto artístico 291) basa en la existencia de ese contraste una teoría sobre el papel ideológico de las obras con fabula
y también la posibilidad de que ésta se pueda
parafrasear. En la semiótica soviética moderna se insiste
en el funcionamiento de la obra de arte como modelo del mundo; esta
idea también se remonta a los formalistas, pues ese es el
sentido profundo de la terminología hegeliana que Tomashevski
introduce en apariencia anecdóticamente. Aquí no es la
obra, sino la fabula la que reproduce en su estructura los
procesos que gobiernan realidades más amplias. ¿Debemos
entender que para Tomashevski
cada elemento de la obra es un
modelo del mundo? Aunque no profundiza más en esta
cuestión, Tomashevski insiste en la analogía del
desarrollo de la fabula con el de los procesos histórico-sociales (Teoría
184). Es curioso ver cómo las relaciones entre narración
y proceso histórico establecidas por Tomashevski se invierten en
la historiografía estructuralista de Hayden White, según
el cual es más bien nuestra visión de la historia la que
se construye a la manera de una fabula, mediante la imposición (ideológicamente cargada) de una causalidad y una teleología. (47).
1.1.3.4. Tynianov
Una última definición de fabula
en el ámbito del formalismo ruso es la de Tynianov, aplicada a
la narración cinematográfica. Según Volek,
encontramos un importante intento de reformular la oposición fábula y siuzhet
en Iuri Tynianov (…). Tynianov rechaza ante todo dos
concepciones corrientes de fábula: la fábula como
“esquema estático de relaciones” entre los
personajes y como “esquema de la acción”. (Volek 133)
El esquema estático de las relaciones entre personajes es un momento sincrónico de la
fabula, si nos atenemos a la concepción de Tomashevski. En cuanto a la fabula como esquema de la acción, Tynianov no la considera suficiente para dar cuenta adecuadamente de la obra:
O corremos
el riesgo de crear esquemas que no se ajustan a la obra, o debemos
definir la fábula como el dibujo semántico
(significativo) global de la acción. El siuzhet
se entenderá entonces como el dinamismo que surge a partir de la
interacción de todas las conexiones del material (entre otras
cosas, también las de la fábula como la conexión
de la acción): conexiones del estilo, de la fábula, etc. (48).
Tynianov da así a siuzhet un sentido totalizante semejante al que R. S. Crane dará al concepto de plot (1.1.4.5. infra). Y ya hemos señalado antes en Shklovski la tendencia a concebir el siuzhet como el conjunto de “procedimientos” de la obra. Tal interpretación es en última instancia contraria a un concepto de siuzhet orgánicamente enlazado con el de fabula. Como señala Volek (133) Tynianov (y Shklovski antes que él, añadiríamos) corre el riesgo de asimilar el siuzhet al conjunto de la estructura narrativa, a la totalidad de las estructuras textuales. Se pierde entonces la utilidad metodológica que tiene una contraposición entre acción y relato como esquemas de organización de acontecimientos significados.
Por otra parte, parece imprescindible un concepto de fabula semejante al delineado por Tynianov para dar cuenta de la realidad de la obra. El aspecto más básico de nuestra comprensión exige (como ya mostraron Husserl, los gestaltistas, o Ingarden) presuponer nuestra idea de la completitud en la percepción de lo incompleto. Pero de ahí no hay que concluir, como parece hacer Tynianov, que sería erróneo trabajar con esquemas de acción; en nuestra teoría tendrá que haber un lugar para el relato y la acción y otro para los esquemas del relato o esquemas de la acción que se consideren pertinentes (cf. 1.5.1. infra). El concepto de fabula como esquema de acción es básico en al menos dos tipos de estudio:
• Los estudios que buscan determinar una cierta estructura organizadora de todo el texto a un determinado nivel. Los esquemas de fabula son así lo que Manfred Bierwisch y Teun A. van Dijk (cf. 1.2.5. infra) denominan macro-estructuras.
• Los
estudios comparativos del tipo realizado por Propp, en los cuales se
renuncia a dar cuenta de la especificidad de cada obra para
concentrarse en los esquemas básicos comunes a un género.
1.1.3.5. Evolución posterior de los conceptos de fabula
y siuzhet : Emil Volek
Emil Volek (Metaestructuralismo) retoma la distinción formalista entre fabula y siuzhet
tras un estudio de los avatares que sufrió en las
interpretaciones estructuralistas de los años 60 y 70. Para
Volek, estas interpretaciones (las de Todorov, Barthes, Nora Krausova,
etc.) suponen un empobrecimiento del sentido original de estos
conceptos. Pero también reconoce que Tomashevski y Tynianov no
lograron formular con claridad la intuición básica que
anima sus teorías; hay en ellas una insuficiente
delimitación del siuzhet con respecto al texto y de la fabula
con respecto a la “materia” y al nivel de las funciones.
Señala Volek la posibilidad de distinguir varios planos a
distintos niveles de abstracción, como esqueleto del texto en lo
que él denomina el plano de la historia (story, récit ; Volek 152), difiriendo de la fabula
“por la jerarquización de los elementos, por su variada
proporción y por el orden de presentación” (153).
Son, dice Volek, separaciones artificiales pero necesarias, cuya
confusión sería metodológicamente nefasta. Pero la
mayor originalidad de la teoría de Volek se encuentra en la
funcionalidad que tiene en ella el par fabula / siuzhet: frente a una concepción estática de los dos términos, según la cual la fabula sería el material previo con el que se elabora el
siuzhet, y que debe ser reconstruído por el lector a través del mismo (49). Volek los presenta como un “par estructural fenoménico” :
En la acumulación semántica, la fábula y el siuzhet
actúan simultáneamente como dos fuerzas polarmente
opuestas y al mismo tiempo dialécticamente entrelazadas. En este proceso, el siuzhet, que está dado más directamente,
domina, juega con la fábula; la fábula como parte integrante del desarrollo dinámico del siuzhet está dada como expectación de coherencia lógica de la historia, expectación que el siuzhet
va cumpliendo o frustrando. Como resultado aparece un proceso
dinámico, dialéctico, en que se busca a tientas el
contorno de la fábula y ésta, a su vez, reconstruye la
conexión lógica de los elementos del siuzhet.
La fábula es la “medida” creada sucesivamente a
partir del siuzhet, al que “mide” retroactivamente.
(…) Entendidos en esta perspectiva, la fábula y el siuzhet
dejan de ser abstracciones formalistas, metafísicas; dejan de
ser dos alternativas separadas de ordenar la historia; cesan de ser un
mero instrumento didáctico para descubrir “lo
artístico” de la estructura y se revelan, en su
actuación de conjunto, como el mecanismo constructivo semiótico fundamental
de la estructura narrativa, fundamental tanto para la
construcción como para la recepción y
concretización de esta estructura. (Volek 154-155)
Es decir,
estas categorías, surgidas en defensa del organicismo de la obra
de arte en contraposición a sus materiales (así en
Bradley o Shklovski) salen de la estética para integrarse en una
teoría semiótica no específicamente
artística, la narratología. Además, la
concepción dinámica de la relación entre fabula y siuzhet
impide que la narratología derive hacia un formalismo abstracto: la tensión entre fabula y siuzhet
es a la vez una estructura presente la obra y una maniobra
hermenéutica del lector, un puente tendido entre el
análisis estructural y la fenomenología de la
comprensión semiótica (o la mimesis 3 de Ricœur). La distinción entre
fabula y siuzhet
demuestra su utilidad en la medida en que el enfoque de Volek es
más clarificador sobre este punto que otro enfoque estructural
fenoménico, el de Ruthrof, cuya distinción entre
“presentational process” y “presented world” no
deja claramente sentado que se trata de dos fenómenos situados a
distinto nivel semiológico.
1.1.4. Modelos de la acción en la crítica anglonorteamericana:
story
/ plot versus
fabula
/siuzhet
1.1.4.1.
Forster
Los
términos que se utilizaron en un principio para traducir
fabula
y siuzhet al inglés fueron,
respectivamente, story y
plot. (50) La elección no es
del todo acertada, pues
story y plot son términos ya
tradicionales en la terminología crítica, que
expresan conceptos diferenciados más o menos claramente uno
de otro y cuya relación tal como se entiende en el uso
corriente no corresponde a la existente entre fabula
y siuzhet. La exposición que
más ha contribuído a fundamentar
teóricamente una diferencia entre story
y plot es la de E. M. Forster
(Aspects of the Novel), coincidente en el tiempo con el
desarrollo de las teorías formalistas sobre la
narración, aunque no existiese ninguna influencia ni
relación directa entre ambas líneas de
pensamiento. Forster se apoya para elaborar su distinción en
el uso corriente de los términos, coincidiendo en lo
fundamental con el empleo que de ellos había hecho otro
importante teorizador de la novela, Henry James (por ej. en
“Guy de Maupassant” 217), si bien las diferencias
entre los dos términos no son expuestas tan
explícitamente por este último. Para Forster, story
es
the lowest and simplest of literary organisms. Yet it is the highest factor common to all the very complicated organisms known as novels. (...)
A story, by the way, is not the same as a plot. It
may form the basis of one, but the plot is an organism of a higher
type. (Forster 35, 38)
Por el momento, la relación parece semejante a la existente entre fabula y siuzhet: story como algo no elaborado y que debe extraerse de las obras concretas; plot como una elaboración sobre ese material. Pero observemos el matiz “may form”: quizá no toda story se presente bajo la forma de plot. Forster no saca todas las conclusiones a las que parece apuntar.
Meir Sternberg (11) expone más exhaustivamente las
consecuencias de las premisas sentadas por Forster. Este
señala el orden cronológico como el rasgo
principal que define a la story:
And
now the story can be defined. It is a narrative of events arranged in
their time sequence—dinner coming after breakfast, Tuesday
after Monday, decay after death, and so on. (Forster 35)
Pero
no contrapone este orden cronológico al desorden
cronológico, como hacían Shklovski y Tomashevski
para caracterizar el siuzhet, sino al orden
causal. Sternberg señala la originalidad del matiz
que añade Forster a un conocido principio
aristotélico:
The
distinction between temporally and causally propelled sequences clearly
originates in the
Poetics: “It makes all the difference whether any
given event is a case of propter hoc or post
hoc” [1452 a]. But while Aristotle’s
application of this insight is confined to the differentiation between
episodic chronicles and properly artistic wholes, Forster acutely
realizes that both story and plot may well coexist as distinct
“aspects” of the same work—the more so
(one may add) since every causal sequence necessarily subsumes a
chronological dimension. (Sternberg 11)
Vemos que el razonamiento de Forster no está encaminado al
estudio de las distorsiones temporales producidas por el relato
sobre la acción. Y, sin embargo, las
introduce en sus comentarios sobre el plot,
comprometiendo así la claridad de este concepto. Para
explicar qué es un plot, Forster nos
cuenta tres historias de reyes y reinas:
We
have defined a story as a narrative of events arranged in their
time-sequence. A plot is also a narrative of events, the emphasis
falling on causality. “The king died and then the queen
died”, is a story. “The king died, and then the
queen died of gried”, is a plot. The time-sequence is
preserved, but the sense of causality overshadows it. Or again:
“The queen died, no one knew why, until it was discovered
that it was through grief at the death of the king”. This is
a plot with a mystery in it, a form capable of high development. It
suspends the time-sequence, it moves as far away from the story as its
limitations will allow. (Forster 94)
Sternberg
explica así la diferencia que habría entre llamar
al tercer ejemplo siuzhet
y llamarlo plot:
If
plot is, like sujet, a high artistic form, this is not because of its
“deformity”, but because of its superior tightness
in comparison with the atavistic principle informing the story.
(…) According to Forster it is not the deformation of the
chronology that turns this combination of motifs into a plot but again
the sine qua non causal linkage, the
“logical intellectual aspect”. (Sternberg 11)
Si aceptamos esto, en su tercer ejemplo Forster supervalora el alcance de la definición de plot que ha dado. Si bien es innegable que hay un placer intelectual en descubrir las causas a partir de los efectos que es superior al de contemplar la sucesión causa-efecto en su orden lógico, el meollo de este tercer ejemplo ya no es la causalidad al nivel de la acción, como lo era en el segundo. El énfasis debería estar ahora en la curiosidad, en el conocimiento y la ignorancia, y no en la causalidad. Hemos añadido un tercer personaje (colectivo) al rey y a la reina, al presuponer un observador. Con el tercer ejemplo, Forster deja de presentarnos los acontecimientos “en sí” para introducir un punto de vista limitado sobre la acción, una categoría que hace de ella un relato. Tanto las alteraciones temporales como el “misterio” dependen de ese punto de vista, y no de la conexión causal, que también le debe su mayor tensión. La causalidad nos permite la solución del misterio, pero es ajena a la existencia misma del misterio. Por tanto, la distinción de Forster entre story y plot sólo es plenamente válida para establecer un contraste entre los dos primeros ejemplos. Y no hay nada en ellos que nos recuerde siquiera lejanamente al par fabula / siuzhet. Como arguye Emil Volek (134) estas definiciones de story y plot de Forster “son más bien análogas a la diferenciacion formalista entre crónica y fábula”. (51)
Hay
otro aspecto en el que plot y siuzhet
se oponen claramente, y parecen ir en direcciones opuestas a partir de
una hipotética base común:
Si
consideramos el significado de plot en el lenguaje
corriente (especialmente “a ground plan; chart;
diagram” y “an outline of the action of a narrative
or drama”, véase The American Heritage
Dictionary), vemos que se podría interpretar tanto
en el sentido de fábula como en el de siuzhet.
(Volek 135).
Pero,
subrayaríamos, siempre en el sentido de una reducción
efectuada sobre la obra, un esquema de algún tipo que
mantenga, por ejemplo, la cronología cognoscitiva de la obra
(» esquema del siuzhet
o, en nuestra terminología,
esquema del relato), o que, por el contrario, resuma los
hechos sin respetar el punto de vista impuesto sobre ellos en la obra
(esquema de la acción, fabula
o story (52).). De hecho, la noción de siuzhet
tal como es expuesta por los formalistas rusos no invita a pensar en
reducciones de ningún tipo, sino más bien en una
totalidad que, como veíamos, no es muy claramente
diferenciada del texto mismo. Plot
sí parece acercarse en este sentido al siuzhet
de Propp o a la fabula de Tomashevski (en la
acepción de “conjunto de los motivos
ligados”). El siuzhet se opone a la fabula
en el formalismo ruso como “lo dado” frente a
“lo abstraído”, “lo
reconstituído”. Y, como observa Sternberg,
there
is no corresponding difference between story and plot. Both are
primarily abstractions—the story is also a
reconstitution—denoting different organizing principles that
may coexist in isolation from each other in a single work (or sujet).
(Sternberg 10)
Mientras el siuzhet es (para Shklovski o Tomashevski) una ampliación y potenciación de la fabula que puede incluir elementos ajenos a la acción (como las digresiones del narrador) y combinarlos con ella para crear una obra de arte, el plot es una reducción de la acción y está próximo a la fabula en el sentido reducido, causalmente informado, que apuntábamos. Sólo puede ser parte del plot lo que es parte de la acción narrada, la story en Chatman. La manera de narrarla (discourse en Chatman) no entra en la definición de Forster. O, mejor dicho, entra en el tercer ejemplo que proponía, pero subrepticiamente.
Si
plot no se confunde en absoluto con siuzhet
y parece tender a identificarse con (una cierta noción de) fabula,
¿qué pasa con la story?
¿Se trata de un nivel más básico,
menos elaborado que el de la fabula, que ya se
presentaba sin embargo como un material previo a la
elaboración? Así parece: Forster considera que el
elemento artístico sólo está presente
en el plot, y no en la story
(Forster 96). Estamos viendo que si bien toda narración
tiene en principio ambos “aspectos”, son
especialmente dominantes o prominentes en algunas; de ahí
que a veces parezca Forster referirse a tipos de narración o
subgéneros distintos. Recordemos que Aristóteles
exigía un determinado tipo de acciones,
las unidas orgánicamente, causalmente, como objeto de la
“imitación” en un mythos
para los buenos poetas. Por tanto, concluímos con Sternberg:
Nor
can story be equated with fabula, though both presuppose an abstraction
and a chronogical reconstitution of events. For the second defining
property of story is its purely additive sequence, while fabula may,
and often does, involve causal concatenation. As Tomashevski explicitly
states, “il faut souligner que la fable exige non seulement
un indice temporel, mais aussi l´indice de
causalité”. (Sternberg12)
Forster
comprende que la noción de plot, aun en
el sentido “indebidamente” ampliado que expone con
su tercer ejemplo, no basta para dar cuenta del fenómeno
estético que se da en una novela:
The
plot is exciting and can be beautiful, yet is it not a fetich, borrowed
from the drama, from the spatial limitations of the stage? Cannot
fiction devise a framework that is not so logical yet more suitable to
its genius? (Forster 104)
Y
así le vemos explicando cómo el plot
puede introducir un elemento de automatismo que vaya contra el
espíritu de la obra, o que no contribuya a él,
como sucede, dice, en The Vicar of Wakefield entre
muchas otras novelas:
In
the losing battle that the plot fights with the characters, it often
takes a cowardly revenge. Nearly all novels are feeble at the end. This
is because the plot requires to be wound up. Why is this necessary? Why
is there not a convention which allows a novelist to stop as soon as he
feels bored? Alas, he has to round things off, and usually the
characters go dead while he is at work. (Forster 102)
Esta
insistencia en ligar la noción de plot a
los aspectos más mecánicos de la
narración se entiende cuando vemos que la noción
de acontecimiento (event) es muy limitada en
Forster (y en el uso popular del cual deriva su concepción).
Está claro que no considera que puedan pertenecer al plot
las acciones ajenas a la vida pública, los acontecimientos
no claramente definidos o los que no llevan a choques de intereses
entre los personajes. Se trata además de acciones en
abstracto, realizadas por actores
(actors) todavía sin individualizar, sin una
identidad (Forster 51). Aquí Forster se ve obligado a
defender una novela “orgánica” de
carácter (104) frente a una novela
“mecánica” o novela de argumento. La
dicotomía novela de carácter / novela de
acción es frecuente en las teorías de comienzos
de siglo, herencia de la teoría y práctica de
novelistas victorianos como Trollope o James. (53).
En cuanto a la oposición entre formas mecánicas y
orgánicas, tiene una larga tradición
romántica (cf. por ej. Coleridge,
“Shakespeare’s Judgement Equal to His
Genius”), y se halla implícita en las
polémicas en torno a los plots
mecánicos de Dickens o en las pullas de los
“orgánicos” Thackeray y Trollope al
“mecánico” Wilkie Collins (ver
Sternberg, 184-200). El resultado es que Forster, habiéndose
ceñido a Aristóteles en su definición
de acción, ahora tiene que declararla insuficiente:
“All
human happiness and misery”, says Aristotle [1450 a], take
the form of action. We know better. We believe that happiness and
misery exist in the secret life, which each of us leads privately and
to which (in his characters) the novelist has access. And by the secret
life we mean the life for which there is no external evidence
(…) There is, however, no occasion to be hard of Aristotle.
He had read few novels and no modern ones—the
Odyssey but not Ulysses—he was
by temperament apathetic to secrecy (...) and when he wrote the words
quoted above he had in view the drama, where no doubt they hold true.
(Forster 91)
Forster
sí ha leído
Ulysses y, dado su concepto de acción, no
encuentra para ella ni siquiera el espacio relativamente
honorífico que le concedía Henry James
vinculándola orgánicamente al carácter:
What
is character but the determination of incident? What is incident but
the illustration of character? What is either a picture or a novel that
is not
of character? (James, “The Art of Fiction” 88)
I
might envy, though I couldn’t emulate, the imaginative writer
so constituted as to see his fable first and to make out its agents
afterwards. I could think so little of any fable that didn’t
need its agents positively to launch it; I could think so little of any
situation that didn’t depend for its interest on the nature
of the persons situated, and thereby on their way of taking it. (James,
prólogo a The Portrait of a Lady 289)
Vemos que en James se trata más bien de una subordinación orgánica que de una relación de igual a igual entre acontecimientos y caracteres. (54). Evidentemente, James también está pensando en acontecimientos “sociales”, en choques de intereses entre personajes, decisiones, sorpresas, etc. Forster y James no pueden encontrar el alma de una novela moderna en la acción entendida así, al margen de una psicología más sutil e interiorizada. Story y plot en Forster o James son, pues, explícitamente apsicológicos. La necesidad expuesta por James de integrarlos orgánicamente con los personajes es por tanto un reto artístico más bien que un a priori estructural. (55).
El
concepto de acontecimiento utilizado por Tomashevski es más
amplio. Tras haber definido el desarrollo de la fabula
como el paso de una situación a otra de manera comparable a
la de Forster, Tomashevski incluye en una nota:
La
situación no cambia si, en lugar de una serie de personajes,
tenemos una novela psicológica, en la que se expone la
íntima historia psicológica de un personaje. Los
distintos motivos psicológicos de sus acciones, los diversos
aspectos de su vida espiritual, los instintos, las pasiones, etc., no
hacen más que desempeñar el papel de los
personajes habituales. Desde este punto de vista, puede generalizarse
todo lo anterior y todo lo que sigue. (Teoría
184)
En este aspecto como en otros, las nociones de fabula y siuzhet son más generalmente aplicables que las de story y plot. (56). La limitación autoimpuesta en el alcance de sus conceptos amenaza ya en Forster con hacerlos inútiles para el estudio en profundidad de la narración literaria. De hecho, el concepto de plot que utiliza Forster en sus ejemplos tomados de Meredith, Charlotte Brontë, Dickens, etc., es el segundo propuesto por él, el del tercer ejemplo del rey y la reina, que añade a la causalidad la noción de punto de vista. (57).
Las
interpretaciones de story y plot
utilizadas por la teoría literaria anglonorteamericana de la
segunda mitad del siglo XX representan un acercamiento a los
planteamientos formalistas. Rara vez se usa hoy la palabra plot
en el sentido estricto definido por Forster; ya hemos dicho que ni
él mismo lo hacía. Sin embargo, como
señala Sternberg, la distinción de Forster merece
ser conservada:
to
translate “fabula versus sujet” into
“story versus plot” is not only to mislead the
reader but to blur a set of very useful theoretical distinctions. For
if the properties of each of the four are strictly distinguished, the
critic may find their complementary nature of great help. (Sternberg 12)
Sternberg
(13) propone el siguiente cuadro para recoger esas diferencias:
story
abstractive and Abstractive and abstractive actual (and object
Mode of
reconstitutive
existence and
reconstitution
indispensable indispensable dispensable indispensable
order of
presentation
chronological
mode of
linkage
additive additive and/or additive and/or causal and/or spatial and/or
causal causal
Point of irrelevant objective (i.e., irrelevant highly variable, usually different
view factor
impersonal
Conclusion no.1:
possible
correspondence with fabula and with story with fabula rarely with fabula
with other plot, rarely with
concepts sujet
Conclusionno. 2:
necessary
correspondence
with other
concepts: — — — —
(Cuadro
nº 1)
Propone Sternberg además añadir los cuatro términos story-type fabula, story-type sujet, plot-type fabula y plot-type sujet para una caracterización más precisa de los tipos de estructura narrativa según el nivel al que nos refiramos (fabula o siuzhet) y según el papel relativo de la causalidad (plot) frente a la mera sucesión (story). Se observará que el estudio que hemos realizado de estos cuatro conceptos nos obliga a hacer alteraciones en el esquema de Sternberg. Así, el plot en el sentido puramente causal de la definición de Forster implica un orden cronológico, nunca “deformado”, y deberá ser reconstruído. Las demás categorías sólo son “indispensables” en géneros específicos; ya Tomashevski señalaba (Teoría 182) que los libros de viajes, a pesar de su carácter narrativo, son obras sin fabula, pues no interviene el principio causal. El “punto de vista” de la fabula no es objetivo: más bien no existe (además, ¿cómo puede un punto de vista ser objetivo? Parece un oxímoron). Aún habría que añadir otras modificaciones, pero no nos extenderemos en en ellas. (58).
La
trilogía de Beckett Molloy, Malone meurt,
L’Innommable
ofrece una buena ejemplificación de las diferencias entre
estos conceptos. Podemos ver en su narratividad una presencia
importante, aunque más o menos paradójica, de una
story y de un siuzhet; en
cambio, tienen una mínima presencia,
prácticamente despreciable, los elementos causales que nos
permitiesen hablar de fabula o de
plot en el sentido propuesto por Sternberg. Como bien
señalaba Forster, plot es un concepto
estrechamente relacionado al drama, y, por tanto, a la
acción pública y social: en novelas como las de
Beckett, con personajes solitarios y sin objetivos muy definidos, estas
nociones pierden sentido. También trabaja en su contra la
fusión que hace Beckett de todos los niveles del texto
narrativo, la circulación constante entre uno y otro. Este
es un terreno poco favorable para la causalidad proairética (59)
tradicional, que necesita un alojamiento estable en un texto menos
problemático.
1.1.4.2.
Muir
El
siguiente pronunciamiento teórico sobre este tema en el
área anglosajona es el de Edwin Muir, también muy
popular. Pero hemos dicho mal: Muir no pretende ser
“teórico”, creyendo así ser
eficaz, y, en efecto, su definición de plot
no aporta ninguna elaboración teórica.
Más bien las anula todas:
The
term plot (…) is a definite term, it is a literary term and
it is universally applicable. It can be used in the widest popular
sense. It designates for everyone, not merely for the critic, the chain
of events in a story and the principle which knits it together. (Muir
16)
Entendido
así, plot puede designar tanto a la
fabula como al siuzhet, tanto a la story
de Forster como a cualquiera de sus conceptos de
plot. La definición es sencilla, pero
excesivamente general y sólo aparentemente clara. Parece
claro que para Muir story
es el conjunto del texto, y plot un elemento
aislable de ese conjunto (es la relación normal entre ambos
términos en inglés, como entre
“narración” y
“argumento” en español). Muir
también utiliza “story” en el sentido de
un género determinado, “the most simple form of
prose fiction (...) which records a succession of events, generally
marvellous” (17). Del libro de Muir se desprende un concepto
de argumento semejante al de Forster (y Aristóteles), un
énfasis en el poder organizador de la causalidad, que opera
ante todo al nivel de la acción. Los
sugestivos estudios de Muir sobre la distinta experiencia del tiempo en
la novela de caracteres, en la novela dramática o en la
crónica, poco nos dicen sobre las técnicas
narrativas que permiten esas distintas construcciones. Son estudios de
la experiencia del lector, y sólo indirectamente se refieren
a la estructura de la obra. Este relativo impresionismo se debe en
parte a la insuficiente elaboración teórica del
concepto de plot
utilizado por Muir.
1.1.4.3.
Wellek y Warren
Señalábamos
que los conceptos anglosajones story y plot
pierden identidad frente al par fabula /
siuzhet del formalismo ruso en la segunda mitad de
nuestro siglo; de hecho, tan pronto como se introducen en Occidente los
trabajos de los formalistas. Esta introdución se puede
fechar, en lo que respecta al tema que nos ocupa, a partir de 1949; es
el año de publicación de Theory of
Literature, fruto de la colaboracion entre Austin Warren y
René Wellek, un antiguo miembro del Círculo de
Praga, escuela ésta que tuvo contactos directos con los
formalistas rusos. Wellek y Warren resuelven así las
limitaciones del concepto tradicional anglosajón de plot:
The
narrative structure of play, tale, or novel has traditionally been
called the “plot”; and probably the term should be
retained. But then it must be taken in a sense wide enough to include
Chekhov and Flaubert and Henry James as well as Hardy, Wilkie Collins,
and Poe: it must not be restricted to a pattern of close intrigue
(…). The last third of Huck Finn,
obviously inferior to the rest, seems prompted by a mistaken sense of
responsibility to provide some “plot”. The real
plot, however, has already been in successful progress: it is a mythic
plot (…). (217)
Se
ha aflojado el nexo causal para dar lugar a otros tipos de progreso en
la historia narrada (quizá míticos,
metafóricos, etc.); el conjunto la estructura narrativa (cf.
siuzhet) es lo realmente importante, y no la
causalidad estricta. Sin embargo, Wellek y Warren, aunque introducen
los conceptos formalistas (“motivo”,
“procedimiento”, fabula y siuzhet,
etc.) no llegan a proponer una equivalencia total entre plot
y siuzhet (a pesar de identificar a cada uno por su
lado con la “estructura narrativa”):
The Russian formalists distinguished the “fable”, the temporal-causal sequence which, however it may be told, is the “story”, or story-stuff, from the “sujet “, which we might translate as “narrative structure”. The “fable” is the sum of all the motifs, while the “sujet” is the artistically ordered presentation of the motifs (often quite different) (...).
(...)
“sujet” is plot as mediated through
“point of view”, “focus of
narration”. “Fable” is, so to speak, an
abstraction from the “raw materials” of fiction
(the author’s experience, reading, etc.); the “sujet”
is an abstraction from the “fable”, or, better, a
sharper focusing of narrative vision. (Wellek y Warren 218)
Aparte
de algunas insólitas observaciones sobre la fabula
formalista, encontramos aquí de nuevo la duda de Forster.
Wellek y Warren no se atreven a identificar
plot y siuzhet, conceptos intuitivamente
bastante alejados, y después de pasear al plot
por la superficie de la estructura narrativa, lo devuelven a un nivel
más profundo: será necesaria la
introducción de un punto de vista para que el plot
pase a ser siuzhet. Con ello queda un concepto de plot
más amplio que el sentido restringido de Forster (su ejemplo
segundo) y más restringido que el sentido amplio e
insuficientemente definido de su tercer ejemplo, puesto que de de los
ejemplos puestos por Forster se deduce que en esta acepción
de plot se ha introducido una perspectiva limitada
que produzca en el lector los enigmas necesarios.
1.1.4.4.
Brooks y Warren
En
Understanding Fiction, de Cleanth Brooks y Robert
Penn Warren, aparece un concepto de plot ya
claramente separado del nivel de la acción
(»
praxis
en Aristóteles), y que tiende a equipararse al relato
(» mythos). Plot
aparece allí contrapuesto a action:
Plot,
we may say, is the structure of an action as it is presented in a piece
of fiction. It is not, we shall note, the structure of an action as we
happen to find it out in the world, but the structure within a story.
It is, in other words, what the teller of the story has done to the
action in order to present it to us. (Brooks y Warren 77)
El
plot es formado por el autor utilizando el material
de la action y sometiéndolo a dos
procesos: la selección y la ordenación (cf. 2.1.1
infra). Brooks y Warren consideran a veces la acción
como algo totalmente informe, que debe ser manipulado con un
propósito práctico:
Let
us begin this discussion by thinking of some action—it
doesn’t matter whether it is real or imaginary—in
its full and massive array of facts, all disposed in their
chronological order. The teller of a story, whether in idle
conversation or in the serious business of writing a thousand-page
novel, could not possibly use all the facts involved
in the situation. He has to select the facts that seem to him useful
for his particular purpose. (Brooks y Warren 79)
Pero
por otra parte Brooks y Warren parecen ver ya una cierta
selección en el nivel de las acciones, tal y como nos llega
en el mundo real, sin ningún propósito
deliberado, espontánea. De los ejemplos que dan, concluyen:
“In these actions we recognize, too, unity and significance.
That is, these
actions move towards an end, and the end settles something”
(78). Esta ligera ambigüedad ya estaba,
recordémoslo, en Aristóteles, cuando hablaba de
coherencia tan pronto refiriéndose al mythos
como a la praxis de la cual es
“imitación”. Podemos quizá
pensar en la selección de hechos que realiza el autor sobre
la acción para elaborar el plot
como un proceso que duplica la selección intuitiva que nos
hace ver una acción como tal, recortando sus bordes,
enfatizando la causalidad y encerrándola en sí
misma para fijar nuestra atención en ella. Percibimos
secuencias de acción en la vida real, y las enfatizamos en
la literatura: sólo Tristram Shandy era incapaz de hacerlo.
Brooks y Warren arguyen que este proceso de selección
obedece en literatura a dos móviles, que definen, como todos
sus contemporáneos anglosajones, en términos de
una estética realista y humanista:
Vividness
and significance—these are the tests of usefulness in
selection. But the two tend to merge. The vivid detail that catches the
imagination helps create the special quality, the
“feel” of a story, and this
“feel”, this atmosphere
(…) is an element of the meaning. (79)
Hay entonces en el plot una selección de hechos de la acción. También hay una reordenación; el plot ya no tiene por qué seguir el orden cronológico. Brooks y Warren dan el siguiente esquema como ejemplo:
(Figura 1. Brooks y Warren 80)
Pero el plot definido por Brooks y Warren todavía no se identifica al siuzhet de Tomashevski. (60). Brooks y Warren se contradicen al definir las partes de la acción en su desarrollo (“exposition”, “complication”, “climax” y “denouement”) como si fuesen partes del plot. (61). Esta confusión de Brooks y Warren es comprensible, pues no han dejado clara la naturaleza de la action. Han relacionado el plot con el tema y el carácter (Brooks y Warren 80-82), pero no con el punto de vista. Y así no queda claro si la selección que se ha operado sobre la serie de acciones es una simple estrategia narrativa que nos deja inferir las acciones que no se nos han contado directamente o si, por el contrario, las acciones no seleccionadas no existen en el plot ni siquiera en estado implícito. Llegamos así a una confusión aún más general, pues Brooks y Warren no establecen una distinción teórica suficiente entre la acción como una secuencia (hipotética o no) de hechos utilizada como material para elaborar un plot y la acción tal como es reconstruida por el lector a partir del plot. (62).
Una ventaja, sin embargo, presenta este concepto de plot frente al siuzhet formalista: mientras el siuzhet se definía “desde arriba”, contrastando la obra efectiva con la fabula reconstruida, el plot es un concepto que se ha ido desplazando “desde abajo”, desde un nivel correspondiente a la fabula formalista. Conserva sus orígenes claramente, y aunque aquí ya está muy lejos de poder ser interpretado como un mero esquema de la acción, no corre nunca el peligro que veíamos en el siuzhet (sobre todo en las definiciones de Shklovski y Tynianov) de indentificarse con la superficie textual o el conjunto de la estructura narrativa. El plot es siempre inseparable de una noción de acción (cf. Brooks y Warren 77); es siempre una abstracción realizada sobre un “aspecto” del discurso narrativo, y no el discurso mismo.
Brooks
y Warren ven el plot como un elemento del
“diseño” (pattern o design)
de una obra. El diseño consiste en una estructura de
repeticiones (directas o indirectas) que nos conduce a atribuir un
sentido a la obra. El argumento sería la
manifestación lógica del
diseño; los caracteres de los personajes la
manifestación psicológica:
The
items are all related to the line of interest, to the question, but
each item introduces a modification, even if the modification is merely
a modification of intensity through cumulative effect. In this sense,
the pattern of logical, and psychological change, logical as it relates
to the theme of the story, psychological as it relates to the
motivation and development of character within the story. Sometimes the
logical, and sometimes the psychological, aspect of the pattern may be
the more obvious. (63).
Hay
que señalar que el concepto de plot que
están desarrollando aquí Brooks y Warren no tiene
mucho que ver con el que han desarrollado anteriormente; la coherencia
pediría que utilizasen aquí la palabra
“lógica” aplicada a la action;
si el plot obedece a una lógica, se
trata de una lógica de otra especie, una lógica
de la composición.
1.1.4.5.
Crane; Scholes y Kellogg
Otros
autores no dudan en extender el término plot
hasta cubrir toda el área de lo que Brooks y Warren llaman pattern.
Así, por ejemplo, Ronald S. Crane (“The Concept of
Plot and the Plot of Tom Jones
“), que ve el plot como la
síntesis de tres ingredientes: la acción, el
pensamiento y el carácter (conceptos que Crane deriva
respectivamente de mythos, diánoia
y ethos en Aristóteles). Como
señala Elizabeth Dipple, Crane añade a la
noción de plot elementos que en la Poética
corresponden a un nivel textual superior:
[t]his
is an interesting perversion of Aristotle, using a far-reaching idea of
plot and action to set up formal ideas palatable to a modern audience.
Crane replaces the word tragedy with plot, and works from there (Dipple
15).
Lo
que define al plot según Crane es el uso
que hace de estos tres elementos, y que él denomina una
“temporal synthesis” (Crane 66).
Robert Scholes y Robert Kellogg formulan quizá con
más claridad un concepto de plot tan
amplio como el de Crane:
Plot
can be defined as the dynamic, sequential element in narrative
literature. Insofar as character, or any other element in narrative,
becomes dynamic, it is a part of the plot. (Scholes y Kellogg 207)
Todos estos autores pretenden escapar a un concepto estrecho de plot como el que condenaban Trollope, James of Forster; ven que la novela moderna es dinámica en muchos sentidos, y no sólo en tanto que en ella transcurre un tiempo y se narran acciones. Pero es dudoso que con la extensión del término plot a todos los aspectos dinámicos de la novela se logren más ventajas que la de hacer resaltar ese dinamismo. Crane puede ahora hablar de plots of action oponiéndolos a plots of character o a plots of thought, pero con el riesgo de perder el concepto más tradicional de plot, que sería utilizable como un instrumento práctico contrastable con la acción, como en Brooks y Warren. Tampoco, naturalmente, puede ser utilizado el término en el sentido de Forster. Además, el sistema se presta a la proliferación. Si intentamos clasificar las novelas de Beckett de acuerdo con el método propuesto por Crane, tendremos problemas. Es evidente que su atención no está dedicada al carácter ni a la acción; éstos no progresan, sino que más bien están sumidos en un marasmo, en un estancamiento insuperable. (64). Y no sería mucho más satisfactoria la calificación de plots of thought para obras como Molloy, Malone meurt o L’Innomable. La movilidad, el progreso que se da en ellas, dentro de cada una y en su secuencialidad en la trilogía, es de otro género. Es una excavación de los propios mecanismos textuales, que se enfrentan más y más obsesivamente a sí mismos, dejando en el camino argumento, personajes y pensamiento. Lo que evoluciona no son las relaciones entre personajes, sino las relaciones entre estratos textuales. ¿Deberíamos hablar en este caso de un plot of narrative structures?
Si
bien el plot de Crane (o el “real
plot” al que aludían Wellek y Warren) es
una realidad indudable, no resuelve el problema de cómo
describir con precisión la estructura narrativa de una obra.
Está claro que necesitamos un surtido de instrumentos
conceptuales mucho mayor, unos más generales que otros, y
otros, por qué no, más mecánicos que
unos. Scholes y Kellogg se ven obligados a volver a un concepto
más tradicional y limitado de plot en la
conclusión de su capítulo sobre “Plot
in narrative”:
Plot,
in the large sense, will always be mythos and
always be traditional. (…) Quality of mind (as expressed in
the language of characterization, motivation, description, and
commentary) not plot, is the soul of narrative. Plot is only the
indispensable skeleton which, if fleshed out with character and
incident, provides the necessary clay into which life may be breathed.
(239)
Ahora
bien, parece una empresa desesperada el intentar rescatar
términos concretos, como story, plot,
etc. de la proliferación semántica que hemos
contemplado e intentar devolverles un sentido preciso en la
teoría de la literatura. Nunca se logrará un
consenso para hacer corresponder términos y conceptos, y ni
siquiera los conceptos subyacentes a la terminología
serán compartidos por todos los estudiosos.
Además, sería imposible desconectar tales
términos de su uso corriente, que a veces es tan poderoso
que arrastrará siempre a la definición
técnica, como señala Volek en el caso de plot:
el
significado natural de plot oscila entonces entre
“plan, esquema” (argumento) y
“trama”. Tanto los filólogos, que lo
utilizan para traducir al inglés el
“mythos” aristotélico, como los
eslavistas, que, siguiendo a Brooks y Warren, traducen
unánimemente por el mismo el concepto de
siuzhet, aprovechan las posibilidades latentes de la palabra;
pero
plot, a su vez, por su dinamismo polisémico, se
escapa a las dos delimitaciones. Por todos los posibles
equívocos que acabamos de bosquejar, consideramos que lo
mejor es mantener los términos originales [fabula
y siuzhet]. (Volek 135).
Pero el problema es que, como hemos visto y como ha mostrado el mismo Volek, tampoco los términos formalistas tienen un significado unitario. La fabula de Shklovski no es la de Tomashevski, el siuzhet de éste no es el de Propp, Volek cree que los de Krausova no coinciden con ninguno de éstos y él mismo propone más adelante una interpretación diferente.
Parece
inevitable que cada teoría construya sus términos
ad hoc, utilizando los elaborados por las anteriores
sólo en la medida en que pueden ayudarle a formar un sistema
coherente. Si los términos adoptados resultan deformados o
mutilados, no siempre habrá sido para mal: en este proceso
de
bricolage pueden manifestarse debilidades de aquellas
teorías, o surgir sentidos inesperados que podrán
ser integrados junto con los originales mal interpretados en una
teoría más inclusiva. La profusión
terminológica rara vez es injustificable, aun si queda
injustificada.