George Herbert Mead

La filosofía del presente

Traducción de
 José Ángel García Landa
(Universidad de Zaragoza)

Capítulo I: El presente como lugar de ubicación de la realidad
Capítulo II: Emergencia e identidad
Capítulo III: La naturaleza social del presente

Capítulo IV: Las implicaciones del sujeto
Ensayos suplementarios

Capítulo III

LA NATURALEZA SOCIAL DEL PRESENTE



La naturaleza social del presente se debe a su emergencia. Me refiero al proceso de reajuste que conlleva la emergencia. La naturaleza adquiere nuevas características, por ejemplo con la aparición de la vida, o el sistema estelar asume un carácter nuevo con la pérdida de masa debida al colapso de los átomos por los procesos que tienen lugar dentro de una estrella. Hay un ajuste a esta nueva situación. Los nuevos objetos entran en relación con los antiguos. Las condiciones determinantes del transcurrir son las condiciones bajo las cuales sobreviven, y los objetos antiguos entran en relaciones nuevas con lo que ha surgido. Utilizo aquí el término "social" refiriéndome no al nuevo sistema, sino al proceso de reajuste. Un ejemplo prominente se halla en la ecología. La comunidad del prado o del bosque da una respuesta a la entrada de una nueva forma, si esa forma consigue sobrevivir. Cuando la nueva forma ha asentado su derecho de ciudadanía, el botánico puede exhibir los ajustes mutuos que han tenido lugar. El mundo se ha convertido en un mundo diferente por ese advenimiento, pero identificar la socialidad con este resultado sería identificarla meramente con un sistema. A lo que me estoy refiendo es más bien a la etapa entre el viejo sistema y el nuevo. Si la emergencia es un rasgo de la realidad, esta fase del ajuste, que se halla entre el universo ordenado antes de que surja lo emergente y el que hay después de haber llegado a un entendimiento con el recién llegado, también debe ser un rasgo de la realidad. Puede ilustrarse con la aparición de un planeta cuando el acercamiento del visitante estelar que ocasionó el origen de nuestro sistema planetario. (i). Hubo un periodo en el cual la sustancia de nuestra propia Tierra era parte de la capa giratoria externa del Sol. Ahora es un cuerpo separado de la masa estelar, y que sigue girando, pero en su propia órbita. El hecho de que el planeta exhiba ahora en su órbita distante el mismo impulso que le hacía desplazarse por la estrella, antes de su advenimiento como planeta, no elimina el hecho de que ahora hay un sistema planetario donde antes había sólo un único cuerpo estelar, ni tampoco elimina esa etapa en la que la sustancia del futuro planeta se encontraba en ambos sistemas. Ahora bien, lo que estamos acostumbrados a llamar "social" es sólo lo que llamamos la consciencia de estos procesos, pero el proceso no es idéntico a la consciencia que se tiene de él, puesto que ésta es un darse cuenta de la situación. La situación social debe estar allí antes, si ha de haber consciencia de ella.

Ahora, queda claro que semejante naturaleza social puede pertenecer únicamente al momento en el que tiene lugar la emergencia, es decir, a un presente. En la ideación podemos recordar el proceso, pero un pasado tal no es una reintegración del proceso tal como tuvo lugar, puesto que se lleva a cabo desde el punto de vista de la emergencia presente, y es algo francamente hipotético. Es el pasado que reclama nuestro presente, y lo que le somete a prueba es que se adecúe a esa situación. Si, per impossibile, hubiésemos de acceder a ese acontecimiento pasado tal y como tuvo lugar, tendríamos que estar en ese acontecimiento, y entonces compararlo con el que ahora presentamos como su historia. Esto no es únicamente una contradicción lógica, sino que también niega la función del pasado en la experiencia. Esta función es la de una continua reconstrucción como crónica para servir a los propósitos de la interpretación presente. Parecemos acercarnos a esta rememoración completa, si se me permite la expresión, al identificar las leyes fundamentales de la naturaleza, como son las del movimiento, que decimos han debido ser, y siempre han de ser, lo que son ahora; y es aquí donde la relatividad es extremadamente ilustrativa. El tipo de realidad que pudiese ser el contenido idéntico del pasado, el presente y el futuro, ésta lo reduce abiertamente a una disposición ordenada de acontecimientos en un espacio-tiempo que, por definición, no se halla en ninguna imaginación científica pasada, como tampoco se halla en nuestro mundo perceptual. La geometría del espacio-tiempo niega la emergencia, a menos que se introduzca por vía de la metafísica de Whitehead; y si no me equivoco, esta posición habría de renunciar a la geometría ordenada del espacio-tiempo mantenida por Whitehead. Sin emergencia no hay acontecimientos distinguibles gracias a los cuales emerja el tiempo. Los acontecimientos e intervalos a los que se refiere el relativista son las constantes que resultan de las complejas matemáticas que han demostrado ser necesarias una vez nos damos cuenta de la naturaleza social del universo.

La naturaleza social del universo la hallamos en la situación en la que el acontecimiento novedoso se encuentra tanto en el orden antiguo como en el nuevo que viene anunciado por su advenimiento. La socialidad es la capacidad de ser varias cosas a la vez. El animal recorre el suelo persiguiendo a su presa, y es a la vez parte del sistema de distribución de energías que hace posible su locomoción, y parte del sistema de la selva que es parte del sistema de la vida en la superficie del planeta inanimado. Ahora admitimos que si hemos de estimar la energía locomotora que va a gastar hemos de tener en cuenta su ferocidad, el estado de su hambre, y la atracción o miedo que despierta en él su presa; e igualmente reconocemos que si hemos de calcular estas características de la forma viva, hemos de ser capaces de medir las expresiones de energía en su organismo y en el entorno. Hay una socialidad tan auténtica en su relación con su entorno como la que hay en su relación con la presa o con su pareja o con su manada, y es señal de eso el que ordinariamente calculamos unas características que pertenecen al objeto en tanto que miembro de un sistema, por medio de las que le pertenecen en otro. Así, medimos el movimiento por las distancias cubiertas en el conjunto consentiente [congruente] en reposo, o las dimensiones de ese conjunto por medio de los movimientos necesarios para la medición. El relativista descubrió que esta estimación mutua conllevaba un cambio en las unidades de medida, y que había que efectuar una transformación si se pretendía alcanzar una exactitud ideal. Parece que en biología nos hallamos en el mismo caso. Para calcular con exactitud el proceso viviente en términos de distribución de energía deberíamos ser capaces de transformar procesos físico-químicos inorgánicos en procesos orgánicos, cosa que por desgracia no hemos conseguido.

Si examinamos la base de este cálculo de un sistema a partir de otro hallamos dos características; una es la emergencia del acontecimiento a partir de las condiciones en las que ha aparecido—lo que, como hemos visto, da lugar a su historia y puede incluirse bajo el término general de evolución.   La segunda es la continuidad de condiciones idénticas desde el pasado hasta el presente. Las apariciones de los planetas, cuando se relacionan con las leyes de la masa y el movimiento, caen en una serie ordenada, y desde este punto de vista el objeto puede contemplarse como algo que surge de lo anterior. Desde el punto de vista de su emergencia se considera como que está en ambos sistemas, pero sólo en la medida en que se aplican a cada uno leyes comunes. La sustancia del planeta que surge es un fragmento del sol, que se mueve con el impulso que le corresponde en tanto que tal, y también es un objeto en un sistema en el seno del cual el sol tiene una masa definida que se deriva de la masa y movimiento del planeta con relación al sol. De manera similar, en la dinámica galileana las aceleraciones y deceleraciones eran emergentes en un campo de masas en movimiento en el seno de un espacio absoluto.

Faltaba que la relatividad instaurase el movimiento mismo como una entidad que surge bajo ciertas condiciones—las de los marcos de referencia—a partir de condiciones lógicamente previas de acontecimientos situados a determinados intervalos uno de otro en el seno del espacio-tiempo. Pero estas condiciones ya no se encuentran en el ámbito de la experiencia posible. Sigue siendo cierto, sin embargo, que lo que es movimiento desde un punto de vista en el ámbio de la experiencia, es reposo desde otro. La relatividad del movimiento se había reconocido desde hacía tiempo. Con el abandono del espacio absoluto y el éxito de Einstein al desarrollar la relatividad general, parece una exigencia lógica la emergencia del movimiento y el reposo a partir de la situación más abstracta que expresa lo que es común a ambos marcos de referencia, y que se manifiesta en uno como movimiento y en el otro como reposo. Y sin embargo, como acabo de señalar, semejante formulación nos saca del esquema de desarrollo que he esbozado arriba. Se refiere a la relación entre apariencia y realidad, entre lo subjetivo y lo objetivamente real, no a la relación que se establece entre un objeto emergente que surge del pasado y aquello que lo condiciona. Aquí parece que nos hemos salido de una filosofía evolucionaria de la ciencia y que pasamos a una fase racionalista en la que la realidad se nos ofrece únicamente en forma de esquemas lógicos y matemáticos. (ii).
Sospecho sin embargo que los grandes cambios que han tenido lugar en los últimos cincuenta años son todavía demasiado recientes como para poder ponerlos en una perspectiva adecuada.

 Propongo que el carácter social del presente proporciona otro punto de vista desde el que contemplar esta situación. He hablado de las implicaciones sociales del presente emergente tal como se dan en el hecho de que el objeto nuevo ocupe un lugar en el viejo sistema y en el nuevo, la socialidad como algo dado en la relación inmediata del pasado y el presente. Hay otro aspecto de la socialidad, la que se manifiesta en la naturaleza sistemática del presente en su transcurso. Como hemos visto, en el transcurrir desde el pasado hacia el futuro el objeto presente es tanto el viejo como el nuevo, y esto se aplica igualmente a sus relaciones con todos los otros miembros del sistema al que pertenece. Antes del acercamiento al Sol del visitante estelar, la porción del Sol que se convirtió en la Tierra estaba determinada en cuanto a su naturaleza por sus relaciones con las porciones de materia solar que se convirtieron en los otros planetas. Al ser extraída a su posición planetaria, mantiene este carácter que surge de la configuración anterior, y asume el nuevo carácter que se expresa en las alteraciones de su órbita debidas a las influencias de sus vecinos. La cuestión es que un cuerpo perteneciente a un sistema, y que tiene su naturaleza determinada por sus relaciones con miembros de ese sistema, cuando pasa a un nuevo orden sistemático acarreará en su proceso de reajuste al nuevo sistema parte de la naturaleza de todos los miembros del antiguo. Así, en la historia de una comunidad, los miembros acarrean desde un orden anterior sus naturalezas, tal como son determinadas por las relaciones sociales, a los reajustes que supone el cambio social. El viejo sistema se encuentra en cada miembro y tras una revolución se convierte en la estructura sobre la cual se establece el nuevo orden. De este modo Rousseau tuvo que hallar en el ciudadano tanto al soberano como al súbdito, y Kant tuvo que encontar en el ente racional tanto a quien dicta la ley moral como al súbdito de esa ley. (iii). Por volver a la evolución del sistema planetario, la órbita de la Tierra todavía muestra la situación del sol central del cual formaba parte, y sus movimientos relativos con respecto a los otros miembros del sistema planetario reflejan las posiciones de éstos en Sol antes de que llegase el visitante estelar.

Me he referido antes al aumento de masa de un objeto móvil como a un caso extremo de socialidad. Es decir, si mantenemos este aumento de masa dentro del ámbito de la experiencia posible, hemos de tratar el móvil como si estuviese en dos sistemas diferentes, puesto que el móvil tiene su propio tiempo y espacio y masa debido a su movimiento; tiempo, espacio y masa que son diferentes de los del sistema en relación al cual se encuentra en movimiento. Son bien conocidas las paradojas que surgen de esta ocupación de un sistema diferente por parte de un móvil. Lo que deseo subrayar es que alcanzamos aquí el límite extremo de esta socialidad, puesto que cada cuerpo, gracias a su velocidad, tiene determinado sistema de espacio-tiempo y energía. Esta velocidad, sin embargo, es relativa al sistema en el seno del cual se está desplazando el móvil, y este objeto tendría otra velocidad con respecto a otros sistema que se moviese con respecto al primero. El móvil tendría pues un número indefinido de mediciones de su masa en el número indefinido de sistemas con respecto a los cuales puede considerarse que está en movimiento. Está ocupando todos esos sistemas diferentes. (iv).

Ahora bien, podemos postular un espacio-tiempo metafísico, con sus coincidencias de acontecimientos y sus intervalos, como la realidad a la que se refieren estos marcos de referencia, o bien podemos mantenernos dentro del ámbito de la experiencia, y usar las fórmulas de transformación que se han demostrado necesarias para una medición exacta. Surge la cuestión de qué es exactamente lo que supone la utilización de las fórmulas de transformación. En las situaciones inmediatas de la experiencia en las que se hace presente la relatividad del movimento, como por ejemplo la posibilidad de que el tren de uno esté en movimiento mientras el tren de al lado está en reposo, no se requiere ninguna transformación. En estos casos cubrimos la diferencia entre los sistemas temporales diciendo que las diferencias entre las dimensiones espaciales y temporales son tan imposiblemente pequeñas que no pueden aplicarse, que es sólo cuando alcanzamos velocidades que se acercan a la de la luz cuando surgen diferencias apreciables y requieren que se las reconozca. Pero esto oculta una cuestión de importancia fundamental. Cuando un tren pasa por delante de nosotros es en nuestro propio mundo de espacio y tiempo. Si adoptásemos la perspectiva relativista y consideramos que el tren está en reposo y que la Tierra está pasando a toda velocidad por delante de él, entonces sí que estaríamos pasando de una perspectiva a otra, pero entonces el tren no se estaría moviendo, y en el caso presente el tren se está moviendo. Cuando calculamos el cambio de naturaleza temporal, espacial y masiva de una partícula alfa disparada desde un átomo, la tratamos, naturalmente, como si estuviese en un espacio-tiempo distinto del nuestro, porque le estamos dando las dimensiones que le pertenecen a su espacio-tiempo, incluyendo el cambio en la caracterización de su masa. Ahora bien, desde el punto de vista de la relatividad newtoniana, dos sistemas espacio-temporales son alternativos: no se pueden aplicar los dos a la misma situación, a no ser de manera alternativa. Pero cuando usamos la fórmula de transformación de Lorentz, le estamos dando al cuerpo las características que el pertenecen en otro sistema espacio-temporal, y usando los resultados en nuestro sistema. Esto se confiesa cuando se afirma sin más que un cuerpo aumenta su masa junto con su velocidad, pero sin añadir a la vez que las unidades de medición espacio-temporal también cambian, es decir, que nos encontramos en otro marco de referencia que es alternativo al nuestro y que no se puede aplicar simultáneamente. Se nos dice, sin embargo, que si pasase ante nosotros un avión a 161.000 millas por segundo, veríamos el acortamiento y la ralentización de la extensión temporal de los procesos, es decir, que veríamos en nuestro propio sistema espacio-temporal los efectos de estar en el otro sistema espacio-temporal. (1). Es decir, los dos marcos de referencia dejan de ser alternativos. En el caso del acortamiento de Fitzgerald, no había semejante presuposición de encontrarse en los dos sistemas a la vez, pero en ese caso no había referencia alguna a una diferencia entre las simultaneidades.

Ahora Einstein se propone darnos el procedimiento por medio del cual podemos estar así en un sistema espacio-temporal y registrar en él los efectos de las diferencias debidas al sistema espacio-temporal alternativo. Este procedimiento presupone en primer lugar la velocidad uniforme d la luz como un hecho de la naturaleza. En segundo lugar, sobre la base de esta velocidad uniforme de la luz, se dispone un sistema de señales mediante el cual  podeamos establecer en nuestro sistema que los mismos acontecimientos que son simultáneos en él no son simultáneos en el sistema que se encuentra en movimiento con respecto al nuestro. Además, el efecto de esta diferencia puede hacerse evidente, como en el caso del avión que pasa, mediante la visión, es decir, mediante la luz. Lo que esto viene a suponer es que de la misma manera que surgen ante nosotros perspectivas espaciales en un paisaje estático, igualmente se descubre que hay perspectivas temporales respecto de los objetos móviles del paisaje. Este caracter perspectivístico de tipo temporal sólo se puede descubrir respecto de movimientos que tienen lugar a velocidades muy grandes, pero su principio queda sentado tan claramente como en el caso de las perspectivas espaciales. Ese principio es que las dimensiones que revela una medición deben acortarse en la dirección del movimiento, suponiendo que éste tenga lugar en un campo visual. Si la velocidad de la luz fuera infinita no habría acortamiento, porque entonces la onda luminosa que partiese de un extremo de un objeto nos llegaría al mismo momento que la onda luminosa del otro extremo, por rápido que fuera el movimiento. Es sólo cuando las velocidades se aproximan a la de la luz cuando semejante perspectiva entra en el ámbito de la experiencia, y eso sólo de modo indirecto, como en el cálculo del cambio de masa de la partícula disparada desde el átomo. Pero si pudiésemos ver lo que se halla en el hipotético avión de Eddington, tendríamos directamente la perspectiva visual temporal, porque naturalmente el tiempo se retrasa en la misma proporción en que las dimensiones espaciales se acortan. La suposición natural sería que estas pespectivas temporales deberían contemplarse a la misma luz que las perspectivas espaciales. Las dimensiones reales y el transcurso temporal real son las que son para los pasajeros del avión, igual que su visión distorsionada de nosotros ha de ser corregida por por lo que encontramos que se halla en torno nuestro y lo que vemos que tiene lugar en torno nuestro.

En este punto es donde entran las transformaciones de Larmor-Lorenz y los resultados negativos del experimento Michelson-Morley. Estas transformaciones se desarrollaron para proporcionar una formulación matemática de las condiciones bajo las cuales serían invariantes las ecuaciones del electromagnetismo de Maxwell. Las ecuaciones newtonianas son invariantes en el ámbito de la mecánica newtoniana. Es decir, siguen siendo aplicables sea cual sea el centro de origen que se tome como punto de referencia, y en el caso del movimiento relativo de sistemas con velocidad uniforme, sea cual sea el sistema que se considere está en movimiento. Se halló que para obtener la invarianza para las ecuaciones de Maxwell era necesario afectar a los símbolos referentes al espacio, el tiempo y la energía, incluida la masa, con un coeficiente 1/c en el que c es la velocidad uniforme en el vacío de la onda electromagnética, una de cuyas formas es la luz. Los cambios en las dimensiones espaciales y temporales que exige esta fórmula de transformación son los que requieren las perspectivas temporales a las que me he referido arriba, y hallamos el mismo supuesto de un valor absoluto para la velocidad de la luz. Además, de esta fórmula de transformación resulta  exactamente el mismo acortamiento del diámetro de la tierra en la dirección de su movimiento por su órbita que explica los resultados negativos del experimento de Michelson-Morley.

Aparte de la llamativa coincidencia de los resultados alcanzados por medio de las fórmulas de transformación con la teoría de Einstein y el resultado del experimento de Michelson-Morley, la cuestión que destaca es la presuposición común de una velocidad constante para la luz. En el caso de las fórmulas de transformación no es sorprendente que se busque la constante en un aspecto tan fundamental como la velocidad de la onda electromagnética. En el caso de la relatividad la posibilidad de medición por medio de señales de luz en diferentes sistemas espacio-temporales presupone la uniformidad de la velocidad de la luz, y ésta es la explicación del resultado negativo en el experimento de Michelson-Morley. "Significa", cito a Whitehead, "que las ondas u otras influencias que avancen con una velocidad c referida al espacio de cualquier conjunto unánime del grupo newtoniano también avanzarán con la misma velocidad c referida al espacio de cualquier otro conjunto tal". (2)

A esta conjunción que exponemos habría que añadirle que el átomo se ve desplazado del ámbito de la mecánica de masas al del electromagnetismo, y que la distribución de energía se expresará en términos de campos. La importancia de estos cambios se encuentra en el cambio de referencia de la realidad en lo relativo a la experiencia a distancia y en contacto. Antiguamente había una estrecha correlación entre la mecánica de masas y la realidad perceptual. La realidad de lo que veíamos se hallaba en lo que podíamos tener entre manos, y lo que teníamos entre manos se correspondía en la imaginación con la masa como cantidad de materia. Pero la cuestión todavía más importante es que sentíamos que la realidad se hallaba en el volumen en sí, al margen de sus relaciones: que la realidad de la cosa podía estar allí con prioridad al sistema en el que entraba en relación. Todas las variedades de lo que he llamado perspectivas espaciales de los mismos objetos se refieren a objetos idénticos que se encuentran en el ámbito de la experiencia de contacto—de lo que tocamos y vemos simultáneamente—y esto es aplicable no sólo a nuestras propias perspectivas, sino también a las de otros. Encuentra su expresión exacta en la congruencia. Las que he denominado perspectivas temporales no se dan en la experiencia, excepto en representaciones tan altamente imaginativas como el avión de Eddington. Pero en las perspectivas que suponen diferencias entre simultaneidades, parecemos pasar más allá del límite de su resolución perceptual en el ámbito de la experiencia de contacto. Nos vemos obligados a hacerlas casar mediante transformaciones. Y esta es exactamente la situación que se da en lo relativo a la invarianza de las ecuaciones de Maxwell. El mundo desde el punto de vista de de diferentes sistemas espacio-temporales, con valores diferentes para las unidades comunes de espacio, tiempo y energía, puede asimilarse sólo mediante transformaciones. Hay un paralelismo tan estrecho entre un universo electromagnético y el mundo de la experiencia a distancia, el de la visión, como entre el mundo de la mecánica de masas y el de nuestra experiencia de contacto.

Sin embargo, hay una ruptura en esta correlación completa. Como he indicado ya, el aumento de masa de un móvil tiene lugar en el sistema espacio-temporal en el seno del cual se mueve, pero el cálculo de ese aumento de masa tiene lugar por medio de unidades espaciales y temporales que pertenecen a otro sistema espacio-temporal, mientras que el aumento de masa se mide en el sistema espacio-temporal en el seno del cual tiene lugar el movimiento. Encontramos de hecho en la medición de nuestro indicador, con nuestras propias simultaneidades, que la masa de la partícula alfa ha experimentado un aumento. Podríamos descubrir ese aumento de masa sin usar para nada el aparato teórico de la relatividad, pero la explicamos por medio de una teoría que implica que un reloj en la partícula alfa funcionará más despacio que nuestro reloj, y es mediante un cálculo relativo al tiempo de la partícula alfa como alcanzamos el cambio de masa que descubrimos en nuestro propio sistema temporal. En otros términos, la correlación se rompe en el punto en que se somete a la prueba de un hallazgo experimental, que debe tener una realidad propia, pues de lo contrario no podría someter a prueba la hipótesis. Debemos ser capaces de formular los hechos que se dan en nuestro propio instrumental (relojes, electrómetros) en términos que sean independientes de las transformaciones de Lorentz y de la relatividad einsteiniana. Y en este mundo de adjudicación final del aparato, el edificio que lo contiene y el suelo sobre el que se levanta y su entorno, la realidad última no es lo que se refiere a la experiencia a distancia, sino lo que se puede presentar en la experiencia en contacto que esta experiencia a distancia promete, o con la que amenaza. Si no hemos de retrotraernos desde el mundo de la experiencia a un mundo metafísico de espacio-tiempo de Minkowski, con sus acontecimientos e intervalos, debemos volver al mundo perceptual de los hallazgos científicos.

Recapitulemos. Los cambios que tienen lugar en el campo del electromagnetismo no pueden formularse en un conjunto de ecuaciones que sean invariantes en cuanto al espacio y al tiempo. Se hace necesario asumir una estructura espacio-temporal distinta en el campo en el que esté teniendo lugar el cambio. Los relojes van más despacio y los diámetros de las cosas en la dirección del movimiento decrecen, mientras que la masa aumenta. Estos son cambios que teóricamente se registran todos en el campo que se halla en reposo y en el seno del cual está teniendo lugar el movimiento. Pero el cálculo de éstos implica una ordenación espacio-temporal que no pertenece a ese campo. Implica otro centro de referencia. La realidad perceptual a la que se refieren estos cambios en el campo de la experiencia a distancia difiere, según se tomen desde el punto de vista de un campo de referencia o de otro. Esto hace resaltar la otra característica llamativa de esta situación: que las cosas cuya sustancia pertenece al campo del electromagnetismo no pueden definirse en términos que permitan aislarlas como hallazgos perceptuales. Para una definición tal se requiere que en la cosa pueda reconocerse una realidad que pueda darse en los rasgos espacio-temporales de la percepción: en lecturas de un indicador, por ejemplo. Esto es característico de la masa, según vengo insistiendo. Aunque podemos definir la masa únicamente en términos de un sistema de cuerpos en movimiento unos respecto a otros, podemos concebir la sustancia del cuerpo masivo como si se hallase en el volumen que vemos o imaginamos, y podemos así ponerla en relación con otras cosas ya sea de modo efectivo o en la imaginación. La electricidad en tanto que la sustancia de un electrón puede concebirse sólo en términos de su campo y de las relaciones de ese campo con los campos de otros electrones. Los tubos de fuerza de Faraday, o el éter como sustancia, se han usado con la intención de proporcionar ese contenido independiente, y se nos han volatilizado de entre los dedos.  El hecho es que la ciencia ha vuelto a una estructura de cosas que se pueden formular únicamente en términos de experiencia a distancia, en lo que se refiere a la percepción. Esto no plantea ninguna dificultad en cuanto a la estructura de las teorías. Conocemos la candidad de energía de un sistema y se la podemos asignar a los distintos miembros de ese sistema, que se pueden localizar en el espacio y el tiempo; pero no podemos, por así decirlo, coger un elemento por separado entre los dedos y decir de él que tiene determinada cantidad de energía que constituya el "qué es" del objeto, para luego relacionarlo a otras cosas con contenidos semejantes. La energía es concebible únicamente en términos de un sistema que ya está allí para el pensamiento que trata con el sistema. Para los fines del método científico, la importancia de la experiencia por contacto no se encuentra en la realidad mayor que tenga la experiencia táctil o de resistencia frente a la del color o del sonido, sino en el hecho de que la observación y el experimento sí que acaban reduciéndose a una experiencia a distancia que por su parte ha de remitirse directa o indirectamente a lo que de hecho o concebiblemente podemos coger entre manos. Esta sigue siendo la prueba a que se somete la realidad de la percepción, y es por tanto la prueba del hallazgo del científico en la observación y el experimento, y es la condición para asirnos al hecho en tanto que hecho real en sí mismo, independientemente de las hipótesis variadas que se formulen para explicarlo.

Comúnmente se ha ubicado la realidad de la percepción en la experiencia del individuo, y han surgido múltiples dificultades a la hora de situar esta experiencia individual en la realidad del mundo al cual pertenece el individuo, especialmente cuando tal experiencia se usa para criticar teorías relativas a ese mundo. El científico se contentaba con hallar en la experiencia del individuo la misma estructura espacial y temporal que hallaba en el mundo, y por tanto con situar las observaciones del individuo en el seno del mundo que le rodeaba, con toda la exactitud que hiciesen posible las mediciones espacio-temporales. Ahora la relatividad, junto con la teoría electromagnética de la cual ha surgido en gran medida, no sólo ha vuelto enormemente más compleja la teoría espacio-temporal de la medición, sino que también ha invertido lo que podemos llamar los términos de referencia de la realidad. En lugar de decir que la realidad de las perspectivas de nuestra experiencia a distancia se halla en esa experiencia de contacto que está firmemente asentada en la geometría de un espacio euclídeo y en el fluir continuado de un tiempo uniforme, hemos de decir que sólo en la medida en que podamos trasladar este espacio aparentemente euclídeo de nuestra experiencia de contacto a perspectivas dependientes del movimiento de objetos distantes, y descubrir fórmulas de transformación entre uno y otras, sólo en esta medida podemos alcanzar la realidad de lo que percibimos.  Además, no podemos proceder como preferiríamos hacerlo, con modelos perceptuales, y construir, pongamos, un átomo de Bohr a partir de tantos protones y electrones soldados en un núcleo alrededor del cual podeamos instalar otros electrones en órbitas planetarias. La electricidad positiva y negativa que utilizamos como la materia de estas partículas finales no se somete a semejante análisis perceptual. Hablamos del diámetro de un electrón, o intentamos localizar su carga eléctrica, pero la naturaleza sustancial de la electricidad no puede aislarse de esta manera, y el átomo de Bohr se desmorona. En especulaciones recientes se ha hallado conveniente concebir la materia como si de una forma de vibración se tratase, pero no tiene sentido buscar qué es lo que vibra.

Y sin embargo la dependencia que la teoría científica tiene de los hallazgos perceptuales nunca ha sido más pronunciada, y es sobre esta dependencia sobre lo que desearía llamar la atención. Como he indicado, la alternativa parece ser una referencia a un mundo metafísico que únicamente se puede presuponer, junto con la presuposición de que los esquemas lógicos que encontramos en nuestro propio mundo tienen correlatos en este mundo metafísico. Entretanto, nuestra experiencia se vuelve subjetiva, excepto en la medida en que se pueda suponer que las relaciones de nuestros pensamientos transcienden nuestros marcos de referencia. En los tiempos anteriores a la relatividad, la estructura espacial y temporal del hecho observado era la del universo. Por muy relativas al observador que pudieran ser las cualidades sensoriales del objeto observado, su definición perceptual en el espacio y el tiempo le daba un contorno fijo y una localización en el seno de la estructura de relaciones que, al menos para el científico, era la estructura absoluta del mundo, y en la mecánica de masas el contenido sustancial de cualquier volumen podía concebirse como algo que residía en el seno de ese volumen definido. La percepción daba tanto la estructura lógica de la realidad como el hábitat definido de la sustancia. La teoría previa de los gases y del calor como una forma de movimiento es una ilustración clarísima de la simplicidad de esta situación. Ahora ni la estructura relacional de la realidad ni el lugar de ubicación de su sustancia se encuentran en la situación perceptual. Pero ya que el científico no puede alcanzar nunca el espacio-tiempo metafísico con sus acontecimientos e intervalos a no ser por presuposición, y ya que nunca puede captar el campo total de ningún contenido de energía, se ve obligado a poner a prueba sus hipótesis colocándose a sí mismo a la vez en su propia situación perceptual, pongamos la de un sistema en reposo, y también en la del sistema que se mueve con respecto al suyo, y comparando las estructuras espacio-temporales de los dos sistemas. Procede mediante transformaciones, pero son transformaciones que únicamente son posibles en tanto en cuanto el observador capta en su propia situación lo que conlleva[ría] el colocarse a sí mismo en la situación de aquéllo que está sometiendo a observación. Aunque esto es más complicado, en sus resultados vuelve a remitirse a ocasiones perceptuales. Ahora bien, esto es posible sólo si esa socialidad del pensamiento, en la cual ocupamos la actitud del otro asumiendo nuestra propia actitud divergente, es también una característica de la naturaleza. La relatividad newtoniana sí permitía al observador transferirse a sí mismo de un sistema al otro y observar que las posiciones relativas de los cuerpos en los dos sistemas seguían siendo las mismas, fuese cual fuese el sistema que él ocupase, y que las leyes de la mecánica se cumplían en ambos casos. Pero la relatividad electromagnética exhibe resultados en el seno de nuestro propio sistema que nos obligan a recurrir al otros sistemas, con su estructura espacio-temporal, para explicarlos. En la relatividad newtoniana, la socialidad se restringía al pensamiento. Dados los dos sistemas que se movían en relación uno al otro, las condiciones de uno u otro seguirán siempre idénticas, sin verse influidas por el movimiento o el reposo del otro. En la relatividad electromagnética, la masa del objeto móvil aumenta en el sistema que se halla en reposo, y esto implica a los diferentes coeficientes espaciales y temporales del otro sistema. Es esta ruptura en lo que he llamado las correlaciones entre las diferencias de espacio y de tiempo en diferentes sistemas la que revela en el mundo perceptual esa socialidad en la naturaleza que en general se veía restringida al pensamiento. El aumento de masa del sistema que se halla en reposo debe también, coincidentemente, moverse según su propio reloj y en un espacio medido por su propia medida, para que pueda haber un aumento de su masa en el seno del otro sistema. Ya hemos visto que hay socialidad en la naturaleza en la medida en que la emergencia de la novedad requiere que los objetos estén a la vez tanto en el antiguo sistema como en el que surge con lo nuevo. La relatividad revela una situación en la cual el objeto debe estar al mismo tiempo en diferentes sistemas para ser lo que es en cada uno de ellos. Todas las pruebas experimentales de la relatividad acaban por remitirse a este tipo de situaciones.

He señalado que esto no es ninguna novedad en la ciencia, aunque siempre ha supuesto un problema sin resolver. Lo encontramos en la teleología, en biología; y en la consciencia, en psicología. La especie animal está determinada en el sistema mecánico tanto por sus condiciones anteriores como por tendencias a mantenerse en el futuro. La conducta del organismo consciente está determinada tanto por un sistema fisiológico, desde atrás, como por una consciencia que tiende hacia el futuro. Esto, naturalmente, puede darse únicamente en un presente en el que se encuentren tanto el pasado condicionante como el futuro emergente; pero, como indican estos problemas, lo que se hace necesario además es el reconocer que en el presente la localización de un objeto en un sistema lo sitúa también en los otros. Es esto lo que he llamado la socialidad del presente. Si examinamos la situación desde el punto de vista de la relatividad, vemos que el movimiento mismo que está teniendo lugar en el sistema que se halla en reposo lleva consigo una estructura espacio-temporal, que es responsable de un aumento de masa en el sistema en reposo. Si traducimos esto a las otras dos situaciones, vemos surgir un proceso bioquímico que llamamos vida, pero que cambia de tal modo las condiciones en las cuales tiene lugar, que surge en la naturaleza su entorno; y vemos a las formas vivas seleccionar aquellas condiciones pasadas que conducen al mantenimiento futuro de la vida, introduciendo de este modo en la naturaleza valores y significados posteriores. (v).

Si preguntamos por el pasado que condiciona la emergencia del presente, no podemos encontrar mejor formulación de él que ésta: que cualquier cosa que emerja debe estar sujeta al carácter condicionante del presente y que debe ser posible formular lo emergente en términos del pasado condicionante. En la relatividad newtoniana, en el caso de un movimiento no acelerado de dos sistemas uno con respecto al otro, el pasado condicionante se resumía en el dicho de la misma posición relativa de los cuerpos de ambos sistemas, y la misma situación mecánica, cualquiera que fuera el sistema que se considerase estar en movimiento. En esta situación no hay emergencia.  Si en esta relatividad newtoniana introducimos ahora el Principio Especial de la relatividad tenemos la emergencia de caracteres nuevos en el cuerpo en movimiento en el sistema en el seno del cual se mueve, a causa de su movimiento. Y si describimos el cuerpo en términos de las antiguas condiciones, debemos ponerlo en reposo, lo cual sólo puede suceder sin pérdida de la realidad que lo emergente trae consigo si ponemos en movimiento el otro sistema, con los cambios emergentes apareciendo en ese sistema. En el caso de la Relatividad General, Einstein emprendió la tarea de formular las condiciones universales bajo las cuales parecen tener lugar los cambios de la estructura espacio-temporal del universo—los cambios que se deben al movimiento, ya sea acelerado o no acelerado. Ha mostrado que éstas son también las condiciones para cambios en la masa, y trabaja ahora en la tarea de mostrar que lo mismo es cierto para el electromagnetismo.

Pues bien, el principio de socialidad que estoy intentando enunciar es que en el presente en el seno del cual tiene lugar el cambio emergente, el objeto emergente pertenece a diferentes sistemas en su paso de lo anterior a lo nuevo, por su relación sistemática con otras estructuras, y que las características que posee las posee debido a que forma parte de estos diferentes sistemas. Aunque este principio se ha puesto de evidencia con mayor claridad en la teoría de la relatividad aplicada a la física teórica, es aquí mínimamente evidente para nuestra experiencia porque los cambios de masa, por ejemplo, debidos a las velocidades con las que estamos familiarizados, son tan diminutos que los cambios de la ley de Newton están en un rango de decimales mínimos. Por otra parte, la relatividad electromagnética ha conseguido presentar la forma de lo emergente con gran exactitud. Conocemos el tipo de cambios que tendrán lugar si cualquier velocidad aparece en el seno de un sistema dado. Aquí nos las vemos simplemente con la relación que tienen las estructuras del espacio y el tiempo con el movimiento.  Si nos volvemos a los otros dos ejemplos de socialidad que he aducido—el de la vida y el de la consciencia—nos encontramos con situaciones altamente complejas que no se entienden sino muy imperfectamente. Vemos que la comprensión que tenemos de la vida conlleva una referencia al futuro en el mantenimiento de la forma y de la especie. Sabemos que el proceso vital es un proceso físico-químico, pero no conocemos la naturaleza exacta de este proceso en la misma mediada en que conocemos las características de una velocidad. Sabemos, sin embargo, que los procesos vitales no están restringidos a los organismos, sino que considerados en su conjunto incluyen las interacciones entre el organismo y lo que le rodea, y llamamos a ese mundo en derredor, en la medida en que está involucrado en estos procesos, el entorno de la forma y de su especie. Es decir, reconocemos que la vida emergente cambia la naturaleza del mundo, de la misma manera en que las velocidades emergentes cambian las características de las masas. Y sabemos que lo que llamamos procesos conscientes son procesos fisiológicos, y que los procesos que generalmente denominamos comportamiento utilizan sus ajustes organizados para seleccionar los objetos a los que responden, y que como resultado de este comportamiento, las cosas comprendidas en el entorno de estas formas vivas y conscientes adquieren valores y significados. Sabemos que los procesos conscientes dependen de un alto desarrollo de un encéfalo, que es un desarrollo del mecanismo nervioso de la estimulación a distancia, y de las respuestas aplazadas que hace posibles la estimulación a distancia. El conjunto de semejante sistema nervioso proporciona tanto el campo como el mecanismo para la selección con respecto a los futuros distantes, y esta selección dota a los objetos en derredor con los valores y significados implícitos en ese futuro. Pero cuál sea el proceso fisiológico que pone a disposición del organismo sus respuestas altamente organizadas con fines de discriminación y selección, nadie lo sabe. Hay, empero, una gran diferencia entre la aplicación del principio de la socialidad en estos diversos ámbitos. En el ámbito de la relatividad física, conocemos el proceso del movimiento con gran exactitud, pero hay sólo tres o cuatro experimentos recónditos en los cuales podamos tener experiencia propia de los efectos que tienen las velocidades a la hora de cambiar las características de las cosas. Y por otra parte, los efectos del resultado de los procesos de la vida y de la consciencia son evidentes por todas partes, mientras que la naturaleza de los procesos se ha visto hasta ahora envuelta en la oscuridad más impenetrable. Pero en los tres ámbitos es aplicable, sin embargo, el principio de la socialidad. En los tres hay emergencia, y la naturaleza de esta emergencia se debe a la presencia  en sistemas diferentes del mismo objeto o grupo de objetos. De este modo, encontramos que en un sistema con determinadas características de espacio, tiempo y energía, un objeto que se esté moviendo a alta velocidad adquiere un incremento de masa, porque queda caracterizado por diferentes coeficientes de espacio, tiempo y energía, y todo el sistema físico se ve afectado por ello. De manera semejante, es porque un animal está a la vez vivo y porque es parte de un mundo físico-químico por lo que la vida es un fenómeno emergente y por lo que extiende su influencia al entorno que la rodea. Y debido a que el individuo consciente es a la vez un animal, y a que es a la vez capaz de mirar hacia antes y hacia después, emerge la consciencia con los significados y valores que infunde al mundo.




Capítulo IV
LAS IMPLICACIONES DEL SUJETO

Traducción de José Ángel García Landa






Notas de la edición original 

(1). Eddington, Space, Time, and Gravitation, pág. 22 ss. Para una explicación más sopesada de la teoría relativista el lector puede consultar A. Metz, Temps, Espace, Relativité.

(2). Principles of Natural Knowledge, 2ª ed., p. 43.




Notas del traductor


(i)
Hoy habría que poner en condicional esta teoría sobre el origen del sistema solar que Mead presenta como hecho firme. Ver por ej. la página sobre el origen del Sistema Solar en Nine Planets, http://www.nineplanets.org/origin.html
De modo similar, ha habido desde los años 20 grandes progresos a la hora de despejar las incógnitas que expresa Mead sobre la naturaleza exacta del origen y naturaleza de la vida, y de la consciencia. Remitimos para una aproximación preliminar, y panorámica, de estos procesos, en su relación con la naturaleza de la realidad física, a los libros de David Christian Maps of Time: An Introduction to Big History (Berkeley, Los Angeles y Londres: University of California Press, 2004) y de Eric Chaisson, Epic of Evolution: Seven Ages of the Cosmos (Nueva York: Columbia University Press, 2006).


(ii)
Esta cuestión la plantea Murray Gell-Mann en términos de la complementariedad de reducción y emergencia como estrategias o perspectivas, a la hora de dar cuenta de los fenómenos reales y a la hora de establecer los ámbitos disciplinarios de las ciencias. La reducción de fenómenos biológicos, pongamos, a términos de física, tiene sentido si es física lo que estamos haciendo, o si pretendemos enteder la relación entre física y biología, pero no si pretendemos comprender los fenómenos biológicos emergentes; tales fenómenos precisamente son estudiados por cada disciplina en su ámbito propio: "Todas las demás ciencias emergen en principio de la física fundamental más los accidentes históricos, aunque la 'reducción' sea, en tanto que estrategia, claramente inadecuada. Aunque se están construyendo puentes o escaleras que conecten las diversas ciencias, cada ciencia necesita estudiarse también a su propio nivel" (trad. mía). Ver Gell-Mann, "Consciousness, Reduction, and Emergence," en Cajal and Consciousness: Scientific Approaches to Consciousness on the Centennial of Ramón y Cajal's TEXTURA. Ed. Pedro C. Marijuán. New York: New York Academy of Sciences, 2001. 41-49, y mi nota "Gell-Mann: Consciencia, reducción y emergencia" en García Landa, Vanity Fea  26 dic. 2006, http://garciala.blogia.com/2006/122601-gell-mann-consciencia-reduccion-y-emergencia.php

(iii)  A este respecto podemos recordar otro concepto de "emergencia", el presente en la teoría sociocultural de raíz marxista de Raymond Williams (ver por ejemplo The Long Revolution). Williams opone formas culturales dominantes a las residuales (que en otro tiempo fueron dominantes, pero se han visto desplazadas por la historia y el desarrollo social) y a las emergentes (fenómenos que sólo ahora empiezan a manifestarse, pero se harán dominantes en un futuro). El concepto de Mead es de aplicación más general y bien podría acomodar este sentido particular de "emergencia".

(iv)
Matizaríamos que no ocupa todos en igual medida. O, por ser más precisos: los "sistemas" son construcciones interpretativas establecidas por el observador para explicar las relaciones entre cuerpos en movimiento. Y las relaciones que afecten o interesen a un observador serán mucho más numerosas o prominentes en unos casos que en otros—entre objetos próximos entre sí, o entre una figura y un fondo, por ejemplo. Como la relevancia de un sistema se determina mediante los propósitos comunicativos que sirve para la interacción entre distintos observadores, sí puede decirse que hay algunos sistemas más primarios y relevantes que otros a determinados efectos.

(v)
Esta noción proactiva de entorno expuesta por Mead es altamente sugestiva para el pensamiento ecológico y evolutivo. El entorno no es algo previo a la acción de los seres vivos, sino que es construido activamente por ellos, en interacción mutua y con el medio en su estado actual, pero siempre con una tendencia al futuro.Niche Construction: The Neglected Process in Evolution (Princeton, NJ: Princeton UP, 2003). 
La actual teoría de la construcción de nichos ecológicos ve en esta actividad un dinamismo mediante el cual los organismos no se limitan a responder pasivamente al entorno y a la selección natural, sino que contribuyen activamente a su propia evolución, potenciando aquellos aspectos del entorno que les son favorables, para transformarlo, en un proceso que también los transforma a ellos mismos. Esta concepción, que promete revolucionar los estudios sobre la evolución biológica, se expone en el libro de F. J. Odling-Smee, K. N. Laland y M. W. Feldman. El caso de la evolución humana, que ha creado un amplio nicho ecológico que llamamos (nuestra) cultura, no es sino particularmente extremado en sus consecuencias, y por supuesto relevante para nosotros. Puede verse una aplicación de la teoría de los nichos ecológicos al origen del lenguaje en el libro de Derek Bickerton Adam's Tongue: How Humans Made Language, How Language Made Humans (Nueva York: Hill and Wang, 2009). Reseño este libro en "El origen (del lenguaje)", en García Landa, Vanity Fea 10 junio 2009, http://vanityfea.blogspot.com/2009/06/el-origen-del-lenguaje.html



Capítulo IV
LAS IMPLICACIONES DEL SUJETO