George Herbert Mead
La filosofía del
presente
Capítulo II
EMERGENCIA E IDENTIDAD
He hablado del presente como asiento de la realidad porque su
carácter de presente ilumina la naturaleza de la realidad. El
pasado y el futuro que aparecen en el presente pueden
considerarse meros umbrales de un trocito diminuto de una
extensión sin límites cuya realidad metafísica
reduce el presente a la categoría de elemento despreciable que
se aproxima al mundo en un instante dado. Esta concepción de la
realidad como un rollo de pergamino infinito que se va
desenrollando a ratos ante nuestra visión intermitente
tiene otra variante
en la imagen de la realidad como un continuo cuatridimensional de
espacio-tiempo, de acontecimientos e intervalos, para siempre
determinado por su propia geometría, y en el que nos aventuramos
con nuestros propios marcos de referencia subjetivos, recibiendo
impresiones momentáneas cuyo carácter de presente es una
función de nuestra mente y no de ninguna sección de los
acontecimientos ordenados en el universo. He sugerido que un enfoque
semejante sobre la realidad no responde a la técnica y
método científicos por medio de los cuales buscamos
desvelar el universo. El procedimiento científico se sujeta a
ese condicionamiento necesario de lo que tiene lugar por parte de lo
que ha tenido lugar, que se sigue del mismo transcurrir. En las
relaciones espacio-temporales, es decir, en el movimiento, este
condicionamiento puede alcanzar la certidumbre de la deducción,
aunque incluso en este caso nos enfrentamos a la posibilidad de que
nuestras conclusiones a menudo puedan basarse en resultados
estadísticos que suponen una negación de la
determinación final que buscamos. Hay datos para pensar que el
propio esfuerzo por refinar la técnica hacia una
precisión absoluta acaba derrotándose a sí mismo.
Y luego está la otra rama de este determinismo del transcurrir a
la que nos referimos con la etiqueta de probabilidad. Sea cual sea
nuestra doctrina sobre la probabilidad, suponemos que la ocurrencia de
acontecimientos previos lleva consigo una probabilidad relativa a la
naturaleza de los acontecimientos posteriores, aun cuando esta
probabilidad se pueda calcular sólo con una teoría del
azar. La base de esta determinación del futuro por parte del
pasado se encuentra en el hecho de que está teniendo lugar algo
que tiene una extensión temporal—que la realidad no se
puede reducir a instantes—y que las fases anteriores deben ser
condiciones de las fases posteriores. La empresa de la ciencia es
averiguar que es lo que está sucediendo.
Además, el estudio del transcurrir conlleva
descubrir acontecimientos. Estos no pueden ser simplemente partes del
transcurrir. Estos acontecimientos tienen siempre una naturaleza
única y singular. El tiempo sólo puede surgir mediante la
ordenación del transcurrir a cargo de esos acontecimientos
únicos y singulares. El científico encuentra tales
acontecimientos en sus observaciones y experimentos. La relación
de cualquier acontecimiento con las condiciones bajo las cuales se da
es lo que denominamos relación de causa. La relación del
acontecimiento a las condiciones que lo preceden inaugura al punto una
historia, y el carácter único y singular del
acontecimiento hace que esa historia sea relativa a ese acontecimiento.
El transcurrir condicionante y la aparición del acontecimiento
único y singular dan lugar pues al pasado y al futuro tal y como
aparecen en un presente. Todo el pasado está en el presente en
tanto que ese pasado es la naturaleza condicionante del transcurrir, y todo el futuro
surge a partir del presente en la forma de los acontecimientos
únicos que finalmente resultan. Desentrañar este pasado
existente en el presente y sobre esa base hacer previsión del
futuro es la tarea de la ciencia. El método es el de la
ideación.
He indicado que en la forma viva encontramos una
cosa individual que se mantiene a sí misma mediante la
determinación mutua de la forma y de su entorno. El mundo
circundante está relacionado con la planta o el animal a
través de su sensibilidad y respuesta de modo tal que el proceso
vital continúa. Frente al animal, el mundo es un mundo de
alimento, cobijo, protección o sus contrarios. Frente a la
cosa inanimada el entorno no exhibe caracteres que respondan a una
acción ejercida por la cosa por el hecho de ser lo que es. Un pedrusco es una
cosa definida con su propia masa y forma, pero sus relaciones con las
cosas que lo rodean no dan lugar a cualidades en ellas que a
través de los contactos, peso o inercia del pedrusco, conserven
el pedrusco. El pedrusco no tiene entorno en el sentido en el que el
animal tiene entorno.(i). El trasfondo del objeto inanimado es el de la
conservación—en nuestra formulación actual, la
conservación de la energía. Ninguna transformación
afecta a la realidad del sistema físico. Hemos reducido la
materia y la masa, en términos de las cuales se formulaba antes
esta proposición, a energía, pero el rasgo esencial de la
doctrina ha sido que la realidad no se encuentra en la forma—pues
puede haber transformación incesante—sino en la materia,
masa o energía. Así pues, aun cuando haya existido una
historia de un cuerpo estelar, que puede trazarse como una serie
causal, la ciencia capta la realidad de la estrella sólo en la
medida en que la concibe como energía, que no se ve
afectada, aunque la forma del cuerpo se vuelva un sistema binario o
planetario. La forma en concreto de un cuerpo inanimado es irrelevante
para "lo que es". Para tales cuerpos el entorno es tan inesencial como
el objeto. (ii).
Las plantas y animales, empero, presentan a la ciencia objetos cuyos
caracteres esenciales no se encuentran en lo que sufre
transformación, sino en el proceso mismo y en las formas que el
objeto asume durante ese proceso. Dado que el proceso conlleva la
interacción del animal o planta con los objetos circundantes, es
evidente que el proceso de la vida confiere características al
entorno de modo tan real como lo hace a la planta o al animal. Sin
embargo, las plantas y animales son objetos físicos,
además de objetos vivientes. En tanto que objetos físicos
su realidad puede reducirse a aquello, sea lo que sea, que está
sufriendo una transformación, y sus formas se vuelven
inesenciales. En tanto que tales entran en el ámbito de
competencias del físico y del químico. El proceso vital
ha de desaparecer en la reducción de estos procesos a
expresiones de energía. La introducción de una fuerza
vital no resolvería en absoluto la cuestión: si pudiese
hallarse, se vería sujeta inevitablemente a la misma
reducción.
La diferencia entre el físico y el biólogo se halla
evidentemente en los objetivos contemplados por sus respectivas
ciencias, en las realidades que buscan. Y su proceder responde a sus
objetivos. El del científico físico es la
reducción, y el del biólogo es la producción. El
biólogo no puede investigar hasta que tenga un proceso vital en
marcha. Debe, no obstante, tener los medios físicos para este
proceso, y debe por tanto ser un físico además de un
biólogo. Si reduce la realidad del proceso vital a los medios
que está usando, se convierte en un mecanicista. Si el proceso
vital se le aparece como una realidad que ha emergido del mundo
físico, y su estudio se refiere a las condiciones bajo las que
ésta se mantiene, es un teleólogo. Estas dos actitudes
entran en conflicto sólo si, por una parte, le niega realidad al
proceso porque puede reducir a energía los objetos que
participan en él, y se niega así a reconocer que el
proceso que investiga es una realidad que ha surgido; o si, por otra
parte, formula los objetos físicos y químicos que entran
en el proceso únicamente en términos del proceso mismo,
convirtiéndolos en adjetivos o cualidades aristotélicas.
Si haciendo esto adopta la postura de que todos los constituyentes de
las cosas son en realidad potencias de la cosa que implican su
preexistencia, entonces el biólogo se vuelve un
aristotélico o, en un ambiente moderno, un idealista de los
"tipos"; y, si es coherente, abandona el campo de la
investigación científica, y niega además la
posibilidad de la emergencia.
Lo que deseaba enfatizar con esta referencia a la emergencia de la vida
es que confiere al mundo características no menos
auténticas de las que confiere a los seres vivos. Este hecho se
reconoce con el término entorno. Tendemos
a usar este término de forma fenomenalista, para situar la
realidad del entorno en su reducción física a la masa o
la energía, y a admitir una significación real a la
relación del animal con lo que lo rodea únicamente en la
medida en que ésta se pueda formular en términos
físicos y químicos. La realidad del alimento, por
ejemplo, se encuentra entonces en los átomos y electrones y
protones de los que está compuesto, y su carácter
nutritivo es una mera concesión a nuestro interés en un
grupo aislado de acontecimientos que tienen lugar en nuestra
proximidad. Como he indicado, no podemos mantener esta actitud sin
negarle a la vida una realidad fundamental. Si la vida es una realidad,
su operación en la forma y el entorno debe conferir sus
características en todo su ámbito de operación. Si
un animal digiere, debe existir un alimento que el animal digiere. Otro
modo de presentar la situación sería en términos
del contraste existente entre las condiciones de lo que tiene lugar, y
el acontecimiento condicionado. Presupone también la
distinción entre cosas y acontecimientos. El acontecimiento
transitorio se solidifica en cosa al volverse en el presente la
condición fijada para sucesos posteriores. La buena
digestión, la salud, y la vida misma son condiciones para las
diversas actividades contenidas en el futuro, y en tanto que tales se
encuentran entre nuestras posesiones más preciadas. Son, de modo
particular, esos contenidos a los que se adhieren diversas
característifas o accidentes. En otras palabras, tienden a
volverse sustancias, concretadas por el hecho de que, habiéndose
dado, su naturaleza condicionante, sea la que sea, queda fijada.
Así el futuro está continuamente calificando el pasado en
el presente.
La distinción que he indicado más arriba entre
reducción y producción se corresponde con la que hay
entre nuestras actitudes al pasado y al futuro respectivamente. El
pasado lo reducimos a condiciones fiables, y todo el rico contexto del
futuro en cuanto tiene lugar, si ha de ser comprensible y utilizable,
debe incorporarse al irse tejiendo a esta red con la que podemos
contar. Así, constantemente surgen nuevas cosas, cuya novedad al ocurrir se desgasta para adaptarse a la fiabilidad de lo que se
vuelve familiar. Pero la cosa es ante todo el objeto
físico de la experiencia del contacto. Encontramos aquí
la relación fundamental entre el futuro y el pasado en el
presente. La experiencia a distancia es la promesa de la experiencia de
contacto. El algo que podemos agarrar es la sustancia a la cual
pertenecen las cualidades del sonido, el color, el sabor y el olor. En
el mundo perceptual inmediato, lo que podemos manipular es la realidad
con la cual hay que someter a prueba lo que se ve y lo que se oye, si
hemos de evitar las ilusiones y alucinaciones. El desarrollo de los
receptores a distancia con su aparato interno, el encéfalo, ha
dotado a los animales superiores de un futuro que sólo
podía hacerse efectivo en la proporción en que se
extiende hacia atrás, hacia el pasado en el cual las
experiencias de contacto que prometían o amenazaban la vista o
el sonido se hacían específicas merced a los ajustes
finos de la mano en la manipulación.
La ventaja específica de la mecánica newtoniana se
debía a la estrecha correlación de su concepto
fundamental de masa con el peso y el volumen de la experiencia de
contacto. Siempre nos ha resultado fácil imaginarnos la
subdivisión de los objetos perceptuales en partículas de
masa, y traducir la inercia, la fuerza y el momento a términos
del esfuerzo que requieren las experiencias de contacto. En la
teoría mecánica las condiciones fiables a las cuales la
ciencia ha reducido el pasado se han hecho inherentes a la
partícula de masa, y la partícula de masa podía
contemplarse como un refinamiento de la cosa física del mundo
perceptual. Es esta correlación especial de la cosa
física en la ciencia con la cosa de la percepción lo que
le ha proporcionado su éxito al llamado materialismo de esta
teoría. En grado no pequeño, es a esta correlación
a la que debemos atribuir nuestra tendencia instintiva a adscribir la
realidad de la vida a los cambios físicos y químicos de
las cosas inanimadas. El aristotélico no encontraba dificultad
alguna en reconocer la vida como una naturaleza que podía ser
propia de las cosas, pues no tenía una imaginación
formada científicamente que pudiese exhibirle objetos
físicos subperceptuales llevando a cabo los procesos de la vida.
Demócrito propuso esta última hipótesis, aunque
sin su verificación experimental. Deseo, sin embargo, insistir
en que la falacia esencial de este materialismo no se halla tanto en la
suposición de que las últimas cosas físicas tengan
masa (puesto que la masa ya ha desaparecido en energía) cuanto
en la suposición de que es posible dar una explicación
exhaustiva de cualquier acontecimiento que tenga lugar, en
términos de las condiciones en que tiene lugar. No diré
que no podamos concebir un transcurrir en el que no sucede nada, pero
sí me atrevo a decir que cada uno de los acontecimientos que
hacen posible distinguir el transcurrir debe tener un carácter
único que no se pueda reducir a las condiciones bajo las cuales
tiene lugar el acontecimiento. El intento de reducirlo de ese modo
lleva no tanto al materialismo como a ecuaciones idénticas y a
un bloque inmutable de realidad parmenídea. Si esto es cierto,
no hay, por supuesto, nada extraño en la emergencia de la vida o
de la así llamada consciencia. Pueden haber tenido más
transcendencia que otros acontecimientos únicos, pero otros
acontecimientos han sido igual de únicos que ellos y han estado
igualmente involucrados en el proceso de la realidad.
El rasgo llamativo de la aparición de la vida es que el proceso
que constituye la realidad de un ser vivo es tal que se extiende
más allá de la forma misma, e involucra para su
expresión al mundo en el seno del cual vive esta forma. La
realidad del proceso pertenece así al mundo en su
relación con el ser vivo. A esto nos referimos con los
términos forma y entorno. Es una expresión de la
relatividad en términos de la vida. El mundo es evidentemente un
asunto distinto para la planta y para el animal, y diferente para
diferentes especies de plantas y de animales. Tienen diferentes
entornos. Que podamos reducir todos éstos al mundo físico
de las condiciones en las cuales puede tener lugar la vida, que es el
ámbito en el que tienen lugar los llamados procesos puramente
físicos, no elimina estos diversos entornos en tanto que
aspectos de la realidad.
La teoría de la relavidad ahora connota una relación
similar entre cualquier objeto móvil o grupo de objetos que se
muevan con la misma velocidad y en el mismo sentido, y el resto del
mundo en el seno del cual se mueve este conjunto unánime (1). Las
características espaciales, temporales y energéticas de
los objetos varían con la velocidad de su movimiento en
relación al mundo que se halla en reposo con respecto a este
conjunto unánime móvil. Pero, a diferencia de la forma
viviente y de su entorno, el conjunto unánime que se halla en
movimiento puede contemplarse como si estuviese en reposo, mientras que
su entorno se contemplará entonces como si se moviese con la
misma velocidad y en sentido opuesto. El efecto de la relatividad
entonces es llevar más lejos todavía lo que he denominado
la reducción de la la ciencia física; puesto que si la
misma realidad puede aparecer indistintamente como el movimiento de un
conjunto con respecto a otro que se halla en reposo, o como el
movimiento del segunto conjunto con respecto al primero, que se halla
ahora en reposo, es evidente que el carácter temporal de los
objetos en reposo, su permanencia o transcurso, debe equipararse de
algún modo con el carácter temporal de los mismos objetos
en movimiento. La trayectoria de puntos de la primera situación se
vuelve equivalente a la translación en la segunda
situación. (iii). Pasamos inevitablemente a un continuo en el cual el
tiempo se convierte en una dimensión. Lo que era movimiento se
ha transformado en el intervalo entre acontecimientos del
espacio-tiempo, que, contemplados desde diferentes puntos de
referencia, pueden estar ya en reposo, ya en movimiento. Una manera
más simple aunque más tosca de decir esto es que la
realidad del movimiento no se encuentra en el cambio, sino en las
posiciones relativas de las cosas, consideradas como acontecimientos,
en relación unas a otras.
En el mundo newtoniano un espacio semejante a una caja, concebible como
lleno de un éter inmóvil, cuya estructura era irrelevante
para con el tiempo, era el entorno absoluto de todo cambio, es decir,
para las ciencias físicas, de todo movimiento. El nuevo
espacio-tiempo absoluto no es entorno de nada, pues nada está
sucediendo allí. Sólo hay los acontecimientos situados a
intervalos unos de otros. Hay una geometría ordenada de este
continuo, y la materia puede traducirse a esta geometría en
términos de curvatura.
Aquí ha sucedido algo más que la desaparición del
espacio y tiempo absolutos. Estos ya habían desaparecido con la
llegada de una teoría relacional del espacio y del tiempo. Desde
el punto de vista de una teoría relacional es tan imposible
obtener evidencia sobre un movimiento absoluto como imposible es desde
el punto de vista de la relatividad. Lo que pretendía demostrar
el experimento de Michelson-Morley no era el movimiento absoluto de la
Tierra por el espacio, sino su movimiento a través del
éter inmóvil que se aceptaba como el medio para la luz.
Pero un nuevo problema surgió cuando Einstein probó que ,
desde cualquier sistema de medidas que pudiera establecerse, la medida
de distancias y de tiempos en un sistema en movimiento desde el punto
de vista de un sistema en reposo daría un resultado diferente
del que se obtendría si la medición tenía lugar en
el sistema en movimiento. La unidad de medida en el sistema en
movimiento sería más corta y el tiempo medido
sería más largo. Y esto se compadecía con las
transformaciones que según averiguó Lorentz eran
necesarias si habían de hacerse invariantes las ecuaciones
electromagnéticas de Maxwell. Había la misma
variación en los valores del espacio, tiempo y energía; y
aparecía el valor constante de la luz, que asumía
Einstein para su medición por medio de señales. Y esta
especulación concurrente por parte del físico y del
matemático explicaba de modo preciso el resultado negativo del
experimento de Michelson-Morley. Ateniéndose a esta nueva
hipótesis, no sólo se mostró que no tenía
sentido alguno buscar pruebas de un movimiento absoluto, sino
también se mostró que el proceso de medición,
cuando implicaba objetos en movimiento, resultaba ser altamente
complejo, y requería una matemática más compleja y
el genio de Einstein, quien mostró que los resultados aceptados
de la matemática newtoniana eran sólo una primera
aproximación a formulaciones más exactas. Así, la
reducción de las condiciones en el seno de las cuales se
realizan las mediciones de la ciencia exacta se ha llevado más
allá de la estructura del espacio y del tiempo que hasta ahora
se había presupuesto. Y lo mismo sucede con la materia. Las dos
actitudes con respecto a la materia que se hallan tras nuestra
percepción y nuestro pensamiento quedan indicadas en las dos
definiciones que dio Newton de la masa—como cantidad de materia,
o como la medida de la inercia. La primera no es susceptible de usarse
científicamente, ya que presupone una determinación de la
densidad (iv); pero indica una actitud mental dominante, la
presuposición de algo que tiene una naturaleza en sí
mismo, que puede captarse con independencia de las relaciones que
establece con otros objetos. La inercia se puede captar sólo a
través de las relaciones de un cuerpo con otros. El intento de
definir la masa en términos de inercia resulta circular—la
masa se define en términos de fuerza y la fuerza en
términos de masa. Es necesario presuponer un sistema para
definir los objetos que constituyen el sistema. Pero el concepto de una
cosa física como simplemente algo que ocupa un determinado
volumen, aun cuando no proporcionaba una cantidad determinable de
materia, al menos parecía ofrecer a la mente los objetos a
partir de los cuales había de construirse el sistema. Nos
encontramos con la misma concepción en el hipotético
cuerpo Alfa que se sugería como situado más allá
del campo gravitacional, y que proporcionaba una entidad física
fija a partir de la cual se podría orientar el universo
físico. Si ahora formulamos el "qué es" de un cuerpo en
términos de energía, estamos presuponiendo allí un
sistema con anticipación a los objetos que constituyen el
sistema. Hemos llevado nuestra formulación de las condiciones
que determinan la naturaleza de los objetos más allá del
objeto perceptual, y más allá del objeto subperceptual de
la doctrina newtoniana que se fundía tan fácilmente con
la experiencia perceptual. Y hemos perdido la noción de entorno,
comparable al del espacio newtoniano y a las partículas masivas
newtonianas, en el seno del cual los asuntos del universo físico
puedan tener lugar. Pues un continuo espacio-temporal no proporciona
tal entorno. Es un mundo metafísico de cosas en sí, a las
cuales se puede uno referir con los instrumentos matemáticos que
nos vemos obligados a usar, pero no nos proporciona un entorno.
Le faltan las características que un organismo confiere a
un entorno mediante su relación con él; y tiene una
naturaleza de la cual han surgido tanto el organismo como el entorno, y
que puede por tanto contemplarse como independiente de ellos. El mundo
de las ciencias físicas y químicas proporciona las
condiciones de la vida y el ambiente en el seno del cual ésta
puede vivirse. Evidentemente un mundo que se halla más
allá de la experiencia posible no puede ser el entorno de la
experiencia. (v).
Tampoco podemos contemplar a dos conjuntos unánimes que se mueven
uno con respecto a otro como si se estableciera entre ellos una
relación de forma y entorno, aunque el movimiento de un conjunto
confiera al otro una cierta estructuración debida a tal
movimiento. El hecho de que tanto uno como otro conjunto puedan
considerarse en movimiento, al menos en la medida en que afecta a este
cambio de estructura, haría inadecuada esa concepción de
forma y entorno. Lo que buscamos en un entorno es una
formulación del mundo a partir del cual ha surgido lo emergente,
y por consiguiente las condiciones bajo las cuales ha de existir lo
emergente, aunque esta emergencia haya dado lugar a un mundo diferente
mediante su aparición. La materia newtoniana en un espacio
newtoniano proporcionaba un entorno original en el seno del cual
tenía lugar todo cambio, y Alexander presentó el espacio
y el tiempo como un entorno tal del cual emergían la materia,
las cualidades, la vida, la mente y la deidad. Su filosofía era
la de una evolución emergente, tal como la presentó el
biólogo Morgan. (2) Tenía el sentido histórico que
correspondía a la época de la evolución. La
relatividad no pertenece a esa época. Sus reducciones más
profundas de las condiciones exactas de la existencia no abren ninguna
puerta hacia el pasado. El intento temprano de darle una
formulación metafísica elimina el cambio. Reduce el
tiempo a una dimensión pareja a las del espacio, y sustituye a
la historia por la geometría. Whitehead, en efecto, se propuso
conservar el movimiento y el cambio en el seno de un universo
relativista. Querría conservar los diferentes sistemas
temporales como perspectivas en la naturaleza, pero no veo que haya
evitado la rigidez de la geometría del continuo
espacio-temporal, ni tampoco veo de qué modo puede abrir la
puerta a lo contingente el ingreso de objetos eternos sobre
unos acontecimientos así determinados.
Pero no son estos derivados metafísicos de primera hora lo que
me interesa. Lo que resalta en la teoría física
relativista es que la reducción de las condiciones del cambio, o
en este caso del movimiento, se ha retrotraído hasta tal punto
que el mismo cambio o movimiento desaparece. Y tampoco alcanzamos una
situación a partir de la cual surja el cambio—excepto en
la medida en que edifiquemos una dimensión metafísica que
no puede ser un entorno en el seno del cual tiene lugar el cambio. Por
el contrario, el espacio-tiempo se convierte en una realidad de la cual
el cambio es un reflejo subjetivo. Lo mismo sucede si nos proponemos
retrotraer una teoría de la energía, entendida como el
"qué es" del objeto físico, hasta las situacions en las
cuales surgen los objetos que, en tanto que tales, constituyen los
sistemas en el seno de los cuales se puede medir la energía.
Ostwald propuso una doctrina así—es decir, sentó la
energía como una entidad metafísica que como tal no entra
en el ámbito de las cosas físicas—una entidad que
puede constituir un objeto previamente a los sistemas en los que pueda
participar. La masa entendida como cantidad de materia suponía
una concepción tal, aunque no estaba sometida a una
definición exacta. Aun con todo, podía concebirse como el
volumen ocupado, que se exhibía en la la resistencia de la
inercia, y así podía conceptualizarse como algo
presupuesto por el sistema de las cosas. Pero una energía que
puede adoptar diversas formas a la vez que sigue siendo la misma pierde
este valor empírico. Puede presentarse en un objeto sólo
en la medida en que exista ya allí un sistema de ese tipo. Debe
haber un sistema electromagnético a mano para presentar un
electrón. Presentar un cuerpo cuyo contenido se reduce a
energía por adelantado con respecto al sistema, es plantear una
dimensión metafísica que no entra en el ámbito en
el cual operan las hipótesis del científico. Esto no
ofrece dificultad alguna en tanto que las hipótesis se ocupen de
situaciones en las que los sistemas ya se encuentran allí. El
"qué es" del objeto puede definirse en términos del
sistema. Pero la conceptualización de la energía como
naturaleza de la cosa física no nos proporciona un entorno en
el seno del cual podamos edificar el sistema. Tanto el concepto de la
relatividad como el de la energía como naturaleza de la cosa
física indican que hemos llevado nuestra técnica de
medición exacta y nuestro análisis hasta más
allá del punto de la historicidad; es decir, no podemos
retrotraernos a un comienzo lógico como el que presentaba
Alexander en su filosofía tan abarcadora de la emergencia o de
la evolución, o si lo hacemos debemos situarlo en alguna
dimensión metafísica que trasciende al pensamiento
científico.
El hecho más llamativo es que estas dos fases de lo que he
llamado la reducción del condicionamiento del
transcurrir—las condiciones de la medición de lo que se
mueve desde el punto de vista de lo que se halla en reposo—y las
implicaciones de aceptar la energía como el "qué es" del
objeto físico—me refiero a las transformaciones de Larmor
y Lorentz en tanto que condiciones de invariancia de las ecuaciones de
Maxwell—hayan llegado a la misma conclusión casi a la vez.
El efecto fue suprimir suprimir del trasfondo del pensamiento
científico un espacio y un tiempo independientes en el seno de
los cuales se pudiese edificar un universo físico, y una materia
que pudiera pensarse con independencia lógica de los sistemas de
las cosas que se edificaban con ella. Este trasfondo de historicidad
desapareció con la relatividad y con la teoría
electromagnética de la materia. Para Newton, el espacio era la
vestimenta de Dios, y los átomos masivos eran las piedras de
construcción preexistentes con las que estaba edificado el
mundo. La influencia de concepciones tales como un espacio absoluto y
partículas masivas condujo a la búsqueda de la realidad
en una serie causal que se remontaba a unas entidades últimas
que eran las condiciones exactamente mensurables de la realidad
presente. No era en absoluto necesario que semejante comienzo absoluto
implícito hubiese de estar presupuesto de modo definido en el
pensamiento, pero los conceptos llevaban consigo un esquema mental que
encontraba la realidad en las condiciones que, una vez desplegadas,
constituyen el pasado absoluto. La desaparición de un espacio
absoluto y la relegación de la masa en favor de una
concepción más general de la energía enfatizan el
papel de los hallazgos científicos presentes
como prueba y asiento de la realidad. ¿Se adecá la
hipótesis de las condiciones causales precedentes con los datos
de la observación y del laboratorio? En tanto que cumpla esta
función, su consonancia con la imagen ordenada de un proceso
mecánico carece de importancia. Cualquier hipótesis, por
ejemplo una teoría ondulatoria de la materia, es bienvenida. Su
prueba se halla en su funcionamiento. La orientación de la mente
científica hacia su realidad se halla desvinculada del pasado,
hacia un presente que que lleva consigo la puesta a prueba de los
descubrimientos específicos.
Y sin embargo no podemos dejar de construir historias: de hecho se
vuelven más fascinantes. Compárese por ejemplo lo
apasionante de las historias de los cuerpos estelares de Eddington o de
Jeans con la monotonía de una estructura mecánica
newtoniana, o con las hipótesis kantianas o laplaceanas. Pero no
son ya definitivas. Esperamos que cambien ante nuevos problemas y con
los nuevos descubrimientos, y nos quedaríamos muy decepcionados
si no lo hiciesen. Tampoco esperamos que se vuelvan más
consistentes internamente como si se tratase del desciframiento de un
oscuro manuscrito. En el procedimiento científico ya no hay nada
que entre en conflicto con la noción de nuevos pasados que
surgen junto con los acontecimientos emergentes. (vi).
Capítulo III
LA NATURALEZA SOCIAL DEL PRESENTE
Notas de la
edición original
(1). Este término [consentient, 'unánime', 'congruente'], junto con gran parte de la exposición que sigue, está tomado de Whitehead, Principles of Natural Knowledge, 2ª ed. capítulo 3.
(2). Cf. Alexander, Espacio, Tiempo y Deidad, Libro III, y Lloyd Morgan, Evolución emergente, capítulo 1.
Notas del traductor
(i) Hay que suponer que Mead hace
abstracción de la mente (filosófica o meramente humana)
que toma en consideración el pedrusco. Podríamos decir
que el pedrusco, en tanto que es pensable como un pedrusco y no algo
fuera del discurso y la ideación (o sea, el pedrusco del
pedrusco propiamente considerado), es ya un objeto del entorno humano.
Lo mismo se aplicaría a cualquier ser "no vivo" pero capaz de
"actuar" sobre el entorno: un robot, pongamos.
(ii) No podemos seguir
aquí a Mead. Un objeto inanimado en sus transformaciones
físicas también se vuelve para la ciencia distintos
objetos, aun cuando estén ligados por la continuidad
narrativo-causal que hace de ellos uno solo en otro tipo de
consideración. Para algunos tipos de estudio científico
será relevante la continuidad del objeto; para otros, su
transformación y sus diversas formas también son objeto
de estudio científico. Todo lo cual es una cuestión por
supuesto muy diferente del hecho de que ese objeto no sea objeto "para
sí", como diría Sartre.
(iii) Trayectoria de puntos: traduzco así point-track. Se
refiere aquí Mead a conceptos matemáticos de punto,
espacio y acontecimiento con la terminología de Whitehead. Para
una definición precisa, ver Whitehead, Reflections on Man and Nature, http://mysite.pratt.edu/~arch543p/readings/Whitehead.html
(iv) Pero ¿no es precisamente una expresión
eminentemente utilizable de esta "densidad" lo que se logró con
la medición del número atómico y el peso
atómico de los elementos, y el establecimiento de la tabla
periódica? Quizá Mead esté pensando en la
física contemporánea a Newton.
(v) Obsérvese otra
circularidad paradójica que aparece en este punto. El
continuo espacio-temporal más allá de la experiencia
humana sí aparece en un entorno: el entorno humano del lenguaje,
el discurso científico-matemático y las representaciones
especializadas. Pero señala más allá de ese
entorno, haciendo abstracción de las características que
lo convierten en tal. En cierto sentido, este universo atemporal
einsteiniano sólo "existe" en el seno de unas teorías; en
otro sentido, nuestra realidad (incluyendo esas teorías) existe
en el seno de ese universo.
(vi) Un
corolario que parecería exigir este razonamiento es la necesidad
de una perspectiva complementaria sobre la realidad física tal y
como es construida por la ciencia: mostrando esos universos e historias
de la materia y el cosmos como un epifenómeno, por así
decirlo, de la historia de la ciencia. No sólo es el pasado del
universo el que se reescribe con la nueva física, sino que
también se reescribe la historia de la ciencia como
disciplina—relegando por ejemplo las teorías newtonianas
de la física y el universo a la vez que se reubica a Newton en
lo que Foucault llamaría una determinada episteme. Este tipo de
razonamiento enlazaría con el argumento de T. S. Kuhn en The Structure of Scientific Revolutions.
(2ª ed: Chicago: University of Chicago Press, 1970). Esta
perspectiva complementaria subordina, por así decirlo, las
historias de la física, tan lejanas a veces de la experiencia
humana intuitiva, a la historia más inmediatamente humana y
cultural de las disciplinas de conocimiento, comunidades
científicas, instituciones académicas, y en general a la
cuestión de la legitimación y contextualización de
los modelos de conocimiento, ya sea teórico o aplicado.